Los especiales de la NBA

Ahi lo vi, se me habia pasado. Impresionante.

Uff me comi en 30 minutos las tres partes.

La primera me impacto mucho más que toda, capaz por la forma en la que esta contada y por el trágico final.

Excelente Mati! Averiguaste donde se pueden conseguir esos 30/30 de ESPN?

Termina Marzo y no pasó nada más parece:twisted::evil:

Sin ningún tipo de permiso por parte del autor del thread, que al parecer está ocupado buscando un bulo en Villa Calamuchita (?), dejo está historia sobre un documental basado en la rivalidad entre Mágico Johnson y Larry Bird

Magic & Bird (HBO): La realidad patea la ficción

Jot Down Cultural Magazine | Magic & Bird (HBO): La realidad patea la ficción

“En el verano de 1985 la rivalidad entre Magic Johnson y Larry Bird rozaba cotas enfermizas. Una vez decidido el campeonato de ese año a favor de los Lakers, el agente de Magic vino a comunicarle una proposición. El 32 angelino respondió con sorna: “¿Estás loco? No voy a hacer ningún anuncio con Larry”. Bird, por su parte, puso una condición: “No voy a grabar nada en L.A. ¿Quieres hacer un anuncio? Vale, pero ven a mi casa”. Johnson aceptó la idea sin tenerlas todas consigo, en gran parte porque le divertía mucho ponerse delante de la cámara fuera donde fuera. El flamante nuevo comercial de Converse se grabaría en French Lick, Indiana, tierra de origen de Larry Bird. Se vistieron de corto y jugaron un uno contra uno simulado. Hicieron un esfuerzo por no competir de verdad, pero aquello fue embarazoso. Acabaron por relajarse, sonrieron, hablaron un poco. A la hora de la comida Magic se dirigió a su caravana pero Bird tenía otra idea: “Mi madre ha preparado el almuerzo”. Comieron con la familia de Bird, que admiraba a Magic. “La madre de Larry era encantadora, me recordó mucho a mi madre. Se preocupó de que no me faltara de nada”. “Aquél día conocí a Earvin Johnson; me cae bastante mejor que Magic” confiesa Bird. “Fue un día realmente bonito” En las siguientes temporadas, sin embargo, seguirían matándose en la pista.”

La fertilidad del guionista no está en su imaginación sino en su experiencia. Su potencia creativa reside sobre todo en su bagaje de mundo, no tanto en su ingenio o en su capacidad para alumbrar ideas. Es por ello que la fórmula idónea para parir grandes historias sea, probablemente, una mezcla de personalidad, punto de vista y búsqueda. Se trata de observar, metabolizar y elaborar, un trabajo de reconocimiento y manipulación más que de eurekas de media noche. Se recrea más que se crea, así que la realidad patea la ficción.

Magic Johnson y Larry Bird sólo compartieron asistencias con la camiseta de Estados Unidos. Todo lo demás fue la guerra de las galaxias, una confrontación encarnizada con el baloncesto como coartada. Ni en los mejores sueños de ningún productor de Hollywood se podría imaginar una historia mejor. Eran los Lakers contra los Celtics, la costa Este contra la costa Oeste, la sonrisa del Pacífico frente al recio bigote del chico tímido de Indiana.

“Seamos honestos: si Larry hubiera sido negro y de Chicago, apenas hubiera importado. Es que eran polos opuestos: uno negro, otro blanco, uno tímido y otro extrovertido. Ése era el encanto de aquello”

Brian Gumble lo deja claro. Hasta los colores de los equipos parecieron ponerse de acuerdo, pues el verde trébol no podía lucir más contrario que el dorado amarillo de Los Ángeles. Dados estos mimbres, inmejorables, podría pensarse que el trabajo de HBO ya estaba más que encaminado, pero nada más lejos. Cuanto más fértil es el filón más fácil es malgastarlo.

Sucede que en HBO están los tipos más listos del sector. La industria de las series ha adelantado por el carril de en medio al género del largometraje —que no se derrumba, pero que sí palidece en comparación— y ahora la vanguardia audiovisual se vende por temporadas. Los de HBO no son sólo listos: también son los mejores, y a las pruebas podemos remitirnos (The Wire, Los Soprano, Deadwood, Treme…). Con la primera cualidad, el olfato, advirtieron que en la legendaria rivalidad entre Celtics y Lakers había materia prima de calidad tiple A. Con la segunda, que es talento, llevaron a puerto un documental sobre Magic Johnson y Larry Bird que no puede ser considerado sino como obra maestra. Y el que tenga ojos, que vea.

“Eran dos estrellas lanzados por el cosmos para competir (…) Esa competitividad surgía de una gran verdad: en la cancha eran iguales”

A nivel de baloncesto estricto su desempeño en la pista era claramente diferente, pues Magic era base y Bird alero. Pero su impacto en el juego era realmente parecido. Magic y Bird eran el centro de gravedad del nervio del partido. “Controlaban un encuentro haciendo sólo 12 tiros a canasta”, recuerda Kevin McHale. El baloncesto giraba a su alrededor, como dispuesto a voluntad de quien fuera capaz de absorber más influencia en el juego. Por supuesto, las similitudes les resultaban insoportables, de pleno inaceptables: “Por eso también nos odiábamos, porque sabíamos que éramos un espejo el uno del otro”. Y Magic remata: “Detestaba lo que decían de que él era mejor que yo. Los primeros años me molestó mucho. No se lo dije nunca a nadie, pero así fue”. Fuera o no fuera un secreto a voces que ambos jugadores se miraban obsesivamente, la Liga y la CBS utilizaron el discurso de la guerra de los mundos (Magic VS Bird) para impulsar una competición poco menos que moribunda y darle sus mejores datos de seguimiento. Antes de ellos, la NBA se moría por falta de alicientes.

Magic y Bird llegaron a la NBA el mismo año, en la 79-80. Ese año los Lakers llegaron a las Finales pero Boston se quedó a las puertas. En la mañana del crucial sexto partido en Filadelfia, Magic esperaba con impaciencia el resultado de la votación del Rookie del año. Todo el mundo sabía quiénes eran los dos máximos candidatos. El responsable de relaciones públicas de los Lakers entró y le dije a Johnson que ya habían anunciado el ganador. “¿Quién ganó?; Larry Bird —respondió; ¿Estuvo ajustado?; 63 votos contra 3 a tu favor”. Esa misma noche Magic protagonizó su mejor actuación individual en la NBA. Con Abdul-Jabbar lesionado Johnson tuvo la magnífica idea de suplirle jugando de ‘5’, y se salió. Alternó las cinco posiciones en la cancha y firmó unos impresionantes 42 puntos, 15 rebotes, 7 asistencias y 3 robos de balón. Fue nombrado MVP de las Finales y le dio el anillo a su equipo. Sin el acicate de Larry Bird, hubiera sido imposible. “Aunque tenía el campeonato, también quería el Rookie of the Year”.

La complejidad de la relación entre los dos jugadores está en el oxímoron. El subtítulo del documental, “a courtship of rivals”, que se traduce como “el cortejo de los rivales”, recoge perfectamente el contrasentido de encuentros y desencuentros que fue la relación entre Bird y Magic, un verdadero carrusel de amores y odios. Cuando, a propósito del anillo ganado por los Celtics en 1984, Bird dice que “esperaba que [Jonhson] estuviera sufriendo, que ojalá estuviera acabado (…), no podía ser más feliz con eso”, ímplícitamente está reconociendo que le importaba mucho todo lo que hiciera Magic. Cuando Johnson reconoce que “no se sintió tranquilo” hasta que no cortó la racha de 3 MVP de la Regular Season que ostentaba Bird, aparte de ambición personal, estaba reconociendo implícitamente que le importaba mucho todo lo que hiciera Larry. Se espiaban de reojo, como dos amantes orgullosos. El cénit de la disputa explota en la cumbre competitiva de ambos jugadores, sobre todo entre los años 1984 y 1987. En contrapartida, la madurez de la relación vendría con la caída de ambos.

“Larry tuvo dos trabajos en los siete últimos años que jugó en la NBA: jugar al baloncesto y cuidar su espalda”

Lo dice su doctor con la libertad que dan los años de distancia. Muy pocos supieron el calvario que Bird sufrió con su espinazo en el declive de su carrera. Padeció en silencio toneladas de dolor para poder prolongar su carrera y volver a enfrentar a Magic en unas Finales. “Pero aquello nunca sucedió (…) Probablemente debí haberme retirado en el 88 u 89”. Por supuesto, la imagen de Bird tumbado bocabajo en la banda no pasó inadvertida para Magic. Johnson atravesaba su mejor época con los Lakers pero no podía dejar de apiadarse de la imagen de su colega. La fatalidad, no obstante, no tardó también en alcanzar a Magic. En Noviembre de 1991 la notica de su retirada forzosa de la NBA dio la vuelta al mundo. Muchos no lo entendieron. La camarilla de parásitos que rodeaban a la estrella Earvin Johnson voló en desbandada. Lo tacharon de homosexual, de depravado, de peligroso para la salud pública. Larry Bird se apresuró a saber de él nada más supo la noticia. No fue impostura ni diplomacia: el poso de los años le había marcado para siempre.

“Voy a seguir, voy a vencer al SIDA y me divertiré”, dijo Johnson en la multitudinaria conferencia de prensa del 7 de noviembre de 1991. Los periodistas lloraban como magdalenas. El 33 de los Boston Celtics miraba la televisión y llegaba a la conclusión de que su retirada era inminente. Su razón de ser en la Liga se marchaba. “Seguí aquel año, pero sin Magic no era lo mismo”. La increíble amistad entre Magic Johnson y Larry Bird, consumada al fin, forjada durante años de lucha aunque ellos mismos no lo supieran, tiene su homenaje con el sueño de Barcelona 92. Allí volverían a jugar juntos por última vez. La Olimpiada del Dream Team cerró el círculo de una historia maravillosamente real que poco o nada tiene que ver con la ficción. Por momentos hay que frotarse los ojos para recordarse que ningún guionista se ha inventado nada de lo que estamos viendo.

Magic & Bird: a courtship of rivals (2010) HBO Sports

“En el verano de 1985 la rivalidad entre Magic Johnson y Larry Bird rozaba cotas enfermizas. Una vez decidido el campeonato de ese año a favor de los Lakers, el agente de Magic vino a comunicarle una proposición. El 32 angelino respondió con sorna: “¿Estás loco? No voy a hacer ningún anuncio con Larry”. Bird, por su parte, puso una condición: “No voy a grabar nada en L.A. ¿Quieres hacer un anuncio? Vale, pero ven a mi casa”. Johnson aceptó la idea sin tenerlas todas consigo, en gran parte porque le divertía mucho ponerse delante de la cámara fuera donde fuera. El flamante nuevo comercial de Converse se grabaría en French Lick, Indiana, tierra de origen de Larry Bird. Se vistieron de corto y jugaron un uno contra uno simulado. Hicieron un esfuerzo por no competir de verdad, pero aquello fue embarazoso. Acabaron por relajarse, sonrieron, hablaron un poco. A la hora de la comida Magic se dirigió a su caravana pero Bird tenía otra idea: “Mi madre ha preparado el almuerzo”. Comieron con la familia de Bird, que admiraba a Magic. “La madre de Larry era encantadora, me recordó mucho a mi madre. Se preocupó de que no me faltara de nada”. “Aquél día conocí a Earvin Johnson; me cae bastante mejor que Magic” confiesa Bird. “Fue un día realmente bonito” En las siguientes temporadas, sin embargo, seguirían matándose en la pista.”

La fertilidad del guionista no está en su imaginación sino en su experiencia. Su potencia creativa reside sobre todo en su bagaje de mundo, no tanto en su ingenio o en su capacidad para alumbrar ideas. Es por ello que la fórmula idónea para parir grandes historias sea, probablemente, una mezcla de personalidad, punto de vista y búsqueda. Se trata de observar, metabolizar y elaborar, un trabajo de reconocimiento y manipulación más que de eurekas de media noche. Se recrea más que se crea, así que la realidad patea la ficción.

Magic Johnson y Larry Bird sólo compartieron asistencias con la camiseta de Estados Unidos. Todo lo demás fue la guerra de las galaxias, una confrontación encarnizada con el baloncesto como coartada. Ni en los mejores sueños de ningún productor de Hollywood se podría imaginar una historia mejor. Eran los Lakers contra los Celtics, la costa Este contra la costa Oeste, la sonrisa del Pacífico frente al recio bigote del chico tímido de Indiana.

“Seamos honestos: si Larry hubiera sido negro y de Chicago, apenas hubiera importado. Es que eran polos opuestos: uno negro, otro blanco, uno tímido y otro extrovertido. Ése era el encanto de aquello”

Brian Gumble lo deja claro. Hasta los colores de los equipos parecieron ponerse de acuerdo, pues el verde trébol no podía lucir más contrario que el dorado amarillo de Los Ángeles. Dados estos mimbres, inmejorables, podría pensarse que el trabajo de HBO ya estaba más que encaminado, pero nada más lejos. Cuanto más fértil es el filón más fácil es malgastarlo.

Sucede que en HBO están los tipos más listos del sector. La industria de las series ha adelantado por el carril de en medio al género del largometraje —que no se derrumba, pero que sí palidece en comparación— y ahora la vanguardia audiovisual se vende por temporadas. Los de HBO no son sólo listos: también son los mejores, y a las pruebas podemos remitirnos (The Wire, Los Soprano, Deadwood, Treme…). Con la primera cualidad, el olfato, advirtieron que en la legendaria rivalidad entre Celtics y Lakers había materia prima de calidad tiple A. Con la segunda, que es talento, llevaron a puerto un documental sobre Magic Johnson y Larry Bird que no puede ser considerado sino como obra maestra. Y el que tenga ojos, que vea.

“Eran dos estrellas lanzados por el cosmos para competir (…) Esa competitividad surgía de una gran verdad: en la cancha eran iguales”

A nivel de baloncesto estricto su desempeño en la pista era claramente diferente, pues Magic era base y Bird alero. Pero su impacto en el juego era realmente parecido. Magic y Bird eran el centro de gravedad del nervio del partido. “Controlaban un encuentro haciendo sólo 12 tiros a canasta”, recuerda Kevin McHale. El baloncesto giraba a su alrededor, como dispuesto a voluntad de quien fuera capaz de absorber más influencia en el juego. Por supuesto, las similitudes les resultaban insoportables, de pleno inaceptables: “Por eso también nos odiábamos, porque sabíamos que éramos un espejo el uno del otro”. Y Magic remata: “Detestaba lo que decían de que él era mejor que yo. Los primeros años me molestó mucho. No se lo dije nunca a nadie, pero así fue”. Fuera o no fuera un secreto a voces que ambos jugadores se miraban obsesivamente, la Liga y la CBS utilizaron el discurso de la guerra de los mundos (Magic VS Bird) para impulsar una competición poco menos que moribunda y darle sus mejores datos de seguimiento. Antes de ellos, la NBA se moría por falta de alicientes.

Magic y Bird llegaron a la NBA el mismo año, en la 79-80. Ese año los Lakers llegaron a las Finales pero Boston se quedó a las puertas. En la mañana del crucial sexto partido en Filadelfia, Magic esperaba con impaciencia el resultado de la votación del Rookie del año. Todo el mundo sabía quiénes eran los dos máximos candidatos. El responsable de relaciones públicas de los Lakers entró y le dije a Johnson que ya habían anunciado el ganador. “¿Quién ganó?; Larry Bird —respondió; ¿Estuvo ajustado?; 63 votos contra 3 a tu favor”. Esa misma noche Magic protagonizó su mejor actuación individual en la NBA. Con Abdul-Jabbar lesionado Johnson tuvo la magnífica idea de suplirle jugando de ‘5’, y se salió. Alternó las cinco posiciones en la cancha y firmó unos impresionantes 42 puntos, 15 rebotes, 7 asistencias y 3 robos de balón. Fue nombrado MVP de las Finales y le dio el anillo a su equipo. Sin el acicate de Larry Bird, hubiera sido imposible. “Aunque tenía el campeonato, también quería el Rookie of the Year”.

La complejidad de la relación entre los dos jugadores está en el oxímoron. El subtítulo del documental, “a courtship of rivals”, que se traduce como “el cortejo de los rivales”, recoge perfectamente el contrasentido de encuentros y desencuentros que fue la relación entre Bird y Magic, un verdadero carrusel de amores y odios. Cuando, a propósito del anillo ganado por los Celtics en 1984, Bird dice que “esperaba que [Jonhson] estuviera sufriendo, que ojalá estuviera acabado (…), no podía ser más feliz con eso”, ímplícitamente está reconociendo que le importaba mucho todo lo que hiciera Magic. Cuando Johnson reconoce que “no se sintió tranquilo” hasta que no cortó la racha de 3 MVP de la Regular Season que ostentaba Bird, aparte de ambición personal, estaba reconociendo implícitamente que le importaba mucho todo lo que hiciera Larry. Se espiaban de reojo, como dos amantes orgullosos. El cénit de la disputa explota en la cumbre competitiva de ambos jugadores, sobre todo entre los años 1984 y 1987. En contrapartida, la madurez de la relación vendría con la caída de ambos.

“Larry tuvo dos trabajos en los siete últimos años que jugó en la NBA: jugar al baloncesto y cuidar su espalda”

Lo dice su doctor con la libertad que dan los años de distancia. Muy pocos supieron el calvario que Bird sufrió con su espinazo en el declive de su carrera. Padeció en silencio toneladas de dolor para poder prolongar su carrera y volver a enfrentar a Magic en unas Finales. “Pero aquello nunca sucedió (…) Probablemente debí haberme retirado en el 88 u 89”. Por supuesto, la imagen de Bird tumbado bocabajo en la banda no pasó inadvertida para Magic. Johnson atravesaba su mejor época con los Lakers pero no podía dejar de apiadarse de la imagen de su colega. La fatalidad, no obstante, no tardó también en alcanzar a Magic. En Noviembre de 1991 la notica de su retirada forzosa de la NBA dio la vuelta al mundo. Muchos no lo entendieron. La camarilla de parásitos que rodeaban a la estrella Earvin Johnson voló en desbandada. Lo tacharon de homosexual, de depravado, de peligroso para la salud pública. Larry Bird se apresuró a saber de él nada más supo la noticia. No fue impostura ni diplomacia: el poso de los años le había marcado para siempre.

“Voy a seguir, voy a vencer al SIDA y me divertiré”, dijo Johnson en la multitudinaria conferencia de prensa del 7 de noviembre de 1991. Los periodistas lloraban como magdalenas. El 33 de los Boston Celtics miraba la televisión y llegaba a la conclusión de que su retirada era inminente. Su razón de ser en la Liga se marchaba. “Seguí aquel año, pero sin Magic no era lo mismo”. La increíble amistad entre Magic Johnson y Larry Bird, consumada al fin, forjada durante años de lucha aunque ellos mismos no lo supieran, tiene su homenaje con el sueño de Barcelona 92. Allí volverían a jugar juntos por última vez. La Olimpiada del Dream Team cerró el círculo de una historia maravillosamente real que poco o nada tiene que ver con la ficción. Por momentos hay que frotarse los ojos para recordarse que ningún guionista se ha inventado nada de lo que estamos viendo.

El documental aún no lo vi (me acabo de enterar de su existencia) y solo encontré en YouTube esta versión pero sin subtítulos al español (al menos decentes)

//youtu.be/O1i1uqu0tE4

Che, solo paso a decir que el documental es MUY pero MUY bueno.

Como me hubiese gustado haber vivido esas epocas y esa rivalidad… que tiempos aquellos!

Bueno, ya que la anterior tuvo una bella acogida y que el dueño del coso (?) no dijo nada, posteo otra sobre Dennis Rodman, un crack iconoclasta, gran reboteador, gran peleador y gran garchador (?)

La única cagada es que es más larga que una conferencia de Bielsa… La próxima la mando en fascículos

Un gusano de dos metros, negro y tatuado

Si en los años 70 hubieran obligado a Shirley Rodman a apostar por alguno de sus hijos como futura estrella del baloncesto, sin dudarlo lo habría hecho por alguna de sus hijas, Debra o Kim, pero jamás por su único hijo varón, Dennis. Probablemente habría creído más factible que el padre de las criaturas regresara de Filipinas, adonde había huido unos años antes tras abandonar a su familia. Sí, el baloncesto femenino en esos años quizá no daba como para dedicarse a ello profesionalmente, pero ambas chicas fueron seleccionadas para el equipo americano ideal. Debra, incluso, llegó a ganar dos campeonatos nacionales. Pero Dennis… Dennis, en su primer año de instituto no llegaba al metro setenta de altura y no tenía demasiada técnica individual, por lo que se acostumbraba a pasar los partidos con el culo pegado al banquillo. Pensó que quizá le iría mejor en otra disciplina, así que lo intentó en el fútbol americano con unos resultados aún peores, por lo que se dio cuenta de que el deporte no era lo suyo. Viendo que su futuro era de currante y no de deportista de elite, tras acabar el instituto, se metió a limpiador en el aeropuerto de Dallas. De hecho, en la familia era una broma bastante recurrente comparar el baloncesto de Dennis con el de sus hermanas.

Pero, misterios de las hormonas y la genética, a Dennis Rodman le dio por crecer. Y bastante. Hasta llegar a rozar los dos metros, concretamente. Y desde ahí arriba el baloncesto se ve diferente, amigo. Todo es más fácil si en lugar de tener que mirar hacia arriba para ver a tu oponente te basta con bajar la mirada. Al ver que el aro estaba más cerca que antes, pensó que quizá debería intentarlo otra vez con el baloncesto. Y acertó, vaya si acertó. Empezó a jugar en el equipo de una pequeña universidad regional promediando más de 15 puntos y 13 rebotes, números más que destacables; pero los resultados académicos eran desastrosos, por lo que tuvo que buscarse otro equipo tras sólo un semestre. En una universidad con más tradición deportiva habrían hecho la vista gorda y le habrían aprobado, pero en el Cooke County College, universidad pública, no se proponían formar a futuras estrellas del deporte, así que las notas mandaban y Dennis debía cederle su puesto a un futuro profesor, informático o historiador.

Se enroló en la universidad de Southeastern Oklahoma y, pese a que sus respuestas en los exámenes probablemente no fueran mucho mejores, dos importantes factores hicieron que Dennis permaneciera tres años sin ser expulsado por malas notas: por un lado, la universidad ya tenía cierta experiencia en formar futuras estrellas del deporte; y por el otro, los números de nuestro protagonista ya apuntaban a algo muy grande: más de 25 puntos y 15 rebotes por partido. Al final de su tercera temporada, en 1986, fue invitado a participar en unas jornadas pre-draft, y se salió. Tanto, que le distinguieron como jugador más valioso. Eso le valió ser seleccionado en la tercera posición de la segunda ronda del draft poco después.

Los Detroit Pistons, el equipo que adquirió sus derechos para su debut en la liga, eran un equipo más de la NBA. Llegaban a play-offs, pero poco se podía esperar de ellos. Por ello, tras ser eliminados, una vez más, en las primeras rondas de la temporada 1985-86, cuerpo técnico y jugadores decidieron que de cara a la temporada siguiente cambiarían algo con el fin de que llegaran mejores resultados. Probablemente quienes llevaran la voz cantante en la reunión fueran Chuck Daly, el entrenador; Isiah Thomas, la estrella del equipo, y Bill Laimbeer, el corazón. Y decidieron que su cambio iba a ser, sobre todo, de actitud. Iban a ser más duros, más rocosos, más incómodos, menos educados… se iban a convertir en unos verdaderos “bad boys”. Y a fe que lo consiguieron, pues ése fue el apelativo por el que fue conocido el equipo durante el resto de los 80 y toda la década siguiente. Ese cambio de actitud en el equipo trajo sus réditos, no en vano gran parte de los nombres que componían la plantilla de la época permanecen en la memoria de todos los aficionados a la NBA: los ya nombrados Thomas y Laimbeer, Ricky Mahorn, Joe Dumars, Vinnie “El microondas” Johnson, Adrian Dantley, Mark Aguirre… uno de los “rosters”míticos de la liga americana, junto con los Celtics de Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish; los Lakers de Earvin “Magic” Johnson, Kareem-Abdul Jabbar y James Worthy; los Sixers del Dr.J, Moses Malone y Maurice Cheeks o los Bulls de Dios, Scottie Pippen y Toni Kukoč. Visto así, uno se asusta pensando qué grandes fueron los años 80 y 90 en la NBA y qué de figuras legendarias aportaron (además de preguntarse por qué ya no es lo mismo, cuándo se nos rompió la NBA de tanto usarla), pero si se observa semejante constelación de estrellas teniendo en mente a Rodman uno se da cuenta de que, coño, el tío fue muy importante no para una, sino para dos de estas plantillas históricas. Debía de tener algo especial, ¿no?

Pues sí, algo tenía. La NBA no incluirá en el “Hall of fame” de la NBA a Brian Scalabrine. Ni los Pistons retirarán la camiseta de Kwame Brown cuando se retire rememorando lo que aportó a la franquicia. Así que, pese a no ser precisamente un dechado de técnica, seguro que era mejor que esos dos… aunque le retiraran la camiseta un 1 de abril, día de los inocentes en Estados Unidos. Quizá en el baloncesto FIBA en el que no existe la “defensa ilegal” no habría destacado, ya que cuando él estaba en cancha su equipo atacaba con cuatro, pero lo bueno de la NBA en esa época era que si atacabas con cuatro, te defendían con cuatro debido a lo muy restringido que estaba el tema de las ayudas defensivas. Y es que en ataque “El gusano” era nulo: no tenía tiro, no tenía bote, no tenía buen manejo del balón, no tenía una gran visión de juego… para eso ya estaban Joe Dumars, Isiah Thomas, Michael Jordan o Scottie Pippen. Su aportación en ataque era la lucha por el rebote (en lo que era un maestro), hacer pantallas o bloqueos para que otros tiraran con comodidad e ir preparando psicológicamente a su par para cuando le tocara defender; ya fuera mediante el trash talk (igual que grandes provocadores contemporáneos suyos como Gary Payton o Reggie Miller) o con constantes triquiñuelas como choques, golpes y empujones. Pero si en ataque era un accesorio, en defensa era otra cosa. Sus máximas cualidades estaban en lo que en baloncesto se llama “los intangibles” o el “trabajo sucio”. Especialista en forzar faltas en ataque, su intensidad defensiva contagiaba al resto del equipo y, bajo el tablero, el rebote era suyo. Aunque su principal aportación, además de sumar rebotes y actitud defensiva a su equipo, era restar al rival. Era capaz de minar la moral de cualquier jugador que se enfrentase a él con provocaciones constantes y piques, desconcentrando a cualquiera. Quizá su valoración como jugador fuera, en una escala sobre 100, de 60 o 70, pero conseguía que el rival (ya fuera un 4 fuerte como Karl Malone; Shaquille O’Neal, el pívot más dominante de las últimas décadas; Charles Barkley, otro de los grandes reboteadores de la Historia y gran estrella de Phoenix o cualquier piltrafilla que le tocara en suerte, como Frank Brickowski) pasara de su habitual 90 a un 70 o 60. Y ese diferencial habría que anotárselo a Rodman. Porque en baloncesto es tan importante que tu equipo meta 100 puntos en lugar de 80 como que la estrella del equipo rival meta 10 en lugar de 30. A Rodman le daba igual quién tuviera delante. Él defendía al mejor del equipo rival. Punto. Si era un base, como Magic Johnson, bien; si era un escolta, como Jordan, también; y si era un pívot inmenso de 2,15 metros y 140 kilos como Shaq, pues también. No importa, le iba a secar igual.

Como decíamos, dio sus primeros pasos en la mejor liga del mundo vistiendo el azul, blanco y rojo de los Detroit Pistons. Y si se tenía que ser un bad boy, se era y punto. Como si eso fuera algo difícil para alguien criado en el barrio de Oak Cliff de Dallas, una de las zonas más conflictivas de la ciudad en esa época. El juego agresivo, incómodo y alejado del fair-play de los Pistons (lástima que Bruce Bowen no naciera 10 años antes, habría encajado perfectamente en ese equipo) funcionó, y esa misma temporada los de Michigan llegaron hasta la tercera ronda de los play-off, siendo eliminados tras siete partidos por los Celtics de Bird. Esa eliminatoria fue dura, muy dura, con Rodman afirmando que Bird estaba sobrevalorado por el hecho de ser blanco. En esa primera temporada en la NBA Dennis ya se dio cuenta de que se había acabado lo de irse a más de 15 o 20 puntos por partido; esto ya no era la liga universitaria, tenía ante sí a los mejores jugadores del mundo, por lo que debía centrarse en lo que mejor sabía hacer. Así, paulatinamente, su promedio anotador fue descendiendo, mientras que el reboteador aumentaba y aumentaba sin parar.

La temporada siguiente Rodman gozó de más minutos en cancha, y lo aprovechó mejorando sus números individuales. El equipo también lo notó llegando a la final, que perderían ante los Lakers. Por si aún no estaba convencido del todo de que si se centraba en la defensa su global como jugador mejoraba, en el sexto partido de esa final, a falta de poco más de 5 segundos para el final, “El gusano” erró un tiro bajo canasta que le habría dado a su equipo el tan ansiado anillo. Falló, y en el siguiente partido los de Magic Johnson se adornaron un dedo.

No sería hasta el siguiente curso cuando el juego marrullero daría el fruto más preciado que podía ofrecerles: el anillo. Promediando ya más rebotes que puntos (aspecto que no haría más que acentuarse durante el resto de su carrera) e incluido en el equipo defensivo ideal de la temporada, Rodman supo por fin cómo sabía la victoria absoluta dejando por el camino, como si de una venganza digna de Vito Corleone se tratara, al equipo que les había eliminado dos años antes (Celtics) y, en la final, apabullando con un 4 a 0 a los que les habían derrotado el año anterior, los Lakers. Rodman había tocado el cielo, y la fórmula de ser los malotes de la liga había funcionado.

De cara a la temporada 1989-90, cuando los Pistons serían el enemigo a batir y tendrían que defender el título, los de Detroit perdieron a Ricky Mahorn. Eso los intranquilizó. Y no porque Mahorn fuera un gran anotador o un insaciable reboteador (bueno, pero sin aspavientos), sino porque si los Pistons eran la pandilla de los gamberros de la clase, Mahorn era el matón. El típico repetidor que ya se afeita, fuma y te roba el bocadillo en el recreo sólo para tirarlo al suelo y reírse en tu cara. La encarnación de Nelson de los Simpsons, vaya. No en vano el locutor oficial de los Pistons le llamaba “The baddest bad boy of them all”. ¿Qué pasa cuando al matón de la clase desaparece? Pues hay dos opciones: o los malos se diluyen, empiezan a mezclarse con los empollones y se ponen gafas o aparece un nuevo matón. ¿Por qué posibilidad optaron los Pistons? Efectivamente, ahí estaba Rodman para impedir que un equipo campeón que funcionaba se desintegrase. No debió de hacerlo mal, ya que fue All-Star por primera vez en su carrera. Acabando la temporada regular como fijo en el cinco inicial, fue nombrado mejor jugador defensivo de la NBA y consiguió el mayor porcentaje de acierto en tiros de campo de toda la liga. Sí, pero no hay mucho secreto en eso. Para empezar no quiere decir que anotara mucho, sino que metía los tiros que hacía. Y no es que se hubiera pasado el verano practicando el tiro de media distancia en una escuela de Vilnius y se hubiera convertido en un cañonero raza blanca tirador, sino que la mayoría de sus tiros eran a consecuencia de rebotes ofensivos capturados por él mismo o porque Isiah Thomas, consciente de las debilidades de Rodman, intentaba hacerle el pase bajo el tablero. De hecho, casi duranto toda su carrera su acierto en los tiros de campo estuvo por encima del 50%. También Roberto Dueñas tuvo durante su carrera un gran porcentaje de acierto en tiro de dos. Y así, apretando los dientes en defensa, dejando que metieran los puntos los que sabían de eso y, cuando fallaban, estando ahí para recoger el balón y darles una segunda oportunidad a sus tiradores, Rodman llegó otra vez a las finales de la NBA y volvió a ganar, esta vez ante Portland Trail Blazers. Segundo anillo consecutivo.

Dicen que “no hay dos sin tres”, pero también hay un refrán que dice lo contrario, que es “a la tercera va la vencida”, y en este caso fue lo que pasó. No hubo tercer título con los Pistons en la 1990-91. Rodman ya fue titular indiscutible esa temporada y, a nivel particular, fue elegido, por segundo año consecutivo, mejor defensor de la liga. La táctica de basarse en el juego subterráneo fue útil hasta que se cruzó en su camino un tal Michael Jordan, que ya tenía ganas de hacerse con un anillo; cuando el 23 da un puñetazo sobre la mesa y se empeña en ganar no tienes nada que hacer. Anillo para los Bulls. Al año siguiente Rodman siguió luchando, llegando a promediar unos bestiales casi 19 rebotes por partido y siendo elegido por segunda vez para el All-Star, pero el equipo ya había perdido el “mojo”. Thomas tenía 30 años, Laimbeer, 34; Mark Aguirre, 32; Gerald Henderson, 35; Orlando Woolridge, 32… muchos de ellos ya estaban pensando más en una jubilación dorada que en pelear cada balón para poder conseguir algo a base de lucha, y los Pistons se fueron de vacaciones ya en la primera ronda de los play-off. Para acabar de arreglarlo, Chuck Daly, el entrenador que había confiado en Rodman dándole la alternativa, dimitió en mayo viendo que el equipo ya no tenía arreglo.

No podemos ni imaginarnos la pesadilla que debió de suponer para “El gusano” la temporada 1992-93. Sin el único entrenador que había conocido en la NBA, rodeado de los mismos prejubilados que el año anterior pero un año mayores, con unas incorporaciones a la plantilla nada ilusionantes (Olden Polynice y Terry Mills como los más destacados)… Rodman, totalmente desmotivado ante un panorama desolador, no se presentó para la pretemporada del equipo, y no es de extrañar si preveía cómo iba a ir la campaña: los Pistons sólo ganaron 40 partidos y, evidentemente, ni entraron en los play-off. En el plano personal las cosas no iban mejor. En septiembre se casó con la madre de su hija, tras una relación de más de cuatro años, pero bastaron tres meses de matrimonio para que la cosa se torciera y llegara el divorcio. Esa ruptura destrozó anímicamente a Dennis. A nivel profesional las perspectivas eran penosas y tampoco se podía refugiar en su familia, no la tenía. De hecho, en febrero de 1993 lo encontraron dormido en un coche con una escopeta cargada. Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte, y esa noche Rodman finalmente no se voló la cabeza, sino que decidió tomar las riendas de su propia vida. Y para ello lo primero que decidió hacer fue cambiar de aires. Así, pese a tener aún varios años de contrato con los Pistons (y el sueldo asegurado correspondiente, cosa que con ya 32 años casi cualquier otro jugador habría pensado “me quedo aquí cobrando y haciendo lo justo y, cuando se me acabe el chollo, me voy a vivir a Florida”) pidió el traspaso, y en octubre ya militaba en los San Antonio Spurs. Y, para que todo el mundo se diera cuenta de que su interior había cambiado, empezó a cambiar también su exterior con una colección de peinados (ya había mostrado algunas innovaciones capilares en los Pistons, pero nada que ver con lo que estaba por venir), a cuál más estrafalario, que serían, a partir de entonces, marca de la casa. Pese a ello, poca broma sobre el parquet: acabó la temporada con más de 17 rebotes por partido, conviertiéndose por tercer año consecutivo en máximo reboteador de la liga y siendo incluido en el mejor quinteto defensivo. Además, esa temporada tuvo su primer contacto con el show-business y la prensa no deportiva al tener un fugaz noviazgo con Madonna. Pero, otra vez, no había equipo. Ahora vestía el negro de los Spurs y a su alrededor sólo veía cierta esperanza en las manos de David Robinson y, en menor medida, Dale Ellis. Se repetía la historia: él luchaba como el que más, era el que más rebotes lograba y el que mejor defendía, pero a nivel colectivo no servía de mucho, eliminados en la primera ronda de los play-off por un, aquella temporada, inmenso Hakeem Olajuwon. La historia, cíclica como siempre, seguía repitiéndose. La temporada siguiente ya tuvo choques, además de los habituales en la cancha en el plano físico, en los despachos: suspendido los tres primeros partidos, cuando volvió a integrarse en el equipo se lesionó el hombro en un accidente de moto, por lo que su temporada fue aún más corta en cuanto a participación. Pero él, a lo suyo: máximo reboteador de la liga y en el mejor quinteto defensor de la NBA. La “rutina Rodman”, vamos. Pese a ello, pesó más lo extradeportivo que lo que pasaba bajo los tableros, así que tuvo que hacer las maletas de nuevo.

Los aficionados de los Chicago Bulls encaraban la temporada 1995-96 con mucha ilusión. Michael Jordan les había regalado los únicos tres títulos para la franquicia entre 1991 y 1993, de manera consecutiva. Era un equipazo. A principios de la 93-94 Jordan anunció que se retiraba del baloncesto afectado por el asesinato de su padre ocurrido en verano. Que se marche el mejor jugador de la Historia debió de resultar preocupante, los Chicago Bulls eran un equipo confeccionado a la medida del 23. Pero demostraron su potencial colectivo y, apoyándose en Pippen como nuevo líder y secundado por B.J. Armstrong, Horace Grant, un chaval de Split llamado Toni Kukoč que en Europa lo había ganado todo y Phil Jackson dirigiendo desde el banquillo, parecieron no notar demasiado la ausencia de “Air” ganando 55 partidos de la liga regular. Pero los play-off son el momento en que el jugador franquicia ha de dar el do de pecho, donde se pone en juego todo el trabajo realizado durante los meses anteriores y se suma el cansancio y pequeñas molestias cosechadas durante la temporada a una presión psicológica brutal o, en palabras más prosaicas del gran Ramón Trecet, “el momento de apretar los esfínteres”. Y ahí sí que echaron de menos, siguiendo con la imagen de Trecet, al hombre con mayor capacidad prensil en el esfínter de todo el planeta básket. Bueno, y mejor jugador de la Historia también. En segunda ronda se marcharon de vacaciones. La temporada siguiente no empezó bien. Desengañados al ver su verdadero potencial el año anterior, vagaban por las canchas con más pena que gloria. Pero en marzo se les apareció Dios. Jordan se había cansado de jugar al golf y hacer el ridículo en campos de béisbol, y necesitaba su droga: ganar. Evidentemente, los Bulls no le pusieron demasiados problemas para que se reincorporara a la disciplina del equipo, y pocos partidos después de volver ya estaba metiendo más puntos que el resto del quinteto juntos. La competitividad de Jordan es contagiosa, y se metieron en play-off, aunque el del Brooklyn notó la inactividad, y cayeron ante los Magic de Shaq y Penny Hardaway. Pero la temporada siguiente ya iban a contar con el mejor desde el principio y, conociéndole, iba a estar a tope. Además, el fichaje más ilusionante para los de la “windy city” era un personaje estrambótico, con un look de chiste y una actitud, cuanto menos, polémica, pero mejor reboteador de la liga las últimas cuatro temporadas. Rodman se adaptó rápido al vestuario y sus nuevos compañeros, sin duda ayudado a que en el equipo de Illinois también había recalado un buen amigo suyo, Jack Haley, un pívot segundón con quién había coincidido en San Antonio. Y si hay algo en lo que todos coinciden es que gran parte del mérito de que el nuevo fichaje no rompiera el vestuario con su carácter fue del entrenador, Phil Jackson, el maestro zen de la liga. Como cuenta John Paxson, ayudante de Jackson aquel año e importante pieza sobre el campo pocas temporadas antes, mientras que algunos entrenadores no saben cómo reaccionar cuando uno de sus jugadores realiza algo totalmente irracional que perjudica al equipo, Jackson siempre se mantenía tranquilo y no era hasta algunas horas o días más tarde cuando hablaba con el jugador en cuestión sobre lo sucedido. Eso fomentó una gran confianza mutua entre el recién llegado y el responsable de hacerle jugar. Pero los Bulls no querían a un Rodman reformado, apocado y tímido, querían y necesitaban al pívot provocador, faltón y chulesco, pero fiel. La conversación previa al fichaje de Dennis entre éste y Jackson es bastante ilustrativa: unos años antes Rodman le había provocado un brecha en la barbilla a Pippen al empujarlo fuera del campo durante un partido. Ahora que iban a compartir vestuario, Jackson le pidió que fuera a la cocina, donde estaba Scottie, y se disculpara. Y así lo hizo. Pero aún había otra pregunta por parte del técnico:

“—¿Te gustaría formar parte de los Bulls?

—Me la suda.”

La reacción del técnico no podía ser otra que decir lo que le dijo: “Bienvenido.” Esa temporada y las dos que la siguieron fueron bastante monótonas y, sin duda, poco productivas para los aficionados a las apuestas. Algo así como cuando Michael Schumacher, Valentino Rossi o Lance Armstrong decidieron que querían ganar varios campeonatos seguidos. Y así fue. Esos Bulls fueron un rodillo. Valga como ejemplo que en la primera campaña de Rodman en Chicago el equipo estableció un nuevo récord en cuanto a victorias en fase regular. No hace falta remarcar que “El gusano” se llevó tres títulos consecutivos más de mejor reboteador de la liga sumando así un total de siete seguidos, ¿no? En la última de esas temporadas, la 1997-98, el ambiente en Chicago estaba enrarecido. Sí, hicieron una temporada regular buenísima y ganaron el título apelando a la épica y calidad de quien más tenía, el vuelo número 23, pero durante todo el año se oía el runrún de que ese año iba a ser el último de quien les había hecho ganar seis anillos en ocho años. Rodman, con la cabeza más en el show-business que en la cancha, participó poco antes del cuarto partido de las finales de la NBA en un combate de wrestling con Hulk Hogan. No faltó al partido ni se resintió su rendimiento, pero sí dejó de participar en un entreno, por lo que fue multado. Además Phil Jackson, quizá el mejor entrenador de la NBA de las últimas décadas, tenía una relación cada vez más tirante con Jerry Krause, el director general del equipo, y Pippen también estaba mosca porque no le ofrecían la renovación de contrato que pedía. Todos recordaban qué había pasado con los Bulls unos años antes cuando Jordan se fue, y si a eso se le añadía que se marchara el capitán del barco y el grumete preferido, todo el que pudo se acogió a lo de “maricón el último”. Así, además de todos los mencionados, se marcharon Steve Kerr, Jud Buechler y Luc Longley. Es decir, medio equipo. Y la mitad buena. Viendo el percal, y suponiendo que el liderazgo del equipo iba a recaer sobre los hombros de un croata (muy bueno, pero recordemos que, en opinión de Rodman, Bird estaba sobrevalorado por ser blanco), no es de extrañar que Dennis optara por no renovar su contrato, aunque también es cierto que tampoco se lo ofrecieron. En verano, Rodman quiso verse las caras una vez más con Karl Malone, pero esta vez no fue en una cancha de baloncesto, sino que montaron un teatrillo en un ring con Hulk Hogan de testigo.

La primera temporada de “El gusano” en los Bulls coincidió con un fugaz regreso de Magic Johnson a las canchas, pese a haber reconocido algunos años atrás que era portador del HIV. Durante la treintena de partidos que disputó ese año se encontró con que muchos rivales no le defendían igual que antes, quizá por miedo a contagiarse o quizá por lástima. Uno de los pocos que le trató como si nada fue nuestro protagonista. Y es que si estás sobre la pista estás para jugar. Y eso, o se hace a tope o no se hace. Seas Magic o no. Seas portador de un virus terrible o no. Hemos venido a jugar, y si no estás dispuesto a meterte en el barro y mancharte, haberte quedado en casa mirándolo por la tele.

Así, tras ganar tres anillos en tres años con Chicago, Rodman se encontraba con 37 años y sin equipo. Pero esta situación duró poco. Lo de estar sin equipo, porque lo de la edad no haría sino, evidentemente, incrementar. Al inicio de la temporada 98-99, anormalmente corta debido al “lock-out”, El gusano firmó por los Lakers, aunque no sabemos si fue por aspectos puramente deportivos o porque quería conocer al mundillo de Hollywood para conseguir una futura carrera como actor. Carrera que, por cierto, había iniciado por todo lo alto participando en la, digamos, inefable Double team, con Jean-Claude Van Damme, que le permitió recibir tres Razzies. Seguro fue más feliz con los Razzies que si hubieran sido Oscars. Lo que sí sabemos es que a mitad de temporada se divorció de la mujer con quien se había casado seis meses antes, granjeándole la envidia de la mayoría de varones heterosexuales que habían vivido el despertar de sus hormonas gracias a Los vigilantes de la playa: Carmen Electra. Y evidentemente, estando de por medio Rodman, no fue un divorcio discreto y al uso. Vino precedido por una bronca monumental en un hotel de Miami. La versión de Carmen fue que en la MTV pusieron un video-clip de Limp Bizkit y, como la habían relacionado con su cantante un tiempo atrás, Dennis se volvió loco y la emprendió a golpes. La versión de la deportista es algo más peculiar. Resumámosla así: hombre durmiendo y mujer intentando, a traición, introducirle algo muy grueso por detrás. En lo estrictamente deportivo, aunque seguro que menos divertido, Rodman hizo lo que sabía hacer: un montón de rebotes por partido, pese a que jugó menos minutos que en temporadas anteriores. Pero parecía que jugara solo: entrenaba cuando quería, en ocasiones se negaba a jugar, estaba enfrentado al entrenador y los compañeros… la franquicia llegó a facilitarle una sala para que se cambiara, evitando así que tuviera que compartir vestuario con el resto del equipo. Evidentemente, la cuerda estaba muy tensa, y se acabó rompiendo. Los Lakers rescindieron su contrato y no llegó a disputar los play-off. Estamos seguros de que lo peor para Rodman fue que no le avisaran con algo de antelación de su despido, ya que su deseo era desnudarse completamente en mitad de la pista en su último partido profesional. El despido fue tan fulminante que no pudo cumplirlo.

Empezó la siguiente temporada de la NBA, Rodman ya era un exjugador. No tenía equipo, y tampoco parecía que lo buscara. Con 38 años, y tras su turbulento paso por Los Angeles, no había demasiados equipos dispuestos a correr el riesgo de jugársela con él. Pero parece que los astros se alinearon, y Gary Trent, de los Dallas Mavericks, se lesionó. Alguien cabal habría pensado en cualquier otro jugador, pero el reciente propietario del equipo, Mark Cuban, buscaba que los Mavs despertaran el interés de los aficionados más allá de lo puramente deportivo, que para eso ya tenía a Steve Nash, Dirk Nowitzki y Michael Finley. Y alguien como Cuban, irreverente, populista y políticamente incorrecto, optó por el espectáculo. Y el espectáculo empezó el mismo día de la firma del contrato. No era sólo que el contrato permitiera al nuevo jugador entrenar al margen del grupo y llegar tarde cuando quisiera, sino que Rodman pidió una semana de permiso para ponerse en forma físicamente. No sé vosotros, pero yo no me atrevería a pedir una semana de vacaciones nada más firmar con una empresa, pero parecía que quien tenía la sartén por el mango era el pívot. Y aún dio más esa impresión cuando se supo que para “ponerse en forma” se pasó esa semana en Hawai, coincidiendo, sospechosamente, con el All-Star de la NFL. Pero bueno, al menos, tras esa semana, Rodman se presentó a jugar el partido para el que le había citado. Y ya sabemos que, en la cancha, coñas las justas: tras casi un año sin jugar, trece rebotes en poco más de 30 minutos de juego. ¿El resto de la temporada? Puro Rodman: a nivel deportivo, sólo jugó 12 partidos, pero con unos número similares a los de su etapa en Chicago, capturando más de catroce rebotes por partido; a nivel extradeportivo, sentarse en mitad de la pista en señal de protesta, retar a David Stern a una pelea, juicio por conducir borracho, otro por abusos sexuales… Y el punto culminante llegaría tras una derrota ante Seattle. Quizá Cuban considerara el Rodman su juguete, el tipo escandaloso y divertido que se metía con todo el mundo menos con él, pero ese día no fue así: acusó al propietario de meterse demasiado en cuestiones deportivas sin tener ni idea. Un par de días después los Mavs lo despedían. Y volvían a hacerlo, igual que lo Lakers la temporada anterior, sin avisarle con unos días, por lo que tampoco pudo despedirse desnudo. Ahora sí que era evidente que el Rodman baloncestista había pasado a mejor vida. Si le había despedido hasta el propietario más tarado de la liga, nadie iba a confiar en una vieja gloria que casi doblaría la edad a cualquier otro integrante de una plantilla.

El año anterior, Dennis estrenaba novia tras su divorcio de la ex-vigilante de la playa. Al no tener que someterse a una disciplina de entrenos y partidos —aunque en los Mavs prácticamente ya no lo hacía—, se pudo dedicar completamente, además de disputar algún combate de wrestling y asistir a algún programa de televisión que otro, a su pareja, su hijo recién nacido y la hija que nacería el año siguiente, 2001. Pero, evidentemente, no se iba a convertir en Ned Flanders, y lo hizo a su manera: la policía tuvo que presentarse en su casa más de 70 veces debido a las quejas de los vecinos por el excesivo ruido en las fiestas que montaba. Y probablemente no fueran fiestas infantiles y el ruido fuera por la piñata que golpeaban los amigos de sus hijos. También tuvo tiempo de participar en un concurso televisivo —emitido también aquí en su versión española, El topo— junto con otros famosos y ganarlo, embolsándose más de 200.000$.

Supongo que el gusanillo de la competición nunca muere del todo e, igual que viejas glorias del fútbol se enrolan en equipos de divisiones inferiores para poder seguir jugando a un nivel menos exigente, en 2003 Rodman volvió a colarse en un equipo de baloncesto, pero en este caso no de la NBA, sino de la ABA, una liga mezcla de cementerio de elefantes y último intento desesperado de jugadores para llamar la atención de algún ojeador de la NBA. Cambiando de equipo, pero siempre en la misma liga, durante tres años pudo seguir sintiéndose algo parecido a un jugador de baloncesto. Por el camino tuvo tiempo de ser el responsable de la Lingerie Bowl: mujeres en ropa interior que hacen algo parecido a jugar a fútbol americano en el descanso de la Superbowl. ¿A alguien se le puede ocurrir alguien más idóneo para el puesto que Dennis Rodman? Me lo imagino viendo el “partido” sentado en un sillón con un vaso en una mano, un puro en la otra y un sombrero de cowboy en la cabeza. Pero todo lo bueno se acaba, y lo mismo pasó con su participación en la ABA y la Lingerie Bowl. Tras eso, un par de contratos para pillar un buen dinero: tres partidos con un club inglés (combinados con su participación en el Gran hermano británico) y uno con uno finlandés. Todos deseábamos que allí cumpliría Rodman su promesa de acabar en pelotas en mitad de la pista, pero no fue así. Quizá es que aún espera jugar alguna otra pachanga y entonces lo haga.

Pero mientras espera esa oportunidad, El gusano se entretiene ganando torneos de wrestling con famosos (entre ellos Dustin Diamond, el Screech de Salvados por la campana que hace unos años volvió a estar de actualidad por sus andanzas en el cine porno, aunque… ¿Screech como luchador y actor porno? Really? ¿Nos hemos vuelto todos locos?), participando en concursos y reality-shows, entrando y saliendo de clínicas de desintoxicación, participando en la Gumball 3000 y no pasándole la pensión a sus ex-mujeres.

Dennis Rodman llegó al baloncesto cuando nadie, ni él mismo, se lo esperaba, y fue parte indispensable de los míticos Bad boys. Pero lo cierto es que incluso quedando ya muy atrás sus años en la ciudad de la Motown mantiene esa actitud. Él es el rebelde, el bala perdida, el libérrimo anarquista, el hedonista y el marido que nadie en su sano juicio querría para su hija. Pero como pasa casi siempre, tras esa fachada de tío duro se adivinan resquicios de alguien sensible. Con El gusano los intuimos cuando, en 1990, le fue entregado el premio al mejor defensor de la liga, porque no pudo aguantarse las lágrimas. Bien es cierto que quizá alguno podría culpar a la juventud, y decir que aún no se había endurecido del todo; pero el año pasado, cuando fue incluido en el Hall of fame de la NBA pudimos ver que esas lágrimas volvían a brotar y, en su discurso entrecortado, adivinamos que le pedía perdón a su madre por no haber sido un gran hijo. Quizá en realidad no sea más que alguien muy inteligente que, sabiendo sus debilidades, optó por explotar al máximo su punto fuerte, que era la provocación; y ahora, una vez fuera del deporte profesional, no sabe cómo quitarse esa careta y ser alguien normal. Dennis, entre escándalo y escándalo, muchos no podremos olvidar los buenos momentos que, en la distancia, nos has hecho pasar fuera de las canchas pero, sobre todo, dentro de ellas.

Están autorizados a postear lo que quieran. Yo ando con bastante laburo y cuestiones personales. Bien por Paplito.

estuve en el garden viendo la victoria de los knicks sobre chicago el domingo pasado, que sensación hermosa estar ahi… el partido estuvo bárbaro con un final cerradisimo, para cualquiera de los 2, creo que solo este deporte puede ofrecer ese tipo de cierres… carmelo la rompió y definio el partido… Estando ahi birra en mano era inevitable comparar lo que se ofrecia en el campo con lo que veo sábado tras sábado con river, mas alla de q sea otro deporte jej… en fin, una experiencia inolvidable.