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Queremos los 50.000 dólares que nos debés. ¡Sacá la plata, vamos!. Si no, cuidá a tu familia". Cuando Ricardo Cosentino escuchó la amenaza el viernes 1 de junio, tembló. “No tengo nada. Les juro que no tengo nada. Si quieren, llévense todo lo que hay adentro”, respondió. Lo increpaban en el palier del edificio donde vive, en Estomba 2650, cinco hombres que se comunicaban con handies. Preparados para todo y repletos de músculos. Fueron diez minutos que a Cosentino se le hicieron eternos. Hasta que los cinco hombres se juntaron con el resto de la banda, que hacía de campana en la puerta del edificio. Blandieron un par de armas para asustar a algún vecino que quisiera pasarse de valiente. Y se fueron sembrando miedo. Mucho miedo.
El modus operandi de la barra de los diez que atracó el edificio donde vive Cosentino remite sin escalas a la interna profunda de los Borrachos del Tablón, la barra brava de River. Esta historia de musculosos con nombres de serie norteamericana –Alan, William, Kevin– patovicas expertos en artes marciales que se comunican por handy y son habitués de las pintadas, las apretadas y los mensajes mafiosos, comenzó el fatídico 11-F en los quinchos del club. Ahora, amenaza con expandirse, generando una reacción en cadena que nadie sabe dónde parará. Ni los dirigentes del club ni, mucho menos, la Policía.
El ataque a Cosentino es la punta de un iceberg, el de un proceso de selección natural en el que está en juego el poder en la barra. Un negocio que movería, según pudo averiguar NOTICIAS, entre 30 y 40 mil dólares al mes. “Es la ley del más fuerte. Y los que quieren ocupar el lugar de Alan (Schlenker) y Adrián (Rousseau) van a hacer lo imposible para demostrar que tienen con qué”, dice un allegado a la barra.
Interrogantes.
La pregunta es por qué eligieron a Cosentino. Y, después, quiénes fueron los que pidieron esa tajada de 50.000 dólares a ritmo de pistolas y bíceps. Ricardo Cosentino es un íntimo amigo de Daniel Passarella, técnico del equipo. Lo acompañó en varias de sus experiencias internacionales –e incluso llegó a formar parte del cuerpo técnico de la Selección uruguaya–, y le consiguió fabulosos contratos en el extranjero, como por ejemplo en el Parma italiano. Hoy, Cosentino es la mano derecha del entrenador, quien quiso contratarlo como gerente de fútbol de River no bien el ex zaguero de la Selección aterrizó en Núñez. La negociación se truncó por el actual trabajo de Cosentino: asesor futbolístico del intermediario Fernando Hidalgo. Y por un sueldo mensual que sería de alrededor de 20.000 dólares. Imposible para las arcas de River, un club que, según palabras de su presidente, José María Aguilar, “necesita vender por 12 millones de dólares al año para equilibrar sus cuentas”.
El vínculo Hidalgo-Cosentino es la llave para entender por qué los barras habrían ido a buscarlo. Los últimos grandes negocios de River fueron realizados a través de un club suizo llamado Locarno. Hace dos semanas, Aguilar reconoció a NOTICIAS que River le vende jugadores a un intermediario, el israelí Pinhas Zahavi. El Locarno es el club satélite usado por Zahavi como depositario de jugadores. En la Argentina, Zahavi forma parte de HAZ Sports Group, en donde uno de los socios es Fernando Hidalgo. Y en este punto es donde aparece Cosentino: el ataque del viernes 1 habría funcionado como pedido para que el hombre libere los 50.000 dólares que serían para la barra de River. Se los habrían prometido en ocasión de la venta de Gonzalo Higuaín, Fernando Belluschi y tres juveniles al club suizo, en agosto del 2006. Además, los barras ya hicieron su trabajo: los que presionaron en la reunión de la Comisión Directiva para que se firmara la transacción de los jugadores fueron Adrián Rousseau, Gonzalo Acro, Cristian Ghisletti (alias “Cristian del Oeste”) y Alexis Alan Decoste (alias “Gordo Neurona”). ¿Qué tienen en común Acro, Decoste y Ghisletti? Los tres eran empleados del club. Acro y Decoste pertenecían al área de mantenimiento y tenían sueldos que orillaban los $ 5.000 mensuales. “Eso fue gracias a una cantidad exagerada de horas extras”, se justificó ante NOTICIAS el presidente Aguilar. Ghisletti, por su parte, revistaba en el área de seguridad y control.
Además, estos tres barras comparten su lealtad hacia Adrián Rousseau, el más violento de los dos líderes históricos de los Borrachos del Tablón. La logística del “operativo Cosentino” –con handies, armas y hombres que hacen de campana afuera del edificio– remite al grupo de Adrián Rousseau, enfrentado a muerte con Alan Schlenker desde el 11-F. Sin embargo, el propio Adrián lo niega: “Ni en pedo me meto en un quilombo así. Imaginate la cantidad de días que puedo terminar preso”, le habría dicho Rousseau a un hombre del club. Si ellos no fueron, ¿quiénes?
“Nadie sabe. Pueden haber sido incluso delincuentes comunes”, dicen en River. Algunos dirigentes, incluso, se victimizan: “Me parece una barbaridad vincular esto con River. No tenemos nada que ver. ¡Ahora lo único que falta es que nos acusen del calentamiento global!”, se despegó Julio Macchi, vicepresidente primero del club. Por lo pronto, en la Fiscalía de Instrucción Nº 26, a cargo del doctor Patricio Lugones, se instruyen actuaciones por “robo a mano armada”, luego de que algunos vecinos del edificio donde vive Cosentino hicieran la denuncia correspondiente en la comisaría 37º.
Gran bonete. El episodio también apunta hacia otro lado. “La versión que hay en el club dice que fue el grupo de Palermo. Y que entre ellos hay uno –Matías Kraft, alias Kevin– que quiere convertirse en el próximo líder de la barra”, cuenta un hombre que frecuenta el Monumental todos los días.
La hipótesis para pensar que la barra de Palermo está detrás del atraco contra Cosentino es simple: aprovechar el momento de incertidumbre que vive la cúpula de la hinchada. Y demostrar poder, lo que en la jerga de una barra brava equivale a sembrar miedo. Los de Palermo viven una particular lucha con el grupo comandado por Adrián Rousseau, quien todavía conserva el apoyo de la mayoría de los peces más gordos, entre los que sobresale Carlos “el Negro” López, histórico delegado de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) y empleado del Registro Nacional de las Personas (ReNaPer). La batalla más brutal entre los de Palermo y el grupo de Adrián se libró en el Puente Ángel Labruna, el 6 de mayo pasado, luego del partido entre River e Independiente. Rousseau no es un improvisado en esto de sembrar el miedo: aprovechó el Mundial de Alemania para hacer un curso de supervivencia. ¿Quiénes fueron sus maestros? Un grupo de expertos y violentos skinheads. “Hoy empezamos”, les habría dicho Rousseau a otros barras, entre los que se encontraban el propio López y el “Gallego Chofitol”, uno de los capos de la hinchada a finales de los 90. Como saldo de esa pelea, que fue filmada por un ocasional espectador y colgada en YouTube, quedaron lastimados Carlos Berón (alias “Urko”) –con un corte en el cuello y una herida en el pulmón– y el “Colorado” Estrada Oyuela, hijo de Salvador Estrada Vigil, representante de la Cancillería en temas ambientales. Berón y Estrada Oyuela pertenecen a la barra de Palermo. “Es imposible que semejante operación se haya realizado sin apoyo de la Policía y de los dirigentes. ¡Si hasta entraron con chalecos antibalas!”, dice uno de los integrantes de la barra que se mantuvo al margen de la pelea y que pide reserva de su identidad. “Adrián había juntado en un asado a 100 compañeros, entre los que había 15 ex empleados del club. Les había prometido camisetas y ropa a cambio de apoyo en esa pelea”. Rousseau habría sido fundamental para que otro barra –alias “El Diarierito” –, otro de los empleados-barras, no fuera despedido por la dirigencia luego de que la Policía encontrara armas blancas en su casa.
Amigos. En medio de este caos jerárquico dentro del corazón de la barra de River, algo es claro: Luis (alias “Luisito”) Pereyra, histórico referente de “los Borrachos” y ahora empleado del departamento de fútbol infantil seguiría manteniendo fluidos lazos con ambos lados del mostrador. Por un lado, con Rousseau (una fuente le contó a NOTICIAS que Pereyra habría sido visto manejando un Peugeot 206 con el que se desplazaron quienes pintaron el frente del colegio Saint Patrick, donde concurren las hijas del presidente de River con la leyenda “Aguilar, la sangre derramada será vengada”); por el otro, con la dirigencia del club: “Soy amigo de Luisito Pereyra. Me parece bárbaro que haya podido reintegrarse a la sociedad. A mí me encanta que él esté acá, porque además trabaja muy bien”, reconoció el propio Aguilar.
“El personaje clave en esta historia es Adrián. Si Adrián cae, lo siguen todos. Incluidos Aguilar e Israel (Mario, secretario del club). Los tiene amenazados y esa es la causa por la que no vas a escuchar a ningún dirigente que lo acuse”, dice la misma fuente que conoce la entraña de los Borrachos. “Y no te sorprendas si Rousseau aprovecha el receso para volver a recuperar lo que alguna vez fue suyo: el poder”. Como muestra de la importancia que han sabido conseguir los barras, el abogado defensor de Adrián Rousseau es Ignacio Irurzun, un profesional de alto perfil que supo defender a famosos como Moria Casán, Miguel Romano y Zulema Yoma.
Con el Monumental clausurado por dos fechas, la dirigencia de River no tiene que soportar los insultos de la gente por un equipo que juega pésimo, un entrenador que se puso fecha de vencimiento y un club que vende su patrimonio al mejor postor, sin importar el origen del dinero. Mientras, la barra brava parece acumular más y más poder, ayudada por la inacción policial y el miedo entre los hinchas. Hay tres sectores en pugna por un negocio que incluiría miles de entradas de protocolo, tráfico de influencias, empleos como personal de seguridad en recitales y libertad absoluta para moverse dentro del club. La Justicia dice que investiga y los directivos se escudan en que no pueden controlar a la barra. Nadie está preso. Aunque todos sepan que hay más de un culpable. Y que aún no se escribió el último capítulo de esta historia.