Hay partidos que te desnudan, que te sacan una radiografía completa de pies a cabeza y te presentan un informe exhaustivo de tu diagnóstico actual. Y este ante Chaca ha sido el más representativo de lo mencionado anteriormente, y quizás también el más demostrativo en todo su desarrollo respecto a la anarquía que reina de un buen tiempo a esta parte en el cuerpo humano de River, no solo dentro sino también fuera de la cancha.
El equipo salió a jugar nervioso, atado, casi que absorbido por ese microclima ciertamente espeso que se había generado en las últimas dos semanas. La primera impresión es la que vale, y ese River de la media hora inicial en ningún momento supo como aprobar el examen de carácter que tenía por delante.
Una señal que debe encender alarmas sabiendo como esta presentado el torneo desde lo apretado de las posiciones, y también teniendo en cuenta las exigencias y presiones aún mayores que se vienen por delante en los 18 juegos que quedan. Además, la medida fue el que es, por buen margen, el peor equipo de la divisional, y quedó muy manifiesto que no hubo ninguna demostración de superioridad hasta que una de las tantas burradas de Pena en la jornada se hizo presente para abrir una historia que tenía tendencia a encaminarse por esas tramas engorrosas y poco felices.
Ahora bien, ¿En qué aspectos puntuales del partido de ayer quedó evidenciada la anarquía que suele mostrar este equipo semana tras semana?
1- River fue anárquico porque vivió como de costumbre en permanente desorden táctico y transitó una y otra vez por el camino de mantener a sus líneas extremadamente largas. En ese primer tercio de partido optó una vez más por la demanda simplista de un pelotazo a dividir por sobre la oferta de la movilidad y el juego asociado, y al mismo tiempo careció de herramientas estratégicas para superar la neutralización que le presentaba su rival.
2- River fue anárquico porque por enésima ocasión en estos 8 meses mostró que le cuesta horrores encontrar sociedades y complementos que puedan gobernar su juego. Esa voracidad por terminar apostando a una arremetida individual enamora cada día un poco más a este equipo, y la variable que cambie la ecuación siempre pasa por el hecho de que cualquiera de sus intérpretes se disfrace de rey y en alguna jugada puramente monárquica pueda desequilibrar y ganar los partidos, tal como lo hizo Ocampos con ese precioso remate.
3- River fue anárquico porque una vez más salió a la luz ese desgobierno de Almeyda tan pronunciado. Esa capacidad sublime de leer dado vuelta el manual del sentido común. En el 0-0 armó un mediocampo con características de equipo que va ganando 2-0, y en el 2-0 fue donde arriesgó y propuso un poco más de variantes para llegar al arco rival. Todo al revés. Y para rematar su obra, nos deleitó con esa necesidad patética de hacer desfilar a Domínguez y a Villalva por el carril izquierdo como si fuese cosa de todos los días.
4- River fue anárquico porque se mostró desencajado y desordenado no solo el juego, sino además el carácter de, ni más ni menos, sus dos máximos referentes. Tanto Chori como Cave transitaron por una jornada olvidable, donde casi siempre eligieron la peor opción a la hora de decidir con la pelota en sus pies, y para completarla armaron una escena de discusión que, si bien no debería ser tomada como algo tremendista o que vaya más allá que una simple calentura de partido, quizás haciendo una segunda lectura haya dejado entrever una especie de mini estallido estacional y totalmente superado en el 9 respecto a un conjunto de aspectos extra que van un poco más alla de un tiro al arco poco comprensible de más de 50 metros por parte de Domínguez. Nada más que eso.
En definitiva, este River sufre del virus de la extrema anarquía y solo sabe curar sus dolores con algunas dosis de monarquía absoluta. De esta enfermedad solo se sale adquiriendo los remedios de un estado más pluralista y ordenado en su conjunto, pero con este cuerpo técnico la farmacia casi siempre esta cerrada…