Resumen: “Para nosotros, argentinos de origen judío, existe una sola patria, la argentina, y una sola lealtad, a nuestro conductor Juan Domingo Perón. Hacia Israel, admiración, apoyo a su existencia y lazos de afecto, los mismos que unen a hijos de italianos con Italia o hijos de españoles con España. No, en cambio, una lealtad como la que profesamos a nuestra tierra, ya que no creemos tener doble nacionalidad. Eso lo deben entender todos nuestros compatriotas bien claramente”. Estas palabras forman parte de la declaración de principios de la creación en el año 1947 de la Organización Israelita Argentina (OIA), entidad netamente argentina y peronista que surgía en oposición a la muy cosmopolita y contrera DAIA.
325 visitas Rating: 
Tell a Friend Autor: Dardo Olea
Reflexiones de un peronista ante una infame mentira que mamertos, contreras, lechuguinos y tilingas universitarias repiten como verdad revelada.
¡Oia! con la OIA
“Para nosotros, argentinos de origen judío, existe una sola patria, la argentina, y una sola lealtad, a nuestro conductor Juan Domingo Perón. Hacia Israel, admiración, apoyo a su existencia y lazos de afecto, los mismos que unen a hijos de italianos con Italia o hijos de españoles con España. No, en cambio, una lealtad como la que profesamos a nuestra tierra, ya que no creemos tener doble nacionalidad. Eso lo deben entender todos nuestros compatriotas bien claramente”.
Estas palabras forman parte de la declaración de principios de la creación en el año 1947 de la Organización Israelita Argentina (OIA), entidad netamente argentina y peronista que surgía en oposición a la muy cosmopolita y contrera DAIA. Pertenecen al primer presidente de la OIA, Natalio Cortés, un hijo de colonos nacido en Moisesville, allí en esa zona de nuestra provincia caracterizada -dada su conformación étnica- por su espíritu “ahorrativo”. Como dicen en Rafaela: “donde avanza el piamontés, el judío retrocede”.
Cortés expresaba en este discurso una postura similar a la que años después reclamará don Arturo Jauretche a la colectividad judía al exigirles una definición entre ser argentinos o ser israelíes, una cosa o la otra, pues no podía haber nacionales con doble nacionalidad. En este sentido Cortés era el portavoz del judío de barrio, del “rusito” de la barra de la esquina, del hijo de colonos pobres explotados por la “filantrópica” Jewish Colonization Association, el portavoz en suma, de ese argentino de primera generación que agradecía con un desaforado amor a la patria el refugio que esta había brindado a sus padres que huían de la miseria y la persecución de los guetos europeos. Cortés fue la expresión institucional peronista de miles y miles de judíos argentinos que adhirieron a la causa del Conductor de la Nueva Argentina. Adhesión que tuvo reciprocidad. ¡Y vaya si la tuvo!, sino veamos esta breve cronología al respecto:
1946: Evita en un discurso acusa a los antisemitas infiltrados en el movimiento peronista de ser “los nefastos representantes de la oligarquía”.
1947: Fundación de la OIA.
1947: El relator deportivo judío argentino Luis Elías Sojit, amigo personal de Perón y Evita, populariza la frase: “-hoy es un día peronista”, en referencia a las jornadas plenas de sol.
1948: Nombramiento de embajadores judíos argentinos, entre ellos Pablo Menguel, que lleva el reconocimiento de la Argentina Libre, Justa y Soberana al nuevo Estado de Israel. Hasta el momento, los “liberales” gobiernos conservadores o radicales, habían impedido que los judíos entraran a la carrera diplomática.
1949: Proscripción legal del racismo: art. 26 de la gloriosa Constitución del 49.
1950: Los conscriptos judíos tienen franco autorizado durante Rosh Hashaná e Iom Kipur. Reglamento militar: severos castigos a los “sumbos” que bailen a los colimbas por su condición de hebreos.
1951: Importante embarque de víveres de la Fundación Eva Perón destinado a los necesitados de Israel.
1953: Acuerdo cultural entre Israel y Argentina.
1953: El general Perón en persona entrega al dirigente del Partido Socialista, Enrique Dickmann, la medalla al mérito al que era acreedor por sus logros académicos desde hacía décadas, y que la Universidad de Buenos Aires nunca le había dado por su origen judío.
1954: Comienza en el mes de noviembre un proceso que culmina al año siguiente con el fin de la enseñanza religiosa papista en las escuelas y la separación del Estado y la Iglesia Católica.
1955: la oposición “antinazi” celebra tras los sucesos de Junio, la renuncia del Ministro del Interior, Ángel Gabriel Borlenghi, a quien nominan peyorativamente como “el judío Borlensky”. En realidad el antiguo Secretario General de la Confederación de Empleados de Comercio de origen socialista no era judío, pero sí su esposa y su cuñado Abraham Krislavin, a quién nombró Subsecretario del Ministerio. Los opositores “democráticos” que se rasgaban las vestiduras frente a los horrores del Holocausto de la judería europea, no podían soportar el hecho de que funcionarios judíos argentinos integraran el elenco dirigente del gobierno peronista.
Lo detallado son pequeños signos que nos hablan de lo muy poco nazi que tiene que haber sido la Argentina del primer peronismo. Los judíos argentinos gozaron de la paz y prosperidad (al igual que sus compatriotas cristianos) de esa década gloriosa de la patria. Aunque esa prosperidad dio lugar, paradójicamente a hijos y nietos que reniegan (al igual que los hijos y nietos de sus compatriotas cristianos) del peronismo de sus mayores, y mientras hacen colas en los consulados para obtener una ciudadanía extranjera (el pobre Natalio Cortés se debe estar revolviendo de asco en su tumba), repiten a boca de ganso infamias tales como que el peronismo es igual a fascismo, que Perón era un nazi contumaz, protector de los peores criminales de guerra, y otras perversas ignominias discursivas. En rigor de verdad estos mamertos, más que culpables, son las víctimas de una feroz campaña de desargentinización, una de cuyas aristas pasa por el remoquete del nazismo y el antisemitismo.
La neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial: un orgullo que la antipatria quiere convertir en un hecho vergonzante
Frente a la “V” del cipayo,
y las tres “V” del teutón,
la “A” inicial de Argentina,
es signo de liberación.
Con esta ingenua cuarteta los muchachos de FORJA, ese grupo de argentinos acaudillados por Jauretche y Scalabrini Ortiz, expresaba su equidistancia tanto de las poderosas fuerzas cipayas que pretendían que sangre argentina muriera en los campos de batallas europeos defendiendo los intereses de las plutocracias aliadas, como de la Embajada Alemana, que más modestamente, financiaba al nacionalismo más retrógrado y reaccionario. Para FORJA, la neutralidad era una bandera que el país sustentaba desde el fondo de su historia. Mantener esa bandera no fue fácil. Eran señalados como nazis por la intelligentsia, ese extendido contubernio de políticos e intelectuales unidos por un cosmopolitismo elitista, que con la estética excusa de un internacionalismo de vanguardia, despreciaba todo lo que oliera a popular y a nacional. Los auténticos argentinos debían morderse los labios de bronca, al ver por ejemplo, al más conspicuo representante del cipayismo cultural, el escritor británico Jorge Luis Borges, regocijándose por la “supuesta” liberación de París. (Digo supuesta porque los franceses vivieron muy conformes con el régimen de Vichy, más allá de la fábula inventada de la resistencia y el maquis, integrado en su mayor parte por bastardos republicanos españoles antes que por ciudadanos galos). George, “mas turbado” que nunca se emocionaba con emoción extranjera, mientras le era indiferente toda emoción colectiva del pueblo argentino.
Y como Borges, cientos de miles de cipayos, de mequetrefes al servicio de la antipatria, presionaban al gobierno argentino para que este, rompiendo la tradición de neutralidad, declarada la guerra al Eje.
Ciertos tirifilos, mentecatos y memas abobadas de corta estatura y anchas cinturas que pululan por los claustros universitarios de las distintas carreras de Historia, afirman hoy que la neutralidad argentina era funcional a Gran Bretaña. ¡Mentira! Por favor, no envenenéis más con vuestras mendacidades las mentes de las jóvenes generaciones. Está plenamente demostrado por los investigadores del campo nacional que los ingleses, junto a los yanquis, estuvieron a la cabeza de la presión internacional que intentó acorralar al gobierno argentino.
Gobierno este que desde 1943, y más profundamente desde 1944 y 45, comenzaba a mostrar en unos de sus miembros que podía hacerse verdad la esperanzada ilusión que Martín Fierro expresara tres cuartos de siglo antes: que llegaría un día en que a la Argentina vendría un criollo a mandar. Y ese criollo estaba -pese a los formidables enemigos que tenía- empezando a mandar. Mandar en el sentido de cambiar las cosas a favor del pueblo, y no a favor de los enemigos del pueblo como hasta el momento había sucedido. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, el coronel de Infantería Juan Domingo Perón, comienza una labor sin precedentes en la historia social de la argentina. No hace a este trabajo el profundizar sobre tal labor. Simplemente señalemos que en sintonía con la misma y con su profundo amor al pueblo argentino, el coronel Perón comprende que, hacia 1945 con la guerra perdida para el Eje, es necesario sumarse (de modo meramente nominal) al bando victorioso, para aventar la posibilidad de una intervención militar aliada en la Argentina. De ese análisis de un gran estratega, que según la feliz definición de Evita, volaba alto como los cóndores, surge la decisión de la declaración formal de guerra. El país se evitaba males difíciles de evaluar y al tiempo ganaba tiempo y tranquilidad para que la Revolución Nacional encabezada por el genial conductor se afianzara en los diez años más felices de la historia argentina.
Sebrelli y Martínez, dos reconocidos mistificadores al servicio de la antipatria, adorados por tilingas y tirifilos.
Juan José Sebrelli es desde hace décadas un afamado escritor, bienamado por las señoras y señoros que se sienten contenidos y reflejados en este escriba, cuyo pensamiento es una curiosa mezcla de Comisión de Afirmación de la Revolución Libertadora y Utilísima Satelital. Varios éxitos editoriales se ha anotado en su larga vida el bueno de Juanjo, a favor de contar con tan extenso y pedorro público clasemediero. En este caso en particular me voy a referir a uno de sus libros, tal vez el de mayor fama de los escritos por Sebrelli. Se trata de Los deseos imaginarios del peronismo. Dislates e infamias al estilo del Libro Negro de la Segunda Tiranía, pueblan sus 213 estercoladas páginas.
Sebrelli en esta obra repite todos los sonsonetes que el gorilaje ha aplicado a lo largo de medio siglo al campo popular. El peronismo no es más que autoritarismo, degradación, mal gusto (como dijera el hache de pe del general Lonardi), fascismo y nazismo. Con ironía el músico y director cinematográfico Emir Kusturica opina que en la guerra de los Balcanes los servios hicieron de malos y todos los demás de buenos. En la misma sintonía (pero sin ironía) para Sebrelli, en la historia argentina los peronistas son los malos y todos los demás los buenos.
Me detendré en este texto sebrelliano, ya canónico para la antipatria semianalfabeta (para las señoras gordis, decía con su gracejo criollo don Arturo Jauretche), exclusiva y brevemente en la relación que establece entre Perón y el nazismo. Son dislates casi vomitivos, pero que han hecho escuela en la larga campaña de desargentinación de la que hablamos.
Sebrelli no es muy original en sus fuentes. Toma documentos tan tendenciosos como los provenientes del Departamento de Estado yanqui, el Libro Azul inspirado en Spruille Braden (el mismo chancho Braden a quién nuestro genial conductor contestó en 1946 con el Libro Azul y Blanco), o una obra que solamente un orate o un malintencionado puede tomar en serio. Me refiero a Técnica de una traición, del diputado radical Silvano Santader.
A título de ejemplo, en su “estudio” Santander afirma que Perón y Evita eran empleados a sueldo de la Embajada Alemana, a la que proveían de pasaportes argentinos en blanco en….!1940! Realmente hay que ser muy imaginativo para figurarse de que manera en ese año, Eva Duarte, actriz partiquina que vivía en pensiones de ínfima categoría, soportando estoicamente las sordideces propias de su condición de humilde mujer del interior, desamparada en el emputecido y ambiguo ambiente “artístico” porteño en que se movía, podía tener alguna influencia para proveer pasaportes (o documento oficial alguno). Por otra parte nos preguntamos: ¿para que necesitaba pasaportes el Reich alemán en 1940, cuando todo le iba viento en popa?
Bueno….disparates de ese tipo, por doquier. En esas “fuentes” abreva el “investigador” Sebrelli. Y hace escuela. Uno de sus discípulos, Tomás Eloy Martínez es también un gurú intelectualoide de las gordis jauretcheanas. Tiene una prosa superior a su “maestro”, pero igual odio y resentimiento al pueblo argentino y al insigne líder que ese pueblo ungió con el óleo sagrado de Samuel. Tras regocijarse promiscuamente en esa cloaca de su creación intitulada La Novela de Perón, donde llega a denigrar de tal forma al gran conductor continental, afirmando que este fue violado en el Colegio Militar por otro cadete, Martínez sigue con sus dardos pestíferos en un artículo que titula Perón y los nazis
Richter y la bomba atómica en botellas de querosén
Tanto Martínez como Sebrelli, como tanta cáfila tartuferaria de la actual intelligentsia, juegan entre embustes y difamaciones con un hecho puntual: la llegada en los gloriosos e irrepetibles años de la Nueva Argentina de Perón, de miles de migrantes de origen germano. Según este discurso, todos ellos eran criminales de guerra. Descontextualizan esta llegada, olvidando ex profeso que se da en el marco de una gran corriente inmigratoria europea que especialmente desde 1947 y hasta 1955, trajo a nuestras playas casi un millón de seres que buscaban en la orgullosa y soberana patria de Perón y Evita, consuelo a las miserias de postguerra.
Cierto es que entre los vencidos arribados hubo caso de prófugos de la ¿justicia? de los vencedores. Alemanes y croatas especialmente, cargaron con el estigma de jugar de malos de la película. Pero junto a estos, llegó una mano de obra técnicamente calificada que libre de cualquier crimen, se sumó a la construcción de un país soberano, equidistante de los bandos vencedores. En sentido contrario la diáspora argentina que se da a partir del corralito, implicó que entre tanto compatriota desesperado y estafado por nuestra clase dirigente[1] que llevó en la suela de sus zapatos la esperanza de un futuro mejor unido al regusto amargo de la patria que queda atrás (entre ellos mis propios hijos y nietos), también se fueran algunos elementos indeseables. Y por ese hecho nadie culpó a los funcionarios de los países receptores, de complicidad en el ingreso de tales individuos. Si en cambio desde esos países se sigue batiendo el parche (que también tocan gustosamente muchos tarúpidos locales) con una hipotética protección institucional a jerarcas nazis en fuga. Así por ejemplo, jugando con tan desaprensivas y antiargentinas hipótesis, Tomás Eloy Martínez, que para haber nacido en Tucumán es un leal norteamericano, afirma muy suelto de cuerpo acerca de los “encuentros” entre nuestro inmortal líder y el doctor José Menguele. ¡Mentiroso! ¡Embustero! ¡Mal bicho! No otra cosa cabe decirle. Recuerdo que cuando chico, en mi infancia mendocina hecha de siestas cómplices en las acequias, cada tanto algún chusco del barrio afirmaba que Hitler se había salvado de la inmolación en el bunker de la Cancillería berlinesa, y ahora, tras afeitarse el bigotito atendía una hostería en las sierras cordobesas. Era una ingenuidad de seres simples. Lo que no es una ingenuidad es la prédica de estos intelectuales corrompidos al servicio de los intereses foráneos.
Pese a esas versiones infamantes de estos verdaderos reos de lesa patria, lo cierto y concreto es que centenares de técnicos e ingenieros alemanes colaboraron en Córdoba en el perfeccionamiento de la industria aeronáutica con tecnología de punta. Argentina pudo mostrar al mundo ya en los años 50 avances formidables en aviones a reacción. Eso no podía ser permitido. Las potencias vencedoras veían con alarma que un país del culo del mundo, de las “áreas de influencia”, les tratara en los foros internacionales en un pié de igualdad. Constituía un mal ejemplo inadmisible. Había que conjurar ese peligro de modo directo, y si no se podía, de forma oblicua. Por ejemplo, con la diatriba, la infamia o el ridículo.
Y esto último es lo que hicieron con el llamado “caso Richter”. Campaña donde contaron y cuentan hasta hoy con la colaboración de innumerables imbéciles vernáculos con labios leporinos en el cerebro.
Ronald Richter era un físico a quién el gobierno contrató dentro de un programa de investigación y desarrollo atómico. Toda la infraestructura necesaria al proyecto fue puesta a disposición por el Estado Nacional en las instalaciones construidas en la isla Huemul en Bariloche. En algún momento, el país avanzó hacia la posible posesión de armas atómicas (incluso la de hidrógeno). Lo cual se tornó inadmisible en un mundo dominado ya por la Guerra Fría entre las dos grandes superpotencias. Rápidamente Richter es neutralizado mediante el ridículo. Con una presteza digna de mejor causa se organiza la campaña de desprestigio: orates de la oposición al servicio de la antipatria afirman que dentro de poco cada uno va a poner tener su propia bomba atómica…envasada en botellas de querosén. La presión es tan grande que el proyecto Huemul debe ser abandonado. Richter pasa a ser el estereotipo del “científico chiflado” … Pero recientes investigaciones descubren que el “chiflado Richter”, expulsado de la Argentina por la befa de la antipatria, pasó a formar parte en la década de 1960 de un equipo de investigación atómica en la URSS.
Tras el fin de la guerra, yanquis y rusos arriaron a la fuerza a los técnicos y científicos alemanes. La carrera espacial de ambas potencias se sustentó en esta leva humana. Y cuando les combino, transformaron a los supuestos nazis en “auténticos”demócratas. Tal el caso de los yanquis con von Braun.
En los mismos años, similar mano de obra calificada ayuda a perfeccionar nuestra industria y nuestra capacidad nuclear. Esta última a través de la Comisión Nacional de Energía Atómica, que nos colocó hasta el desguace final de la misma que realiza el menemismo, dentro de los países líderes en la materia.
Y esta mano de obra, donde muy pocos criminales (o supuestos criminales) había, llegó a la Nueva Argentina de Perón, voluntariamente
Esto último fue lo que no se le perdonó a Perón y a la Argentina. De allí la leyenda negra. La que convirtió al criollísimo y profundamente humano General Perón en poco menos que un galautier funcional a los designios nacional socialistas. Leyenda construida desde afuera con la complicidad de renegados de adentro. Y cuya vigencia ocasiona hoy a quien esto escribe, un albañil metido en sus altos años a estudiante universitario de Filosofía, un rubor nacido de la vergüenza ajena. Quien esto escribe, vivió una niñez de “único privilegiado”. En ese tiempo, aunque quien esto escribe no lo comprendiera (dada su corta edad) era posible y común lo que medio siglo después es la excepción que la propia experiencia de quien esto escribe confirma: que cualquier albañil, cualquier obrero, accediera a la enseñanza superior, amparado por leyes laborales de avanzada. Miles y miles de trabajadores argentinos, entre ellos, miles de trabajadores judíos argentinos, pudieron cursar estudios en la Universidad Obrera, hoy Universidad Tecnológica Nacional. Estudios subvencionados por lo que los imbéciles modernosos influenciados por gorilas tales como el ambiguamente amanerado anciano historiador Halperín Donghi, llaman despectiva y retrospectivamente “Estado Benefactor” o “Estado de Bienestar”. Mas nos valiera en estos tiempos desangelados don Tulio, contar para tanto marginal desarrapado con un benefactor que les diera un poco de bienestar. Justicia social en suma. Eso no lo logran entender los sectarios de espíritu descafeinado que se asumen como la vanguardia de la nada en la actual universidad. En sus calenturientas mentes, más allá de que se reciten de memoria (y por cierto sin comprenderlo) a Marx, Lenín y otros cumpas, hay una omnipresencia que los excede: el pensamiento liberal decimonónico. Sea por zurda o por derecha, el liberalismo “siempre está”. Deberían saber estos patéticos mamertos de izquierda y esas supuestas pasionarias del atardecer rosarino en el Palace Garden y el subsiguiente histeriqueo tarjetero en Córdoba y Corrientes, y las cerveceadas y careteadas noches del Predio Urbano, deberían saber que hubo un tiempo, el de la Patria Peronista, donde en ese supuesto aguantadero nazi, el pueblo argentino cualquiera fuera su fe religiosa, fue feliz.
Y esa felicidad fue posible en gran medida, porque como dijera el hoy injustamente difamado y tomado su recuerdo para el churrete, Enrique Pavón Pereyra, hubo un hombre, Juan Domingo Perón, y “este hombre no ha caído del cielo como estrella, como ente de un mundo superhumano venido de improviso y sin antecedentes necesarios, a efectuar un designio divino; más bien proviene de un levantamiento gigantesco de instintos obscuros, de exigencias conscientes de vida y libertad, de preparaciones lentas y premiosas; es, en cierto sentido, obra de otros hombres, de otros dolores, de otros heroísmos, de otras voluntades; de esos levantamientos sociales hombres como Perón vienen a ser los vértices, las cimas, los puntos de convergencia, las insuperables alturas; todo en nuestra historia, lo pasado, los explica y determina; todo en lo futuro los demuestra; ellos son la resultante de una gran labor de historia; la historia posterior que de ellos recibe forma es en gran parte una labor suya, quizás no sólo suya, pero capitalmente les pertenece”.
Dejemos pues que los badulaques, los tarados a la enésima potencia sigan batiendo el parche con el tema del nazismo. La base humanística de la que está imbuida la figura egregia e inmortal de Juan Domingo Perón es un aserto irrebatible, que sobrevive a todos los dicterios, a todas las deformaciones, a esta formidable campaña de desargentinización que desde hace medio siglo llevan adelante mamertos, contreras, lechuguinos y tilingas universitarias que pese a sus títulos de grado, postgrado y recontra postgrado nunca aprendieron a amar a la patria. Algo que sí saben el humilde hombre y la humilde mujer de nuestro pueblo.
Dardo Olea
Escuela de Filosofía
Universidad Nacional de Rosario
dardoolea@hotmail.com
[1]Garcas que mostraban impávidos a sus espaldas en sus lujosos despachos, los retratos de Perón, Evita, Yrigoyen, De la Torre o Juan B. Justo. ¡Reverendos hijos de puta que desangraron concientemente a su patria a cambio de treinta dineros! Hoy, en este esperanzado 2005 siguen estando como si nada hubiera pasado, con un caradurismo que enrojece con vergüenza ajena a los retratos de sus supuestos mentores.
OOOtro tema: Perón por Perón…para los que poco saben sobre el primer peronismo, o para los que quieren escucharlo de boca del propio Perón, IMPERDIBLE: