Más allá de los penales
Qué sensación de mierda te deja perder una final.
Perdón por la expresión, pero hay palabras que definen con precisión y sin eufemismos qué te pasa por adentro después de una derrota así . En todo caso, será un homenaje más al querido Negro Fontanarrosa y su defensa de las “malas” palabras.
Perder una final te deja una sensación de mierda -aprovechamos que ya avisamos e invertimos el orden, ya que estamos amparados por la sabia doctrina del Negro- y al mismo tiempo te garantiza una noche de insomnio casi perfecta. Esas siguientes de no poder dormir en las cuatro o cinco horas a una derrota fea de tu equipo no falla. Encima con este calor. Y te deja una sensación de mierda aunque se trata de una final menor, inventada, truchísima, tirada de los pelos , que se llama “internacional” y entrega una estrella local, que se jugó hace dos años en Emiratos, ahora en Paraguay y no se sabe si volverá a disputarse alguna vez. Una final que ya todos sabíamos que si se ganaba nos iba a mandar a la cama con una sonrisa que mantendríamos por uno o dos días más y punto pero que si se perdía era capaz de hacer ruido. Una copita con la que tenías más para perder que para ganar.
Ni hablar si encima esa final se pierde como se perdió. Porque vamos a ser sinceros: a nadie le gusta perder, mucho menos una final que te permite sumar un título en el palmarés y que luego se maten entre historiadores para ver cuánto vale cada título en la disputa con el rival eterno. Pero perder pateando una sola vez al arco en 120 minutos te deja una sensación de vacío espantosa. Y de desasosiego e incertidumbre total por lo que viene.
Perder una final que mientras se juega ya ni te den ganas de verla porque es aburridísima, aunque sea tu propio equipo el que la disputa, es un síntoma de que algo malo está ocurriendo.
Podríamos detenernos en los penales . En que fue el reino del revés, como cantaba María Elena Walsh, otra genio a la que extrañamos. Decir que nada el pájaro y vuela el pez, sería casi lo mismo que contar que Armani te adivina la dirección de los primeros cuatro penales, uno la rosa y dos los ataja, y Montiel la tira a las nubes.
Podríamos hacer foco en ese maleficio que se inició un 9 de diciembre de 1962 en que Antonio Roma se lo atajó a Delem en la Bombonera adelantándose tres metros para confirmar que los penales se han ensañado con nosotros , que nos odian, que van siete definiciones consecutivas perdidas (Boca x 2, Patronato, Inter de Porto Alegre, Central, Temperley y Talleres) o que de los últimos 16 penales pateados por los nuestros en tandas, no pudimos metro 10. ¡Sí, 10 de 16! Así, no hay mezcla de Dibu y Goyco que te salve. Hay azar en los penales, un porcentaje, sin dudas, pero cuanto más practicas, menos azar hay.
Se podría empezar el análisis por allí, por decir que si la metía Cachete quedábamos con 3 puntos de partido a favor, que cómo Colidio lo va a ejecutar así, con Herrera ya volcado sobre su izquierda antes de que impactara la pelota, que cómo Lanzini otra vez le va a errar al arco, como lo había hecho ante Rosario Central, con Herrera ya jugándose sobre su izquierda antes de que el 10 ejecutar. Qué poca inteligencia. No veían que el arquero se tiraba siempre a su izquierda. ¡Y antes!
Podría arrancar por estos detalles que nos hubieran permitido sumar una Copa y entregarnos una noche placentera del deber cumplido. O también detenernos en que el VAR ni llamó por esa cepillada que Matías Galarza le hizo con sus tapones al gemelo de Montiel antes del cuarto de hora de partido. O enojarnos con el árbitro porque no le sacó la segunda amarilla a Benavídez, que terminó siendo el héroe al convertir el sexto y último penal de Talleres.
Son todos disparadores que servirían para descomprimir un poco el pésimo humor que tenemos esta madrugada los hinchas de River, pero sería desviar el foco y mentirnos a nosotros mismos. A mí lo que realmente me preocupa, más allá de toda esa sumatoria de broncas de las situaciones descritas, es presenciar un partido donde no ves que tu equipo muestre posibilidades de revertir la situación , de sacudir el trámite de alguna manera. Si no es con fútbol y buenas asociaciones, aunque sea por arrestos individuales o empuje colectivo. Transcurren los minutos y la esperanza de que pase algo importante, que River se conecte de una vez por todas, va tendiendo a cero. Y se esfuma.
Es cierto que se vieron algunos buenos minutos contra Estudiantes, lo mismo ante Independiente, pero es demasiado poco para el plantel que tenemos. Ayer se sumó el 10° primer tiempo consecutivo sin anotar, 7 goles en 9 partidos en 2025, muy pocas situaciones de gol creadas. Hay algo que no funciona . Eso es lo más alarmante, y lo que más me preocupa: que el Muñeco , nuestro faro, el hombre que nos enseñó a creer que siempre se puede, no le esté encontrando la vuelta. Y ya van 33 partidos desde que consolidó (en 12 River no metió goles y en otros 12 apenas uno).
Ayer otra vez se vio un equipo que se pasa la pelota en semicírculo de derecha a izquierda y de izquierda a derecha sin casi intención de agredir, que no tiene sorpresa ni cambio de ritmo, al que le cuesta horrores profundizar o tirar un par de paredes de primera.
El Muñeco admitió que, a esta altura del año, la respuesta debería ser otra. Se lo vio golpeado en la rueda de prensa , lógicamente, y preocupado, como a los hinchas. También advertimos que estamos a tiempo.
Falta un mes para iniciar la fase de grupos de la Libertadores y hemos disputado la mitad de la etapa regular del Apertura (8 fechas de 16). Hoy River está clasificando con comodidad a octavos de final, tiene 8 puntos de ventaja sobre el 9°. Esos son los dos grandes objetivos para este primer semestre: ganar el campeonato y clasificar a octavos de la Libertadores .
Claro, antes que eso, o para tratar de conseguir eso en realidad, el equipo tiene que cambiar abruptamente aspectos básicos de funcionamiento, dar un salto notorio de calidad, encontrar los intérpretes adecuados. Esta Supercopa constituía un buen pretexto para destrabar el juego y potenciar el ánimo. Muchos recordamos en estas horas previas cómo actuó de catalizador la Supercopa 2018 ante Boca. Ni el rival ni la Copa en sí se podían comparar, pero sí la circunstancia de abrazarse a un título que nos catapultara hacia arriba. Estuvimos muy lejos.
Si bien Gallardo atravesó tormentas en su anterior ciclo de ocho años y medio, el hecho de que desde su regreso no haya conseguido aún trasladarle su impronta el equipo convierte este momento en el más complejo de todos, en su mayor desafío como entrenador. Hay muchos opinólogos que lo estaban esperando con cuchillo y tenedor y disfrutan a pleno este presente para cobrarse tantos éxitos. Allá ellos y sus deudas. La mayoría de los hinchas de River -algunos más confiados, otros con más dudas- jamás osarían herirlo con un insulto o le reclamarían algo con un cantito. Ante todo, gratitud. Ojalá que le encuentre la vuelta pronto. Deberá tomar decisiones fuertes. Carácter no le falta al Muñeco, ya lo conocemos.
“Lo mejor que le pasa a River es Boca y lo mejor que le pasa a Boca es River. Penosos ambos” , posteó Andrés Burgo, algunos minutos después de consumada la derrota. Y lamentablemente describe la realidad de lo que fueron estos últimos dos años.
Esperamos tener en breve otros motivos para celebrar.
Nos reencontramos el lunes.