Los especiales de la NBA

A Mugssy lo atendimos en Oviedo en el 86 74-70 :cool:.

Hoy cumple 62 uno de los más grandes de la historia. Uno de los que, verdaderamente, revolucionó a la NBA. El ídolo de Michael Jordan. Julius Erving, el Doctor J.

Julius Winfield Erving II (nacido el 22 de febrero de 1950 en Roosevelt, Nueva York), conocido popularmente como Dr. J, es un antiguo jugador de baloncesto estadounidense que destacó en las décadas de los 70 y los 80. Desarrolló su carrera profesional primero en la ABA y después en la NBA.
Erving ganó tres campeonatos, cuatro premios MVP y tres títulos de máximo anotador tanto en la ABA, con Virginia Squires y New York Nets, como en la NBA, con Philadelphia 76ers. Es el quinto máximo anotador de la historia del baloncesto profesional con 30.026 puntos (NBA y ABA combinados). Fue nombrado uno de los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA y en 1993 fue incluido en el Basketball Hall of Fame. Además, fue uno de los pioneros del mate, popularizando el espectacular “Tomahawk”.

Universidad

El Doctor J, apodo que ya tenía en el Instituto Roosevelt, inició sus estudios en la Universidad de Massachusetts en 1968. En dos años de carrera, promedió unos espectaculares 26,3 puntos y 20,2 rebotes por partido, a pesar de sus escasos 1,98 metros de estatura. Es uno de los únicos 5 jugadores que han conseguido la hazaña de promediar más de 20 puntos y 20 rebotes en la NCAA. A pesar de ello, no atrajo demasiado la atención del público en aquellos años.

Virginia Squires

En una época en la cual dos grandes ligas convivían, y el flujo de jugadores de una a otra era frecuente, Erving decidió firmar como agente libre por Virginia Squires, de la ABA, en 1971. Aunque los Squires ya contaban con el anotador Charlie Scott, pronto se ganó una reputación como jugador, y sobre todo, por lo espectacular de su juego, en especial sus mates.

En esa primera temporada como profesional, promedió 27,3 puntos por partido, quedando segundo en la carrera hacia el premio de Rookie del año por detrás de otra leyenda, Artis Gilmore. Fue seleccionado en el segundo mejor quinteto de la liga y en el primero de rookies.

Tras finalizar la temporada con un récord de 45 victorias y 39 derrotas, segundos en el Este detrás de los 68-16 de Kentucky Colonels, los Squires llegaron hasta las Finales de la División Este, donde fueron derrotados por los New York Nets de Rick Barry.

En playoffs, Erving promedió 33.3 puntos por partido, tanto en la serie ante The Floridians como en la de los Nets.

En 1972 fue declarado elegible por la NBA y fue Milwaukee Bucks quien pujó por el, en la duodécima elección del Draft de la NBA de 1972. De haber ido a jugar allí, hubiese coincidido con dos de los más grandes jugadores de todos los tiempos, Oscar Robertson y Kareem Abdul Jabbar, pero no le satisfizo la elección, e intentó jugar con Atlanta Hawks, llegando incluso a participar de tres partidos de pretemporada con ellos, pero una disposición judicial le obligó a volver a la ABA, con su antiguo equipo.

En su segunda temporada como profesional, promedió 31.9 puntos por partido, el máximo de su carrera, y recibió la primera de sus cuatro consecutivas elecciones en el mejor quinteto de la ABA, junto con Gilmore, Billy Cunningham, James Jones y Warren Jabali. Su estilo espectacular, unido a su imagen con pelo afro le convirtieron enseguida en la imagen de la liga.
New York Nets

Los Squires, como muchos otros equipos de la liga del balón tricolor, no pasaban por su mejor momento económico, y se vieron forzados a traspasar al Dr.J a New York Nets junto con Willie Sojourner a cambio de George Carter, los derechos de draft de Kermit Washington y dinero.

En su primera temporada en el equipo, Erving lideró a los Nets a un récord de 55-29 en la temporada regular y a ganar su primer título de la ABA ante Utah Stars. Además, repitió como máximo anotador de la liga con 27.4 puntos por partido, quedando también sexto en la liga en asistencias y tercero en robos de balón y tapones. Aquella temporada ganó el primero de sus tres consecutivos premios MVP de la ABA. Se erigió en ese momento en el mejor jugador de la liga, y en un símbolo para la misma, que hizo que ganase credibilidad, y que sumara muchos fans en aquellos años.

En 1976 la liga agonizaba, con varios equipos desaparecidos y otros cerca de la ruina. Si embargo, revivió gracias a la creación del primer concurso de mates de la historia, en el que Erving ganó a Gilmore, Kenon, George Gervin y David Thompson.

Los Nets consiguieron plaza en la ampliada NBA, no sin antes derrotar a Denver Nuggets, a la sazón otro de los equipos que dio el salto, en la última final del campeonato, que terminó con Erving promediando 34,7 puntos en los playoffs, lo que le convirtió en el MVP de los mismos. Además, por tecera vez consiguió ser el máximo anotador de la temporada regular, esta vez con 29.3 por partido.

En 5 temporadas en la ABA, Erving acumuló 2 campeonatos, 3 títulos de MVP y encabezó en 3 ocasiones la lista de máximos anotadores.

Philadelphia 76ers


El Dr. J, con la camiseta de los Sixers.

Después de que la ABA se desintegrase, los Nets, San Antonio Spurs, Denver Nuggets e Indiana Pacers se unieron a la NBA en la temporada 1976-77. Tras el incumplimiento de la promesa del propietario de los Nets Roy Boe de aumentar el sueldo de Erving, el jugador rechazó jugar en esas condiciones y Boe se vio obligado a cederlo a Philadelphia 76ers.

Muy pronto se conviertiría en el líder de la franquicia, llevándoles a las Finales de la NBA, donde se enfrentaron a los Portland Trail Blazers de Bill Walton. Después de ponerse por delante por 2 victorias a 0, los de Oregon encadenaron 4 victorias consecutivas para conseguir el anillo de campeón.

Sin embargo, Erving disfrutó también del éxito fuera de la cancha, convirtiéndose en uno de los primeros jugadores en representar productos y en tener zapatillas comercializadas bajo su nombre. Por aquella época, apareció en un anuncio de televisión incitando a jóvenes admiradores a pedirle un autógrafo en un aeropuerto, refiriéndose a él desde ese momento como “Dr. Chapstick”. También apareció en la película de comedia de baloncesto El Pez Que Salvó Pittsburgh, en 1979.

En los años posteriores, Erving tiró del carro de un equipo que no estaba a su nivel, pero que llegaba con facilidad a las Finales de Conferencia. Con la irrupción de Larry Bird en Boston Celtics, se revivieron viejas rivalidades entre las dos ciudades del este, llegando incluso a protagonizar las estrellas de cada equipo uno de los primeros videojuegos deportivos de la historia, denominado Julius Erving-Larry Bird One-on-One (Julius Erving-Larry Bird Uno Contra Uno) de Electronic Arts.

En 1980, los Sixers llegaron nuevamente a las Finales, donde se encontrarían con Los Angeles Lakers, dirigidos por Magic Johnson. Los californianos acabaron venciendo 4-2, pero el Dr.J dejó para la historia una jugada inolvidable denominada Baseline Move, una espectacular entrada a canasta por detrás del tablero llevando el balón con una mano con el brazo totalmente estirado y girando sobre sí mismo para conseguir la canasta.

En 1981 y en 1982, los Sixers cayeron de nuevo en playoffs ante los Celtics y Lakers respectivamente, aunque en 1981, Erving fue nombrado MVP de la Temporada. En la temporada 1982-83, los Sixers logran por fin poner fin a las carencias de un hombre alto y poderoso en la zona con la adquisición de Moses Malone. Dominaron completamente la temporada, y arrasaron en los Play-offs, perdiendo un único encuentro (ante Milwaukee Bucks en las Finales de Conferencia), y barriendo a los Lakers en las Finales, consiguiendo así Erving su primer campeonato en la NBA.

Erving mantuvo su nivel de juego en los siguientes años, promediando 22.4, 20.0, 18.1, y 16.8 puntos por partido en sus cuatro últimas temporadas como profesional. Se retiró a la edad de 37 años al finalizar la temporada 1986-87, siendo homenajeado en todos y cada uno de los campos que pisó en ese último año. En 1993 fue elegido en el Basketball Hall of Fame. Es uno de los pocos jugadores en el baloncesto moderno en tener dos camisetas retiradas con su dorsal, la #32 de los Nets, y la #6 de los 76ers.

Logros personales

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[li]4 veces MVP de la liga (3 en la ABA y 1 en la NBA)[/li][li]Máximo anotador de la ABA en 1973 y 1975[/li][li]16 veces All Star (2 veces MVP del partido)[/li][li]5 veces elegido en el mejor quinteto de la NBA[/li][li]Uno de los 4 únicos jugadores de la historia en superar los 30.000 puntos en su carrera profesional[/li][li]Tanto los Nets como los Sixers han retirado las camisetas con los números 32 y 6 respectivamente como homenaje.[/li][li]Elegido uno de los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA en 1996[/li][li]Miembro del Basketball Hall of Fame desde 1993[/li][/ul]

//youtu.be/uJWQVz29ATg

No viene mucho al caso pero sobre la ABA recomiendo esta peli:

Semi-Pro (2008) - IMDb

Y? cuando viene una nueva?:smiley:

Capítulo 4. Wilt Chamberlain, el jugador más dominante de todos los tiempos.

Wilton Norman “Wilt” Chamberlain (Filadelfia, 21 de agosto de 1936Los Ángeles; 12 de octubre de 1999); jugador estadounidense de baloncesto que militó en Philadelphia/San Francisco Warriors, Philadelphia 76ers y Los Angeles Lakers.

Conocido como Wilt the Stilt (apodo que odiaba) o The Big Dipper, es recordado como uno de los jugadores de baloncesto más dominantes de todos los tiempos por las increíbles estadísticas y logros que cosechó durante su carrera profesional.

Sus inicios[b]

[/b]Nació en el seno de una familia con nueve hijos. Descubrió el baloncesto en séptimo grado, advirtiendo rápidamente que era un deporte ideal para él. Ya medía 2,11 metros cuando entró en el Instituto Overbrook de Filadelfia. Allí se mostró como uno de los jugadores más dominantes en High School de todos los tiempos. Instituto

Chamberlain suscitó la atención de todo el país jugando en el Instituto Overbrook en Filadelfia Oeste (1951-1955), liderando a su escuela a los Campeonatos Ciudadanos en 1954 y 1955. Anotó 90 puntos, incluido 60 en un periodo de 10 minutos, contra el equipo del Instituto Roxborough. En su año senior anotó 800 puntos en los primeros 16 partidos y fue nombrado All-American. Consiguió un total de 2.252 puntos en su carrera en el instituto, promediando 37,4 puntos por partido. Más de 200 universidades se interesaron por sus servicios.
Universidad de Kansas

Posteriormente, jugaría dos años en la Universidad de Kansas (por entonces los freshmen, estudiantes de primer año, no podían jugar al baloncesto en la NCAA), donde fue nombrado All-American en dos ocasiones y lideró a los Jayhawks hasta la final del campeonato de 1957, perdiéndola ante North Carolina por 81-80, tras tres prórrogas. A pesar de ello, fue nombrado jugador más destacado de la Final Four.
Tras un año frustrante, en el que Kansas no logró clasificarse para el torneo NCAA (por entonces, los equipos que habían perdido el campeonato de liga no eran invitados), Chamberlain decidió convertirse en jugador profesional.

Fue contratado por Philadelphia Warriors, quienes le habían escogido en 1955 como una elección territorial (en un draft que ese año la NBA creó en el que se permitía a un equipo reclamar a un jugador de una universidad local). Los reglamentos prohibían entonces entrar en la NBA antes de cumplir los cuatro años universitarios, por lo que Wilt no pudo entrar en la liga hasta 1959.
Harlem Globetrotters

En este intervalo, Chamberlain jugó una temporada con los Harlem Globetrotters. Abe Saperstein, entrenador de los Trotters, tenía el dilema de poseer dos grandes pívots: Meadowlark Lemon, conocido como “Clown Prince”, y el propio Chamberlain. Saperstein aprovechó a Wilt como base, posición en la que pudo mostrar su capacidad de tiro, de pase y sus habilidades penetrando a canasta. Chamberlain fue, posiblemente, el jugador más alto que se haya visto en una cancha jugando en la posición de base.

Su camiseta con el número 13 fue retirada como homenaje.
Carrera en la NBA

Philadelphia Warriors/San Francisco Warriors

En su primera temporada con los Warriors (1960), Chamberlain fue el máximo anotador de la liga, promediando 37,6 puntos por partido, y máximo reboteador, con 27. Fue nombrado MVP del All-Star tras anotar 25 puntos y capturar 27 rebotes durante la victoria del Este sobre el Oeste.

También se convirtió en el primer jugador (posteriormente lo haría también Wes Unseld en 1969) en ser nombrado MVP y Rookie del Año en la misma temporada. Con Wilt de pívot, los Warriors pasaron en un año de ser los peores de su división a poseer el segundo mejor récord de la NBA. Sin embargo, fueron eliminados en las Finales de Conferencia por Boston Celtics, algo que se repetiría muchas veces en su carrera.

Desde que los Celtics fueron colocados en la misma división del Este que los Warriors, Chamberlain y sus compañeros no pudieron alcanzar las Finales de la NBA, ya que siempre caían derrotados por los “verdes”. Aquéllos fueron los míticos Celtics que lograron 11 anillos en 13 temporadas, liderados por Bill Russell.

Sin embargo, Chamberlain se estableció como uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. En sus primeros cinco años en la liga, sus promedios fueron 37.6 puntos por partido y 27 rebotes (1960), 38,4 y 27,2 (1961), 50,4 y 25,7 (1962), 44,8 y 24,3 (1963), 36,9 ppp y 22,3 (1964), y 38,9 y 23,5 (1965).

El jugador que más se ha acercado a esos promedios de anotación ha sido Elgin Baylor, promediando 38,3 puntos por partido en la temporada 1961-62. La siguiente mejor actuación reboteadora fue de Bill Russell, con 24,7.

En 1963, los Warriors se mudaron a San Francisco, y en 1964 Chamberlain y sus San Francisco Warriors perdieron con Boston Celtics en las Finales de la NBA. Tras esa temporada, Wilt fue traspasado a Philadelphia 76ers.



Philadelphia 76ers

De vuelta a la ConferenciaEste, la dinastía de los Celtics frustró de nuevo a Chamberlain en su camino hacia las Finales. La final de conferencia de ese año llegó al séptimo y definitivo partido muy igualada, siendo finalmente ganada por los Celtics en un final legendario, cuando Hal Greer intentó pasar el balón a un compañero y John Havlicek la robó para dar la victoria a Boston.

Chamberlain fue la pieza central de los 76ers de 1967 que incluían a los por entonces futuros miembros del Hall of Fame, Greer y Billy Cunningham, además de otros jugadores fundamentales como Chet Walker y Luke Jackson.

En los primeros 50 partidos de la liga el equipo llevaba un balance de 46-4, yendo en progresión por entonces de conseguir 68 triunfos. En playoffs por fin vencieron a los Celtics, cortándoles así su racha de ocho anillos consecutivos, antes de conseguir el título de la NBA ante San Francisco Warriors en seis partidos.

En esa serie, Wilt promedió unos relativamente modestos 17,7 puntos por partidos, aunque también unos increíbles 28.7 rebotes por encuentro. De hecho, su peor partido en la faceta reboteadora fue el sexto, con 23. Esta hazaña es más asombrosa teniendo en cuenta que el pívot rival era el imponente Nate Thurmond, que promedió 26,7 rebotes en esa serie. Chamberlain y Thurmond se convirtieron en los 5º y 6º jugadores (y últimos hasta la fecha) en capturar más de 20 rebotes en cada uno de los partidos de las Finales de la NBA.

En 1980, esos Philadelphia 76ers fueron votados como el mejor equipo de los primeros 35 años de competición. El propio Wilt dijo que ese fue el mejor equipo de la historia. Chamberlain recibió su tercer MVP esa temporada.

En 1967-68, Chamberlain fue nombrado MVP por cuarta y última vez, mientras se convertía en el primer pívot en liderar la liga en asistencias, con 702 y 8,6 de promedio. Por tercer año consecutivo, los 76ers tuvieron el mejor registro de la liga, pero los Celtics les eliminaron en siete partidos en las Finales de Conferencia Este.
Los Angeles Lakers

Al año siguiente, Wilt Chamberlain fue traspasado a Los Angeles Lakers, donde compartió vestuario con Elgin Baylor y Jerry West, futuros miembros del Hall of Fame, creando una de las más prolíficas máquinas anotadoras de baloncesto de todos los tiempos.

Baylor y Chamberlain, sin embargo, jugaron solo unos pocos partidos como compañeros de equipo debido a la retirada de uno por problemas familiares y de equipo, y a la lesión de rodilla del otro. Esta lesión limitó el número de partidos que jugó ante el joven pívot de Milwaukee Bucks, Kareem Abdul-Jabbar, por entonces conocido como Lew Alcindor.

El pívot de los Lakers fue el único jugador capaz de taponar uno de sus míticos “sky-hook” (ganchos del cielo). Esa temporada los Lakers se hicieron con el título venciendo a unos viejos pero batalladores Celtics.

En 1970, la adquisición de Gail Goodrich reforzó el juego ofensivo de los Lakers tras la pérdida de Baylor. En las Finales, perdieron ante New York Knicks, uno de los mejores equipos defensivos de la era post-Russell-Celtics. Ambos equipos disputaron una difícil y competitiva serie, pero en el quinto partido Willis Reed sufrió una seria lesión de rodilla. Los Knicks ganaron ese encuentro, pero en el siguiente fueron destrozados por el juego ofensivo de Wilt Chamberlain, y todo parecía indicar que jugarían el séptimo y definitivo partido sin su pívot titular. Sin embargo, Reed, cojeando, le ganó el salto inicial a Chamberlain y anotó los cuatro primeros puntos de su equipo, llevando a uno de los partidos de playoffs de desempate más famosos de todos los tiempos. Aunque Reed solo pudo jugar una pequeña parte del partido, y cuando lo hizo realmente le costaba moverse, Chamberlain anotó solamente 21 puntos (cuando esa temporada su promedio era de 27,3) en 16 tiros, muchos para un séptimo partido de unas Finales. Además, en la línea de tiros libres firmó un triste 1/11, quizás su peor partido jamás visto en esta faceta.

En 1971, los Lakers realizaron un notable movimiento firmando al antiguo jugador de los Celtics Bill Sharman como entrenador. Sharman explotó todas las cualidades defensivas de Chamberlain. Este experimento resultó ser muy exitoso, siendo Wilt elegido en el mejor quinteto defensivo de la temporada por primera vez en su carrera, y con los Lakers batiendo su récord de victorias, 69, incluyendo la mítica racha de 33 victorias consecutivas, la más larga en la historia del deporte americano profesional.

Chamberlain, poco impresionado, ironizó: “Yo jugué con los Harlem Globetrotters y ganamos 445 partidos seguidos”.

Chamberlain y West ganarían su primer y único título con los Lakers en 1972, en la primera temporada sin Baylor. Este equipo también incluía a los aleros Jim McMillian, un anotador, y al especialista reboteador y defensivo Happy Hairston. En las series ante los Knicks, Wilt promedió 19,2 puntos por partido, siendo elegido MVP de las Finales, principalmente por su increíble aportación en el rebote. En el partido final anotó 23 puntos y recogió 29 rebotes, a pesar de tener dañada su muñeca derecha. Durante la serie promedió 23,2 rebotes por encuentro, a la edad de 36.

Al año siguiente, la que sería su última temporada como jugador profesional con 37 años, Chamberlain todavía lideraba la liga en rebotes con un promedio de 18,6, mientras firmaba un récord NBA gracias a su 72,7% en tiros de campo.
Miro hacia atrás y veo que mis primeros siete años comparados con mis siete últimos son una broma en términos de anotación. Paré de lanzar porque los entrenadores me pidieron hacerlo y lo hice. A veces me pregunto si eso fue un error.
—Wilt Chamberlain, hablando en Philadelphia Daily News San Diego Conquistadors

En 1973, San Diego Conquistadors, de la ABA, una liga que había sido fundada para competir con la NBA, ofreció a Chamberlain un contrato de 600.000 dólares para ser entrenador-jugador, y éste aceptó. Los Conquistadors rápidamente difundieron fotos publicitarias de Chamberlain con el uniforme oficial del equipo y un balón de la ABA. Sin embargo, Wilt todavía debía a los Lakers el año de opción sobre su contrato, y lo denunciaron, argumentando que Chamberlain tenía prohibido jugar con otro equipo, aunque sea de una liga diferente. El caso fue arbitrado en favor de los Lakers, y Chamberlain nunca llegó a disputar un partido en la ABA. Sin embargo, Chamberlain entrenó a San Diego aquel año.



Post-NBA

Tras su periodo en los Conquistadors, terminó aburrido del trabajo de entrenador. Entró de manera triunfal en la industria del entretenimiento y se convirtió en hombre de negocios, abriendo además una popular discoteca en Harlem llamada Smalls Paradise. Chamberlain también patrocinó a sus equipos profesionales de voleibol y atletismo, apareciendo también en anuncios de Drexel Burnham, Le Tigre Clothing y Foot Locker, y en la película Conan el destructor junto con Arnold Schwarzenegger, en 1984. Publicó varios libros, entre los que destaca Who’s Running the Asylum? Inside the Insane World of Sports Today (1997), en el que critica duramente a la NBA de la década de los 90 por mostrarse irrespetuosa con los jugadores del pasado.
Chamberlain meditó regresar a las pistas en la década de los 80, debido a su gran estado de forma pese a su edad. En la temporada 1980-81, Larry Brown admitió que Cleveland Cavaliers había hecho una oferta a Chamberlain, que por entonces tenía 45 años. Cinco años más tarde, New Jersey Nets lo intentó de nuevo, pero Chamberlain volvió a declinar la oferta. Hasta su rápido empeoramiento de salud, en 1999, Chamberlain siempre estuvo en un gran estado físico, llegando incluso a correr a menudo maratones.

Legado

Con un repertorio ofensivo que consistía de mates, finger rolls (bandeja sutil con las yemas de los dedos) y un tiro fadeaway espectacular (girarse y saltar en dirección contraria a la canasta y su defensor), Wilt Chamberlain posee cerca de 100 récords de la NBA, incluido el de más puntos anotados en un partido: 100.

Al día de hoy, es todavía el único jugador capaz de anotar más de 4.000 puntos en una temporada (es difícil ver que alguien sobrepase incluso los 3.000). También consiguió 55 rebotes en un partido, y promedió 27 esa temporada, batiendo el récord de promedio de rebotes en una temporada, y que aún se mantiene.

De 1959 a 1963 (5 temporadas), Chamberlain tuvo una carrera espectacular, consiguiendo 5 de los 7 mejores promedios anotadores de todos los tiempos (incluyendo los 3 primeros). En 1962 promedió 50,4 puntos por partido, y al año siguiente 44,8. Su rival más cercano en esta categoría fue Elgin Baylor, que 1962 registró el 4º mejor promedio anotador de la historia, con 38,3.
El partido de los 100 puntos

Antes de la temporada 1961-62, el récord de más puntos en un partido lo poseía Elgin Baylor, de los Lakers, con 71. El 8 de diciembre de 1961, los Warriors jugaron ante los Lakers y Chamberlain anotó 78 puntos, superando el récord de Baylor, en un partido de tres prórrogas.

El legendario comentarista de los Lakers, “Chick” Hearn, a menudo ha contado la historia de que le preguntó a Baylor al finalizar el partido si estaba molesto por haber perdido el récord de aquella manera, con Wilt teniendo 15 minutos suplementarios en el partido para sobrepasar su registro. Según Hearn, Baylor no estaba preocupado porque “un día, el tipo anotará 100 puntos”.

Menos de tres meses más tarde, el 2 de marzo de 1962, en una victoria sobre los Knicks por 169-147 en el Hersheypark Arena en Hershey, Pennsylvania, Wilt Chamberlain anotó nada más y nada menos que 100 puntos (59 en la segunda mitad).

De hecho, se dice que Chamberlain anotó la última canasta a falta de 46 segundos para el final, pero ya no había nada que pudiera hacer parar a la muchedumbre sobre la cancha de juego. Debido a que el partido no fue televisado, no existen imágenes ni vídeos del mismo, aunque sí una grabación de audio de la emisión de radio del partido.

Chamberlain firmó un 36/63 en tiros de campo y un 28/32 en la línea de tiros libres; algo notable dado que Wilt apenas anotó la mitad de tiros libres que lanzó en toda su carrera. Hay que recordar que por entonces no existía la línea de tres puntos.

Chamberlain inicialmente dijo que se sentía “avergonzado” de esas estadísticas, por haber lanzado 63 veces a canasta y conseguir anotar “solo” 36 tiros.

Tres jugadores de los Knicks sobrepasaron la treintena de puntos en ese encuentro, pero de todas maneras, ni juntando todos esos puntos superaban la hazaña individual de Chamberlain.

El partido de los 78 puntos anotados ante los Lakers en tres prórrogas permaneció como el segundo récord de más puntos anotados en un solo encuentro durante más de 40 años, hasta el 22 de enero de 2006, cuando Kobe Bryant, escolta de los Lakers, endosó 81 puntos a Toronto Raptors.
Récords y hazañas

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[li]Es el jugador que más récords tiene en la NBA, con 71.[/li][li]Anotó 31.419 puntos en 1.045 partidos profesionales. Esto fue un récord en la NBA cuando él se retiró en 1973, hasta que fue superado por Kareem Abdul-Jabbar, Karl Malone y Michael Jordan. El promedio de anotación en su carrera es de 30,06 puntos por partido, segundo mejor de todos los tiempos, ligeramente por detrás de los 30,12 de Jordan.[/li][li]El promedio de 50,4 puntos por partido en la temporada 1961-62 con Philadelphia Warriors, es un récord en la NBA. Los dos siguientes, 44,8 y 38,4, también le pertenecen.[/li][li]Los 36 tiros y 28 tiros libres anotados en el partido de los 100 puntos son récords NBA (el de tiros libres compartido con Adrian Dantley), así como el de los 59 puntos conseguidos en la segunda mitad.[/li][li]Chamberlain anotó 60 o más puntos en 32 ocasiones, más que todos los otros jugadores combinados (26 veces). El jugador que más se le acerca es Kobe Bryant con 6.[/li][li]Chamberlain anotó 50 o más puntos en 118 en ocasiones (45 veces en la temporada 1961-62). El jugador que más se le acerca es Michael Jordan con 31 en temporada regular y 8 en playoffs.[/li][li]Posee el récord de más partidos consecutivos por encima de los 40 puntos, con 14 en 1961. En 7 de esos encuentros anotó más de 50 puntos.[/li][li]Chamberlain todavía es el jugador que más puntos ha anotado en la historia del All-Star Game, con 42.[/li][li]Chamberlain capturó 23.924 rebotes en toda su carrera, más que nadie en toda la historia. El promedio de rebotes en su carrera es de 22,9, otro récord más.[/li][li]Chamberlain es el único jugador que ha conseguido 2.000 rebotes en una sola temporada: 2.149 rebotes en la temporada 1960-61 (27,2 rpp) y 2.052 en la 1961-62. Las increíbles estadísticas de esta última temporada fueron de 50,4 ppp y 25,6 rpp.[/li][li]Chamberlain es el único pivot hasta la fecha, que ha liderado la clasificacion de más asistencias en una temporada (1968)[/li][li]Chamberlain es el jugador que más rebotes ha capturado en un partido de temporada regular con 55, el 24 de noviembre de 1960 ante Boston Celtics. El pívot rival en ese encuentro era Bill Russell, que el partido anterior había puesto el récord en 51.[/li][li]Chamberlain también posee el récord de rebotes en un partido de playoffs con 41, el 5 de abril de 1967, de nuevo ante los Celtics.[/li][li]Chamberlain es el jugador que más rebotes ha atrapado en la historia del All-Star Game, con 197.[/li][li]Chamberlain lideró la liga en rebotes en 11 ocasiones, en porcentaje de tiros de campo en 9, y en anotación en 7.[/li][li]Chamberlain es el único jugador en la historia en conseguir un doble-triple-doble (superar la veintena de puntos, rebotes y asistencias en un partido). En 1968 ante los Pistons, anotó 22 puntos, cogió 25 rebotes y repartió 21 asistencias. Esta hazaña ponía en demostración, una vez más, su versatilidad.[/li][li]Chamberlain posee el récord de más triples dobles consecutivos con 9, en 1968.[/li][li]La resistencia y durabilidad de Chamberlain era uno de sus muchos puntos fuertes. En 1962 promedió 48,5 minutos por partido, lo que significaba que prácticamente jugó todos los minutos de la temporada así como las prórrogas. Estuvo en cancha 3.882 minutos de 3.890 posibles, con un promedio de seis segundos de descanso cada partido. Wilt jugó unos 46 minutos por partido en siete temporadas, y el promedio en toda su carrera es de 45,8. Además de jugar 14 temporadas como profesional (1959/1973)[/li][li]A pesar de que por su capacidad ofensiva era en ocasiones marcado por dobles o triples defensas, nunca fue expulsado por acumulación de faltas personales en sus 14 años en la liga (el límite de faltas en un partido son seis). En algún partido acumuló cinco faltas en el último cuarto, y al entrar en la prórroga no fue capaz de cometer una falta más que le hubiera costado la expulsión.[/li][li]Aunque no está probado, muchos comentaristas deportivos y especialistas de NBA aseguran que Chamberlain habría hecho muchos cuádruples-dobles en su carrera, e incluso pudo haber promediado un triple-doble en alguna campaña (en puntos, rebotes y tapones), pero ya que jugó en una era en la que los tapones y los robos no eran oficialmente registrados en las estadísticas, esto solo son especulaciones.[/li][li]Chamberlain aún posee un número de récords de porcentaje de tiros de campo que ningún otro jugador se ha acercado ni siquiera. En febrero de 1967 anotó 35 tiros consecutivos, incluyendo un 18 de 18 el día 24 de dicho mes ante Baltimore. Su porcentaje de 72,7 en la temporada 1972-73 es el mejor de toda la historia, seguido por otro suyo, de 68,3 en la 1966-67.[/li][li]Aunque si bien Chamberlain era un dominante reboteador, en la temporada 1971-72 su compañero en los Lakers Happy Hairston atrapó 1.045 mientras que Chamberlain 1.572. Este hecho fue la única vez en la historia de la NBA en la que dos compañeros de equipo capturaron más de 1.000 rebotes.[/li][/ul]
Camisetas retiradas

El impacto de Chamberlain en el juego queda reflejado en el hecho de que su camiseta número 13 ha sido retirada por cinco equipos diferentes:

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[li]Golden State Warriors[/li][li]Harlem Globetrotters[/li][li]Los Angeles Lakers[/li][li]Philadelphia 76ers[/li][li]Universidad de Kansas[/li][/ul]
¿El mejor jugador de todos los tiempos?

Hay un hecho que habla por sí sólo, y es que sus increíbles estadísticas son inigualables. Pero el argumento más utilizado en su contra es que “sólo” ganó dos anillos de campeón, que si se comparan con los ganados por otros grandes jugadores (Magic Johnson, por ejemplo, ganó cinco, Michael Jordan y Kareem Abdul Jabbar seis y Bill Russell nada más y nada menos que once), pueden en principio saber a poco. El propio Wilt dice en su primera autobiografía, Wilt: Just Like Any Other 7-Foot Black Millionaire Who Lives Next Door: “No soy naturalmente competitivo y agresivo. No tengo un instinto asesino”. Esto quedó patente en una ocasión: el séptimo partido de las Finales de la NBA de 1970, famosas debido a que el pívot de los Knicks Willis Reed jugó cojeando. A causa de la inmovilidad de Reed, Chamberlain debería haber anotado tanto cuanto quiso. Sin embargo, contribuyó solamente con 21 puntos y los Lakers perdieron el partido y, por lo tanto, el campeonato.

Sin embargo, los partidarios de Chamberlain ofrecen varios argumentos para defender que es el mejor jugador de la historia. Wilt era tan dominante que obligó a la NBA a cambiar varias reglas para frustrarle, como por ejemplo la creación de una regla basada en la prohibición de palmear el balón en el círculo superior imaginario del aro (llamado “goaltending”). También ensancharon las líneas de la cancha para hacer más lento su progreso y que se fatigara más.

Cuando le preguntaron al legendario Oscar Robertson sobre si Chamberlain era el mejor jugador de la historia, contestó: “los libros no mienten”.
Logros

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[li]Incluido en el Basketball Hall of Fame (1978)[/li][li]2 Campeonatos de la NBA (1967 y 1972)[/li][li]1 MVP de las Finales (1972)[/li][li]4 MVP de la Temporada (1959-60, 1965-66, 1966-67, 1967-68)[/li][li]7 veces elegido en el quinteto ideal de la temporada (1960, '61, '62, '64, '66, '67, '68)[/li][li]3 veces elegido en el segundo quinteto ideal de la temporada ('63, '65, '72)[/li][li]2 veces elegido en el quinteto defensivo de la temporada (1972, '73)[/li][li]Rookie del Año (1959-60)[/li][li]MVP del All-Star Game (1960)[/li][li]Elegido como uno de los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA (1996)[/li][li]7 veces Máximo Anotador de la NBA (1960/66)[/li][li]11 veces Máximo Reboteador de la NBA (1960, 1961, 1962, 1963, 1966, 1967, 1968, 1969, 1971, 1972, 1973)[/li][li]1 vez Máximo Asistente de la NBA (1968)[/li][li]9 veces Mejor Porcentaje Tiros de Campo (1961, 1963, 1965, 1966, 1967, 1968, 1969, 1972, 1973)[/li][li]13 veces All-Star (1960/1973)[/li][li]Elegido #2 en la lista de los 75 mejores jugadores de la historia por la revista SLAM[/li][li]Elegido #3 en la lista de los mejores atletas del siglo XX por ESPN[/li][/ul]

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[li]Vida personal[/li][/ul]
Pero no solo en baloncesto tenía éxito, sino también en otros deportes. Participó con su equipo en pruebas universitarias de atletismo, sobrepasando los dos metros en salto de altura, corriendo los 440 en 49 segundos, los 880 en 1:58.3, y los 100 en 10.9. También participó en competiciones de voleibol (deporte en el que destacaba), automovilismo, flirteó con el boxeo y fue ofrecido a jugar con Kansas City Chiefs en 1966, equipo de fútbol americano. Tras su retirada fue actor,22 una celebridad y hombre de negocios. En 1984, tuvo un papel secundario en la película Conan El Destructor, de Arnold Schwarzenegger.23
Mientras que Chamberlain vivía la buena vida con el baloncesto, cobraba una miseria comparado con los jugadores de la era moderna. Sin embargo se hizo multimillonario debido a varias inversiones lucrativas en bienes inmuebles de Los Ángeles.
“20.000 mujeres”

En su segunda autobiografía, A View from Above (1991), afirma haber tenido relaciones sexuales con unas 20.000 mujeres. Esto significaría que, en promedio, tuvo sexo con más de una mujer nueva diariamente desde los 15 años. Debido a esto, mucha gente duda de sus afirmaciones, aunque pocos se pregunten el hecho de su promiscuidad. Fue muy criticado y acusado de realizar estereotipos sobre los afroamericanos, y de su comportamiento irresponsable, especialmente debido a la crisis del sida, que avanzaba con fuerza en los 80, cuando se produjeron varios de sus encuentros con mujeres. Wilt se defendió diciendo que solamente estaba haciendo “algo natural”, y que procuraba no acostarse con mujeres casadas.
Chamberlain fue toda su vida soltero, y que se sepa, no tuvo ningún hijo, a pesar de haber sido un auténtico mujeriego.
Muerte

El 12 de octubre de 1999, Chamberlain moría de un ataque cardiaco mientras dormía en su casa de Bel-Air, California. Estaba bajo cuidado de cardiólogos y otros médicos debido a sus problemas de corazón en sus últimos años de vida. Tenía 63 años.

//youtu.be/rCWrGWuU2Ak

El Capítulo 5 es de esas historias dignas de película…

Probablemente, el post más extenso en la historia del foro, pero vale la pena. Hagan de cuenta que es un capítulo de un libro. Lo van a apreciar.

Capítulo 5: “1986: El Draft Maldito”.

Parte 1: Len Bias

Caía la noche. A través de la ventanilla el horizonte parecía combar el Atlántico con una serenidad que le despertó celos. Al sentir la cálida mano de su padre sobre la suya se sobresaltó de la misma manera que el día anterior en el Felt Forum, cuando alguien reclamó su atención por la espalda y se puso en pie como un resorte. Un sonriente mocetón, aún más alto que él, estrechó con fuerza su mano. “Hola, Chris Washburn, Carolina del Norte”. Con seguridad, aquel tipo alcanzaba los dos diez. [b][i]

“Len Bias, Maryland”[/i][/b], correspondió como un autómata. “Lo sé, Len. Nos han puesto juntos. Eso está bien, porque yo estoy bastante nervioso”. “¿Sabes ya dónde irás?”. Pero Len, ante la sorpresa de su padre, junto a él, se encogió de hombros. Acaso la pregunta lo había tomado desprevenido. O simplemente temía confesarlo, como quien cruza los dedos ante un suceso crucial.

Terminado su año junior, fue invitado al campus que anualmente organizaba Red Auerbach en New England. Auerbach se fiaba de sus amigos. Y John Thompson lo era. “Tiene 16 años. Es fuerte. Tiene talento. No lo pierdas de vista". Dos años después, la confidencia había elevado su valor.

-Red, es lo que necesitas.

-¿Estás seguro?

-No. Es más de lo que necesitas.

Eso ya quedaba claro con la asombrosa realidad de elegir en segundo lugar. Boston gozaría de semejante privilegio, la elección más alta en la historia de la franquicia, unos días después de proclamarse campeón de la NBA. La elección era responsabilidad directa de Red Auerbach, quien dos años atrás había conseguido de Seattle su primera ronda a cambio de un Gerald Henderson notablemente apreciado por su decisivo robo de balón en la segunda velada de las Finales.

Según se había escrito, Len Bias era todo lo que los Celtics empezaban a no ser, la llave maestra con que franquear el terrible vacío de una transición. En su fuero interno, Auerbach no podía menos que remontarse a aquellos días de 1978 y su obsesivo cortejo a Larry Bird.

El papel de Bias en aquel campus de Marshfield fue algo más que estelar. Auerbach, Jones, Rodgers y Ford quedaron prendados de lo que, en realidad, ya sabían. A una acción de absoluta contundencia del muchacho en los dos aros, un antiguo jugador de Maryland, Buck Williams, se había levantado del asiento contrariando su aspecto de hombre calmo: “Did you see that!? He’s unbelievable!”. De no ser por la incesante resonancia del balón sobre el parqué, hasta podrían haber llegado a los oídos de Len algunas perlas procedentes de la grada cuando Jan Volk, manager general de los Celtics, y Ed Badger, su ojeador principal, dejaron a un lado sus libretas. “Te lo dije. Es nuestro hombre”.

Demasiado lo sabía ya el viejo, a quien le unía una estrecha amistad con el entrenador del chico, Lefty Driesell, lo que había facilitado aún más las cosas. “Len, si me das tu palabra, yo te daré la mía –le había prometido Auerbach en una cena con el chico y sus padres al término de su año junior–. Si te presentas al Draft ahora, no creo que pases del 15. Pero si esperas al año que viene, jugarás con nosotros. Jugarás en los Celtics”.

Conforme pasaban los días, sentía que aquella promesa perdía fuerza. De ahí la inseguridad del muchacho aquel último año. Había dicho que no a los Knicks y a los Warriors, los primeros en ponerle limusinas a la puerta de casa. “Please, draft me!”, había suplicado a Volk hasta en tres de las seis ocasiones en que el manager viajó para verlo en acción. Entretanto, Badger se conocía el Cole Field House al dedillo. Len anduvo cerca de convencerse un 27 de mayo en Boston, cuando fue sometido a un riguroso examen físico que incluía un análisis de orina. “Hijo mío, está claro que te quieren –le persuadía su padre–. No le des más vueltas. Simplemente te necesitan”.

Boston estaba obligado a reconocer al jugador. Pura rutina. Pero en el fondo, Auerbach no había olvidado aún la tragedia sufrida en Maryland diez años atrás, en 1976, cuando en apenas dos meses, dos jugadores a las órdenes de su amigo Driesell, Chris Patton y Owen Brown, habían fallecido repentinamente sin que nadie hubiera detectado que Patton padecía el extraño síndrome de Marfan y Brown, cardiomiopatía hipertrófica. Era comprensible que Auerbach no hiciera la menor mención a Driesell de aquel terrible episodio, lo que no impidió que el técnico advirtiera satisfecho: “Adelante, es una roca”.

Con la frente pegada a la ventanilla, Len recordó cómo sus dudas más tenaces pudieron disiparse del todo al ser invitado al mismísimo Boston Garden durante las Finales. Aquel espléndido domingo, diez días atrás, ocupando un asiento tras el banquillo de los Celtics, cuando a pocos minutos del término apareció sobreimpreso en el electrónico de fondo el “SWEET 16”, mientras McHale y Walton se fundían en un conmovedor abrazo en pista bajo el atronador rugido del Garden, sintió que las piernas le abandonaban y la escena se diluía a través de sus ojos, empapados de auténtica emoción. Era imposible abstraerse a la idea de verse allá adentro, tocando el cielo con sus propios dedos.

Y también volvió a revivir cuando tras salir Daugherty (el Nº 1 del draft) al estrado, todo sucedió como una película de la que él extrañamente tomaba parte. “Eh, Lenny, ¿estás preparado para ir a Boston?”. Esta vez asintió con la cabeza a Washburn, porque el sueño ya estaba en marcha y nada podía quebrarlo. “Pues mejor será, porque tú eres el siguiente”. Para entonces, Len ni sintió el manotazo en su hombro, ni el mismísimo techo de habérsele caído encima.

-With the #2 pick in the NBA draft, the Boston Celtics select… Len Bias, University of Maryland.

Supo entonces que alguien le situaba en el mejor lugar del mundo, que de repente se había vuelto completamente verde mientras caminaba por el pasillo central de la abarrotada sala. El resto de la velada desapareció para él como si nada más existiera. Así que cuando minutos más tarde proclamaba a la prensa “es un sueño, es un sueño hecho realidad”, y prometía su entera vida a los Celtics, no supo de las declaraciones de Badger comparando su irrupción en la liga “a la explosiva manera de Michael Jordan”, ni tampoco de las del más jubiloso Red Auerbach: “Es un gran deportista. Le he visto jugar muchas veces. Le he visto entrenar. Tiene los mejores hábitos que uno puede desear. Es un chico ideal. ¿Has oído alguna vez la expresión ‘seguro de vida’? Pues Len es nuestro mejor seguro de vida”.

Al momento de abandonar el Madison, con la vista todavía deslumbrada por los focos, un denso enjambre de reporteros y fotógrafos taponaban su salida. Acompañaban a Len y James Bias tres hombres: Lee Fentress y Bill Shelton, de Advantage International, la compañía representante del jugador, y Steve Riley, como parte de los Celtics. En el cruce entre la 8ª Avenida y la Calle 33, Shelton se despidió de ellos, mientras Bias cedía los últimos autógrafos a la legión de chicos que los rodeaban. Los cuatro hombres tomaron allí un taxi camino a de La Guardia, el aeropuerto desde el que un puente aéreo les llevaría hasta Boston, donde a las seis le aguardaban el Garden y las news locales junto a K.C. Jones, Auerbach, y buena parte de la plana directiva. [b][i]

“Empezaremos con 700 mil”[/i][/b]. James Bias se ganaba la vida como electricista, pero sabía perfectamente el dinero que entraba en casa. Y eso era más de cuarenta veces lo que Lonnie y él ganaban en un año. Ya de noche, aún habría tiempo de entrar en directo en tres canales distintos de TV y su padre ya roncaba en la habitación cuando Len descolgó el teléfono del hotel. “Eh, Brian, te voy a llevar unas zapatillas, las mejores que habrás llevado nunca”.

Temprano por la mañana, en torno a las siete y media, volvía a descolgar el teléfono para hacer la misma promesa a su amigo John Walker, el culpable de que Lenny se iniciara en el baloncesto ocho años antes, en el pequeño gimnasio de Columbia Park. “Soy millonario, Johnny, ¿Lo oyes? ¡Millonario!”.

Dentro de la limusina que acudió a recibirlos al Royal Sonesta Hotel, Len se preguntó cuánto habría dormido. ¿Tres? ¿Cuatro horas? En las oficinas de Reebok le aguardaba una sorpresa. “Bienvenido, Len –Danny Ainge estaba allí para recibirlo–. Bienvenido al mejor equipo del mundo”. Len estrechó su mano con una mezcla de admiración y remordimiento, pues precisamente había sido Ainge una de sus víctimas en el campus de Marshfield el verano anterior.

A las tres de la tarde, pudo escapar por primera y única vez. A esa hora sonó el teléfono en casa de Lefty Driesell, que pensó nuevamente en la prensa. Pero no era la prensa. Era su perla favorita, el mejor jugador de la ACC por segundo año consecutivo y el casi único motivo por el que Maryland ocupara primeros puestos en la Atlantic y primeros planos en todo el país. Un emocionado Len confió al técnico todo lo que éste ya sabía, pero dejó que hablara y hablara hasta tomar aire luego de un interminable rosario de gratitudes que lograron estremecer al entrenador de Maryland desde 1970. “Lenny, eres lo mejor que ha pasado por mi vida profesional. Es sólo mérito tuyo. No nos defraudes –¿eran sollozos lo que escuchaba al otro lado?–. Oye, juega duro con esos tipos. Es tu primer partido”.

Aquellos tipos eran los hombres de Reebok, la firma deportiva que haría de Len Bias el contrapeso ideal a Nike y su estrella Michael Jordan. La marca había decidido emplearse a fondo con ese propósito, pues al día siguiente, la misma operación estaba ya concertada con Brad Daugherty. Llegado el momento de estampar la firma, Len sintió un alivio infinito. “Cinco años y un total de 1.62 millones.”. Luego de una nueva rueda de prensa, Len recibía de manos de su agente, Lee Fentress, un anticipo de 15 mil dólares como muestra de confianza. No hubo respiro. La tarde arrancó en el Blades&Boards Club: fiesta de presentación con miembros destacados de los Celtics y Larry Bird entre ellos. Más focos. “Len, aquí, por favor, ¡sonríe a la cámara!”. Pero ya era difícil hacerlo. Cuando empezó a no saber dónde estaba ni qué era exactamente lo que hacía y por qué, Len sintió que sus palabras al USA Today en la víspera de su elección –“Todo esto me está volviendo loco”– cobraban especial sentido aquel miércoles, a cuyo término, padre e hijo viajaban otra vez camino al aeropuerto Logan, donde el último avión les llevaría de vuelta a casa; el avión en el que pasadas las nueve y media de la noche y a doce mil pies de altura, ambos disfrutaban de sus primeros momentos de intimidad. A oportuna distancia, Fentress volaba con ellos.

Cuando James Bias buscó la mano de su hijo, lo hizo a sabiendas de sentirlo visiblemente nervioso. Los dos días más agotadores de su vida llegaban a su fin y, sin embargo, no parecía cansado. No podía estarlo.

-Padre, creí que me moría…
-
¿Al salir tu nombre?

-[b][i]No, después, la prensa, ayer, hoy, las preguntas, una y otra vez lo mismo, las fotos, las luces, las cámaras encima, la gente… Dios, creí que no terminaríamos nunca.

[/i][/b] El rostro de James Bias dibujó una amplia sonrisa que parecía comprenderlo todo.

-Pues más vale que te vayas acostumbrando.

El de su hijo seguía pegado a la ventanilla, que no le devolvía más que sus propios pensamientos. La noche había cerrado cuando James Bias terminaba de ojear el último periódico. Más que los elogios y especulaciones, le deleitaban especialmente las líneas por lo ya conseguido: “Máximo anotador en la historia de Maryland, máximo anotador de la Atlantic Coast Conference, cuarto reboteador, mejor porcentaje de tiros libres, diez o más puntos en 85 de sus últimos 86 partidos…”. Acto seguido, dobló con orgullo aquel fajo de periódicos sobre sus piernas.

-Cuéntame, Len, qué es lo que te han prometido.

-Pues verás, papá, cuesta creerlo pero me lo han prometido todo. Todo. Jugaré minutos. Minutos desde el principio –su entusiasmo, ahora sí, crecía por momentos–. [b][i]No me quieren en el banquillo. Seré el sexto hombre ¿Sabes lo que eso significa para mí?

[/i][/b] -¿De quien me imagino? –preguntó con ironía. Solamente Mo Cheeks había consumido más minutos que Bird aquella temporada.

-Sí, pero también de McHale. De los dos. Por eso dispondré de minutos. Me dijeron que soy yo lo que de verdad necesitan. Que conmigo el juego interior de este equipo puede ser el mejor que se haya visto nunca.

En el fondo, el propósito primero de Auerbach y su corte pasaba por prolongar las carreras de Bird y McHale al descargarles de minutos efectivos en pista. Bias era la pieza perfecta para lograrlo, un ejemplar natural y tácticamente versátil en esa doble posición.

-¿Sabes, papá? ¿Sabes qué es lo primero que voy a hacer…?

- –repuso bruscamente el padre–, graduarte. Eso es lo primero que vas a hacer. Diez créditos y serás libre.

-Claro… pero en cuanto lo logre, lo primero que voy a hacer es comprarme un coche, ¿sabes? Un Mercedes.

James estaba delante cuando Len declaró eso mismo a la prensa la tarde de su elección, pero hizo como si no supiera nada. Len era un enamorado de los coches y tanto le había reiterado esa promesa a su entrenador que cuando éste le sugirió la compra de una casa, Len había respondido que dormiría dentro del Mercedes.

-¿Ah, sí? Pues que sea verde.

Y los dos rieron antes de fundirse en un cálido abrazo. Por un instante, cruzó la mente de James Bias un grotesco recuerdo. Se trataba de una vaga escena emitida por TV hacía entonces justamente diez años. En ella, otro alumno de Maryland, John Lucas, exhortaba a los asistentes a la cena: “Yo podría ser presidente de los Estados Unidos”. Pero no, su hijo no era un chiflado como Lucas. Era todo eso que tan bien había escrito Larry Donald en la Basketball Times: un chico serio, laborioso, impoluto, una apuesta segura, otro hijo de Auerbach. De eso estaba seguro.

El avión tocó tierra en Washington minutos después de las diez. Una hora más tarde, el coche frenaba a la puerta de casa. Pero sólo James, al volante, pareció darse cuenta.

-¿No entras a saludar a tu madre?

Len parecía distraído.

-[b][i]Claro.

[/i][/b] La puerta se abrió sola. Su hermana Michelle no pudo contener la emoción cuando apretó a Len contra sí. “Estoy muy orgullosa de ti, Frosty, muy orgullosa”. Por un momento, pensó que era su madre quien le hablaba. El pequeño Jay, menos tímido que Eric, salió desatado al encuentro de su hermano mayor. Len se adelantó ofreciéndole unas espléndidas Reebok.

-Felicidades, enano. ¿Cuántos eran? ¿Nueve? ¿Diez?

-Muy gracioso. Dieciseis, hermano. Pero todavía queda media hora para que los cumpla. ¿Sabes? Voy a pintarme tu nombre en estas zapatillas.

-¿Y mamá?

Pero Lonise Bias no estaba en casa. En Pilgrim, la última misa se oficiaba muy tarde y aquél era un día de infinita gratitud al cielo. Len corrió a su habitación. Al tirar la corbata sobre la cama fijó la mirada en los tres posters que la presidían. Era él en plena acción. Lo flanqueaban un Lamborghini y un Porsche. Sobre su mesita, el anuario de los Maryland Terrapins y otra portada suya. ¿Cuántas veces había observado aquellas fotos? Ahora parecían distintas. Todo tenía sentido. Minutos después volvía a estar junto a la puerta, con los mismos zapatos, la misma camisa blanca y el mismo traje italiano que había estrenado en el Grand Hyatt Hotel de Nueva York la mañana del draft, semanas después de comprarlo en Georgetown. Al hombro, una mochila verde que abrió por primera vez para meter su ropa, algo cómodo, una sudadera azul de Reebok, unos vaqueros anchos y unas deportivas. [b][i]

“¿No cenas?”[/i][/b]. Al poner la mano sobre el hombro de su padre, deslumbraba su inseparable pulsera con su nombre tallado en oro. “Luego cenaré algo”. Todos se despidieron. “Descansa, hijo, tienes que estar agotado”.

No lo parecía por la prisa con que montó en su deportivo azul de tres puertas. Por unos segundos, el rugido del Nissan 300ZX profanó la noche de Landover antes de desaparecer calle abajo.

Cerca de la medianoche, el vehículo se adentraba en el campus de la Universidad de Maryland y detenía su marcha en el College Park, a la entrada del Washington Hall, la residencia de Len aquel último año, a unos quince kilómetros de casa. Qué cerca tuvo siempre todo…

Al instituto podía ir tranquilo y North Carolina le parecía demasiado grande. Él quería algo más pequeño, algo como North Carolina State. Pero cuando Valvano (el DT de NCS) le confesó a sus padres que no se iba a hacer cargo de la educación de Len, James Bias decidió que su chico tenía que seguir cerca de casa. No hubo más razón para quedarse en Maryland entre los más de 150 destinos que reclamaron a Len.

Cuando se abrió la puerta, la suite de tres dormitorios parecía una fiesta. Todos pasaron por su abrazo. David Gregg, el espigado novato interior del equipo, Keith Gatlin, y su gran amigo Terry Long, aleros junior, y Keeta Covington, un fornido defensa del equipo de fútbol. Los minutos siguientes fueron cálidos y cercanos, cómodos tal y como Len había deseado, quedando la estancia a merced de la más cómplice camaradería.

Aprovechó entonces para hacer una llamada. “Madelyn, ya estoy de vuelta”. Madelyn Woods era una amiga íntima, su más reciente cortejo. A las doce, la habitación estaba llena. Además de Madelyn, al grupo se habían unido Phil Nevin, el pívot novato y único blanco del grupo, y Ben Jefferson, otro miembro del equipo de fútbol. Las paredes, el sofá, las sillas, el suelo… En el vestíbulo no cabía un alfiler. [b][i]

“Abran las ventanas, esto es un horno”[/i][/b]. Todos alrededor de un solo hombre. Una vez que todos terminaron de manosear las bolsas, zapatillas, camisetas, medias y gorras que había dejado caer al suelo al entrar, sucedió al alboroto algo que se asemejaba a un interrogatorio. “Eh, Lenny, ¿de qué vas a jugar?”. Empezaba a sentir las 36 horas que llevaba siendo el absoluto centro de atención…

“¿No tienes una de éstas para mí?”. “¿Has hablado con Bird?”. Nadie pareció comprender la súbita gravedad su su rostro. “¿Vas a ser titular?”. Las voces de los presentes formaron al cabo un zumbido insoportable. “¿Sabes ya cuánto ganarás?”. La cabeza le estallaba.

-¡Pero cállense de una maldita vez! Era lo que había deseado gritar a la prensa los dos días que llevaba soportando lo mismo.

En efecto, todos callaron cuando Lenny se incorporó, agarró otra vez las llaves del coche, y salió apresuradamente de la habitación. “Ahora vuelvo”, dijo dando un portazo.

-Eh, Lenny, ¡esa chica puede esperar!

Todos rieron. Poco antes, Madelyn se había marchado.

El reloj marcaba las doce y cuarto de una espléndida noche de junio, cuando Len advirtió que alguien le había seguido hasta el coche. “¿Se puede saber qué haces? –era Covington– No nos hagas caso. Sólo somos curiosos. Es normal”.

Len contestó desde el coche. -No lo soporto. Simplemente no aguanto más. Sólo les falta el micrófono. Me largo.

-Está bien pero… –el motor le obligó a alzar la voz– ¡no hagas tonterías!

No improvisaba sus pasos. En tres acelerones el coche llegó a su destino, un pequeño apartamento junto al área universitaria. “Soy yo, Brian, abre”.

-Hey, Lenny, estás vivo. Creí que ya sólo te vería por televisión…

Brian Tribble aún vestía ropa de calle.

-Toma, tus zapatillas.

Un abrazo y Len se mostró expeditivo.

-Oye, ¿tienes algo?

-Claro. ¿Dónde vas? Anda, pasa.

Dentro había una chica algo amodorrada. Los dos pasaron a la salita y Brian invitó a Len a sentarse en un pequeño tresillo. “Tienes que estar hecho polvo. Anda, siéntate, por qué no me cuentas…”. Pero Len seguía sin parecer cómodo en ningún sitio. “No sé, me apetece tomar aire. Bueno, la verdad es que no sé muy bien qué es lo que me apetece”. Volvió con algo en la mano y cayó al sofá. “Hay una pequeña fiesta en Cherry Hill, sin mucho jaleo, con chicas y tal vez, podríamos acercarnos”. Brian abrió la bolsita y vertió sobre la mesa un pequeño monto de cocaína, la suficiente como para abrir bien los ojos. Un minuto después, los dos habían terminado. Tribble seguía hablando cuando Len cerraba la bolsita. “¿Cuánto hay aquí?”, preguntó.

-Diez cuando la saqué esta tarde. [b][i]¿Sabes? Te juro que hoy he visto más camisetas de los Celtics por aquí que en toda mi vida. Eres un héroe. ¡Un héroe!

[/i][/b] Len guardó la bolsa y se incorporó. Tenía lo que quería.

Cherry Hill no estaba lejos. Unos minutos en coche. Antes de llegar al final de Baltimore Avenue, se detuvieron frente al Town Hall Liquors, un comercio de licores que no cerraba nunca para contento de los estudiantes y del dueño, Michael Cogburn, encantado del buen negocio que representaban los chicos. La tienda estaba junto a un McDonalds y el trasiego de estudiantes era tal durante todo el año que había un servicio exclusivo para la Universidad, el McBus. Lenny entró solo y Cogburn lo reconoció enseguida.

-Dios mío, qué sorpresa, pero si tú eres… ¡Len Bias!

-Deme seis paquetes de cerveza Private Stock.

-Menuda celebración, muchacho.

Len dejó las bolsas en el estrecho asiento de atrás. La avenida seguía desierta, lo que invitaba a pisar el pedal. Llegando al último cruce antes de empalmar con la Ruta 1, el Nissan aceleró bruscamente al doblar la curva, haciendo que los neumáticos chillaran en el asfalto. “¡Mierda!”. El corazón de ambos sufrió un vuelco. A menos de cien metros un policía hacía la noche junto a su moto. De inmediato, les dio el alto.

Por un momento, Len imaginó lo peor. Todo se hacía trizas. Sin embargo, la suerte estaba de su lado. El policía también lo reconoció y lo hizo con grata sorpresa. Len tan sólo tuvo que forzar unas breves sonrisas que experimentó como muecas. La cocaína empezaba a tensar su rostro.

-Enhorabuena, muchacho. Tú haces que me sienta orgulloso del sitio donde nací. ¿Van lejos?

-No, agente, vamos a Cherry Hill… a saludar a unos amigos.

-A celebrarlo, claro que sí –el policía vio las cervezas–. Oye, cuando hay que celebrar algo a lo grande, algo de verdad, nada como un buen Cognac. Nada como brindar con un Hennessy. Dá buena suerte. Cogburn guarda algunas botellas en su tienda.

El mundo había cambiado.

-Gracias, agente.

-Adelante, no hagas locuras.

Len nunca había sido tratado así por un policía. Ningún negro lo era. Eso lo hizo sentir muy poderoso.

-Lenny, no sabes cómo te envidio. Eres alguien.

Las palabras de Tribble ocultaban una personal frustración. Brian adoraba el baloncesto. Su gran sueño pasaba por todo lo que su amigo estaba viviendo. Dejaron el coche en los alrededores del parque, donde se celebraba la fiesta. Había gente, pero no demasiada: la suficiente para que los chicos, la mayoría estudiantes, pasaran un buen rato en compañía de amigos y las amigas de éstos. Len reparó en las miradas curiosas que su presencia despertaba. No obstante, sintió un gran alivio al ver que el interés no pasaba de eso y la gente volvía a lo suyo. No reconoció a nadie, al contrario que Tribble, que en camiseta y cortos parecía empeñado en saludar a todo el mundo mientras se pegaba con orgullo a su amigo. Len empezaba a sentirse algo incómodo cuando alguien reclamó su atención por detrás.

-Eh, Lenny, me alegro de verte.

-Qué tal, David.

Era David Driggers, una verdadera amistad de la infancia que se había forjado casi más en las pistas de Landover que fuera de ellas. La compañía de Driggers le resultó agradable y durante un rato charlaron animadamente. Lenny comenzaba a estarlo. “Ya te dije que aquella finta a Salley te llevaría muy lejos. ¿O es que ya no te acuerdas?”. Len recordó fugazmente aquel partido ante Georgia Tech en el Field Cole y cómo se había prometido deslumbrar a Red Auerbach, presente en la grada, y el modo en que aquella acción le hizo disfrutar humillando a su par.

Driggers seguía hablando cuando Len sintió por primera vez en sus piernas el peso del agotamiento. Parecía además distraído y algo nervioso cuando vio a Tribble acercarse haciéndole un gesto que invitaba a salir de allí. “Bueno, David, tengo que marcharme. Estoy muy cansado”. Driggers volvió a apretar su hombro. “Espero verte por aquí este verano, antes de que nos dejes para siempre”. Ambos se despidieron.

Tribble caminaba rápido. Lo hacía como en dirección al coche. “Oye, aquí no hay más que soda. Qué tal si nos vamos…”. Len callaba. Tenía la boca seca y por nada del mundo quería acostarse. No podía estar cansado. No aquella noche.

El Nissan estaba bastante retirado. Sin mediar palabra, Len abrió la guantera y sacó la carpeta que contenía los papeles del coche. Haría de cubierta. “Espera”, le detuvo cuando Len se metía la mano al bolsillo. Tribble sacó del suyo una bolsita mayor, del tamaño del puño de un niño, y vertió sobre la carpeta unas cuantas rocas brillantes que aplastó con un mechero hasta hacerlas polvo. “¡No enciendas la luz!”. El gesto de Len había sido maquinal al comprobar que algún fragmento salía disparado, cosa que a Tribble no pareció importar. En un abrir y cerrar de ojos, ambos repitieron el ritual. “¡Joder! –exclamó Len llevándose una mano a la cara–, ¿es de Fobbs?”. Tribble prefirió callar. “Arranca, vámonos”. El material de Fobbs, su compañero de apartamento y único proveedor, un camello de mayor escala, apenas había sufrido corte. Era de una calidad muy superior a los nueve gramos que llevaba Len en el bolsillo y que pagaría a Tribble al día siguiente o cualquier otro. El Nissan salió disparado del parking. Cuando Tribble pasó su mano por el fornido cuello de su amigo en señal de amistad, éste comenzaba a sentir una intensa dormidera en la boca y la garganta. “Necesito un trago”.

Minutos después, el coche volvía a detenerse en el 8135 de Baltimore Avenue. Ahora, era una chica la que estaba tras el mostrador. Además de por su enorme presencia, llamó su atención el fuerte olor a colonia que desprendía el cliente. Sin duda era un tipo presumido.

-Quiero una botella de Hennessy.

Como si le estuviera esperando, Cogburn salió de una estantería con dos botellas.

-¿La grande o la pequeña?

-La… pequeña.

-Ahora no te preocupará el dinero –y volvió a mostrar la grande–. Dentro de poco podrás comprar un camión lleno de éstas.

-Sólo quiero hacer un brindis.

-Buena elección entonces. Son 18 dólares.

Dejando un billete de 20 ya se largaba cuando Cogburn le detuvo.

-Verás, hijo, antes olvidé pedirte algo.

Len firmó un autógrafo para el hombre. No llevaba dedicatoria. Pero por primera vez, añadió a su firma una rúbrica: “Len Bias #30. Su dorsal en los Celtics.

Pasadas las dos, entraban de nuevo al College Park. La noche seguía siendo calma, extrañamente agradable. Invitaba a sumergirse en ella. Tribble salía del coche cuando Len volvió a abrir la guantera para dejar allí su bolsita, oculta bajo los papeles y cintas de música, casi todas de su adorado Al Jarreau. Arriba, la suite 1103 del Washington Hall mostraba ahora un aspecto distinto, el habitual a esas horas. Desordenada, con las cosas de Len por el suelo, pero vacía. Todos dormían cuando Lenny sintió que prendía en su interior el ardor de la euforia. Irrumpió por ello en el dormitorio de Long, y luego en el de Gregg. No así en el suyo, donde dormía Gatlin, que escuchó la puerta, las voces, la nevera y el inconfundible sonido de las botellas, pero decidió seguir durmiendo. Gregg y Long salieron en calzoncillos.

-¿Qué mierda hacen acostados?

-¿Tú qué crees?

-Vaya panda de… –repuso Len mientras lanzaba dos cervezas a sus compañeros de equipo–. [b][i]¿Y los demás?

[/i][/b] -Baxter con la novia, Nevin ni idea.

Tribble lo llevaba mejor. La costumbre lo permitía. Pero a Len se le notaba particularmente alterado, moviéndose de un lado a otro con gestos rápidos y nerviosos, vaciándose de un trago media botella. Viéndole además en compañía de Tribble, Long y Gregg comprendieron enseguida. No había pega. Al contrario, ellos también se animarían. “Mejor vamos dentro”. Los cuatro pasaron al dormitorio doble de Long y echaron la llave. La estancia era sencilla, de estudiantes. Dos camas, una mesita, un pequeño sofá y dos sillas, escueta pero cómoda.

Al cabo de un cuarto de hora, la nevera se había abierto ya un par de veces y en la habitación el calor había prendido rápido. Lenny, junto a la mesa, que hacía de centro. Sobre ella reposaban las botellas, un espejo empolvado, una pajita del McDonalds cortada por su mitad y una bolsa abierta con no menos de treinta gramos, suficiente para llenar una taza de café. Entrados en faena, todos hablaban rápido, pisándose las palabras, con los ojos bien abiertos y bebiendo trago tras trago para aplacar el quemazón de una lengua irrefrenable.

Ni se dieron cuenta que alguien acababa de entrar en la suite. Todo estaba revuelto. No se podían dar dos pasos sin tropezar con bártulos de los Celtics. “Vaya, Lenny ha vuelto”. El jaleo llegaba claramente al vestíbulo. Golpearon la puerta. Todos callaron.

-¿¡Quién es!?

-Soy yo, Bax.

Barrieron la mesa en un segundo. Baxter sabía que Gregg y Long fumaban hierba, lo que no soportó nunca. Pero nada más. A Lenny era imposible asociarle a nada de eso. Imposible. Delante suyo había recriminado a otros hacerlo. Se conocían desde hacía cinco años, cuando coincidieron en el Howard Garfinkle’s Five Star Basketball Camp, donde receló de aquel chico demasiado protagonista que tiraba cada balón que recibía.

Baxter odiaba la droga. De niño había de sortear hordas de hippies al entrar al colegio. Toda aquella estridente teatralidad y que fumaran lo prohibido con tal descaro le impresionaba, como también que se dirigieran a él de manera indescifrable. Pero mucho menos que ver a no pocos con la jeringuilla colgando, tirados en cualquier sitio, como muertos en plena calle. Suplicaba a su hermano mayor que le acompañara. Con los años aquello desapareció. Y su inocencia también. Aunque no a los ojos de sus compañeros. La presencia de Tribble destacó a los ojos de Baxter. Ambos se conocían de los tiempos de instituto, pero su relación se había congelado desde entonces, sobre todo sabiendo de qué iba Tribble, con quien Lenny había pasado más tiempo que con ningún otro en los dos últimos años. Juntos iban a todos los sitios. Solían salir de noche, acudir a clubes y demás. Les perdían las mujeres. La lista de Lenny era incontable y Baxter estaba convencido que no era otro el motivo de aquella intensa relación.

Jeff Baxter, el base titular del equipo, escuchó atentamente lo que su amigo contaba, aunque lo hiciera un poco a golpes, con voz entrecortada y gestos muy acusados. “Parece una bombilla antes de fundirse, está a punto de derrumbarse, tiene que estar agotado”, pensó Baxter mientras abría la cerveza que le pasaron. No tenía mucha gana, le molestaba todo aquel humo y al día siguiente madrugaba para ir a clase, pero qué menos que un cortés rato con Lenny. Todos hablaban rápido, apurando trago tras trago. Sí, se acostaría enseguida, después de compartir con ellos algunos recuerdos. Parecían tan animados…

-Eh, Baxter –exclamó el novato Gregg–, tú tienes que acordarte del primer partido. Vaya pinta tendría, ¿no?

-Bueno, la misma que yo. Al menos él jugaba. Perdimos en Baltimore de paliza, me acuerdo perfectamente. Y también la primera vez que saliste de titular –dijo ahora dirigiéndose a Lenny–. Era… Wake Forest, sí.

-Trece puntos y ganamos. No fue gran cosa, pero ya no volví a saber lo que era chupar banquillo –mientras miraba socarrón a Long y Gregg, acostumbrados a salir del banco.

-Los mismos puntos que metiste seguidos en el último –repuso Tribble.

-¿Eh?

Tribble se refería al último partido de Lenny con Maryland, jugado el 16 de marzo en Long Beach ante UNLV. Aquel día cayeron, por 70 a 64. Bias había anotado los últimos 13 puntos de su equipo, dejando su casillero en 31 puntos y 12 rebotes. Como incondicional de Bias, nadie rivalizaba con Tribble. Era el mejor biógrafo del jugador, pese a ser el único de los presentes que no lo era.

-Lo que nunca podré olvidar será mi primer buzzer.

-Tennessee-Chattanooga… 52-51 –repuso otra vez Tribble.

-No hay mejor sensación.

Minutos después de que Baxter tomara el relevo de la conversación, Tribble salió al baño. Llevaba la bolsa consigo. Baxter seguía atento a Len y no percibió la mirada cómplice entre Long y Gregg, que enseguida siguieron los pasos de Tribble, cerrando la puerta al salir. Bax y Lenny quedaron solos en el dormitorio.

-¿Por qué no te acuestas? Mañana vas a estar hecho polvo, ¿no crees?

Lenny no contestó. La templanza de Baxter ejercía ahora un enorme contraste con la velocidad de la noche. Su presencia le hizo recordar con fastidio la cita que a la mañana siguiente tenía con un tal John Powers, del Boston Globe.

-¿Qué te pasa? Te noto… no sé… nervioso…

Sin duda lo estaba. Pero consiguió eludir la inocencia de Baxter con hábil sinceridad. Lenny se confesó, ahora sí, largamente. Estaba feliz, eufórico, vivía un sueño, el sueño de su vida, pero tampoco podía ocultar el enorme agobio de los dos últimos días, y aún peor, de lo que ahora se le vendría encima. Una parte de él se mostraba también insegura y así se lo hizo saber a Baxter durante la media hora larga que quedaron a solas.

-Pero a ti siempre te gustó la presión.

-[b][i]Esto es diferente, Bax. Todo el mundo me pide cosas. ¡Todo el mundo! Tendrías que haber escuchado lo que me decían, lo que me preguntaban. No sé, es… demasiado. ¿Sabes cómo se siente el hombre más perseguido del mundo?

[/i][/b] Por un segundo, lo pudo ver en sus ojos. Lenny seguía siendo aquel muchacho que apenas había salido de Landover.

-¿Tienes miedo?

Lenny resopló.

La puerta del baño permanecía quieta. Baxter echó un vistazo al reloj. Las tres y cuarto. Se le había hecho tarde. Se despidió de Lenny, agarró su cerveza a medias, la guardó en la nevera y dijo adiós a los demás. Era momento de acostarse.

El dormitorio de Long volvía a tener el mismo aspecto que antes de llegar Baxter. Sin dilación. Tribble lanzó a Lenny la bolsa y sacó otra de su bolsillo. “Hey, casi me olvido”. Era polvo de ángel. Los demás llevaban ventaja y esta vez Lenny fue algo más generoso con su dosis, tanto que terminó vertiendo un par de rocas sueltas en la cerveza. Cuando Long lo vio otra vez pegarse al espejo recordó fugazmente la Nochebuena del 84, cuando la probó por primera vez a insistencia suya. “Venga, que no pasa nada. ¿No fumas hierba? Pues esto es todavía mejor”. Desde entonces, las veces que volvió a probarla habían sido contadas, igual que Gregg. Pero quizá no tanto como Lenny. Que pasara tanto tiempo con Tribble era suficiente motivo. Lenny no era un adicto, ni mucho menos. Pero tampoco decía que no cuando las circunstancias eran propicias. Había fiestas de estudiantes continuamente y, tras cuatro años, parecían habérsele quedado pequeñas. Él y Tribble salían por ahí. Driesell lo sabía. Y Lenny era además una bestia. Creía poder con todo. No, podía con todo. Con razón le llamaban “horse” (caballo). Y allí estaba ahora, dando vueltas por el dormitorio, como un poseso. La ansiedad le impedía estar sentado. Imponía verlo. “Tiene el cuerpo de un dios”, había escrito Sally Jenkins en el Post.

-Oye, sabrás lo que ha dicho Bird, ¿no? –irrumpió Gregg.

-¿Qué?

Claro que lo sabía. Larry Bird había prometido recortar sus vacaciones, estar presente en el ‘rookie camp’ de verano e incluso acordar con Bias sesiones previas a solas para conectar cuanto antes. Había mucho que enseñar.

Aquel recordatorio vino a alterar a Lenny su percepción de la noche. Si hasta entonces la principal motivación era celebrar lo logrado, liberarse a placer de esos dos últimos días en que se había sentido también aprisionado, se vio ahora invadido por la sensación de que acaso fuera aquélla su última noche, la última ocasión que tendría para divertirse con sus amigos a su manera. Tenía además pendiente su graduación y el tiempo se acortaba. Sí, merecía esa fiesta como nadie.

-¿Tienen papel de aluminio?

Qué oportuno sonó Tribble.

-[b][i]¡En la cocina!

[/i][/b]La mención a Bird renovó la curiosidad de los tres amigos. “¿A quiénes has visto?”. Lenny enumeró las estrellas a quienes había estrechado la mano y cruzado unas palabras. Los demás le seguían con renovado entusiasmo, imaginándose en su pellejo. Aquellos nombres continuaban sonando tan irreales como siempre. “Si me da la mano Ainge –Tribble quemaba la plata– lo dejo sin ella”. Tribble era abiertamente racista. Su vida parecía un empeño en rehusar todo trato con el Washington blanco. Otra de sus grandes frustraciones era no haber nacido en Nueva York. “Allí habría triunfado, respetan a los negros”, solía decir.

Lenny actuaba torpemente con el tubo de plata. En silencio, Long, que había devorado la prensa aquellos días, repleta de artículos sobre su compañero y amigo, tenía la extraña sensación de estar asistiendo en lo más hondo del mundo a una escena única, prohibida, algo de lo que únicamente ellos sabrían. Aquella morbosa complicidad entre los cuatro alimentaba la noche.

Las cuatro y media. Gregg salió por más cerveza. No pasaba ni un cuarto de hora sin que los bártulos de la mesa cambiaran de sitio. “Oye, ¿quién ha traído esa botella de Cognac?”. Lenny se llevó las manos a la cabeza. Lo había olvidado. “Eeey, ¡tenemos que brindar!”. Al acudir a la cocina por vasos, sintió las piernas entumecidas, pero al dar unos pasos se sintió más alto, más fuerte, más poderoso. “Buff, eso es una bomba”. Bastaba con brindar. Tribble se adelantó de nuevo. “Por un anillo de Lenny… con los Celtics”. En pie, todos chocaron los vasos. “¿Uno? ¿Cómo que uno?”. Lenny fue el único que apuró el suyo de un trago, desatando además una sonora mueca. Estaba desbocado.

Tribble pronunció la promesa de todo corazón. La felicidad de Lenny era también cosa suya. Por primera vez en su vida le ilusionaba el futuro. Pero al mismo tiempo era incapaz de imaginar una noche igual a la que, en febrero, le hizo llorar de emoción contemplando en directo a su mejor amigo. “Si en la NBA haces algo así te juro que…”. No haber recordado antes la gesta por la que Len Bias pasó a ser conocido en todo el país se debía no más que al gran número de veces que ya lo habían hecho. Pero era imposible no volver a hacerlo. Era el mejor momento vivido por todos con Lenny como protagonista. Aquella noche en el Dean Smith Center, la fortaleza de North Carolina, Len Bias puso a la nación a sus pies. A tres minutos del término Maryland perdía por ocho. “Te juro que me dije: ‘Se acabó. Esto es mío’”. Tenía los ojos encendidos mientras volvía a estar ocupado en la mesa. “Yo no iba a dejar que perdiéramos allí”, resoplaba al despegarse del espejo. Primero fue una suspensión. Era una de aquellas elegantes suspensiones suyas que tanto sorprendían a los especialistas por el enorme contraste con su aparente brutalidad. A ella siguió el robo de balón a saque de fondo y el contundente mate de espaldas sobre Warren Martin que hizo prender la rabia en sus compañeros. En aquel preciso instante, 31 de los 65 puntos de los Terrapins eran obra suya, y la prórroga fue una realidad luego de un apabullante dominio de su tablero. “Pobre ‘perrita’”, recordaba Gregg entre risas. Así era como Lenny había llamado a Daugherty en el vestuario al descanso. La prórroga tuvo un solo dueño. “Nunca me había sentido igual –terminó con voz ahogada–. Nunca…”. Tribble se estremeció con él. Al poner su mano sobre la rodilla de Lenny, pensó que aquel temblor sólo podía deberse a la intensa emoción. Nadie hasta entonces había logrado derrotar a los Tar Heels en su propia casa. “Tenías que haber visto a Lefty en la banda cuando remontábamos”. Cuando todo terminó, Lefty Driesell aseguraba haber visto a jugadores anotar 50 puntos, pero a nadie hacer lo que Lenny había conseguido aquella noche.

La noche pasaba muy rápido. Recordando partidos y más partidos, escenas y nombres de una juventud en común que ahora parecía decir adiós para siempre, el tiempo no tenía ningún sentido. Parecían cansados. Todos salvo Lenny, que inmensamente seducido por el poder de la gloria que creía tener en sus manos, volvió a actuar a solas con la bolsa. De inmediato, Tribble agarró su brazo. “Eh, vale, ¿no? ¡Vale ya! Acabas de…”. Lenny se soltó de un manotazo. “Déjame en paz, puedo con todo, ¡soy un caballo!”, replicó mientras se hacía polvo los labios.

Pasadas las seis, ninguno de los cuatro jóvenes era ya capaz de sonreír. Y hasta pronunciar cuatro o cinco palabras seguidas se hacía complicado. “Llévate a Gatlin contigo –volvía a desafiar Tribble algo molesto–. Nadie te las va a poner así ahora”. Tribble no lo decía tanto por la extraordinaria afinidad de Lenny con su escolta para desatar alley oops, sino porque en los Celtics los mates eran la excepción, acaso una herejía.

Un rato después, Lenny salía de la habitación. La orina apretaba. Al volver, su rostro estaba tenso hasta lo grotesco, sus ojos, desorbitados, su boca, a medio abrir y convulsa, hasta que tropezó de manera ridícula. Tribble le sujetó contrariado. “Siéntate, mierda”. Así lo hizo, en el sofá, por unos segundos, antes de volver a incorporarse. Ya no hablaba. Tomó asiento en la silla. Seguía sin parpadear. Amanecía. La voz de Long le llegó entonces desde muy lejos. Sí, quizá fuera momento de acostarse.

La primera luz del día entraba por la ventana, cuando Lenny sintió un repentino desasosiego. Algo le aplastaba las sienes. Un fuerte picor recorrió su cuerpo hacia manos y piernas seguido de un intenso escalofrío. Le faltaba el aire e hizo un esfuerzo por llenar sus pulmones. No podía respirar. Gregg y Long seguían hablando pero Tribble notó a su amigo definitivamente extraño. Pero Lenny no contestó. La barbilla llegó a tocar su pecho antes de derrumbarse hacia un lado de la silla y caer desplomado en el suelo, con medio cuerpo entre las camas. “¡Lenny!”.

Comenzaron las convulsiones. Hacia delante, hacia atrás. Su cuerpo se combaba como un arco y las piernas padecían un frenético temblor. No era una broma. En un segundo, el pánico se apoderó de ellos. “Joder, ¡qué le pasa!”. Tribble se tiró al suelo y con Long le sujetaron las piernas como si al hacerlo pudieran detener el ataque. De pie, Gregg observaba la escena con la sangre congelada. “Es… es… una broma, ¿verdad?”. De pronto, el movimiento cesó. Pero Lenny no reaccionaba. No tenía pulso.

Long buscó nervioso las tijeras, las mismas con las que había cortado la pajita del McDonalds horas antes. Insertó el mango en la boca de Lenny para evitar que se tragara la lengua, tal y como le habían enseñado en el curso de primeros auxilios. Pero no era fácil, porque Lenny sufría un segundo ataque. Volvieron las convulsiones. Gregg abrió la puerta del dormitorio sin saber dónde ir, sin saber qué hacer, hasta que se arrojó a sus piernas para detener aquel diabólico temblor.

Long comenzó a hacerle el boca a boca. Tribble había corrido al teléfono. El reloj acababa de marcar las seis y media.

-¡Mamá!

-¿Brian? Qué pasa…

-Es Len, mamá… Está sufriendo un ataque…

-¿Qué dices, Brian?

-¡Que no respira!

Tribble llamó a su madre por una razón: su hermana Priscilla. Brian había visto a su hermana epiléptica sufrir muchos ataques. Hasta dieciseis seguidos un fatídico día que sólo Dios sabe por qué no fue el último. Mamá sabría qué hacer.

-Ponedle… ponedle de lado y…

Cortaron la llamada. Era Gregg, a la espalda de Tribble.

-¡Llama ahora mismo al 911!

Loretta Tribble no podía creerlo. Lenny era un mulo, una bestia a la que tenía que reprender cuando en la salita de casa, con los pies sobre la mesa junto a Brian, se devoraba todas las pastas que con tanto celo elaboraba para sus hijos, y aún le pedía más. “¿Pero cómo no le he dicho que llame a urgencias?”, pensó Loretta, con el teléfono otra vez en la mano y marcando el número del apartamento de su hijo.

-Hospital Leland, buenas noches.

-¡Que venga una ambulancia!

-¿A qué lugar?

-Es la 1103 del Washington Hall. ¡Es una emergencia! ¡Es Len Bias… que ha ido a Boston… –balbuceaba– y necesita ser atendido!

-¿De qué está usted hablando?

-Estoy diciendo que alguien necesita ayuda… ¡Len Bias necesita ayuda!

-De acuerdo, no hay problema con su nombre. ¿Qué es lo que ocurre?

El operador había reconocido perfectamente el nombre, pero precisamente por ello creyó que podía tratarse de una broma. No era la primera vez que alguien llamaba a deshoras con una falsa alarma, sobre todo si reclamaba ayuda para algún famoso.

-No… no respira bien.

No respiraba en absoluto y Long aplastaba su pecho una y otra vez.

-¿Cuál es la dirección?

-La 1103 del Washington Hall en el campus de la Universidad de Maryland.

-¿El Washington Hall?

-¡Sí!

-¿Cómo se llama usted?

-Brian.

-¿Brian qué?

-Tribble.

-¿Tribble?

-¡Sí!

-¿Cuál es su número de teléfono, Brian?

-Yo… yo estoy en la habitación de Len Bias. No sé cuál es el número…

-¿Cuál es el número de la habitación?

-¡1103!

-¿1103?

-¡Sí!

-Vale. Cuál es… Dice usted que es el Washington Hall. ¿Cuál es la dirección del Washington Hall?

-Es… no lo sé… no tiene dirección… Vengan por Hungry Herman y sigan recto… queda a mano derecha. ¡Por favor, vengan rápido! ¡No es una broma!

-De acuerdo, Washington Hall, apartamento número 1103.

-¡Sí! ¡Le están haciendo el boca a boca! ¡Escuche! ¿No lo oye? ¡Es Len Bias! ¡Tienen que hacer que viva! ¡No puede morir! ¡En serio, señor! ¡Vengan rápido, por favor!

-[b][i]De acuerdo, Washington Hall y apartamento… umm… habitación 1103, ¿es así?

[/i][/b] -¡Sí!

-A ver, ¿es la mil ciento tres?

Era desesperante.

-¡Sí! ¡Sííí! ¡Once cero tres! ¡Mil ciento tres!

-[b][i]De acuerdo, mandamos una ambulancia para allá.

[/i][/b] En el dormitorio, el cuerpo de Lenny sufría un tercer ataque.

Sólo Gregg parecía saber qué hacer. Corrió a la mesita, agarró el espejo, lo limpió rápido con su manga y lo guardó en un cajón del vestíbulo. Acudió después a la cocina y abrió el armario bajo el fregadero, donde estaba el cubo de la basura. Allí, encontró una pequeña bolsa de dulces donde metió la cocaína. Le temblaban las manos. Los nervios le habían hecho derramar parte de ella en el dormitorio, el vestíbulo y la cocina. Acto seguido, entregó la bolsita a Tribble. “Tío, ¡deshazte de esto!”. Volvieron al dormitorio. Long seguía haciéndole el boca a boca. En los ojos de Lenny no había vida.

“David, hay una llamada de urgencia en la Universidad. Habitación 1103. Parada respiratoria. Lleva lo necesario. Nosotros vamos para allá”. David Purcell hacía la guardia en la estación de bomberos, a menos de un kilómetro del campus. Minutos después entraba en la suite. Conocía de sobra a los chicos. “¿Se puede saber qué pasa?”. Tribble no podía hablar y se limitó a señalar con el dedo el dormitorio. Al entrar, el cuerpo de Long seguía tapando el rostro de Lenny. Cuando Purcell pudo ver de quién se trataba sintió una fuerte sacudida. No podía ser cierto. Había que mantener la calma. “Vamos a llevarle al vestíbulo. Esto es muy pequeño”. Purcell venía de la calle y el ambiente del dormitorio se le antojó cargado, insano. Estaba claro. Todos habían pasado la noche allí encerrados. Colocaron el cuerpo de Lenny otra vez en el suelo. Primero, la máscara de oxígeno, después el pulso. No tenía pulso. “¿Ha tomado algo raro?”. La expresión de Purcell no ayudaba en absoluto. “Cerveza”, se adelantó maquinalmente Long. “Sólo cerveza”.

Sin poder aguantar más, Gregg entró al dormitorio de Baxter, que seguía dormido.

-¡Bax, Bax, despierta!

-¿Q… qué?

-Despierta, Lenny se está muriendo…

-¿Qué… qué mierda dices? Deja de hacer el idiota…

-No respira… maldita sea… se está muriendo… –sollozaba.

Baxter tenía la sensación de recién haberse acostado. ¿Cuánto hacía que estuvo hablando con Lenny? ¿Cinco? ¿Diez minutos? Vale, sería temprano por la mañana. ¿Pero cómo podía haber aguantado Lenny toda la noche despierto? ¿Cómo después de los dos días que arrastraba? “Un caballo, eso es lo que es”, se convenció al incorporarse. Cuando salió al vestíbulo su corazón se detuvo. Varios operarios de urgencias rodeaban a Lenny, tendido en el suelo, envuelto en aparatos y cables. Gatlin estaba despierto. Permanecía quieto junto a la puerta de su dormitorio. No podía creer lo que estaba viendo. Baxter tampoco. Sacaron a Lenny en camilla y los chicos quedaron a solas.

El silencio era insoportable.

-Pero… ¿qué ha pasado? –insistía Baxter.

Long no contestaba. Gatlin sí lo hizo, como si estuviera seguro de algo.

-Estuvieron haciendo… esa mierda.

-¿Fumando hierba? –repuso Bax.

Gatlin prefirió recular. Podía haber pasado cualquier cosa.

-No lo sé. Estuvieron haciendo… algo.

Baxter imploraba una explicación. Gregg salía del dormitorio y Bax corrió hacia él, lo agarró con fuerza y lo metió al baño cerrando la puerta. Sintió sus manos frías y extrañamente húmedas.

-Me quieres decir qué mierda ha pasado. ¡Qué es lo que ha pasado!

-No… nada… no sé… Bebimos cerveza… Él también y de pronto… se cayó al suelo.

La puerta de la suite volvió a abrirse. Purcell había olvidado su chaqueta. Vio a Long apilando las cervezas, una caja de pizza y demás desperdicios que sacaba del dormitorio, metiéndolo todo en una bolsa.

“¿Es momento de recoger la basura?”, se sorprendió Purcell. “Vamos, puedo llevar a alguien”. Gregg, Long, Gatlin y Nevin bajaron con él. Long montó el último. Había corrido hasta el contenedor. Al igual que ocurría en el pasillo fuera de la suite, por entre las imponentes columnas que presidían la entrada del Washington Hall, aumentaba el número de estudiantes alertados por el revuelo. [b][i]

“Creo que Bias está en problemas”[/i][/b], se decían. “¿¡Qué!?”. Una ambulancia acababa de salir de allí. “¿¡Bias!?”. Era difícil de creer. El reloj marcaba las siete de la mañana.

Arriba, en el dormitorio, Baxter se desesperaba buscando algo. “Las… tengo yo”. Tribble extendió su mano. Eran las llaves del Nissan. “Vamos, llévame”. El hospital Leland Memorial quedaba a unos tres kilómetros al sur del campus, en Riverdale. Durante el trayecto, no se dirigieron la palabra. Baxter se repetía lo mismo una y otra vez. “No está muerto. Todo va a salir bien”.

En el hospital, el cuerpo médico luchaba contra reloj para que el corazón de Lenny volviera a latir. A las siete y media, la sala de espera mostraba una inusual agitación. A David Gregg, Terry Long, Brian Tribble, Phil Nevin, Jeff Baxter y Keith Gatlin, se había unido otro compañero de equipo, Speedy Jones, uno de los tres seniors junto a Baxter y Lenny, y el único que parecía entonces poder hablar.

-¿Habéis avisado ya a su familia?

Nadie levantó la cabeza. Había que armarse de valor para hacerlo.

-Lenny se va a poner bien. ¿Para qué alarmar…?

Gatlin corrió a uno de los teléfonos del pasillo.

-Señora Bias, soy Keith Gatlin. Le llamo desde el hospital… Lenny ha sufrido un ataque. Se encuentra… bien…

-¿¡Qué!?

Desde allí, Gatlin observó cómo un doctor entraba a paso ligero en la sala de espera.

-Bueno, chicos, necesito saber qué es lo que ha tomado…

-¡Cerveza! –volvió a repetir Long– Sólo tomamos unas cervezas.

-¿Nada más?

-No, nada más que… unas cervezas.

-Bien, que vosotros sepáis, ¿ha consumido Leonard alguna droga recientemente? ¿Algo de lo que podamos sospechar? Es importante.

Baxter miró a los tres que habían pasado la noche con él. Gregg se tapaba el rostro con las manos, Long negaba con la cabeza y Tribble callaba. El doctor desapareció de su vista.

Jones caminaba de una a otra pared de la sala hasta que se detuvo frente a Long.

-Terry, ¿qué es lo que habéis estado haciendo?

Long no contestó.

-Te estoy hablando. ¿Qué habéis estado haciendo?

-¡Ya lo has oído! ¡No hemos hecho nada! –y salió corriendo de la sala. Gregg salió tras él. Por nada del mundo dirían la verdad. No podían hacerlo. Decir la verdad equivalía a destrozar la carrera de Lenny. Y Lenny iba a ponerse bien.

Baxter llamó también a su casa. Al doblar la esquina del pasillo, se topó de bruces con David Gregg, al que agarró nuevamente.

-David, por favor, dime qué es lo que habéis hecho. Dímelo.

Pero Gregg seguía callado.

-[b][i]Dime la verdad. ¿Qué fue? ¿Un porro? ¿Fumásteis hierba toda la noche? ¿Eso es todo?

[/i][/b] Sólo había que seguir un poco más.

-¿O fue… cocaína? ¿¡Eh!? –lo zarandeaba– ¿¡Fue cocaína!?

David Gregg rompió a llorar contra la pared. Jeff Baxter soltó su brazo. Sabía por fin la verdad.

En el quirófano, el cuerpo médico a las órdenes del doctor Edward Wilson, había seguido una escala muy precisa. Administraron al cuerpo de Leonard epinefrina de sodio. Había perdido toda la adrenalina. Después bicarbonato sódico para normalizar la acidez de la sangre. Y después lidocaína para despertar sus latidos. Y también calcio para hacerlo con el corazón. Y por último, para potenciar el efecto múltiple, una generosa dosis de bretilina. Sin embargo, el corazón de Lenny, siempre tan tozudo, seguía negándose a responder. Había pasado demasiado tiempo. Si volvía a latir el daño cerebral sería ya irreparable.

A las ocho, después de volver a hablar con su madre, Tribble sacó a Baxter de la sala de espera. “Por favor, Bax, tienes que llevarme a casa”. Baxter asintió. No era mala idea abandonar por un rato todo aquel infierno. Tenía, además, la firme esperanza de regresar con Lenny despierto. Durante el trayecto, volvieron a no dirigirse la palabra. Al llegar, Baxter dio media vuelta y el Nissan desapareció. Cuando Tribble abrió la puerta de su apartamento, sonaba el teléfono. Era John Walker, junto a Brian, el otro viejo amigo a quien Lenny había prometido el mismo día del draft unas zapatillas como regalo. Walker trabajaba como policía de distrito. “Brian, ¿es cierto?”. Conocía perfectamente el estilo de vida de Tribble. “Dime, ¿qué vas a hacer ahora? Ten mucho cuidado”. De inmediato Tribble, corrió a despertar a Fobbs, su compañero de piso. “Mark, tienes que llevarme a casa de Julie. Es urgente. Lenny esta muriéndose. Los dos estamos en peligro. ¡Corre!”. Minutos después, Fobbs conducía a toda velocidad su Jeep en dirección al apartamento de una amiga común de toda la vida, Julie Walker. Dentro del coche había lo suficiente como para abrir un informativo local.

Cuando Bobby Wagner entró en la sala de espera, la escena era espeluznante. Después de James Bias, Bobby Wagner había sido el adulto más influyente en la vida de Lenny, su entrenador de instituto y mediador entre Driesell y el chico cuando las cosas se ponían feas. Ahora, tenía toda la pinta de que volvería a ejercer su papel. Por lo pronto, trató de calmar a Gregg y Long, histéricos en el pasillo. “No pasa nada. Lenny se pondrá bien enseguida. Tranquilos”. Wagner lo creía. Imaginó a la prensa ocupando la entrada del Washington Hall. En cuando Lenny se presentara allí, entrarían a su habitación, por lo que pensó que lo mejor era enviar a los muchachos a la suite para ponerla en orden. Wagner no quería la menor crítica hacia su chico. Con esa intención, salió al pasillo cuando vio que un policía se acercaba a él. “Señor Wagner, ¿tiene usted conocimiento de que Leonard haya consumido drogas esta noche?”. En ese momento, alguien lo agarró por detrás.

-¡Se está muriendo, Bobby! ¡Se está muriendo!

Era Lefty Driesell, junto a su esposa Joyce. Súbitamente Wagner comprendió la gravedad de lo que ocurría. Pero siguió sin entender nada.

La voz de una mujer llegaba desde el otro lado del pasillo. Sonaba fatigada, como vacía y sin entonación. “Todo va… a salir bien. Todo va a salir… bien”. Lonise Bias trataba de calmar a su marido, que estaba siendo sujetado por dos auxiliares del hospital.

En el quirófano, la voz del doctor Wilson se sobrepuso a todas las demás: “¡Deprisa, el marcapasos!”. El cuerpo médico llevaba dos horas luchando con el corazón de Len. Pero nada daba resultado. Eran las nueve menos diez de la mañana.

A esa hora, un teléfono quebraba el sepulcral silencio de un despacho oficial.

-Señorita, ¡necesito hablar con el senador Kennedy!

-Me temo que eso es imposible ahora mismo.

-¡Es una emergencia!

De la inmensa carrera recorrida como abogado por Lee Fentress, director ejecutivo de Advantage International y orgulloso representante de Len Bias, haber servido como asesor de campaña por el partido demócrata para Robert Kennedy en las presidenciales de 1968, era un recurso inestimable. Tenía que serlo.

-Mmhh… un momento, señor Fentress.

No había tiempo.

-Edward Kennedy al aparato. ¿Quién le llama?

-Por el amor de dios, señor Kennedy, le pido, le suplico… que movilice ahora mismo un helicóptero con el mejor cardiólogo del estado de Maryland. ¡Urge un trasplante de corazón!

James Bias logró al fin deshacerse de los brazos que lo sujetaban, tropezando al entrar al quirófano. El cuerpo médico se apartó a su paso y el hombre fue a caer de rodillas junto a la cama sobre la que yacía su hijo. “Wake up, Leonard, wake up, you’re my perfect son, wake up!”.

A las 8:55, el rostro de Leonard Kevin Bias era cubierto con una sábana.

En la mañana del 19 de junio, poco después de abandonar el hospital, Lefty Driesell reunió a los miembros de la plantilla que habían vivido la terrible experiencia en un rincón del Boulevard de la Universidad de Maryland. Dio instrucciones a sus jugadores para no hablar con la policía ni contar nada de lo ocurrido. Acto seguido, ordenó a su asistente en el equipo, Oliver Purnell, la inmediata limpieza del dormitorio y la suite de Bias, con el propósito de eliminar totalmente las pruebas. Pero Purnell se negó a hacerlo (Oliver Purnell es el actual entrenador de Clemson y presidente de la Asociación Nacional de Entrenadores). Durante años, Driesell mantuvo en secreto los devaneos de Bias con la coca.

El 29 de octubre de 1986, Charles G. ‘Lefty’ Driesell fue obligado a dimitir por el rector de la Universidad de Maryland, John B. Slaughter, después de 17 años de servicio. Tres semanas atrás, la dimisión había corrido a cargo de Dick Dull, director deportivo.

El 13 de octubre de 1987, después de cinco meses de investigación y más de un centenar de vistas orales sobre 50 testigos, el jurado declaró no haber hallado indicios de actuación criminal sobre los cuatro acusados (Gregg, Long, Tribble y Fobbs) en el caso Bias. La investigación derivada del caso Bias prosiguió durante los siguientes seis años. Brian Tribble terminaría como único acusado por los cargos de posesión, distribución de cocaína, conspiración y obstrucción a la justicia. Fobbs fue absuelto de su acusación de perjurio. Gregg y Long, previamente acusados por posesión y obstrucción (al borrar evidencias y tratar de deshacerse de las pruebas), fueron absueltos por sus declaraciones acusatorias sobre Tribble, condenado a 10 años y 1 mes de prisión el 15 de octubre de 1993. Cumpliría cuatro. En octubre de 1990, la investigación había descubierto al llamado “Woodridge Group”, una red de narcotraficantes que operaba en el área de Washington y que implicaba a un total de 26 personas. Tribble era una de ellas. Fue acusado de distribuir más de 50 kilos de cocaína en un periodo de 18 meses. Le fueron expropiados dos coches (Mercedes Benz del 79 y Nissan 300ZX del 84) y una casa en Forestville. Desde entonces, hasta la fecha de su condena, Tribble había pasado tres años encarcelado en varias prisiones de Baltimore.

La policía halló restos de cocaína en el dormitorio, el vestíbulo y la cocina de la suite, así como en una bolsa de basura dentro de uno de los contenedores del Washington Hall. También halló restos de cocaína en las alfombrillas y asientos del coche, en cuya guantera fueron encontrados los nueve gramos.

La segunda autopsia sobre el cadáver de Len Bias, reveló rojeces en la tráquea y congestión en la garganta, lo que demostraba que además de inhalada y mezclada con líquido, Bias había fumado aquella noche cocaína en base, el modo en que el principio activo de la droga se aísla para el consumo en su forma más pura (en torno al 80 por ciento), lo que sitúa el riesgo al nivel de la vía intravenosa.

El presidente Ronald Reagan, envió a la familia Bias una carta manuscrita presentando sus condolencias, así como la prestación inmediata de su Administración al propósito de modificar la legislación deportiva universitaria y el endurecimiento de los controles y admisiones. A finales de octubre, el Congreso aprobaría un presupuesto de 1.7 billones de dólares en la lucha contra la droga, que culminaría en la Anti-Drug Abuse Act, una ley federal que endurecía las penas por posesión y tráfico de drogas. Durante el debate previo en el Senado, el nombre de Len Bias fue pronunciado en 11 ocasiones. Previamente, el gobernador del estado de Maryland, Harry R. Hughes, había sido instado a no intervenir en la crisis. La Casa Blanca declaró el asunto como “emergencia nacional”. El 14 de septiembre de 1986, Reagan dirigía un discurso a toda la nación bajo un titular que pasaría a la historia: “Just Say No”. Después de la quinta pausa, proclamaba a la cámara: “Regular drug use is even higher among the age group 18 to 25, most likely just entering the work force. Today there’s a new epidemic: cocaine”.

El reverendo Jesse Jackson ofició un responso en el campus universitario de Maryland que congregó a más de 11 mil personas: “God has called him to a higher purpose: to get the attention of this generation and save it” (Dios lo ha llamado con un elevado propósito: reclamar la atención de su generación y salvarla).

Jay Bias, hermano de Len Bias, murió asesinado de dos disparos en la espalda el mediodía del martes 4 de diciembre de 1990 en el parking del centro comercial Prince George’s Plaza (Maryland). El autor de los disparos, Jerry Samuel Tyler, de 24 años, declaró que Jay había flirteado con su esposa minutos antes en una joyería del centro comercial. El cuerpo médico certificó la muerte de Jay a las 2:52 pm en la misma habitación del Leland Memorial Hospital que cuatro años antes había visto morir a su hermano Len. Ambos fallecieron a la edad de 22 años. El hermano del asesino, Von Oscar Tyler, no implicado en el caso, aguardaba un juicio por posesión y distribución de cocaína, y otro como implicado en un tiroteo entre bandas de narcos en el que el 20 de febrero habían muerto asesinados otros dos jóvenes. Los disparos que acabaron con la vida de Jay Bias provenían de un Mercedes de color verde.

En marzo de 1993, el Leland Memorial Hospital de Riverdale fue oficialmente clausurado. En su lugar, se levanta hoy día una residencia para ancianos. El total de archivos y registros médicos del desaparecido Leland Memorial Hospital permanecen bajo llave en el Washington Adventist Hospital de Takoma Park.

La plantilla del equipo de Maryland de 1986 estaba compuesta por los siguientes jugadores: Leonard Bias (Sr.), Keith Gatlin (Jr.), Jeff Baxter (Sr.), Tom ‘Speedy’ Jones (Sr.), Derrick Lewis (Soph.) –equipo titular–, Terry Long (Jr.), David Gregg (Fr.), Tony Massenburg (Fr.), Dave Dickerson (Fr.), John Johnson (Fr.) y Greg Nared (Fr.). Entrenador: Lefty Driessell. Asistente: Oliver Purnell.

En los cuatro años de Bias en el equipo, Maryland registró un 88-44 (31-25 en la ACC y el título de 1984). En los cuatro siguientes a su muerte: 55-64 (13-43).

Hoy día, más de veinte años después, tal y como aseguraba Dave Neal, último residente en la habitación de Len Bias, jóvenes estudiantes y curiosos de todo el mundo siguen acudiendo a la suite 1103 del Washington Hall en la Universidad de Maryland con la intención de contemplar el lugar de los hechos.

En la noche del 19 de junio, doce horas después de su muerte, una pintada en amarillo aparecía en uno de los tableros de Rockville: “LEN BIAS LIVES FOREVER”.

//youtu.be/YRHPSYq5_5w

//youtu.be/1DGVlXxG2Pk

//youtu.be/y4u4MdSGSDo

tremendo Matias, espectacular lo de Len Bias, fuera de joda es una historia de película, tiene detalles bastante curiosos, con lo del asesinato del hermano y demas, gracias por este thread :stuck_out_tongue:

Yo de entrada hubiera puesto el año que corría y la posición que ocupaba:P jaja…
Muy bueno. Da para pensar además la presión y falta de contención que hay en el mundo del deporte, en el camino hacia y del profesionalismo los primeros años.

Capítulo 5: “1986: El Draft Maldito”.

[u][b]Parte 2: Roy Tarpley, el hombre que pudo reinar.

[/b][/u]Los Dallas Mavericks eran, a mediados de los 80, una de las franquicias de futuro más brillante en toda la NBA. Junto con los Pistons y, en menor medida, los Rockets, los Mavs parecían estar llamados a suceder en el trono a los Lakers de Magic y los Celtics de Bird, que, durante la primera mitad de década, habían dominado la liga. El quinteto formado por Derek Harper – Rolando Blackman – Mark Aguirre – Sam Perkins y James Donaldson, se constituía en la columna vertebral del equipo, por lo que el objetivo de la franquicia era reforzar la plantilla a través de jugadores que pudieran aportar desde el banquillo.

Con ese objetivo, en el draft de 1986, los Mavs utilizaron su primera elección (n.º 7) eligiendo a Roy Tarpley (New York, 28 de noviembre de 1964), jugador de 2.10 proveniente de la Universidad de Michigan. Este polivalente jugador interior, podía jugar tanto de “4” como de “5”. Había completado todo el ciclo universitario, totalizando en cuatro temporadas unos promedios de 13.1 puntos, 7.8 rebotes y 2 tapones por partido (destacaban los promedios de su tercer año, en el que anotó 19 puntos, recogió 10.4 rebotes y puso 2 tapones por encuentro, lo que le valió ser nombrado jugador del año en la división Big Ten de la NCAA y formar parte del segundo quinteto All-America).

Era el perfil de jugador que buscaban los técnicos texanos; podía, desde el banquillo, completar la rotación interior, sustituyendo tanto a Perkins (tenía la suficiente habilidad y rapidez para jugar de ala-pivot), como a Donaldson (era alto, casi siete pies, duro físicamente y reboteaba con gran soltura).

En su temporada rookie, Roy cumplió perfectamente su rol, ofreciendo minutos de calidad desde el banquillo. Sus 7.5 puntos, 7.1 rebotes y 1.1 tapones de promedio en tan solo 18.7 minutos por noche, son una buena muestra de ello. Esos números le permitieron formar parte del mejor quinteto rookie de aquella temporada 86-87.

En su segundo año, Tarpley dio un paso hacia delante. A pesar de jugar tan solo 9 de los 81 partidos de la temporada regular como titular, sus minutos en la cancha fueron creciendo (28.5 por encuentro) y sus promedios llegaron hasta las dobles figuras en puntos (13.5) y rebotes (11.8). Esta gran temporada le llevó a ser designado como mejor sexto hombre de la liga.

Los play-offs fueron aún más exitosos para Tarpley. Su equipo estuvo a un solo encuentro de entrar en las finales de la NBA por primera vez (cayeron en el séptimo encuentro frente a los Lakers) y él llegó a subir sus promedios hasta unos más que notables 17.9 puntos y 12.9 rebotes por partido. Viendo estos progresos, se pronosticaba un brillante futuro para Tarpley, pero…

Los problemas de Tarpley con la drogas iban a comenzar en la temporada 88-89. La regular season arrancó bien a nivel estadístico (en los primeros 20 partidos, sus promedios eran de 17.3 puntos y 11.5 rebotes por encuentro), como para el equipo, que continuaba, viento en popa, comandando la División del Medio Oeste. En enero de 1989, llegó la noticia bomba, Tarpley era suspendido indefinidamente por consumo de drogas. Este suceso, los traspasos de Aguirre y Schrempf y la grave lesión sufrida por Donaldson, dejaron noqueada a la franquicia texana, que fue cayendo en una profunda crisis que la llevó a perderse la playoffs.

Un supuestamente escarmentado Tarpley, volvió a la liga la temporada siguiente (89-90), aunque pronto haría de las suyas; en noviembre de 1989, sería detenido por conducir bajo los efectos de las drogas y por resistencia a la autoridad. Entre sucesos de esta índole y las lesiones, la otra lacra que sufrió su carrera, esa temporada disputaría tan solo 45 partidos, promediando unos brillantes 16.8 puntos y 13.1 rebotes de media por encuentro. La franquicia, a pesar de los escándalos de Tarpley, lograría recuperarse de la desastrosa campaña anterior, clasificándose para la post temporada, donde caerían en primera ronda por 3-0 ante los Blazers.

Conocedor de tener un auténtico diamante en bruto en su plantilla, el coach Richie Adubato prometió ser un segundo padre para Roy Tarpley. El jugador nacido en Nueva York estaba al borde de la expulsión y los Mavs no se podían permitir perder para siempre a un jugador llamado a ser uno de los mejores interiores de los 90. Todo parecía indicar que las cosas iban por el buen camino; habían transcurrido dos semanas de competición de la temporada 90-91 y Roy estaba jugando su mejor baloncesto, promediando unos espectaculares 23.9 puntos y 12.9 rebotes por noche. Sin embargo, todo se torció por culpa de una lesión de rodilla, que lo dejaba fuera para toda la temporada.

Tal vez, esa inactividad fue la causante de que Roy volviese a las andadas: en marzo de 1991, era, una vez más, detenido por conducir borracho, siendo consecuentemente suspendido por la NBA. Un desastre para la franquicia.

Cuando las cosas van mal, son susceptibles de ir peor; el 16 de octubre de 1991, la NBA expulsó definitivamente de la NBA a Roy Tarpley por violar por tercera vez su normativa sobre el consumo de drogas. A partir de ese momento, al jugador le quedaban dos caminos: retirarse del baloncesto profesional o continuar su carrera deportiva fuera de la liga profesional norteamericana.

Finalmente, optó por continuar su carrera en Europa, concretamente en Grecia, donde jugaría en el Aris y Olympiacos. Nunca llegaría a ser el mismo, pero su labor sería muy destacada. Con el Aris lograría en 1993 la Copa de Europa, mientras que la temporada siguiente, con Olympiakos, llegaría a disputar la final de la Liga Europea que, a la postre, se llevaría el Joventut de Badalona.

Tarpley realizaría un último intento de volver a la NBA. Tras la experiencia helena, la liga decidió darle una última oportunidad . Así, en la temporada 94-95, y ya con 30 años, volvía a firmar por los Mavs. Las lesiones sufridas y sus problemas de alcohol y drogas habían limitado con los años sus capacidades físicas, pero, pese a todo, cumplía su labor en un equipo joven, liderado por la tripleta Kidd – Mashburn –Jim Jackson. Roy promedió 12.8 puntos y 8.2 rebotes en 55 partidos de temporada regular. Sin embargo…

Tarpley no había aprendido la lección, ya que sus problemas, en este caso con el alcohol, obligaron a los dirigentes de liga a expulsarlo de manera definitiva.

A partir de ahí, Tarpley seguiría vagando por el mundo, haciendo lo único que sabía hacer en esta vida, jugar al baloncesto. Primero, volvió a Grecia, jugando con el Iraklis, pero en los últimos años estuvo disputando la CBA, intentando coquetear, ya con 40 años, con una nueva vuelta a la NBA.

//youtu.be/ISVuEZaeJd0

Muy buena la historia de Bias. No la conocía. Y el texto es bueno y aunque por momentos confunde un poco, genera un buen suspenso además de estar lleno de detalles.

Es de un periodista español. Lo publicó al cumplirse 20 o 25 años del hecho, no recuerdo bien. Y lo publicó por partes, todo en una misma madrugada, como para vivir aquella noche “en vivo”.

Me encantan esos escritos biográficos llenos de detalles, al estilo non-fiction de Walsh o Capote.

Capítulo 5: “1986: El Draft Maldito”.

[u][b]Parte 3: Chris Washburn, el niño gigante que cayó a los infiernos.

[/b][/u]Chris Washburn, nacido el 13 de mayo de 1965, era allá por 1984 uno de los jugadores de High School más deseados por los reclutadores de las distintas Universidades que contaban con equipos de baloncesto de primera línea. Era un gigante de ébano (2.10 de estatura), de gran fortaleza física y no exento de cualidades técnicas depuradas.

Por su juego, se pensaba que podía llegar a ser una versión mejorada de Karl Malone, aunque, por su físico, parecía una “precuela” de Shaquille O´Neal. Finalmente, fue North Carolina State University, cuyo entrenador era el mítico Jim Valvano, la universidad que se lo llevó. Allí coincidiría con, entre otros, varios futuros NBA, por ejemplo, Nate McMillan, Vinny del Negro, Chucky Brown o Charles Shackleford.

Chris Washburn no tardó en dar muestra en North Carolina State de su problemático carácter. Su asistencia a clases era nula y su ética de trabajo deficiente. Para colmo de males, fue procesado y condenado por el robo del estéreo propiedad de su compañero de habitación. En aquel proceso, se demostró que carecía de la formación intelectual suficiente para acceder a la universidad (parece ser que su capacidad de compresión escrita dejaba mucho que desear).

El encubrimiento de las deficiencias de Washburn y el trato de favor que recibió en el ámbito académico fueron algunas de las muchas irregularidades llevadas a cabo por Valvano, motivo por el que su carrera como entrenador concluyó en 1990.

Con todos estos problemas de por medio, Washburn solamente disputó 7 partidos en la temporada 84-85, promediando unos decentes 10.7 puntos y 5.9 rebotes de media.

El segundo año de Washburn en la NCAA fue más tranquilo. Tras cumplir con 320 horas de trabajo comunitario y demostrar avances en el ámbito académico, la carrera deportiva de Chris parecía volver a encaminarse. Pudo jugar toda la temporada y desplegó en la cancha todo su talento. Sus promedios fueron de 17.6 puntos y 6.7 rebotes.

Esas estadísticas llamaron la atención a las distintas franquicias NBA y Washburn, seducido por los cantos de estas sirenas en forma de contratos millonarios, decidió dar el salto de forma prematura. Así, en el Draft de 1986 consiguió ser la tercera elección de primera ronda (Golden State Warriors), solamente superado por Brad Daugherty y Len Bias.

En los partidos de pretemporada dejó muestras de su calidad. Pero pronto comenzaron los contratiempos; primero problemas de tendinitis en una de sus rodillas, más tarde sufriría una infección en la rodilla tratada, y, para colmo, en enero de 1987 ingresa en una clínica especializada para tratar su adicción a la cocaína. Su falta de madurez le había hecho caer en la tentación de las drogas y de la vida fácil. Dos meses más tarde, finales de marzo, Chris recibe el alta y vuelve a formar parte de la plantilla de los Warriors, disputando el final de la regular season.

Esa primera temporada, se saldó finalmente, con tan solo 35 partidos disputados por Washburn, donde, en 11 minutos de media por partido, promedió 3.8 puntos y 2.9 rebotes.

La campaña 87-88 comenzó sin excesivos sobresaltos a nivel personal para Chris. Sin embargo, los técnicos habían perdido la confianza en él. Hasta diciembre, solamente había disputado 8 partidos con los Warrios, promediando, en casi 11 minutos por noche, 4.1 puntos y 2.5 rebotes. Ese mismo mes, es traspasado a los Hawks, con los que disputa 29 partidos en los que jugará muy pocos minutos (tan solo 6 de media), logrando 2 puntos y 1.9 rebotes de media.

Parecía que el crédito del Washburn jugador se estaba acabando; su inmadurez estaba truncando su carrera deportiva. Pero lo peor estaba por llegar: en septiembre de 1988 vuelve a una clínica de rehabilitación y es suspendido por la NBA para toda la temporada. En diciembre de ese mismo año sería dado de alta. Su intención era volver a casa con su madre antes de reintegrarse a la franquicia de Atlanta. Las buenas intenciones quedaron en eso: en junio de 1989, la NBA expulsa definitivamente a Washburn de la liga por haber dado por tercera vez positivo en los análisis anti-drogas. Con tan solo 24 años, los errores de Chris Washburn lo habían llevado a acabar prematuramente su carrera en la NBA. Sus sueños de prosperidad y fama se habían ido a la basura. ¿Qué sería de Chris sin su única tabla de salvación, el baloncesto?

A partir de ese momento, poco sabemos de su vida… Y lo que sabemos, no es nada bueno: en abril de 1990 fue arrestado por posesión de drogas. Posteriormente, tras pasar 7 meses en una clínica de rehabilitación de Houston abierta por John Lucas (un ejemplo de profesional que volvió a renacer tras tocar fondo por las drogas); en 1991, intentó volver a las canchas de juego, concretamente en la CBA, firmando con los Tulsa Fast Breakers. Poco duraría esta aventura, ya que en octubre de ese mismo año es condenado a 3 años de cárcel por posesión de drogas. Tras un tiempo entre rejas, vuelve a la carga en abril de 1993, firmando con los Westchester Stallions de la USBL. “Es una oportunidad para demostrar mis cualidades y trabajar para mi vuelta a la NBA” declaraba entonces… Las cosas pronto se volverían a torcer; en octubre de ese mismo año es detenido por usar tarjetas de crédito ajenas. Punto y final a su nuevo intento.

No habría más chances de volver a la élite del deporte. Sin embargo, periódicamente saltarían a las páginas de sucesos distintos percances sufridos por esta ex-estrella caída en desgracia. Como muestra un botón: en abril de 1996 fue herido de bala en un pie por un sujeto al que, al parecer, le debía dinero. El suceso había ocurrido en una zona frecuentada por drogadictos…

Chris Washburn, lo que pudo ser y no fue.


Se cagan la carrera y perjudican muchisimo a los equipos que confian en ellos para resurgir… como mierda atraen tanto la atencion con tan pocos partidos disputados? lo mismo que Irving esta temporada, 300 minutos en Duke le valieron el primer lugar del draft.

Muy interesante Mati, algo para decir del Nº 4 del draft? jaja

¿Viste la parte 2, la de Roy Tarpley? Tremenda…

PD: Esta capítulo tiene más partes…

Algo lei, pero prefiero esperar a ver si vos pones algo aca

El otro día estaban pasando un documental, antes de ayer creo, en conmemoración de los 100 pts en un partido por Wilt. En el canal NBA

Ese es el tema. Hay contención en la NBA para las “futuras estrellas”?? Están preparadas para dar el salto, o la necesidad de negocios de las franquicias apura los tiempos?? Está bien, son muchos más los Nº1 que sobresalen que los que caen, pero igual son muchos los que caen.

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