A 30 años de la Guerra de las Malvinas

El hermano Beguin y el hermano Gadaffi…je.

No nos olvidemos de los soldados ingleses tambien. Ellos eran solo chicos de 18 años que tenian sueños por delante. Mis condolencia tanto para los soldados argentinos como para los ingleses. Prohibido olvidar

Se armo en la embajada britanica… terrible quilombo.

Esta mal reprimir en estos casos?

8| Esto si que es una boludez total, me parece perfecto el hecho de reclamar y manifestarse por eso, pero ir a armar quilombo a la embajada británica, es absurdo.


No estoy de acuerdo con este gobierno en muchísimas cosas, pero el discurso de la presidente hoy, fue muy bueno, lo dejo por si a alguien le interesa, realmente para guardarlo.


Acto por el 30º aniversario de la guerra de Malvinas: Palabras de la Presidenta de la Nación
PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN, CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER, EN EL ACTO DE CONMEMORACIÓN DE 30° ANIVERSARIO DEL INICIO DE LA GUERRA DE MALVINAS, EN USHUAIA, EN LA PROVINCIA DE TIERRA DEL FUEGO, ISLAS MALVINAS E ISLAS DEL ATLÁNTICO SUR
Eso me decía él siempre, que yo era una Presidenta malvinera.
Muy buenos días a todos y a todas.
Señora Gobernadora de Tierra del Fuego, Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur; señor Vicepresidente de la Nación; señor Vicegobernador; señor Intendente de Ushuaia; señor Gobernador de la provincia de Santa Cruz; señor Gobernador de la provincia de Santa Fe; queridos excombatientes de nuestras Islas Malvinas; legisladores y legisladoras; hombres y mujeres de este querido pueblo de Ushuaia: en este 2 de abril, instituido como “Día del Veterano y de los Caídos en Malvinas”, venimos a ofrecer reconocimiento a los hombres que sobre sus pechos lucen las medallas y las condecoraciones que supieron conseguir con honor y valor, en el campo de batalla. Pero venimos fundamentalmente también en memoria de los miles y miles de jóvenes, de los cientos de jóvenes, miles que vinieron a combatir aquí, en el territorio, en las Islas y a los cientos que dieron su vida.
¿Por qué será que la historia se lleva siempre a los más jóvenes en los momentos difíciles? Por eso mi reconocimiento a esa juventud que marchó a las Islas, sin preparación, sin los pertrechos suficientes, sin la formación, yo diría muchos también con miedo. ¿Quién no siente miedo de ir a la guerra? Los que no sienten miedo no son los valientes. Valientes son los que avanzan aún con miedo.
Esos miles de jóvenes, esos cientos de jóvenes que estuvieron en las Islas y que dejaron su vida allí, hoy tienen para siempre, no sólo nuestro reconocimiento, sino la memoria eterna del pueblo argentino.
Hoy leía, antes de venir aquí, una frase de uno de esos jóvenes que combatió en Malvinas y que luego devino en periodista, tal esté por aquí, Edgardo Esteban, y él decía -lo pude ver hoy en blanco y negro- que la gran derrotada en una guerra o por lo menos en esta guerra, es la verdad. Y si a la memoria entonces le agregamos la verdad, que fue la decisión que tomé cuando ordené desclasificar el Informe Rattenbach, porque los argentinos, la historia, los muertos, sus familiares y el pueblo nos debíamos la verdad acerca de lo que había sucedido y, además, que esa verdad fuera reconocida por la Argentina y por el mundo. (APLAUSOS) Una verdad dolorosa, pero también una verdad encendida de gestos heroicos que se conocieron, de valores inenarrables y también de cobardías e injusticias inéditas, casi como una condensación de la propia condición humana revelada, no por dirigentes de partidos políticos, sino por militares que, con responsabilidad, hicieron el honor a la pertenencia de un ejército sanmartiniano y desprendiéndose de cualquier espíritu corporativo, escribieron la verdad para la historia, para sus propios compañeros de armas y para todos los argentinos y el mundo.
Esa verdad que revela que no fue una decisión del pueblo argentino la del 2 de abril, que ni siquiera estaba atrás de ella el intento válido de ejercer soberanía y rechazar el colonialismo, sino apenas un intento de lo que muchas veces nos acusan a los políticos que es de perpetuarse en el poder.
Ese informe también revela eso, las miserias, los dolores, las vergüenzas. Memoria y verdad, entonces y, fundamentalmente, que se descorra el telón que pretende hacer creer el Reino Unido, que aquella decisión fue una decisión del pueblo argentino.
Hoy leía que el Primer Ministro británico decía que se había atacado la libertad de los isleños. Parece ser que no estaba enterada que también estaba confiscada la libertad de todos los argentinos en esos momentos. (APLAUSOS)
Tampoco teníamos libertad los argentinos.
Había presos sin nombre ni apellido en campos de concentración; había detenidos desaparecidos que nunca volverán a aparecer. Parece ser que no se dan por enterados. Es que tal vez sea el último justificativo que cada día resulta más absurdo, más ridículo, más inverosímil ante los ojos de un mundo que ve -y lo digo con orgullo- a este país, mi país, la República Argentina, por decisión política del entonces presidente Kirchner y también por la decisión de esta Presidenta, de convertir la política de Derechos Humanos en uno de los pilares de Estado. (APLAUSOS)
No sé cuántos países del mundo pueden tener el orgullo que tenemos los argentinos, de que en ninguna parte del mundo, de que en ningún país ninguno de nosotros, puede ser acusado de haber cometido un crimen de guerra, la violación de un derecho humano, de haber invadido otro país. Somos desde 1983, por decisión soberana también de nuestro pueblo, una Nación que emerge con democracia, pluralismo y diversidad, con marchas y contramarchas, pero definitivamente en el camino de la libertad, de la democracia y de la dignidad.
Memoria y verdad entonces, y a esa memoria y a esa verdad, yo le quiero agregar la de justicia. Memoria, verdad y justicia, porque es una injusticia que en pleno siglo XXI todavía subsistan enclaves coloniales como el que tenemos aquí, a pocos kilómetros de distancia; solamente 16 kilómetros enclaves coloniales en todo el mundo y 10 de ellos son del Reino Unidos.
Justicia reclamamos también para que no sigan depredando nuestro medio ambiente, nuestros recursos naturales ictícolas y petroleros; justicia, para que se respete la integridad territorial.
Resulta absurdo pretender dominio a más de 14 mil kilómetros de ultramar, cuando claramente estas Islas integran parte de nuestra plataforma marítima; justicia también para los que aún no han podido ser identificados. (APLAUSOS)
Quiero decirles que el día viernes, en mi carácter de Presidenta de la República, he dirigido una carta al titular de la Cruz Roja Internacional para que tome las medidas pertinentes e interceda ante el Reino Unido para poder identificar a los hombres argentinos y aún ingleses que no han podido ser identificados, porque cada uno merece tener su nombre en una lápida…(APLAUSOS)…, cada madre tiene el derecho inalienable, como Antígona, de Sófocles, viene desde el fondo de la humanidad, del fondo de la historia de enterrar a sus muertos, ponerle una placa y llorar frente a esa placa.
Cada hermana, cada viuda, cada padre tiene ese derecho y por eso hemos reclamado que la Cruz Roja Internacional interceda para que podamos realizar de la manera que ella lo disponga como autoridad internacionalmente reconocida por todos nosotros y lograr así la identificación de los que aún faltan, ingleses y argentinos, más argentinos que ingleses.
Pero la guerra no se debe conmemorar. Debemos también rendir homenaje a los que murieron del otro lado, porque eso nos convierte en ciudadanos universales.
Las guerras solo traen dolor, las guerras subvierten el orden natural que es el de que los hijos entierren a los padres; la guerra solamente trae atraso; la guerra solamente trae odio. Por eso, porque hemos sido víctimas los argentinos de muchas guerras internas y de las otras, es que nos hemos convertido en abanderados de la paz. Y pedimos justicia también para que se cumpla el derecho internacional; no es posible que solamente puedan violar los derechos los que son poderosos y están sentados en un sillón en el Consejo de Seguridad. (APLAUSOS)
Jamás habrá orden internacional, jamás habrá derecho internacional, jamás habrá seguridad internacional hasta que todos y cada uno de los países que integran Naciones Unidas, respeten todas y cada una de sus resoluciones.
Parece ser que hay resoluciones de primera y de segunda: de primera, las que llevan adelante los países que se sientan en el sillón de los Consejos de Seguridad y, entonces, pueden ejercer el derecho de veto; de segunda, las órdenes que, a pesar de haber sido aprobadas en reiteradas oportunidades por la Asamblea General, a pesar de las resoluciones del Comité de Descolonización, se siguen incumpliendo. Va a ser muy difícil la paz en el mundo. Y por eso también, justicia para nuestra región.
Yo agradezco la presencia de todas las delegaciones hoy de los países de la UNASUR, porque queremos justicia para nuestra región y la justicia significa que esta región siga siendo lo que ha sido hasta ahora, una zona desmilitarizada. No queremos tambores de guerra ni cascos de guerra; los únicos cascos que queremos son los de trabajadores, que cada vez haya más trabajo para que haya más inclusión. (APLAUSOS)
Y en cuanto a los que por allí muchas veces desde adentro, voces minoritarias pero voces con amplia repercusión mediática, intentan desmerecer el reclamo de soberanía, bueno, yo les digo que si fuera por cuestiones económicas es un argumento que no nos pueden aplicar a nosotros, sería mucho más aplicable al Reino Unido que a la República Argentina afortunadamente para todos los argentinos. (APLAUSOS)
Por eso, esto que ha dejado de ser una causa nacional, esto que ha pasado a ser una causa de todos los argentinos pero también de todos los países de la UNASUR y de todos los países en el mundo que levantan el diálogo. No estamos reclamando ninguna otra cosa más que eso, el diálogo entre ambos países para discutir la cuestión de soberanía, respetando el interés de los isleños, tal cual reza textualmente la resolución de Naciones Unidas.
Nadie puede creer ni nadie puede hacerle creer a un solo argentino ni a un solo compatriota latinoamericano, que este pueblo argentino, que esta sociedad no respeta y no recibe con amor y cariño a todos y cada uno de los hombres y mujeres que han decidido habitar este bendito suelo. (APLAUSOS)
Pueden dar cuenta de ello, no solamente los miles de ingleses que viven en la República Argentina, los miles de compatriotas latinoamericanos. Pocos países en el mundo, tienen la libertad migratoria que tiene la República Argentina.
Entonces, ¡cómo no vamos nosotros a respetar, no solamente los intereses de los isleños, sino los de todos los habitantes! No hacemos distinciones, para nosotros lo más importante es la dignidad de la condición humana, sea cuál sea su nacionalidad, su origen, su religión, cómo piensen. No nos interesa, solamente nos interesa que se respete la ley y la Constitución de nuestro país.
Por eso, digo entonces que esta no es una historia que empezó hace treinta años; esta historia el año que viene va a cumplir 180 años de usurpación. Por eso, y lo venía comentando recién en el viaje del Aeropuerto hasta aquí con la Gobernadora, tengo un gran deseo que nuestro Museo de Malvinas, a construirse en el predio de la Escuela de Mecánica de la Armada pueda inaugurarse en el mes de agosto cuando se van a cumplir exactamente 180 años desde que el gaucho Rivero pudiera izar nuevamente el pabellón en aquel lugar.
Por eso digo que esta es una historia que lleva muchos años, que reconoció también otros intentos en 1806, en 1807, en 1845 y que entonces es una historia del colonialismo, una historia casi del siglo XIX que como rémora de ese pasado, aún subsiste aquí en nuestro territorio.
Finalmente, entonces, memoria y honor para quienes lucharon en el frente, para quienes murieron combatiendo; verdad para todos los argentinos y para todos los pueblos del mundo y justicia, para con nuestros derechos, justicia para con el derecho al diálogo, justicia para el cumplimiento del derecho internacional para que podamos tener un mundo mejor, más seguro y más justo.
Muchas gracias y ¡viva la patria!, como siempre. (APLAUSOS)

Ante un eventual conflicto bélico con England (algo totalmente irrisorio, ya que no estamos en condiciones militares ni de entrar en guerra con Somalía), Chile puede autorizar a los ingleses a que nos lanzen misiles desde allá. Total, nunca nos juraron lealtad… :lol:


Me parece que no eh? Ellos tenían un ejército absolutamente profesional y experimentado. No cazaron al voleo a cualquier pendejo boludo que andaba fumando por las calles de Londres.
La Fuerza Aérea Argentina fue la única que estuvo a la altura de las circunstancias, aún en desventaja tecnológica con los ingleses.

¿los soldados ingleses fueron obligados a ir o fueron por propia eleccion?

PD: los incidentes son a 5 cuadras de casa, habia escuchado un par de ruidos y ahroa pasan ambulancais y/o bomberos

Correcto. A eso sumale la presencia de mercenarios de guerra como los Ghurkas.

No tiene nada que ver ¿cuantos pendejos ingleses inocentes murieron ahi?. No metamos a todos en la misma bolsa por favor

Pobre…bueno, seguí creyendo en la falsa “hermandad” latinoamericana.

Okk

Igual, de todos los pueblos latinoamericanos, Chile es el que esta mas alejado de todas las politicas que se vienen teniendo en la region. Eso tampoco determina nada pero para mi habla de la cercania que tenemos con cada pais.

PD: en una situacion al revez, Argentina estando con militares pero si la guerra la hubiera tenido Chile, ¿nos hubieramos negado a darle apoyo a los ingleses?

Yo creo que, estando los milicos en el poder, sí, nos hubiéramos negado de la misma forma que lo hicieron ellos. Los dos países estábamos en la misma situación, bajo dos dictaduras sangrientas.

Me acaban de acusar de Trotskista jaja justo estando Nahuel de vacaciones! Defendí al PO porque estaban diciendo que son los que están haciendo quilombo en la embajada y yo salí a decir “bue pero no está el PO ahí y además no tiene sentido, ni les importa las Malvinas y no son de hacer quilombo”. Ahora soy trotskista che, a nadie le viene bien nada, acá me acusan de latinoamericanista y en el facebook de troska :evil:

//youtu.be/bs-8Km0NrNs

Tenemos un típico caso de “contaminación x exceso diario La Nación”…

Las notas de Pagina 12… tremendo, pobres pibes.

[SPOILER]“El enemigo estaba entre nosotros”

         A los 48 años, Benítez es uno de los denunciantes en  la causa por apremios ilegales en la guerra de Malvinas. Estaba en el  servicio militar y lo trasladaron a las islas. Pasó hambre, fue  humillado por los suboficiales que lo mandaban. Espera justicia.

Pedro Benítez empezó a trabajar a los 9 años, dejó la escuela en quinto grado, cuando la escritura todavía le era esquiva. En el verano del ’82 era soldado conscripto en el Regimiento 3 de La Tablada. Estaba en Ezeiza haciendo la instrucción y se empezó a comentar que “iba a haber una guerra como la que casi se hace con Chile. Se decía que nos iban a llevar a nosotros. No lo creíamos. ‘¿Quién nos va a llevar a nosotros?’. Eramos la clase ’63, teníamos apenas un mes de instrucción. Nosotros decíamos que llevarían a los grandes, los de la ’62”. Se equivocaron.
“Nos pusieron en fila, nos cargaron en camiones Unimog y nos llevaron al cuartel de La Tablada. La gente se acercaba y nos decía: ‘Pobres, van a las Malvinas, a la guerra’. Nos daban de todo, comida, lo que tenían.” El fin de semana de Pascua lo pasó sentado espalda con espalda con otro compañero en el Palomar esperando el avión que los llevaría al sur. “Nos cargan en un Boeing sin butacas sentados en el piso. Estábamos todos apretados, éramos muchísimos. Faltaba el aire. Nunca había viajado en avión, éramos muy pobres, no teníamos un mango, nada.”
Escala en Río Gallegos y otro avión “cortito” hasta las islas. De ahí a cavar para hacer los pozos de zorro, armar las carpas. “En Puerto Argentino, la Infantería nos da raciones de comida fría, en latitas. Nos dan la orden de ir a la primera fila, a buscar posiciones en la isla Soledad. Yo estuve casi siete días sin salir, en la trinchera. No sabía. Mi jefe no me conocía. Empezaba a faltar la comida, teníamos hambre, hasta que un día con González, otro soldado, empezamos a buscar. Una mina explosiva había matado una vaca y los de la clase ’62 la habían carneado por orden de sus jefes, lo único que había quedado era el hígado, que tenía piedras, ya estaba medio verde, el hígado iba de aquí para allá. Con González sacamos lo de adentro y lo cocinamos apenas. Con un hueso medio podrido hicimos como una pasta, salía olor a queso. Comíamos eso. Teníamos hambre.”
Hambre es la palabra que hilvana su relato. Las bombas que caían incesantes a partir de la una de la madrugada y el frío paralizante pasan a segundo plano. Uno de esos días eternos, Benítez le pregunta a otro compañero si podía sacar un poco de grasa para hacer chicharrón de un pedazo de carne que tenía el sargento fuera de la trinchera. Le dice que no y él, acostumbrado a obedecer, no hace nada. “La carne desapareció y mi compañero le dijo al sargento que yo había andado rondando. Le juré por mi madre que no había sido yo.” La mirada se le empieza a enturbiar.
Castigo

El sargento le ordena al cabo que lo estaqueara a Benítez y lo  dejara tres días sin comer. Al lado de su trinchera, clavan las estacas y  lo atan. De las 10 de la mañana a las 7 de la tarde lo dejaron  crucificado. “El cabo me pisó con el taco del borcego la mano con la que  decía que afané y con el pie, la cabeza. ‘Así que usted es un  ladroncito’, me decía. Y a los otros les gritaba: ‘Al que se le acerque,  lo voy a estaquear también’. Un soldado, cuando no lo vieron, vino  corriendo y me mandó un chicharrón caliente en la boca, lo enfrié con la  saliva y me lo tragué. No me acuerdo quién me desató.”
A partir de ese momento, el cabo, a quien Benítez identificó ante la  Justicia, no paró de acosarlo. Le ordenaba hacer guardia todo el  tiempo, tirarse a la trinchera llena de agua helada, quedarse con los  pies sumergidos. “Un día vino un voluntario repartiendo queso y dulce,  yo y otros dos que estábamos castigados comimos. Entonces nos hizo  arrodillar y nos empezó a dar como martillazos en las manos y en la nuca  con el sable de la bayoneta. En ese momento le llevaron a él un guiso  de arroz y nos decía: ‘¿Saben cómo está? Riquísimo y ustedes se lo están  perdiendo’.” Las lágrimas le brotan incontenibles.
“Para combatir con un inglés tenés que estar comido. Yo no podía  levantar un cajón de municiones, temblaba. Fui con ochenta kilos y volví  con cuarenta. Un día el cabo me pone el arma en la cabeza y me dice:  ‘¿Si lo mato?’. Yo le dije: ‘Por ahí una bala me salva la vida’. Decían  que el enemigo iba a atacar, pero el enemigo estaba ahí adentro, estaba  entre nosotros. Te juro por mis hijos. Dios y la Virgen saben que yo no  toqué nada.” El llanto renace.
En Puerto Argentino entró a una cocina donde un sargento estaba  preparando un guiso para su grupo. Cuando terminó de repartirles a sus  soldados le llenó una lata Nido que Benítez había encontrado. “Tenía  tanta hambre que sentía que el paladar se me descocía.”
[b]La rendición[/b]

“‘Boina que baje van a tener que matar’, nos dijeron. Los ingleses  estaban bajando de Mont Longdon. Tenía mucho miedo de morir, de  encontrar a un inglés cuerpo a cuerpo. Me había subido a un tractor,  rompí el vidrio para poder tirar, pero me estaba congelando. Me bajé y  encontré en una casa de los kelpers una lata de peras. No mordía,  tragaba. Capaz venía un inglés, pero por lo menos iba a estar con el  estómago lleno.”
Pedro estuvo los dos meses en Malvinas sin sacarse los borceguíes.  Sentía los pies hirviendo, helados, pinchazos, casi no podía caminar.  “Cuando terminó la guerra nevaba, estaba todo blanco, una tristeza, un  soldado por acá, otro por allá. Me daba lo mismo morir. Estaba amarillo,  con diarrea, iba de cuerpo sangre.”
“Cuando los ingleses nos toman prisioneros nos meten en los galpones  que habíamos ocupado no-sotros: estaban llenos de comida. Barras de  queso, dulces, naranjas. Tenía tanta desesperación que agarré una barra  de queso y casi me peleo con otro soldado por agarrar otra. Dormimos  tres días arriba de comida que no nos habían repartido.”
Después de tres días ahí, los trasladaban en dos barcos: el Canberra  y el Norland. “En el Canberra se fue el cabo mío. No te imaginás la  liberación”, dice y remarca con un gesto como si un monstruo hubiese  salido de su cuerpo.
En el Norland les toman los datos, les sacan todo lo que llevan y lo  ponen sobre una mesa, excepto a él. Arrastrándose casi, Benítez se  acerca para completar esa especie de requisa y un inglés sólo atina a  regalarle un chocolate. Lo llevan a la enfermería y le sacan los  cordones de los borceguíes. Vuelve con los heridos y se encuentra con  Silvero, el soldado que le ayudaba a escribir las cartas para su mamá.  Un inglés “como de dos metros me sube a cococho y así me baja del barco a  la camilla. Recién en el Hospital Naval de Puerto Madryn me sacan los  borceguíes. Una doctora me dice: ‘Mordé un lápiz, te los tengo que  sacar’. Era todo un coágulo de sangre, olor a podrido, la carne se  descocía. Después me baño, tenía todo como una costra. Me tocaba, era  todo hueso, todo flaco”.
Campo de Mayo sería el próximo destino. Sus padres lo buscaban y  nadie daba con él. A los otros soldados los iban a ver y a él no. Una  enfermera le pregunta dónde vivía y dio la casualidad de que era vecina  de su barrio en José C. Paz. Es esa mujer la que le avisa a su mamá.
[b]Reencuentro[/b]

“Mi vieja ahí nomás se fue a verme. ‘¡¿Qué te hicieron, hijo?! Yo te  voy a sacar adelante’, me decía. Yo no hablaba, balbuceaba, la lengua  se me trababa de la debilidad que tenía.” El llanto otra vez les gana a  las palabras.
Benítez tenía pie de trinchera, principio de gangrena. Le dicen a su  mamá que le tienen que amputar el pie. “Ella le pidió a la doctora que  la dejara hacerme masajes. Me frotaba con un líquido con el que frotaban  a los caballos. Mi vieja era del campo, nos curaba siempre con yuyos.  Me masajeó hasta que empecé a mover los dedos. Me salvó mi vieja de que  me cortaran el pie.”
Estuvo ocho meses internado en Campo de Mayo. Cuando salió fue al  cuartel a buscar el documento de identidad y se encontró con el cabo que  lo había torturado en la guerra. Le ordenó hacer salto de rana, Benítez  se resistió, lo encerró en un cuartito y lo molió a palos: “Me pegó  tanto que me quedó incrustado el Rosario que tenía colgado en el pecho.  Me voy a mi casa, digo que me duele el pecho y mi mamá me empieza a  hacer masajes. Me dice; ‘¿A vos te están pegando?’. Le pido que no le  cuente a mi papá porque ella sabía que los militares son mandados a  hacer para desaparecer gente”.
A la semana le devuelven la libreta y Benítez se recluye otros siete  meses en su habitación. No quería salir. Tenía terror. Un teniente  coronel va con su secretaria a visitarlo, le preguntan al padre si había  contado algo de la guerra. “No, si no habla nada”, repite el hombre y  el teniente coronel advierte entonces que la casa estaba sin terminar:  “Escríbanle una carta a la señora Amalia de Fortabat que ella les va a  dar los materiales”, les dice el oficial. Ajeno al perverso vínculo de  negocios y terrorismo de Estado, Benítez se muestra agradecido porque  los materiales llegaron.
Durante años, el miedo le impidió hablar. Encontró trabajo en el  ferrocarril y se terminó jubilando de portero. Treinta años después  espera que juzguen a esos militares que lo convirtieron en víctima. No  hay reparación para tamaño dolor. Cabe pedirle perdón.

[/SPOILER][SPOILER] EL PAIS › EL EX SOLDADO SILVIO KATZ CUENTA LOS VEJAMENES QUE SUFRIO POR PARTE DEL OFICIAL EDUARDO FLORES ARDOINO
“Me hizo comer entre el propio excremento”

         Después de pasar años callado, Katz acusó a Ardoino  por torturas y discriminación: en su caso los abusos eran mayores por su  condición de judío. “Fui víctima de una injusticia y quiero justicia,  nada más”, dice.

Silvio Katz tenía 19 años y le faltaban quince días para que le dieran la baja del servicio militar que cumplía en el Regimiento de La Tablada cuando le comunicaron que se iba para el sur. Se suponía que iba a quedar en el continente, pero terminó en las Malvinas. Al Silvio Katz de 19 años lo mató Eduardo Flores Ardoino. No era un soldado inglés, era el oficial de su compañía. Y lo mató porque era judío.
“Volví de la guerra y nunca más fui a bailar, para ir al cine tardé meses, en reír tardé más. Para reírme con ganas, pasaron tres o cuatro años. Uno a veces crece de golpe, dicen que se queman etapas. A mí, me incendiaron etapas”, asegura el Silvio Katz, de 49.
Estuvo años callado, sin compartir con nadie lo que había vivido en la guerra. No se animaba. Y no creía que pedir explicaciones era algo que pudiera hacer, que buscar justicia no era una excentricidad sino su derecho. Hace tres años sumó su denuncia a la de otros ex colimbas que estuvieron en las islas. Acusó a Ardoino por torturas y discriminación, porque todos los maltratos que sufrieron sus compañeros fueron más y peores para él, porque era judío.
–Limpien el armamento y vos, judío de mierda, apurate –mandó Ardoino apenas llegados a Malvinas.
Katz abrió los ojos sorprendido. El oficial acababa de dar la orden, así que era imposible que estuviera rezagado. Poco después supo que ese tipo de maltrato verbal era una muestra muy mínima del odio del militar. “En ese momento no me di cuenta, pero si reviso para atrás, lo veo y hasta el peinado nazi tenía, se peinaba con la gomina para atrás, tenía ese porte de sacar pecho… Rápidamente –cuenta– pasé de ser un judío de mierda a ser un judío traidor, un judío cagón y un judío homosexual.”
El “lago de los lamentos” era un charco grande de agua casi congelada, con una capa de hielo arriba. Cuando Ardoino decidía que alguno de sus subordinados había cometido una falta, los obligaba a sumergir las manos entre diez y veinte minutos, hasta que se les atrofiaran los dedos. Katz, por judío, tenía que poner también la cabeza, que se le acalambraba.
Lo destinaron a la bahía de los Elefantes. Con sus compañeros, cavaban pozos donde intentaban dormir cuando no estaban inundados, buscaban quebrar la barrera del frío con varias camisas y los primeros días comían un pasable guiso. Pero pronto el alimento viró hacia una especie de sopa insípida con un par de arvejas.
“Un muchacho que ahora vive en Uruguay y yo fuimos una vez a buscar comida al pueblo –cuenta Katz–. Ardoino nos sacó lo que habíamos comprado para todos y nos estaqueó. Era como Túpac Amaru sin caballos. Ponen cuatro estacas en el suelo y te ponen con los brazos y las piernas estiradas a diez centímetros del suelo. Veinte grados bajo cero y vos con calzoncillos y una remera de manga corta. Y te dejan horas. A mi compañero, porque era ‘rebelde’, le puso una granada en la boca que si llegaba a escupirla volábamos los dos. Y a mí, por ser judío, me hizo orinar por mis compañeros.”
–¿Y los otros soldados se prendían?
–Algunos sí, una minoría. La gran mayoría me apoyaba. No al punto de salir a defenderme, porque era muy complicado, porque si me defendían los ponían a ellos en ese castigo. Siempre hablábamos de que, si se armaba el lío, el primer tiro era para él. Cuando yo volvía de un castigo llorando o mal, me decían “Quedate tranquilo que esta bala se llama Eduardo Flores Ardoino”. Pero en el momento no se podía hacer nada, era imposible reaccionar. Los militares de mayor rango estaban en el pueblo, no les importaba y en todo caso si te quejabas decían: “De qué se queja, cagón, sea hombre”. Ser torturado era supuestamente para ser hombre. Era imposible, no teníamos quién escuche.
Como no les daban de comer, un día cazaron un cordero. Ardoino se los sacó. Muchos protestaron. Los sometieron al castigo de la mano en el agua helada. Pero a Katz no, porque era judío: “Me llevó donde defecábamos, me tiró la comida, me apuntó con una pistola y me hizo comer entre el propio excremento. Ahora lo cuento como si nada, pero estuve 22 años viéndolo. Era una imagen que no se me iba de la cabeza”.
La risa, el pánico

Mientras duró la guerra, todos los días Katz tenía miedo de morir.  Miedo de que Ardoino terminara de asesinarlo. “Al Silvio Katz de 19 años  lo mató”, dice.
El 14 de junio de 1982 los militares argentinos se rindieron ante  las fuerzas del Reino Unido. Ese día, Katz dejó de tener miedo. A su  oficial, de todas formas, había dejado de verlo un par de días antes,  cuando les tocó entrar en combate. “Cuando se supo que la isla estaba  tomada por los ingleses y que había combates en todos lados, nos dimos  vuelta y ya no estaba. Quedamos a la buena de algún suboficial que  estaba ahí. Ibamos a los lugares donde los radiooperadores nos decían  que había que cubrir, pero sin el oficial a cargo. Lo volví a ver en el  pueblo, cuando entregamos las armas. El vino hacia nosotros, no sé cómo  apareció, diciendo ‘mis soldados, los perdí, qué preocupado estaba’. Fue  de Fellini. En ese momento me sentí aliviado porque había terminado  todo y la vida de él me importaba muy poco ya que en el pueblo, delante  de los demás, no me iba a poder castigar. Había terminado algo más que  la guerra.”
Los ingleses los hicieron prisioneros, pero para Katz el gran enemigo de la guerra fue un oficial argentino.
–Nos meten en unos galpones de comida. Había cajas enormes llenas de  comida, carne en lata, cigarrillos, whisky chiquito. La pasábamos  comiendo, tomando, fumando. Nos mirábamos y nos reíamos. Ahí sí nos  reíamos. Estuvimos desde el 14 hasta el 17. No sabíamos de qué nos  reíamos.
[b]–De lo absurdo, tal vez.

[/b] –Claro. Y se corría la bola de que nos iban a fusilar a todos. Vino uno y dijo: “Dicen que nos van a fusilar a todos”. Y sí, también decían que estábamos ganando. Incluso, morir con la panza llena después de dos meses de no comer no nos importaba. Creo que fue la primera vez en mucho tiempo que sentí alivio y lo disfruté. Dejamos de lado la tensión, el dolor, no nos importaba nada.
–¿Quién decía que estaban ganando? ¿Ustedes qué sabían sobre el desarrollo de la guerra?
–No nos llegaban las cartas de los familiares, pero nos llegaba la revista Gente. Y la revista Gente decía que estábamos ganando. Eran revistas de las que se regalan. Pero en la mayoría de los grupos había una radio chiquita. Las radios argentinas eran muy difíciles de sintonizar, pero podíamos escuchar radio Carhué y radio Colonia, que son uruguayas y que decían que nos estaban rompiendo el tuges. Algunos militares decían “dejen de escuchar esa estupidez, esta gente qué sabe, es la envidia porque el pueblo argentino entró en combate”. Y los soldados estaban cagados mal. Hay gente que dice que no sintió miedo. Yo sentí pánico.
En el barrio

Silvio creció en un hogar no practicante. Celebraban las fiestas y  hacían una que otra visita al templo. Su padre murió cuando él tenía  nueve años y desde ese momento la religión fue volviéndose cada vez más  ajena. Su madre quedó a cargo de tres varones y su principal  preocupación era llevar el pan a la mesa. Trabajaba hasta catorce horas  por día como cajera de un negocio de lencería, en Once. El estudio no  era el fuerte de Silvio, que fue cadete, encargado de un depósito,  empleado de un maxikiosco y que hoy trabaja en la cocina de un colegio.
Silvio Katz vive en Boedo, en un piso modesto, con su mujer y sus  dos hijos, de siete y diez años. En la mesa redonda del comedor hay unas  tacitas de porcelana con la silueta de las islas pintadas en negro, que  su señora hace en un taller de arte del barrio. “Yo siempre viví en  este barrio –cuenta– y no sé si hay algún otro judío porque no le  pregunté la religión de nadie y no me la preguntaban a mí. O por ahí la  sabían y cuando jugábamos a la pelota me decían ‘dale, rusito, pasala’,  pero no era xenófobo o racista, era como yo le podía decir ‘tano’ a  otro. Pero cuando atacaban a los judíos o hablaban mal de los judíos, yo  me sentía muy judío. Y en Malvinas me pasó. Mientras más me atacaban,  más judío me sentía.”
Colectivo 26. La guerra había terminado hacía tres o cuatro meses.  Silvio volvía a su casa y vio por la ventanilla a Ardoino: campera  verde, la misma postura, las manos en los bolsillos, el pelo engominado.  Se paralizó y del miedo se hizo pis. “Sentí todo el miedo de vuelta,  como si hubiera vuelto a la guerra”, confiesa. Solo dejó de sentirse  martirizado cuando empezó a hablar: “Contarlo fue liberador. A muchos  nos pasó que la familia decía ‘no lo hagan hablar, que le hace mal’. Y  fue peor.”
Silvio volvió a las islas en 2001, a partir de un acontecimiento  fortuito. Una marca de cigarrillos organizó un concurso cuyos premios  eran viajes a distintos lugares, entre ellos, a las Malvinas. “Yo  trabajaba en un maxikiosco y vendíamos cigarrillos sueltos, así que  abríamos paquetes todos los días. El dueño raspó uno, salió Malvinas y  me lo regaló. Fui con mi señora. Para mí, fue dejar una bolsa llena de  piedras, fue poder levantar los hombros de nuevo, fue ver el lugar en  paz, el campo, y no ver a alguien torturado, estaqueado. Fue el inicio  de la búsqueda de estar bien, como estoy hoy. Mi señora volvió  embarazada, mi primer hijo se gestó ahí. El viaje me liberó.”
Hoy, Katz está a la espera de que avance el expediente en el que  denunció a su superior y a que se declaren delitos de lesa humanidad las  torturas con las que los militares argentinos sometieron a los  colimbas. Espera también algún gesto de las instituciones de la  comunidad judía (“nos ignoraron todo este tiempo, pero ahora fuimos a  pedir que nos reconozcan y el 11 de abril la DAIA nos va a hacer un  homenaje”) y del Estado: “Nosotros estamos buscando el gran abrazo con  la gente. Pero no quiero estar reivindicado en la misma fiesta con los  militares. Me quejé toda la vida de que por culpa de que los primeros  gobiernos nos mezclaron, hubo gente que pensaba que no-sotros teníamos  que ver con la dictadura, con los desaparecidos”.
La vida nueva de Katz implicó terapia, tomar conciencia de que le  habían hecho un gran daño y de que correspondía exigir justicia. “Hay  veteranos que no quieren que la causa judicial siga, gente que cree que  nos estamos victimizando. Estoy orgulloso de haber defendido a mi país,  pero soy víctima de lo mismo de lo que estoy orgulloso. No quiero que el  día de mañana venga mi hijo y me diga ‘por qué del que te torturó a vos  nadie sabe, nadie se ocupa, qué hiciste vos por mantener tu dignidad’.  No quiero ponerme en el lugar de andar llorando por los rincones, pero  fui víctima de una injusticia y quiero justicia, nada más.” A treinta  años de la guerra, Silvio Katz tiene 49 años y está vivo.

[/SPOILER] [SPOILER]Frío y hambre en las islas

		Cuando lo llevaron a Malvinas tenía 19 años y casi  no había recibido instrucción militar. Sufrió “castigos” en pozos de  agua helada y estuvo cerca de un año sin caminar. Nunca pudo  recuperarse.

La línea de trincheras no estaba lejos del pueblo. Al llegar a las islas, habían dividido a la compañía en secciones y grupos. A Pablo De Benedetti lo llevaron junto a otros treinta conscriptos por el camino que pasa detrás del hospital de Malvinas, y ahí los hicieron cavar. El argot militar llama “pozos de zorro” a esas zanjas de 1,60 de profundidad por dos metros de ancho, sobre las que se pone un techo disimulado por tierra y pasto para que cuando pasen los aviones no los descubran. En esos pozos iba a dormir durante casi toda la guerra. Estaban a menos de un kilómetro de los containers llenos de comida, pero esto no hacía gran diferencia con estar en cualquier otro lugar de las islas, porque lo que les mandaban no alcanzaba nunca. No les daban de comer bien, no comían todos los días. Y el resultado era el único posible: tenían hambre.
Pablo había cumplido 19 años, y hasta el día que entró a Campo de Mayo para hacer el servicio militar, dos meses y medio antes de la guerra, había vivido en Olivos. Nunca le había faltado nada: los De Benedetti eran dueños de una farmacia, abierta por el abuelo y heredada por el padre, y gracias a ella la familia tenía una situación acomodada. Pasó la infancia en una casa de dos plantas, con cinco hermanos. Era el más chico de los varones, y el único al que le tocó hacer la conscripción.
Un día, ya en las islas, junto con un compañero, robó un pedazo de carne de un cordero que había visto matar y faenar a los oficiales. Se la comieron cruda. Esa fue la primera vez que el sargento, un tipo bajito y de bigotes de apellido Romero, le ordenó como castigo meterse en uno de los pozos de zorro que con la lluvia se había llenado de agua helada. Dos meses más tarde, por efecto de los sucesivos congelamientos, a Pablo lo sacarían de Malvinas sin poder caminar. Por el resto de su vida tendría que tomar, diariamente, medicación para las piernas.
Alambrado

La Escuela de Ingenieros de Campo de Mayo es el destacamento donde  hizo su carrera militar Leopoldo Fortunato Galtieri. En febrero de 1982,  en el lugar ya se preparaban para la guerra. Los militares les hablaban  a los colimbas todo el tiempo de la posibilidad de ir a defender a la  patria. Incluso antes de Malvinas les hacían la cabeza con Chile. Una  vez concretado el desembarco en las islas, la intensidad de ese lavado  de cerebro pasó al máximo. “Ustedes tienen que pensar que van a defender  a sus padres, a sus hermanos, a sus amigos”, les decían. También que si  ellos no iban, la guerra podía llegar a Buenos Aires y matar a sus  familiares.
Después todo pasó muy rápido: el miércoles anterior al Jueves Santo  los mandaron a sus casas a las siete de la tarde y les dijeron que al  otro día a las seis de la mañana tenían que presentarse de nuevo en el  cuartel, que fueran a avisar a sus familias que se iban a la guerra. El  se tomó un colectivo a su casa. Cuando sus padres lo vieron llegar,  creyeron que le habían dado el fin de semana largo libre para pasar en  familia las Pascuas. No podían entender cuando les dijo que iba a  Malvinas.
El padre repetía que no podía ser, que él recién había entrado a  hacer la conscripción. “No tenés instrucción militar, no sabés nada,  ¿cómo vas a ir a la guerra?”, preguntaba. Llamó a un pariente lejano que  se había retirado 30 años atrás. Finalmente, junto con la madre,  llamaron a los hermanos para darles la noticia. Esa noche se quedaron  todos despiertos, y a la mañana siguiente lo acompañaron a Campo de  Mayo. Pablo los volvió a ver el sábado. El domingo ya no le permitieron  visitas, pero a través de los alambrados del cuartel vio que estaban  todos los padres tratando de saludarlos porque ya se iban.
[b]En el pozo[/b]

A Malvinas los mandaron a hacer campos minados. Ninguno de los  soldados de su grupo sabía nada de minas: sólo les habían dado, tres  días antes de subirlos al avión, una clase informativa de 20 minutos.  Tuvieron que aprender a hacer campos minados en el terreno.
Mucho después, se daría cuenta de que había tenido un primer  pantallazo de lo que vendría cuando llegó a las islas. Desde el  aeropuerto habían ido caminando al pueblo, para pasar la primera noche  en unos galpones. En el camino, cuando atravesaron Puerto Stanley, ahora  rebautizado Argentino, los hijos de los kelpers, nenes chiquitos, se  asomaban por las ventanas o salían a los jardines de sus casas. Un  militar les ordenó que les apuntaran con sus armas, para que se metieran  dentro. Eran chicos de cuatro o cinco años, pero si alguno de ellos no  apuntaba, el militar les apuntaba a ellos.
Después fue que los mandaron atrás del hospital de Malvinas. Había  una calle de tierra, y más allá una bajada donde hicieron los pozos de  zorro. Ahí dormían y durante el día los llevaban a hacer campos minados a  la costa. Los pozos, con la lluvia, se iban llenado de agua.
En las islas, las noches son cerradas. Hay mucha tormenta, mucha  lluvia. Una de esas noches oscuras, con una lluvia que no dejaba ver a  medio metro, le tocó hacer guardia. Sabía que cerca había otro  compañero, aunque no veía dónde estaba. Le gritó varias veces, pero no  escuchó otra cosa que el ruido de unas ráfagas de viento tremendas. A la  mañana siguiente apareció el sargento. “Los estuve buscando anoche y no  los encontré”, recriminó. Como no los había encontrado, los acusó de  haber hecho abandono de guardia. De nuevo al pozo.
No solamente tenían problemas de comida sino también de agua  potable. A veces, cuando no tenían, tomaban agua de los charcos. Por los  campamentos circulaba de boca en boca, entre los soldados, otro tipo de  información. Se sabía que había oficiales y suboficiales que dormían en  casas, porque habían ocupado las de los kelpers. Un capitán se instaló  en una con un cocinero. A la casa entraban a dormir también un teniente  primero y un suboficial mayor.
De sus superiores, el más violento era el sargento Romero. Una vez  le puso un Fal en la cabeza y se lo gatilló en falso. Otros castigos  eran los típicos del repertorio sádico militar, salto de rana carrera  march al lado del campo minado, subir al monte y volverlo a bajar. Pero  lo peor para él era el agua congelada de los pozos. El sargento lo  dejaba 15 minutos, a veces media hora, con los pies metidos en el agua y  después no le permitía secarse.
El verdugueo se contagiaba hacia abajo. Otro día, en un momento de  descanso, Pablo vio a 100 metros un camioncito que estaba dando agua a  los soldados. Fue a buscar para llenar la cantimplora. Cuando volvió, lo  acusaron de abandonar la guardia. Esa vez el que lo metió en el pozo  con agua no fue el sargento sino un cabo primero, Monjes.
En mayo ya lo metían en el pozo por cualquier cosa. No había razones  puntuales: era por todo esto y además por mirar mal, o por contestar. Y  hubo un momento en que a él ya le importó todo tres carajos. “Tiene un  arma pero yo también tengo un arma, si agarra el arma yo agarro también  la mía y lo mato”, pensaba de noche, mientras intentaba inútilmente  dormir un rato.
[b]Salvado[/b]

Empezó a tener congelamientos en los pies y las manos. Lo primero  que sucede con la exposición a temperaturas bajo cero de manera  prolongada es que se hinchan las piernas y los pies. La piel se pone  tirante y el hueso de los tobillos desaparece como recubierto por una  capa de gomaespuma. La piel hinchada se le lastimaba. Le dolían los  pies, le costaba caminar y al mismo tiempo era como si no tuviera  sensibilidad. Dejaba de sentir los dedos.
Una tarde consiguió que lo llevaran con el capitán médico de su  compañía, que le dio medicamentos y la indicación de que no podía volver  a estar con la ropa mojada. Tenía que mantenerse al lado de una fogata,  con calor. Cuando volvió a las posiciones, el sargento le sacó el  blister con los medicamentos. “Yo sé cómo se cura esto”, le dijo. Y lo  mandó de nuevo al pozo.
El 30 de mayo terminaron de minar los campos y los sacaron de donde  estaban para llevarlos de nuevo a los galpones. Fue su primer golpe de  suerte, porque cuando el médico de su nuevo destino lo vio, directamente  lo mandó al hospital de Malvinas. En el hospital, para sacarle los  borceguíes, los enfermeros tuvieron que cortar el cuero, porque la  hinchazón de los pies y las piernas era tal que no había otra forma de  sacárselos. Tenía las dos manos recubiertas por una cáscara sucia, como  marrón, hecha de cascaritas minúsculas de piel necrosada. En esas  condiciones lo embarcaron para tratarlo en el continente. Para impedir  la gangrena, le tenían que lavar las piernas con Pervinox y cepillo tres  veces por día. El dolor era tal que lo agarraban entre cuatro  enfermeras mientras el pateaba y puteaba. No le podían poner una sábana  encima para dormir porque no aguantaba el dolor.
Pero mejoró cuando llegó a Puerto Belgrano. En el hospital seguía  habiendo un clima de guerra y, alegando cuestiones de secreto militar,  no lo autorizaban a llamar a su familia. Pablo pidió una silla de  ruedas, dijo que iba al baño, fue directamente al office de las  enfermeras y agarró un teléfono. En su casa, lo atendió la madre. Esa  misma noche sus padres viajaban a Puerto Belgrano. Todavía no era seguro  que pudiera conservar las piernas y, sin embargo, cuando los vio entrar  a la sala, Pablo sintió que ya se había salvado.
[b]Décadas después[/b]

Volver a caminar normalmente le llevó cerca de un año, aunque nunca  llegó a recuperarse del todo. Los cuatro años siguientes a su regreso de  Malvinas los pasó con problemas de presión alta. Sufría de dolores de  cabeza muy fuertes; todo era emocional. El tratamiento psicológico no se  lo dieron ni las Fuerzas Armadas ni el Estado, lo pagó él por su  cuenta. Con eso fue mejorando y, de a poco, dejó de tener los episodios  de presión.
En el ’83 se metió con todo en el tema de los veteranos de guerra.  Iba a dar charlas en los colegios, donde contaba algunas de estas cosas,  hasta que en el ’86 lo amenazaron con que iban a matar a su hijo, el  primero. Los habían seguido, y el tipo que hacía las amenazas le dijo  por teléfono hasta el nombre de la plaza a donde lo llevaban a jugar.  “Es muy feo llegar a tu casa y encontrar que tu hijo no está más”, era  el tipo de mensajes que encontraba en el contestador cuando salía.
Gobernaba Raúl Alfonsín y, aunque buscó protección en varias  reuniones con funcionarios, era evidente que el gobierno no podía hacer  demasiado. El aparato de los servicios de Inteligencia de la dictadura  estaba intacto. Por un tiempo, decidió cuidarse. Lo mismo le había  pasado al volver, en el hospital de Puerto Belgrano, donde un militar  visitaba a los convalecientes para preguntarles por su experiencia en  las islas. Pablo hizo verbalmente la denuncia contra el sargento y el  cabo, pero pronto se dio cuenta de que quedaría en la nada. Incluso  quisieron volver a mandarlo a Campo de Mayo “a terminar” el servicio  militar.
Volvería a denunciar lo que vivió en la guerra después del 2007,  cuando un grupo de ex soldados presentó formalmente una demanda por  torturas ante la Justicia Federal. Todo es ahora parte del expediente  que está a consideración de la Corte Suprema, que debe decidir, pasados  treinta años, si –como argumentan las defensas de los militares– son  delitos prescriptos. O si, por el contrario, se trata de crímenes de una  gravedad tal que la Justicia no puede ponerles fecha alguna de  vencimiento.

[/SPOILER]

:stuck_out_tongue: :lol:

La única manera en que podríamos algún día recuperar las islas, sería mediante una guerra… el camino de la diplomacia y el diálogo en este tipo de casos no va a hacernos llegar a ningún lado

Los pilotos argentinos fueron admitidos en el mundo como los mejores pilotos de guerra del mundo. Estuvieron a minutos de hacer una retirada Inglesa en malvinas, de no ser porque las bombas de los aviones no explotaron cuando debeian, y bueno la cantidad de combustible y la tecnologia de los aviones. Ni hablar del Belgrano que los ingleses hundieron, cobardemente.

Y hay gente que ama a Inglaterra y su ideología e idiosincrasia. Los aborrezco, son la peor basura que hay, son peores que EEUU.

Escuché que los submarinos estuvieron al nivel de los pilotos, y pudieron hundir un acorazado de no ser que alguien se había robado contactos electrónicos de los torpedos, que eran de oro

Es verdad, los franceses hicieron un comic homenajeando a los pilotos. Los mismos ingleses ponen en sus clases de vuelo, los vuelos rasantes al mar que hacian los pilotos argentinos como ejemplo de coraje y pelotas bien puestas.