Libros

Sí, es de Walter Graziano. Tiene datos interesantes sobre el complejo militar industrial estadounidense.

Uno muy interesante es el del periodista juan Yofre, “fuimos todos”. Sobre el proceso militar. analiza la inoperancia que habia politicamente para gobernar el pais. Altamente recomendable.

Patética tu recomendación. No sé como te da la cara.

Libros que cambiaron mi forma de pensar:

Tratados sobre el gobierno civil - John Locke

El origen de la desigualdad - Russeau

Utopía - Tomás Moro

Esta escrito por la hija de Salvador Allende. Toca el tema de la presidencia de su padre y el Golpe de Estado de Pinochet, y como era la sociedad en esos tiempos.

Se están salteando uno importante :lol:

Mein Kampf ? :smiley:

Perfectos los libros esos…

Tambien tenes “porque no soy cristiano” de Bertrand Russell
Pobre patria mia de aguinis si no

los lei para teoria politica y social en la carrera:surprised:… vos los leiste por gusto??8|
el de locke por que te cambio la forma de pensar??

Jajajajajaajajaja contate otro

de que se trata el libro?

“desde abajo” de maristella svampa esta bueno… es sociologia mirando los 90…

Acá tenés un lindo resumen de esa basura que algún lunático osa llamar “libro”:

Estuve leyendo –digamos, a falta de verbo más preciso– un volumen magro, escueto, que se llama ¡Pobre patria mía!, firmado por un señor Marcos Aguinis. No sé quién es Marcos Aguinis; lo que me interesa ahora es otra cosa: el volumen magro firmado con su nombre es un best-seller, o sea: fue comprado –y, quizás, hasta leído– por decenas de miles de personas en muy poco tiempo. Cuando un libro es comprado –y, quizás, hasta leído– por tantas personas se transforma en el texto de muchas de ellas: en un instrumento interesante para tratar de entender ciertos asuntos de la Argentina actual.

El magro escueto, queda dicho, está firmado por un señor Marcos Aguinis. Como su biografía o su existencia física no son relevantes para este texto que sólo nos interesa porque ha sido comprado y quizás hasta leído por decenas de miles, de ahora en más lo llamaremos Autor M.A. o, más simple, A.M.A. Para acentuar que lo que importa del volumen escueto es que parece sintetizar opiniones de muchos compatriotas, podemos imaginar que A.M.A. también significa otras cosas: entre ellas, la más apropiada me parece Argumento Mediocre Argentino. El lector avisado descubrirá cuándo la sigla conviene mejor a una lectura que a la otra o cuando, si acaso, se acomoda a las dos.

El volumen se titula, decíamos, ¡Pobre patria mía!: así, lleno de exclamaciones, como dicho por alguien que quiere garantizar que todos sepan que lo grita. En la página de guarda uno de los epígrafes cita el grito atribuyéndolo a Manuel Belgrano. La elección no parece azarosa: en los últimos años cierta historiografía ha privilegiado la figura de Belgrano por esa misma escena en la que se supone que le dolía su patria. Que el general se muriera pobre y pagara sus gastos médicos con su reloj de oro resulta un arma arrojadiza eficaz para un sector social que hizo de la deshonestidad de sus líderes un dato decisivo. Ya hemos hablado bastante de honestismo: un señor cuyos intentos se cuentan por fracasos –un señor que quiso conducir un ejército y que, tras un par de victorias parciales, sólo logró derrotas; un señor que quiso instalar una monarquía incaica en la Argentina y, por suerte, no lo consiguió; un señor que, enviado como diplomático a Europa, no logró que lo recibieran en ninguna corte; un señor que después volvió a conducir un ejército que sólo sirvió para reprimir con muertes y penas de muerte revueltas de provincianos descontentos; un señor que perdió su lugar en la construcción de la Nación y sólo pudo recuperarlo como fantasma o prócer muchas décadas más tarde– es un héroe apropiado para estos tiempos: será un inútil pero murió sin un peso, pobrecito, era honesto. La gran Alfonsín, maniobra clásica, asoma ya en el título de la obra. Que, además de todo, parece estar equivocado: la cita citada siempre fue citada como Ay patria mía. Lo de pobre parece ser un patinazo del A.M.A. que, sin duda, ha preferido pensar una patria pobre que una patria ay. Es su derecho.

El escueto ofrece cantidad de elementos para la discusión: da la sensación de que la mayoría de los lugares comunes del A.M.A. están contenidos, cómodos, pimpantes, en sus páginas magras. Así, el texto empieza con una afirmación tajante, rotunda, que se constituye en la base indispensable de todo el desarrollo posterior: “Fuimos ricos, cultos, educados y decentes”, dice el A.M.A. ¿Quiénes fueron todo eso? ¿El señor conocido como A.M.A., sus padres y sus tías? ¿Los vecinos de su edificio de departamentos? ¿Los socios del Jockey Club? ¿Los chicos y chicas de la promoción ’53 de la Escuela de Comercio Virrey Vértiz? ¿Los cuatro amigos que no dejan de encontrarse en el Tropezón todos los jueves desde hace 37 años? ¿Los hombres mayores de setenta con labios finos y una verruga verde bajo la nuez de Adán? No hay forma de saberlo. Lo único que queda claro es que el A.M.A. se incluye en esa frase de autodefinición: fuimos ricos, cultos, educados y decentes. No es poco: cualquiera habría querido formar parte de ese plural. Sólo nos faltaba coger de tanto en tanto y estábamos hechos.

“Fuimos ricos, cultos, educados y decentes”. Más allá de las dudas sin interés, una certeza: si el A.M.A. puede empezar así su panfleto es porque su afirmación es un lugar tan común que no necesita darle un sujeto, porque todos suponemos su sujeto, el sujeto nacional por excelencia: los argentinos. Los argentinos, dice el A.M.A., tácito, “fuimos ricos, cultos, educados y decentes”. No hay mito más decidido y persistente en la historia de la patria ay.

Vivimos convencidos de esa idea: hubo tiempos en que los argentinos fuimos todo eso y un par de cosas más. Esos tiempos, por supuesto, están en el pasado, lejos, ligeramente incomprobables. Pero no en un pasado vago, indefinible: se suele suponer que fuimos todo eso en la primera mitad del siglo XX, grosso modo. No hay versión más difícil de sostener. Con más espacio me gustaría revisar en serio aquellos años y tratar de entender aquel país que suponemos rico: aquel país hecho de tanos brutos gallegos brutos alemanes brutos rusos brutos que venían dispuestos a ser esos hombres de buena voluntad que querían habitar el suelo patrio. No había forma de que esos fugitivos del hambre fueran ricos, cultos o educados; eran pobres, estaban desesperados, y llegaban atraídos por ese mito de tierra prometida que la Argentina se estaba armando. No funcionó bien: la mitad de los inmigrantes que llegaron en esos años se volvió a sus países. Ni el recuerdo de aquel hambre ni las amenazas de las guerras alcanzaron para que se quedaran en este país, donde la vida debía ser muy difícil. Aunque hubo unos pocos que no se fueron por eso, sino porque los echaron: los argentinos ricos, cultos y educados –que los había, supongo, aunque eran poquitos– se defendían de los nuevos argentinos con leyes que les permitían deportarlos si no les gustaban sus actividades –y las aplicaron a granel. Lo cual no impidió que, durante los veinte años siguientes, esa mayoría de argentinos que no eran ricos, cultos, educados y decentes siguieran peleándose con los otros por su derecho a arañar pedazos del pastel. Consiguieron cosas como el derecho al voto en 1916, y también el derecho a la represión y la muerte pocos años después, en la Semana Trágica de 1919.

Es cierto que en esos años la Argentina apareció –fugaz– como la octava economía del mundo en ciertos rankings, porque lo que miden esos rankings es el equivalente monetario de una producción determinada. Pero la Argentina nunca fue rica; hubo unos pocos argentinos, los dueños de la tierra entonces, que fueron provisoriamente riquísimos cuando sus vacas y sus trigos se cotizaban bien en los mercados internacionales –y la concentración de sus propiedades hacía que tuvieran tanto. Ellos sí eran ricos y algunos incluso cultos y educados, pero nunca se les ocurrió invertir para hacer un país: la Argentina del siglo XX es, sobre todo, producto del despilfarro de aquellos potentados que no consiguieron imaginar que los ganados y las mieses podían agotarse, o que su tasa de fertilidad podía aminorar sus posesiones hasta convertir estancias en macetas, o que el futuro –ese momento en que uno ya no existe– tuviera alguna razón para importarles. Esos señores, los dueños de la patria, los que inventaron la Argentina actual, eran tan punkies: con el No Future como lema se reventaban la plata en bacanales o palacios, total –pensarían– siempre iba a haber más vacas.

La idea de que todo tiempo pasado fue mejor es casi más vieja que la idea de pasado. O, dicho de otro modo: hay momentos en que sospecho que la memoria se inventó para tener algo que añorar, un pasado que llorar porque era tan bueno y tan bonito y tan barato. Pero nuestro pasado glorioso es, como muchos, un tiempo que nunca fue presente, que siempre estuvo en el futuro, que supo mantenerse como futuro inminente durante muchos años. Fuimos, si acaso, un país que vivió de su idea de que alguna vez sería un gran país, siempre un poco más allá, siempre adelante. Y es cierto, creo, que esa idea duró hasta los años setentas, cuando desapareció a manos de los ricos argentinos –ni cultos ni educados ni decentes– y su dictadura y su proyecto de volver todo atrás y recrear la Argentina de principios de siglo, con vacas y cereales, sin industrias ni obreros. Y es cierto que nos quedamos sin mito, sin siquiera saber cómo mentirnos. Salvo, por supuesto, el A.M.A., que persiste en su idea de que deberíamos volver a ser lo que no fuimos nunca.

Hablábamos, la semana pasada, de ese volumen magro escueto que se llama ¡Pobre patria mía!, obra del A.M.A., siglas de Autor Marcos Aguinis o, también, de Argumento Mediocre Argentino –y decíamos que su interés consiste en sintetizar ciertas ideas de mucha circulación en la Argentina actual. Entre ellas, tan insistente, el gorilismo, que le hace definir al ex presidente K con un rulo antológico: es un “tirano indirecto”, un tirano que no gobierna. “Y ocurre algo más misterioso aún. (…) Kirchner no ha puesto tras las rejas a un solo opositor y –¿habrá querido decir ni?– tampoco ha ordenado eliminar a un solo periodista”, dice, en medio de la catarata de invectivas. Que después fustigan que la presidenta enarbole “el agresivo tonito de montonera soberbia, dueña de la única verdad, embalsamada en concepciones pretéritas”, y que su círculo esté “compuesto por ex guerrilleros, terroristas, secuestradores e ideólogos convertidos ahora en cleptómanos burgueses sin culpa ni arrepentimiento”, por ejemplo. Es, se ve, un compendio de insultos que ocupan el lugar del argumento. El gorilismo, en general, está hecho de argumentaciones periféricas que eluden el argumento verdadero.

El gorilismo era un mal recuerdo de la política argentina: Menem –gracias a sus alianzas con Alsogaray, sus amores con el almirante Rojas y, sobre todo, su política económica– lo había hecho innecesario y destruido –entre tantas otras cosas. El kirchnerismo –y es una pena que ése sea su mérito– lo resucitó, y el gorilismo es pasión tan bruta, tan poco inteligente, que sirve para rever y reevaluar los actos que condena.

Entonces, en lugar de imaginar que el libro es una maniobra genial de la Secretaría de Medios de la Presidencia –porque tanto insulto pobre da ganas de apoyar al insultado–, trato de encontrar las razones del odio: parece que el A.M.A. tiene miedo por sus propiedades. Lo dice más o menos pronto: “La crisis económica mundial hubiera sido una oportunidad brillante para nuestro país. Si aquí existiesen la ignorada seguridad jurídica y el respeto por la propiedad, hubiesen –¿habrá querido decir habrían?– desembarcado caudalosos capitales productivos”. Pasemos por alto la idea curiosa de que si una crisis económica es mundial puede ser una oportunidad brillante para cierta parte del mundo –y, en particular, para nuestro país, esa parte tan noble que no debe jugar con las mismas reglas que el resto. Pasemos por alto entonces el hecho de que en los últimos treinta años, a partir –grosso modo– del golpe militar de 1976, los ricos argentinos quisieron reconstruir aquel país agroexportador del Centenario, y que eso nos pone en una situación de extrema dependencia de las crisis económicas mundiales. Pasemos por alto también los datos sobre la propiedad en la Argentina que dan ganas de decirles muchachos, revisen los números, sean rigurosos, agradezcan: por ejemplo, los que reunió Claudio Lozano para mostrar que el proceso de concentración económica se acentuó durante la era K, cuando la facturación de las 200 mayores empresas del país pasó de representar el 51,3 por ciento del pbi en 2005 al 56,1 por ciento en 2007 –y no llegaba al 32 por ciento en el 97. Y no pasemos por alto el planteo de base: la derecha llama seguridad jurídica al hecho de mantener las leyes tal cual son porque sabe que esas leyes, que ha conseguido a lo largo de muchas décadas de esfuerzos, son las que necesita para seguir mandando.

¿Por qué no deberían cambiar las leyes, que siempre han cambiado? ¿Qué habría pasado si se hubiera impuesto esa idea en 1789, Francia, supongamos? ¿Seguiría habiendo reyes absolutos? La base de todos los planteos del A.M.A. está en postular que hay conceptos inmutables: la propiedad privada, estas leyes, cierta idea de la moral, la democracia –cuando les conviene. Ninguno de ellos lo es: cualquiera de esos conceptos, todos ellos, son el resultado de un consenso que se escribe. En determinado momento una sociedad consensúa –de la forma que sea, incluyendo la presión violenta– determinadas cosas: que si yo me compro a ese muchacho en el mercado tengo derecho a que trabaje para mí y me la sobe cada noche hasta que se muera, o a matarlo mañana porque no me gustó cómo miraba al canario colorado, por ejemplo. La propiedad privada de las personas –antaño llamada esclavitud– fue un derecho inalienable respetado durante milenios. Cualquier infracción a esa norma era un atentado contra el consenso y la ley que establecían que así debían relacionarse los humanos.

Hubo gente que no estaba de acuerdo, hubo gente que empezó a decirlo. Entre el momento en que se oyeron las primeras voces al respecto y el momento en que ya no hubo necesidad de seguir hablando del asunto pasaron, grosso modo, dos mil años. Dos mil años durante los cuales algunos dijeron que lo primero era tener seguridad jurídica, otros que el problema era que no se respetaba la propiedad, otros que cómo podía ser que una persona fuera dueña de otra, y otros nada de nada porque estaban ocupados en llegar a fin de mes o comer esa noche o pegarle a la esclava. Y, después, ya tranquilos, en lugar de pensar –y dudar, y cuestionar, y preguntarse– retomaban el A.M.A. y se aliviaban.

El otro gran argumento del A.M.A. es la idea de que el Estado, por definición, es la gran amenaza contra esa propiedad privada y que es, antes que nada, inútil, una cueva de ratas y ladrones. Gracias a esa idea, lo sabemos, el menemismo malvendió casi todo. Pero su fracaso hizo que después muchos revisaran esa idea y, en estos últimos años, el kirchnerismo aprovechó ese cambio para reestatizar ciertos servicios y funciones. Lo hizo tan mal, con tan poca transparencia y credibilidad, que ahora el A.M.A. aprovecha para contraatacar, y tratar de instalar de nuevo aquella desconfianza: la estatización de los fondos de jubilación equivale, dice, “a robarle el dinero a la gente”. Una vez más, los errores y excesos del gobierno le permiten al A.M.A. eludir la discusión de fondo: ¿qué significa que esa riqueza esté en manos del Estado o de empresas privadas?

Hay un dato tan obvio y tan brutal que el A.M.A. lo desdeña: si una empresa privada –un banco en este caso– maneja tu plata, su objetivo, su razón de ser, es ganar plata. Entonces, necesariamente, tiene que quedarse con una parte del producto de tu plata para justificar su existencia. O sea: por definición, una empresa privada va a quedarse con parte de tu plata. No por avidez, rapiña, crimen: por principio, legalmente aceptado. Se justifican diciéndote que eso es lo que les pagás para que tu plata esté mejor administrada: nos quedamos con una parte, pero a cambio te hacemos ganar más que lo que ganarías sin nosotros; es sólo un slogan. El Estado, en cambio, por definición, no tiene que quedarse con nada: ésa es la diferencia decisiva. Se supone –y debería ser así– que si el Estado administra dinero de los ciudadanos nadie debe obtener ganancias y, por lo tanto, todo lo que consiga sigue siendo, de diversas maneras, de los ciudadanos.

El planteo es bastante irrebatible; entonces los privatistas –como el A.M.A.– tienen que demostrar que el Estado es necesariamente ineficiente, que nunca podrá cumplir con su cometido, porque si pudiera sería mejor que el privado por default. El mito de la inutilidad del Estado –tan bien alimentado por la inutilidad del Estado– sirve para eso. Aunque es arduo sostenerlo en estos días, cuando lo que se muestra es la inutilidad de la gran banca privada –y la necesidad de intervención de distintos estados para salvarla.

Pero el A.M.A. insiste, no se rinde, y se aprovecha, es obvio, de la venalidad y codicia y torpeza de los que manejan el Estado, tan estatistas que quieren quedarse con él para siempre y truchan y curran para conservar su poder, y destruyen sus propios argumentos. La discusión debería ser otra: si es mejor que la economía esté manejada por empresas privadas que ganan dinero o por el Estado que no. Este Estado es un desastre, lo sabemos. Pero, frente a eso, hay dos opciones políticas. Dije políticas: aprovechar el deterioro del Estado para justificar la privatización de todo, que es lo que se viene haciendo desde hace treinta años con los brillantes resultados a la vista, o empeñarse realmente en su reforma y su reconstrucción. Ese es el debate que el A.M.A., desesperadamente, trata de esquivar, basándose en el mito, persistiendo en él, para justificar nuevas oleadas privatistas que vendrán, seguramente, cuando el K termine de autodestruirse.

Perdon. me explicas porque la critica?? Nose si leiste bien, peor el autor hace una fuerte critica a la inoperancia de los q gobernaban el pais. Por ahi no entendes el termino inoperancia.

“El Principe” de Maquiavello.

Mi crítica viene a que ese tipo es un delincuente que lo esuché varias veces defender el accionar militar en el 76.

El arte de la guerra- Sun Tzu

Para nada. por lo menos en el libro hace una fuerte critica al proceso y lo aislados del mundo q estabamos por la violacion sistematica de derechos humanos q tenia el gobierno. Por eso me sorprende la critica. Aparte jamas compraria un libro q este o hable a favor del gobierno militar.

Mmm seguro ? Me hiciste dudar … es este libro al que te referís ?

Juan Bautista Yofre,mas conocido como el “Tata” Yofre acaba de publicar y lanzar a la venta un asqueroso y desopilante libro titulado “Fuimos todos” en donde intenta hacer algo muy similar a lo que muchos “voceros de la historia oficial” pergeñaron sobre el nazismo en la posguerra: afirmar que “fuimos todos” los responsables del genocidio que la ultima dictadura militar perpreto en nuestro pais.

De esta manera,Yofre,querria dejar en claro que alli todo era “confuso” “brumoso” “vizcoso” y que los malos no eran tal vez tan malos ni los buenos eran quizas tan buenos. Asi acentua, como si eso borrara en algo las fronteras del sentido de los hechos, que existian muchas diferencias entre la Junta Militar,que habia “Halcones” y “Palomas”, que la cosa era mas compleja de lo que pensamos,que habia que vivir esa epoca,que el “mea culpa” tiene que ser de la sociedad en su conjunto,etc. En el programa del recoclado facho devenido democrata Dr Mariano Grondona, Yofre pudo hacer su apologia vomitiva de esta serie de infamias e insultos a la memoria de ,os compañeros que luchaban por un pais mejor, caidos por la dictadura genocida. Para Yofre,TODOS,TODOS fuimos o somos responsables,eso equivale a decir,por ejemplo que los pibes de las noches de los lapices,que los miles de obreros,estudiantes y profesionales asi como un sin numero de luchadores sociales tienen tanta responsabilidad como sus torturadores en lo que se produjo del 76 al 83. En Alemania postnazi ya se aplico esa teoria de la “culpa colectiva”: el fuimos todos no permite identificar a los responsables reales desde Videla,Kissinger hasta Martinez de Hoz y el “argentimedio” que festejaba con la banderita en el 78 o el taxista que pego en su auto el slogan “los argentinos somos derechos y humanos”. Todos ellos,al igual que los intendentes radicales,los politicos venales en general y la burocracia sindical que entrego compañeros a las fauces militares,todos ellos tienen el mismo nivel de responsabilidad que los que lucharon como pudieron,desde el exilio o donde fuera contra el terrorismo de Estado que devasto este pais,masacro una generacion y practicaba el deporte de “picanear” embarazdas, las cuales,segun Yofre,seguramente “algo habran hecho” tambien para ser incluidas en la aspiradora expiatoria del “fuimos todos”

Repudiemos esta literatura basura,por favor,sigamos en la lucha real de la Memoria,la Verdad y la Justicia para el nunca mas verdadero en la Argentina.

Mira, yo puedo opinar por lo q lei del libro y en ningun momento el avala o acepta la dictadura. Todo lo contrario. Mas alla de las torturas, secuestros y demas, el hace incapie a lo aislado q estabamos del mundo por culpa del gobierno de facto en cuanto a su violacion sistematica y constante sobre los derechos humanos. Justamente lo q hace incapie es q ante ese aborracible gobierno, muchos argentinos lo requerian de manera implicita al final del gobierno de Isabel Peron. Claro ejemplo de como la gente festejaba o disfrutaba del mundial cuando se estaba torturando y matando gente. Lo mismo con el tema relacionado con malvinas. Desde mi punto de vista no veo q sea un libro pro dictadura, sino q critica a la junta por su inoperancia y falta de capacidad total para gobernar un pais.