Qué difícil empezar estas palabras, difícil porque Ortega significa demasiado como para caer en simplicidades.
No soy ciega y comprendo perfectamente lo que les pasa a muchos de ustedes, esa mezcla de dolor e impotencia también la experimento
Sin embargo hay algo que no nos gusta ver y que tiene tanta incidencia en la actitud destructiva de Ortega como su adicción: la hipocrecía del hincha.
No me refiero a alguien en particular sino al “hincha” en general.
Ortega es un talentoso, y cuando estaba en la plenitud de su carrera hizo magia pero Ortega también es un hombre que a temprana edad cubrió sus vacíos personales con mimos ajenos, mimos que abrazó como propios. El hincha lo amó, lo puso en un pedestal, coreó su nombre, se lo cargó al hombro. Si pensamos que esa actitud no generó en él una dependencia, entonces, miramos el problema desde un ángulo reducido.
Es inevitable que como hinchas “endiosemos” a “nuestros” jugadores; el fútbol es pasión, nos nace de adentro, como si la sangre empujara, pero lo que no medimos es la repercusión que tiene en el jugador ese rol adjudicado. Hoy Ortega no puede bajarse del pedestal, no sabe cómo
Pongámosnos en su lugar, salvando las distancias, si en mi trabajo, en mi vida, comienzan mis amigos, colegas, a decir que soy muy bueno, muy talentoso; si luego dependen de mí, me dan el rol de lider, me alaban, me aman, me las voy a creer y lo peor, voy a necesitar de ese cariño. Si al otro año, por mi actitud, por mi rendimiento bajo, ese reconocimiento se diluye y, en su lugar, en vez de surgir la crítica, aparece el insulto, el desprecio, la ignorancia ¿cómo me voy a sentir?
Se dice “Ortega, andate de River, por tu bien y el del club”, sin embargo no nos damos cuenta que a él también River le pertenece. No quiero decir con esto que deba quedarse a vivir en la institución, yo también sostengo que su ciclo terminó pero el burrito no puede ver esa diferencia; no puede entender que su retiro no va a borrar su ENORME trayectoria
El burrito tiene miedo al olvido, tiene miedo a que todas las voces que gritaron su nombre se apaguen, porque las necesita, porque se han transformado en un vicio mayor que el alcohol.
La solución, compleja, delicada, tal vez esté en aquellas personas, conectadas a su vida, a esta profesión, para que le den la orientación certera desde lo afectivo y lo material; pero convengamos también que durante mucho tiempo su nombre fue anzuelo de voto, como lo es Ramón o el Enzo porque saben lo que nos generan. El burro fue usado y él se dejó usar porque de esa manera no le iban a quitar el dulce de la mano.
Y nosotros, no digo apoyarlo en todas, el que no le gusta Ortega como jugador tiene total derecho de sacarlo de su lista y poner a otros en su lugar; de criticarlo (no defenestrarlo), de hacérselo saber, pero también tenemos que ser un poco más transparentes y no actuar con una frialdad que, a mí, me asusta; esto es caer en “andate borracho”, “Hasta luego y gracias”, “chau, ya fuiste”.
El fútbol es un juego, un hermoso juego, que nos hace feliz, nos une, nos identifica pero sigue siendo un juego. Ariel Ortega es una persona enferma, adicta, al alcohol, a una vida vertiginosa y a nuestra propia miel.
Yo no quiero llorarlo, no quiero que pase lo peor y después salir a hacerle homenajes, a ponerle carteles de “nunca te olvidaré”, a decir con liviandad “era un crack, pero su actitud lo mató”.