4to Torneo de FIFA13 [PS3] Serie A - AguV Campeón!!

Abajo dejo 4 imagenes, la primera es un mensaje que le respondi antes de jugar pidiendole perdon porque no vi que estaba , estaba en netflix y no me aparecio arriba que me llegaron mensajes. Las otras dos son del partido, al costado en una se ve la posesion en cada sector del campo de cada uno. Y la ultima es otra foto pidiendole perdon porque el tipo me habia dicho que podia jugar de 7 a 9 y yo lo vi recien pasadas las nueve. Lo muestro solamente para que sepan que soy un tipo que pide mucho perdon, a veces por boludeces. Y lo muestro porque me acusan de que yo hice pases en defensa como un tramposo y no fue asi, no fueron pases en defensa, yo jugaba la pelota por todos lados y le toque que la bocha por todos lados, siempre cuidando la posesion pero pasaba la mitad de cancha y hasta se la toque con los delanteros.

Yo lo que tengo para decir es que me acusan de algo que nunca dije, muestran un mensaje pidiendo perdon mio, que no dice a que se debe el perdon. Por lo que tengo sabido jesu hablo por facebook con el organizador y le dijo que yo hice pases en defensa bla bla bla, le mostro una foto mia de ese mensaje y ya de ahi mando ese mensaje de que soy un tramposo
.
Me parece de cuarta que a mi nunca me haya venido a hablar y preguntarme la version del episodio como si lo hizo cuando paso lo de pueblito y jesu de la tactica defensiva. Creo que si uno primero que nada va a resolver un problema y quiere hacerse responsable de una decisión de algo de lo que fuere, se tiene que hablar y con el que sea necesario. Pero como el tipo se la agarro conmigo, no se preocupo en saber bien lo que paso, tomo como suposición que ese perdón venia de lo que jesu le decía, y de ahí saco todo.

Yo sinceramente tuve el código de agarrarle y decirle “perdón che” por cuidar la pelota cuando terminaba el partido, pero no fueron pases en defensa de cuidarla y aprovechar el defecto del juego como lei en el mensaje del facebook, no fue asi porque yo la toque en defensa, en el medio y en ataque durante los 8 minutos finales, hasta saque un lateral al borde de su area y perdi 3 veces la pelota desde que me empato el partido (a los 82).

Yo le meti el gol a los 74, después de eso TUVE UN PENAL que me lo atajo y luego de eso al ratito lo empato. Insisto , yo juro que la toque en esos minutos por todos los sectores, haciendo pases seguros, pero por todos los sectores de la cancha, y la perdi 3 veces desde que me lo empato, y tuvo sus chances con sus pases al hueco que le salieron todos mal. Asi que no estoy nada de acuerdo con esto, porque yo no le clave línea de 5, ni me puse ultradefensivo, ni me cago a pelotazos ni nada, tuve mas la pelota, patee mas al arco, me puse yo primero en ventaja, me atajo un penal cuando estaba yo arriba.

Eso no es actitud antideportiva, yo solo le pedi perdón por tocarle la bocha por todos lados (el medio, la defensa, arriba) con todos pases seguros donde el no tenia a nadie marcándome en los últimos 8 minutos, me defendi con la pelota pero no hice pases en defensa como el tipo dice. Y me molesta porque yo tuve el código de pedirle perdón por defender la pelota, nada mas que eso.




Tiene razón a continuación dejo el cuadro del reducido

cccc ; Felicitaciones a [MENTION=42030]exitista[/MENTION]; que pudo salir segundo sin tener la necesidad de hacer trampa o de querer romperle las bolas al rival de alguna manera molesta, como el arreglo de un partido o pases entre defensores

Vamos a lo serio…

Alto torneo terminó, se jugaron todos los partidos salvo el de Luka y Riverplate07 que ya no se jugaba por nada y lo cerré en empate con un punto para cada uno.
El reducido se empieza a jugar ahora.

Bien igual a los descendidos, habrá que prepararse para una lucha por el ascenso, abrazo a los 3.
[MENTION=21628]Gustavot[/MENTION]; [MENTION=13691]riverplate07[/MENTION]; [MENTION=21937]tjncho[/MENTION]; y gracias por jugar dignamente todos los partidos!

[MENTION=31992]Matrez[/MENTION];    [MENTION=4263]jesu_14[/MENTION];    [MENTION=34761]sebapablo[/MENTION];    [MENTION=39306]AguV[/MENTION];

Tienen tiempo hasta el Viernes 23:59, aquel que no busque o busque menos a su rival queda eliminado.

[MENTION=31992]Matrez[/MENTION]; avisame cuando puedas jugarlo!

yo le explique bien lo que paso, nunca dije que te echen ni que me den el partido ganado. eso me importa nada, pero sabes bien cuando haces pases para generar juego y para cuando queres que pase el tiempo, lo saben todos que es casi imposible robar la pelota cuando estas en mitad de cancha y en vez de tirar un pase al medio para llegar al area jugas al ultimo defensor cambias de lado y asi todo el tiempo, te lo empate porque te la robe de pedo y la clave. pero al mandar ese mensaje quedas expuesto a que utilizaste un juego que nunca haces quiero creer, son opiniones distintas y eso yo no lo hago ni en temporadas teniendo que ganar si o si porque no le veo la gracia del juego, para eso avisame y lo cerramos en empates y ahorras el disgusto de tener que aguanterse 20 minutos asi haciendose mala sangre. pero ya esta, yo aclare lo que paso y para que no lo haga nadie mas, porque es un juego y ni siquiera es por plata ni nada. por mi que termine salgas campeon de todo pero fue calentura de hacer algo sin sentido. suerte

Aaaay ay ay ay, a los tramposos los vamo a quemaaaar

Para ser antifutbol tststs, paaaara ser antifutbol se necesita tocar para atraaas, tocar para atras y cambiar de lado para ser antifutbol tststs…

[MENTION=6378]Nico El Pueblito[/MENTION]; si lo queres jugar hoy, puedo a partir de las 22

Contra mi hizo lo mismo, nada más que no me mandó un mensaje jaja

Mira yo nunca dije que vos pediste que me echen o que te den el partido ganado, ni me interesa (ya lo sabia igual). Yo solo dije que vos diste tu version. Yo se muy bien lo que decis, ahora yo te digo una cosa. En todo el primer tiempo no me pateaste un tiro al arco, y yo te sali a jugar y te genere situaciones de gol, tuve el 60 % de la posesion. Y no me podias llegar, no era que yo me tire a aguantar el tiempo y te esperaba para jugarte de contra. Te sali a dominar la pelota y lo logre. Y en el segundo tiempo segui con la misma historia y te meti el gol a los 74. Y segui jugando igual y al ratito me cobraron un penal, y me lo atajaste. No me tire atras.

Luego en una contra me empataste y en el final tome una actitud mas cuidadosa de lo que venia jugando en el partido. No es que te estaba jugando con 8 tipos adelante al ataque y de repente me pongo a jugar despacio. Yo me tome mi tiempo para buscar el hueco, y no fue en solo este partido, con lukariver hice lo mismo, iba perdiendo 3 a 0 y no me puse loco a tirarla para adelante y mandar el centro, segui teniendo la pelota y avanzando por donde tenia mi hueco.

Y asi jugue con la mayoria, uno de los que juega parecido es gustavot que se basa en jugar con un gran porcentaje de posesion de la pelota. Y me lo fume en el torneo, le gane 1 a 0 y de pedo le meti un gol en las 3 chances que me dio para patearle. Asi juega murdoch, que nose si le jugaste porque hace mil años no juega un torneo, y el hace eso. Juega despacio elaborando la jugada, buscando el hueco. Cuando les jugue me la banque, que queres que te diga, odio jugar con esos tipos porque son aburridos los partidos. Yo antes era de jugar 4 2 4 y lo fui cambiando. Hoy no tengo un equipo para jugar asi, tuve que adoptar otra tactica, otra forma de juego. Y me fue bien. Cada uno puede jugar como quiere y si quiere cambiar de juego cada partido lo cambia. Ahora lo que vos me planteas es algo que no hice. Es mas nunca en mi vida me puse ultradefensivo, ni plante linea de 5 ni hice cambios durante el partido. No festejo los goles, yo solo te pedi perdon por jugar de forma aburrida, fue una bosta el partido, pero te lo mereci ganar y lo empate. Cuando me puse arriba te segui atacando y encontre el empate, era el 2 a 0 ahi.

A mi de vos me molesto que no hayas venido a hablar conmigo antes si querias decir algo, ya que al cabo es un juego nada mas. Se resolvia en dos patadas ya que vos pensas lo mismo que yo sobre el torneo. Lo hablabas conmigo, me decias lo que te parecio y quedaba ahi. Yo empate el partido, te lo queria ganar, me puse al frente, tuve el 2 a 0 y estuve todo el partido en tu area jugando. No te hice jueguitos ni te lo boludee en ningun sentido, ni la puse en el corner, ni me puse en ultradefensivo ni nada. A mi me parece bien como te gane, yo solo te pedi perdon por el partido aburrido que jugamos, seguro te jodio que te haya jugado todo el partido dominando la pelota porque con gustavot me paso lo mismo, y me la banque, le gane de pedo.

---------- Mensaje unificado a las 19:34 ---------- El mensaje anterior habia sido a las 19:32 ----------

A vos te meti el gol en la primer jugada del partido. Me anduvo mal y me pateaste como 14 veces al arco, y erraste todo. No seas mentiroso.

jajaja como quieras capo, avisame para jugar

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

:lol:

No pierdan tiempo hablando de esto muchachos. Jueguen el reducido que el tiempo corre.
[MENTION=19911]maxi_floresta[/MENTION]; [MENTION=6378]Nico El Pueblito[/MENTION]; Tiempo hasta el sábado 23:59 hs para jugar la promo.

Madurez…

Amargo de mierda!

Entiendo que estés enojado o no estés de acuerdo con la decisión (que la mayoría estuvo de acuerdo) pero tampoco para amargarse asi che, ya se le va a dar el próximo torneo cuando pueda hacer trampa tranquilo porque lo administrás vos :lol:

El otro texto de Nietzche lo había leído :P. Ahora veo que este es un copy paste 5 o 6 veces de lo mismo :confused:

Jugamos ahora ? Avisame y prendo mi id es nico__carp

daale, ahi te mande la solicitud

jajaja prenderia la play para ver como van pero me da paja

5-2
0-2

puro sufrimientoooooooo pero el Porto es de la A

muy buen jugado pueblito, el segundo partido me lo tendría que haber ganando como 6-1

Bien jugado Maxi

Di asco todo el torneo y merecia la B . Mas cuando en el primer partido me iba ganando 5-0 y ni siquiera tenia ganas de jugar el otro partido , regale un gol de manera infantil a la salida de un tiro libre y despues me hizo goles de todos los colores , meti 2 goles sobre el final y dije y buen si Gimnasia le remonto un 0-3 a Rafaela en una de esas se puede . Pero Jota Jota fue a Cordoba con juveniles y asi pagamos

La vuelta en el monumental y con toda la presion tome la pelota e intente de todas formas , el primer gol llego tarde y el segundo llego faltando 10 minutos , todo el equipo arriba pero ya era tarde acordarse de jugar despues de regalar 15 partidos

Me voy a tomar 1 o 2 torneos de transicion por el asco que di y ya volvere