Texto escrito por el historiador Felipe Pigna publicado en el Clarín el domingo 25/01/09. Para quienes le gustan la historia se trata de la Argentina en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Un excelente artículo de fuerte contenido para los que sientan algo por el país, más allá de sus posiciones políticas (ideológicas).
[SIZE=1]LA HISTORIA EN UNA FOTO[/SIZE]
Tardía ruptura de relaciones con el Eje
El 26/1/44, el gobierno argentino anunció el quiebre de vínculos con la Alemania nazi y Japón. Era el tramo final de la segunda guerra y del nacionalismo retrógrado de los coroneles del GOU
Felipe Pigna. HISTORIADOR
Hacia fines de 1943, el curso de la Segunda Guerra Mundial comenzó a favorecer a los aliados y, desde entonces, al gobierno militar argentino surgido del golpe de 4 de junio de aquel año se le hizo más difícil sostener su posición de neutralidad. Aumentaron las presiones estadounidenses para que la Argentina rompiese relaciones con el Eje y se integrase al “sistema panamericano”, obediente a los Estados Unidos. Bajo el influjo del secretario de Estado Cordell Hull, Washington pasó a la ofensiva: suspendió los permisos de exportación para casi 16.000 embarques que estaban acordados con anterioridad al 1º de mayo. La medida privaba a la Argentina de maquinarias, materias primas y artículos manufacturados imprescindibles. En particular, se veían afectados los insumos industriales, lo que alejaba cada vez más la competitividad argentina de la brasileña en este rubro. La decisión cumplía fielmente el plan estratégico de los Estados Unidos para la región: debilitar al máximo a la Argentina e impulsar el desarrollo industrial y militar de su ahora incondicional aliado, Brasil.
La actitud hostil del gobierno norteamericano tuvo poco que ver con la declamada intención de combatir al nazifascismo y mucho con aprovechar la coyuntura para desplazar a la Argentina de su lugar preponderante en América latina, para eliminarla de la competencia por un mercado mundial que Estados Unidos quería monopólico y para hacerse cargo del papel de potencia hegemónica de nuestro país que venía ocupando Gran Bretaña. Hull quería presionar al gobierno de Ramírez; pero en lo inmediato, con sus draconianas medidas, lo que logró fue debilitar a los sectores más moderados y fortalecer a los “nacionalistas” más retrógrados que ocuparon espacios clave.
En aquellas circunstancias, Perón fue prudente y sólo se dedicó a apuntalar a Farrell para la vicepresidencia, que había quedado vacante. El coronel era consciente de que aquellos “nacionalistas” eran absolutamente piantavotos y que si quería profundizar su relación con el movimiento obrero era imprescindible despegarse de estos personajes que estaban en la vereda de enfrente de cualquier delegado gremial. Ante el fracaso de las tratativas para adquirir armamento en Estados Unidos, el coronel Enrique González, secretario general de la Presidencia, decidió enviar a un oficial argentino a Berlín para comprar armamento.Luego se sabría que el enviado era, además, un espía nazi. En un episodio digno de una novela de Graham Greene, fue detenido en el Caribe por autoridades británicas, lo que generó un escándalo internacional de grandes proporciones. En ese complicado contexto, el canciller Alberto Gilbert confirmó que el país declararía la guerra al Eje y el GOU se reunió especialmente para tratar el tema. El coronel González y el general Eduardo Ávalos apoyaron al gobierno, frente a una nutrida oposición. Perón sacó provecho, al no alinearse con ninguno de los dos bandos. El 26 de enero de 1944, el gobierno argentino rompía las relaciones diplomáticas con Alemania y Japón (Italia estaba ocupada por los aliados).
Tres semanas después de esa ruptura, los miembros del GOU, muy probablemente alentados por Perón, exigieron la renuncia de González y Gilbert. Eliminados ambos, Ramírez quedaba solo a merced del coronel, quien agitó el fantasma de que el gobierno se aprestaba a enviar tropas al Asia contra Japón. Ramírez no supo convencer a los principales oficiales del Ejército de que se trataba sólo de rumores. En los días siguientes, Ramírez lograría un récord difícil de batir: tendría que presentar tres veces su renuncia a la presidencia.Mientras tanto en Washington, Cordell Hull era reemplazado interinamente en el cargo por Edward Stettinius, quien se mostró más comprensivo con la Argentina. A poco de asumir, le informaba al presidente Roosevelt: “He revisado cuidadosamente con el FBI nuestras acusaciones contra la Argentina y puedo concluir con seguridad que si bien es cierto que hasta hace un año hubo indicios sustantivos de ligazones con el Eje, tal situación ya no existe. Nuestro antagonismo actual se basa más bien en un sentimiento emocional, presente en nuestro pueblo y gobierno. Nos guste o no, Perón permanecerá en el poder […]” (1).
Summer Welles, un alto funcionario norteamericano, traducía en un informe la preocupación por las consecuencias que había provocado en la opinión pública latinoamericana la ofensiva lanzada contra la Argentina por Washington: “Cuando la bandera argentina aparecía en las pantallas cinematográficas de los países hispanoamericanos era saludada con vivos aplausos, mientras que se acogían con silbatinas todavía más fuertes las imágenes de las personas consideradas responsables de la política de los Estados Unidos” (2).
Mientras todo esto ocurría, el 4 de febrero de 1945 se reunían en Yalta los nuevos amos del mundo. Allí estaban Roosevelt, Churchill y Stalin. El tema de la Argentina estuvo presente en las conversaciones entre los tres “grandes”. Según cuenta Stettinius en sus memorias: “Gran Bretaña, por depender de los suministros de carne que recibía de la Argentina y tener grandes inversiones hechas en aquel país, no deseaba unirse a los Estados Unidos y participar en una acción enérgica contra la República Argentina. Stalin dijo al presidente Roosevelt que no sentía ningún afecto hacia la Argentina y añadió que existía una contradicción en la lógica que regía el sistema de admitir naciones” (3). Como se ve, la actitud para nada desinteresada de Gran Bretaña fue decisiva para no excluir a la Argentina del sistema internacional.
El 21 de febrero de 1945 se reunió en el Palacio de Chapultepec, en la ciudad de México, la Conferencia Interamericana Especial sobre Problemas de Guerra y Paz, promovida por Washington para asegurar su predominio en lo que ellos mismos denominaban despectivamente “el patio trasero”. La Argentina no asistió pero fue claramente protagónica en ausencia, ya que tres artículos de la declaración final hacían clara referencia a nuestro país, invitándolo a firmar las resoluciones e incorporarse al “concierto de las naciones americanas”. Para no desafinar, el presidente Farrell decidió, el 27 de marzo de aquel año clave, dictar el decreto-ley 6945 que decía: “El gobierno de la Nación acepta la invitación que le ha sido formulada por las veinte repúblicas americanas participantes de la Conferencia y adhiere al Acta final de la misma”.
La redacción del artículo 2 del decreto no deja de sorprender: “Declárase el estado de guerra entre la República Argentina y el Imperio del Japón”, y recién en el artículo 3 se le declaraba la guerra a Alemania por carácter transitivo: “Declárase igualmente el estado de guerra entre la República Argentina y Alemania, atento al carácter de esta última aliada del Japón”. El Acta de Chapultepec fue firmada por nuestro embajador en México el 4 de abril. Una semana después, los EE.UU.y las demás naciones latinoamericanas normalizaron las relaciones con la Argentina. En retribución, el gobierno argentino tomó medidas tendientes a mejorar su imagen: cese total del intercambio comercial con los países del Eje, cierre de publicaciones pronazis, intervención de empresas alemanas, arresto de un número importante de espías nazis o sospechosos de serlo y promesa de una pronta convocatoria a elecciones nacionales en las que resultaría electo, a pesar de la furibunda campaña de Washington a favor de la Unión Democrática, el coronel Juan Domingo Perón.
(1)En Rogelio García Lupo, La Revolución de los generales, Buenos Aires, Editorial Jamaica, 1963.
(2)Ibídem.
(3)Edward Stettinius, Roosevelt y los rusos, Barcelona, Plaza y Janés, 1961.
La foto que hace mención el texto de la Conferencia de Yalta.