A esta altura del torneo y de las circunstancias, ya estábamos demasiado inundados de antipatía y desamor hacia el equipo. En estos ocho meses hubo muy pocos cruces de miradas seductoras entre la pareja conformada por el andar del conjunto y lo que se esperaba de él. Pero ayer afortunadamente se pararon en el escenario varias armas de seducción y se estableció un primer diálogo serio y demostrativo entre esta especie de falso matrimonio, el cuál mostraba muchas más manchas de deterioro que brillo resplandeciente en su relación de convivencia.
Esos 80 minutos con 10 hombres fueron una linda ración de fútbol promovida por River, la cual considero que sin lugar a dudas fue la mejor mostrada en esta etapa de Almeyda. Porque sabiendo de nuestros antecedentes, y cuando quizás se esperaba una muestra más de falta de inteligencia y de carácter post expulsión de Sánchez, repentinamente nos encontramos con un equipo que jugó no solo con el corazón sino también con la cabeza situada en lo más alto del mástil.
Hubo manejo de tiempos con posesión de pelota y precisión en uno o dos toques (incluso en pases dificultosos entre líneas y mucha pierna ajena). Hubo poder de anticipo terrestre o aéreo para no pasar demasiados sobresaltos en defensa teniendo en cuenta la desventaja numérica. Hubo muy buenos cierres y funcionó más que correctamente el trabajo de relevos. Y, por sobre todas las cosas, hubo espíritu solidario y concentración casi plena (salvo alguna excepción) para no empatarnos solos el partido cuando la asfixia brotaba sobre los pulmones de todos los futbolistas de River.
Los tándems Maidana-Ramiro y Cirigliano-Ponzio fueron dos cócteles que no se mezclaron solos, sino que lo hicieron en conjunto y a la perfección. Ese cuadrado versátil, flexible y maleable se volvió casi impenetrable, y desde ese sector del campo el equipo construyó los cimientos de una victoria resonante para el estado de ánimo y la confianza propia de cara a lo muy duro que se viene.
Y sobre el final, para redondear una gran actuación colectiva, apareció esa cuotita de amor francés que nos regaló Trezeguet, con el manual del delantero incorporado en su anatomía, y brindándonos un festejo lleno de espíritu aficionado que sí fue sincero y nos gustó oírlo. Cada vez que lo veo jugar, siento que nunca me voy a morder la lengua por alabar sus cualidades fenomenales dentro y fuera del area.
Ojalá este partido quede en el recuerdo como la tan demorada pero ansiada primera cita entre el equipo y sus posibilidades, y que no haya sido un simple vuelo rapaz y pasajero. Porque definitivamente este es el River que nos gusta a todos, el que nos puede consolar aunque sea un poco después de tanta agua sucia junta que pasó por nuestro puente. El equipo obviamente tuvo defectos (uno o dos), y queda muy claro que no deben ignorarse ni la magra calidad del rival, ni la irresponsabilidad del uruguayo, ni algunos errores puntuales y asilados a nivel individual que hay que corregir, pero me parece que la de ayer debe ser una jornada dedicada pura y exclusivamente a la satisfacción y el reconocimiento.
Saboreamos una copa de lo mejor, aunque se sabe que lejísimos se encuentra el sentimiento de enamoramiento pleno hacia el fútbol de este equipo. De todas maneras, esta vez quedó el regocijo de saber que después del partido encontramos una llave para darnos una oportunidad fehaciente de poder mirar a este River con otros ojos en algún momento…