Aquellos superclásicos del verano habían encendido una enorme cuota de ilusión. Fueron tiempos donde la teoría y la práctica parecían caminar de la mano, y donde el engranaje colectivo iba encontrando la mejor de las bases para llevar adelante en el torneo. Sin embargo, la realidad futbolística actual provocó llegar a la conclusión de que nunca se volvió a ver por completo aquella faceta tan interesante mostrada en los partidos previos al inicio.
De todas maneras, a la hora del balance de mitad de torneo y mirando la parte llena del vaso, se vislumbran tres grandes pilares conseguidos para valorar:
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El cambio del mensaje. En el afuera, desde los conceptos de Ramón durante el día a día. En el adentro, desde esa idea de respetar el mayor tiempo posible una actitud protagonista y emparentada con el buen trato de pelota. Además, hoy a River se lo ve mentalmente mucho más capacitado para remontar un resultado adverso o para sostener una ventaja.
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El respeto del rival. Sobre todo jugando de local. Recuperar esa sensación de protagonismo en el Monumental es vital. Si bien de a ratos el rival nos ha superado en casa, se respira en el ambiente que ya el hecho de llevarse algún punto para el de enfrente tiene una cuota mucho más grande de importancia y de dificultad que en los últimos años.
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La sumatoria de puntos. Hoy en día River ya consiguió la misma cantidad en la temporada que todos los que se habían cosechado en la era Almeyda, cuando todavía los promedios se miraban de reojo y tanto el futuro futbolístico como las metas a aspirar no estaban del todo claras.
Quedan 10 partidos para abrochar el regreso a una competencia internacional, objetivo que está bastante bien encaminado, y para tratar de pelear el torneo hasta la última fecha en lo posible. Creo que la mediocridad y la irregularidad del resto invitan a soñar con que se pueden tener posibilidades de campeonato hasta el final, pero considero que lo más saludable es poner la cabeza primero en tratar de tener buenas chances matemáticas en las últimas dos o tres fechas del torneo.
Igualmente, cabe remarcar que el momento actual enciende algunas señales de alerta e imposibilita remar en aguas del todo calmas. Los jugadores de mejor jerarquía están lesionados, muy bajos de nivel o faltos de confianza, otros futbolistas han demostrado una vez más no estar a la altura, y los juveniles que realmente están aptos se van a ir amoldando bien de a poco, sumado a que muchísimos imponderables (incluso durante los partidos) mueven la estantería con cambios inesperados o no permiten afianzar una estrategia ni repetir formaciones durante un par de partidos seguidos.
Y la otra realidad inobjetable es que al equipo le faltan varias cuotas de maduración. Cuando tiene la pelota logra tranquilizarse de a ratos, pero por varios momentos entra en un océano profundo de dudas e inseguridades. Se produce un desgaste físico por correr muchas veces mal la cancha, que deriva en un desgaste mental que descoloca de pies a cabeza y que provoca que se tomen malas decisiones. La falta de un conductor de juego serio es cada vez más evidente y alarmante.
En definitiva, si bien las intenciones son muy buenas, todavía las resoluciones en líneas generales completan más las columnas del debe que del haber. Está claro que River va por ese buen camino de querer empezar a volar hacia mejores rumbos de una vez por todas, pero aún le falta ir puliendo varios trazos del trayecto de la pista de despegue.
Paciencia, confianza, sensatez y optimismo a mediano y largo plazo. Estamos en las mejores manos posibles…