Un productor liberal, un pensador, y un economista del plan fénix.


ECONOMIA › OPINION
Carta abierta a Grobocopatel: soja sí o soja no

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		  			[IMG]http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif[/IMG] Por Mempo Giardinelli
					Estimado Gustavo,

Ante todo, gracias por enviarme la nota que publicaste en Clarín el 5 de agosto; no la había leído porque soy lector habitual de La Nación y Página/12. Otra aclaración: no integro el colectivo Carta Abierta y el título de esta nota responde a un estilo de artículos que escribo desde hace años.
Lo hago ahora porque siento respeto por tu inteligencia y guardo hacia vos una simpatía personal basada en el hecho de que hace años cantábamos con la misma, querida maestra, y en el común origen de nuestras familias, pues mi madre era de Carlos Casares, donde yo pasé muchos veranos en mi infancia. Siento, por ello, una cercanía de la que hablamos la última, en el Ministerio de Educación, y que ahora me autoriza, dado tu envío, a discutir algunos conceptos de tu nota.
No soy experto en soja, ni en agro ni en nada. Declaro mi ignorancia de antemano, y acepto que vos sí sos un experto. Pero también un dirigente con fuertes intereses, que te hacen mirar las cosas desde un ángulo que también respeto, pero al que cuestiono por todo lo que, sin ser experto, puedo ver con mis ojos y con el corazón.
Las oportunidades económicas que mencionás en tu artículo podrían ser incluso compartibles, pero si muchos decimos que la soja es mala para la Argentina es porque vemos los daños que ha producido y produce: bosques arrasados; fauna y flora originarias destruidas; quemazones irresponsables de maderas preciosas; plantaciones desarrolladas a fuerza de glifosatos, round-up y otras marcas que parecen de Coca-Cola pero venenosa. Yo recorro el Chaco permanentemente y viajo por los caminos de las provincias del NEA y el NOA: Santiago del Estero, Santa Fe, Corrientes, Formosa, Misiones, Salta, Jujuy, y veo los “daños colaterales”, digamos, que produce la soja: agricultura sin campesinos; cada vez menos vacas en los campos; una industrialización completamente desalmada (eso digo: sin alma) y el incesante, inocultable daño a nuestras aguas.
Esto no es una denuncia más, Gustavo, y no es infundada: la modesta fundación que presido ayuda a algunas escuelitas del Impenetrable y en una de ellas hice tomar muestras del agua de pozo que bebe una treintena de chicos. El análisis, realizado por trabajadores de la empresa provincial del agua, mostró que el arsénico es 70 veces superior a lo humanamente admisible. Siete y cero, Gustavo, 70 veces. Lo traen las napas subterráneas de los campos sojeros de alrededor. Hace veinte años esa agua era pura.
Como no sé quién es el exacto responsable de este horror, entonces digo que es la soja. Porque en los viejos campos de algodón, tabaco, girasol o trigo que había en el Chaco trabajaban familias enteras para cultivar cada hectárea. Pero ahora un solo tractorista puede con 300 o 400 hectáreas de campo sojero y eso se traduce en la desocupación a mansalva y el amontonamiento de nuevos indigentes en las periferias de las ciudades de provincia. A esto lo ve cualquiera en las afueras de Resistencia, Santa Fe, Rosario y muchas ciudades más.
Aun admitiendo por un momento que quizás no sea la soja específicamente la responsable, hay una agricultura industrial –tu artículo elogia su presente y sus posibilidades– que es la que está cometiendo otros crímenes ambientales. Ahí está, como ejemplo, la represa que intereses arroceros –al parecer dirigidos por un tal Sr. Aranda, del Grupo Clarín– están haciendo o queriendo hacer en el Arroyo Ayuí, en Corrientes. Esa represa va a cubrir unas 14.000 hectáreas de bosques naturales, va a tapar uno de los ríos más hermosos del país con un ecosistema hasta ahora virgen, y, lo peor, va a contaminar todo el acuífero de los Esteros del Iberá con pesticidas y químicos para producir arroz, soja o lo que China necesite.
¿Se entiende este punto de vista, Gustavo? Yo entiendo el tuyo y comparto que nuestro país “necesita una estrategia de desarrollo con una visión de largo plazo” dado que estamos frente a una extraordinaria oportunidad. De acuerdo en eso. Pero no a cualquier precio. No si nos va a dejar un país ambientalmente arrasado. Nos vamos a quedar sin pampa, sin sabanas donde pacer el ganado, sin el agua potable que es el tesoro mayor que tiene el subsuelo argentino y que ya, también, destruye una minería descontrolada.
Tu nota subraya “la oportunidad que tenemos”, pero ¿qué desarrollo y qué sustentabilidad tendrán las futuras generaciones de argentinos sobre un territorio desertificado en enormes extensiones, un subsuelo glifosatizado y con las aguas contaminadas con cianuro, arsénico y una larga lista de químicos letales que ya es pública y –sobre todo– notoria?
Tampoco es cierto que “los beneficios están presentes en el conjunto de la sociedad”, porque si así fuera y con las gigantescas facturaciones sojeras no tendríamos las desigualdades que tenemos. Que no son sola culpa del Gobierno, la corrupción o los políticos. Son el resultado de una voracidad rural que a estas alturas está siendo, por lo menos, obscena.
Como bien decís, el desacuerdo no puede reducirse a soja sí o soja no. Eso sería, en efecto, “empequeñecer el horizonte”. Pero entonces gente sensible como vos –y me consta tu sensibilidad y creo que no pertenecés a la clase de neoempresarios argentinos que no ven más allá de su cuenta bancaria y son incapaces de tener más ideas que las que les dictan los economistas que les sacan la plata– gente como vos, digo, debería hacer docencia para que tengamos, si ello es posible, grandes producciones de soja pero no a cualquier precio.
Soja sí, entonces, pero no si se descuidan el medio ambiente y el agua. No sin desarrollar alternativas verdaderas para los miles de campesinos que han sido y están siendo expulsados de sus tierras de modos brutales o sutiles. No si los sojeros siguen eludiendo impuestos y negreando a sus empleados. No si las grandes empresas semilleras o herbicidas siguen comprando medios y periodistas para que mientan a cambio de publicidad.
No todo es soja sí o soja no, de acuerdo. Pero tampoco la declaración de idealismo e inocencia que se lee en tu artículo.
Si querés lo seguimos discutiendo. Vos sos un experto. Yo apenas un intelectual. Capaz que enhebramos buenas ideas para el país que amamos.
Un cordial saludo.

Página/12 :: Economía :: Carta abierta a Grobocopatel: soja sí o soja no

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ECONOMIA › OPINION
Respuesta a Giardinelli

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		  			[IMG]http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif[/IMG] Por Gustavo Grobocopatel
					Estimado Mempo:
Qué alegría poder intercambiar ideas, con respeto, entre personas  comprometidas con el interior del país. El afecto que sentí de tus  palabras lo retribuyo por los mismos motivos. En principio no me  considero un experto, creo que las cosas son tan complejas que se  necesitan miradas desde varios lados. Creo en los procesos colectivos  con una certidumbre que me asusta. Lo que sí me estimula es el  conocimiento, no como verdad, sino como proceso. No es que desestime lo  emotivo, ya sabés que tengo una parte de músico, sólo digo que debe  haber una tensión entre la emoción y la razón. Quiero decir también que  no me hago cargo de todos los empresarios, como seguramente no te harás  cargo vos de todos los intelectuales. Voy a hablar de mí mismo, mi  empresa y mi punto de vista, que un amigo definió como la vista en un  punto. Dejame entonces poder reflexionar sobre cada uno de los párrafos  de tu carta y, como bien lo decís al final, que sea sólo el principio.  Quizá pueda visitarte pronto en tu querido Chaco y vos en mi querida  Casares, y así podamos, sobre las geografías, seguir construyendo  juntos.
Es cierto que tengo intereses, todos los tenemos, pero creo que esto  no me debe marginar del debate. Yo creo en el interés que también es  compromiso y, mejor aún, integridad. En mi caso particular, mi interés  está vinculado con el placer de la creación y la realización con otros.  Todo lo que ves y te preocupa es sin duda una realidad que, desde mi  punto de vista, se debe no sólo al oportunismo de algunos pocos, sino a  la falta de un Estado de calidad, responsable y respondible. Los  problemas que describís deberían ser resueltos con un ordenamiento  territorial, con organismos de control, con justicia. Sin soja, este  proceso de deterioro que observás se hubiera acelerado, más pobreza, más  migraciones a las villas de Rosario o Buenos Aires. Los problemas  importantes de degradación datan en el Chaco de mucho tiempo atrás,  antes de la soja, y estaban vinculados con una agricultura con  labranzas.
La agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma  vinculado con trasformaciones en la sociedad. Es un proceso que  observamos desde la década del ’40, no está asociado a una ideología y  no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con menos  obreros. Por supuesto que las políticas aceleran o retrasan el proceso y  lo pueden hacer más o menos equitativo, pero es inevitable y, desde mi  punto de vista, positivo más allá de los temores que despierte. Yo  recuerdo a mi abuelo y sus vecinos trabajando en el campo, un esfuerzo  enorme, con condiciones de vida hoy inaceptables, sin comunicaciones,  sin acceso. La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor  tenías que ser hijo de... Hoy los emprendedores, no importa su origen,  pueden llegar a ser productores. Un sistema de acceso muy democrático a  los factores de la producción. También recuerdo, no hace mucho tiempo, a  pequeños productores que estaban a punto de perder sus campos en manos  de los bancos o de los usureros locales. Este nuevo sistema agrícola de  servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado o los organismos  públicos o multilaterales.
La nueva agricultura, con campesinos transformados en emprendedores,  en proveedores de servicios, con hijos en las universidades o escuelas  técnicas, con condiciones de trabajo calificadas, creo que es lo mejor  para toda la sociedad. Hay más empleo, pero alocados en diferentes  lugares, menos productores, más proveedores de servicios, más  industrias. El impacto sobre la sociedad está estudiado incipientemente,  pero los primeros resultados son optimistas. En un reciente trabajo  encargado por Naciones Unidas se comprobó que diferentes grupos de  interés vinculados con Los Grobo han ganado en autonomía, empleabilidad  (que para mí es más importante que el empleo), enprendedurismo y  liderazgo. Una sociedad más libre, más creativa, con más capacidad de  adaptarse a los cambios, con más acceso al conocimiento. Por supuesto  que esto no basta. Tenemos que tener un Estado e instituciones fuertes,  robustas, que faciliten, que estimulen, que den igualdad de  oportunidades.
Mempo, en Casares el agua está contaminada igual y en muchos lugares  también, pero esto no es por la soja. No es que no haya riesgos; en  Europa, las napas están contaminadas por siglos de agricultura  irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas y hay  que prevenirlos sobre la base de los conocimientos y la presencia de un  Estado que controle, que no es lo mismo que detener o impedir. Yo creo  que la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja, en todo  caso lo que falta es la industrialización de la soja en origen y así dar  más trabajo. Por ejemplo, transformar la soja en pollo, cerdos,  milanesas o derivados lácteos. El tema es cómo se estimula ese proceso.  Mi punto de vista es que debería ser la inversión privada con incentivos  desde el Estado. Para que haya inversión tiene que haber una percepción  de que el esfuerzo vale la pena. En nuestro país el éxito está mal  visto, los empresarios son permanentemente degradados, los emprendedores  no tienen ganancias suficientes porque la presión impositiva es grande,  no hay posibilidades de invertir. Yo puedo decirlo, ya que contra  viento y marea en los últimos años invertí en producción de pollo, de  harinas, de fideos, etcétera. No lo hice con ganancias grandes, tuve que  vender el 25 por ciento de mi empresa a inversores brasileños y no tuve  gran apoyo de los bancos. Qué bueno sería que sean las ganancias  genuinas las que incentiven estas inversiones y que haya grandes  empresas nacionales que se globalicen y sean parte de una gesta nacional  en el mundo. Entonces en Charata o en Sáenz Peña o cualquier otro lugar  de Chaco tendríamos más trabajo y retendríamos a la gente en sus  lugares. No para subsistir sin dignidad, que para mí es sinónimo de  “agricultura familiar”, sino para vivir con calidad y oportunidades.
Yo creo que los beneficios de la agricultura están distribuidos en  la sociedad. La Argentina este año crecerá el 7 u 8 por ciento, de eso  el 3 por ciento se debe a la soja. Y hay otros sectores vinculados: la  industria automotriz, petroquímica, química, electrónica, metalmecánica,  etcétera. No hubiesen sido posibles las Asignaciones por Hijo, los  aumentos a jubilados, sin el aporte del campo. No es lo único, por  favor; pero debemos reconocer y agradecer el aporte. Aunque sea sólo  para que haya entusiasmo y seguir aportando.
Las cosas que te preocupan tienen para mí otra lectura: gracias a la  siembra directa no estamos desertificando más, el glifosato es el menos  malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al  tocar el suelo. La desigualdad no se puede combatir si no hay creación  de riqueza, salvo que quisiéramos igualar para abajo. Creo que la  sociedad se debe un debate claro y objetivo sobre estos temas.
Dejame que te dé otro punto de vista sobre la “voracidad rural”. Hoy  un productor aporta el 80 por ciento de sus ganancias como impuestos,  con el agravante de que si pierde dinero sigue pagando. El problema no  es pagar impuestos. Yo creo que debemos pagar muchos impuestos y  fortalecer al Estado. El problema es cómo se paga. Las retenciones son  anti-Chaco, anti–desarrollo rural, anti-equidad. De esto tengo certeza.  Hay que cambiar el modelo impositivo, en forma transicional, pero  urgente. Por más parches que se les ponga como segmentaciones de todo  tipo, devoluciones, si esto no ocurre, no podremos dar vuelta la página y  caminar hacia el desarrollo inclusivo. Aquí hay varios socios para que  esto no cambie: parte de los políticos, muchos empresarios y muchos  confundidos por las peleas políticas de corto plazo.
Creo que los empresarios debemos tener una responsabilidad enorme en  este proceso, también los intelectuales, los académicos y todos los  sectores de la comunidad. La acusación de negrear o comprar medios es,  por lo menos, injusta para la mayoría que cumplimos con nuestras  obligaciones. No digo que no haya casos, pero no puedo aceptar este  prejuicio como parte de un debate equilibrado entre lo emocional y lo  racional. Los prejuicios no ayudan a las emociones y a las razones.
Espero, con entusiasmo, el momento de vernos personalmente y discutir sobre, como bien vos decís, nuestro amado país.
Un abrazo.
[i]* Respuesta a la nota publicada por Mempo Giardinelli en la edición del miércoles 11 de agosto.[/i]

Página/12 :: Economía :: Respuesta a Giardinelli

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ECONOMIA › OPINION
Carta abierta a Grobocopatel

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		  			[IMG]http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif[/IMG] Por Aldo Ferrer *
					[i]A  raíz de la polémica que vienen sosteniendo a través de Página/12 el  escritor Mempo Giardinelli y el empresario sojero Gustavo Grobocopatel  sobre la cuestión social del agro y su responsabilidad en la protección  del medio ambiente, empiezan a surgir otras voces que se suman al  debate. Aquí, la del economista Aldo Ferrer.[/i]
Estimado Gustavo:
Recordarás que, hace algún tiempo, con nuestro común amigo Bernardo  Kosakoff, publicamos un artículo, en co-autoría, sobre el papel de la  cadena agroindustrial en la economía y la sociedad argentinas. En estos  días he leído un intercambio de cartas abiertas que mantuviste, con  Mempo Giardinelli, sobre las mismas cuestiones y no resisto la tentación  de entrometerme para señalar algunos puntos. El intercambio es muy rico  y esclarecedor sobre cuestiones fundamentales, como la protección del  medio ambiente y los recursos naturales y la cuestión social en el agro.  Al mismo tiempo, creo que el análisis debe ubicarse en el contexto más  amplio del desarrollo de toda la economía nacional en su inmenso  territorio y su posicionamiento en el orden mundial. Concentraré mi  comentario en la cuestión de las retenciones, que es crucial en el  tratamiento del tema.
Decís en tu carta: “Las retenciones son anti-Chaco, anti-desarrollo  rural, anti-equidad”. No es así, por múltiples razones. No se puede  hablar de retenciones sin referirlas al tipo de cambio. Es como tratar  de contar la historia de Hamlet sin el príncipe de Dinamarca.  Desvincular las retenciones del tipo de cambio no es sólo una  insuficiencia de tu afirmación, sino una falta generalizada en todo el  debate sobre la materia. La consecuencia es que el problema se reduce a  su impacto en la distribución del ingreso. En mi intervención en las  comisiones de Agricultura y Hacienda de la Cámara de Diputados de la  Nación, durante el tratamiento de la resolución 125, destaqué que el  debate se limita a ese aspecto distributivo cuando, en realidad, lo que  está en juego es la estructura productiva y el desarrollo económico.
Las retenciones tienen un efecto fiscal y desvinculan los precios  internos de los alimentos exportables de los precios externos. Pero  estos objetivos podrían alcanzarse, en principio, por otros medios. Para  el único fin para el cual las retenciones son insustituibles es para  establecer tipos de cambio diferenciales, que es lo que realmente  importa para la competitividad de toda la producción interna sujeta a la  competencia internacional, en toda la amplitud del territorio nacional y  sus regiones.
La necesidad de las retenciones surge del hecho de que los precios  de los productos agropecuarios respecto de las manufacturas industriales  son distintos de los precios relativos de los mismos bienes en el  mercado mundial. Es decir, las retenciones permiten resolver el hecho de  que, por ejemplo, la producción de soja es internacionalmente  competitiva con un tipo de cambio, digamos, de dos pesos por dólar y, la  de maquinaria agrícola, de cuatro. Los tipos de cambio “diferenciales”  reflejan las condiciones de rentabilidad de la producción primaria y las  manufacturas industriales. La brecha, es decir, las retenciones, no es  estrictamente un impuesto sobre la producción primaria, sino un  instrumento de la política económica. El mismo genera un ingreso fiscal  cuya aplicación debe resolverse en el presupuesto nacional, conforme al  trámite constitucional de su aprobación y ejecución.
La asimetría entre los precios relativos internos e internacionales  no es un problema exclusivamente argentino. La causa radica en razones  propias de cada realidad nacional. Entre ellas, los recursos naturales,  nivel tecnológico, productividad y organización de los mercados. En la  Argentina inciden, entre otros factores, la excepcional dotación de los  recursos naturales y los factores que históricamente condicionaron el  desarrollo del agro y la industria. Todos los países utilizan un arsenal  de instrumentos (aranceles, subsidios, tipos de cambio diferenciales,  etc.) para “administrar” el impacto de los precios internacionales sobre  las realidades internas, con vistas a defender los intereses  “nacionales”. En la Unión Europea, por ejemplo, sucede a la inversa que  en nuestro país: las manufacturas industriales son relativamente más  baratas que los productos agropecuarios. En consecuencia, se subsidia la  producción agropecuaria, lo cual insume la mayor parte de los recursos  comunitarios. Si no lo hiciera, desaparecería la actividad rural bajo el  impacto de las importaciones, situación inadmisible por razones, entre  otras, de seguridad alimentaria y equilibrio social.
¿Cuáles serían las consecuencias de unificar el tipo de cambio para  eliminar las retenciones? En nuestro ejemplo, si el tipo de cambio fuera  el mismo, dos o cuatro por dólar, tanto para la soja como para la  maquinaria agrícola, en el primer caso (dos por dólar) desaparecerían la  producción de la segunda y gran parte de la industria manufacturera,  sustituida por importaciones. Las consecuencias serían un desempleo  masivo, aumento de importaciones, déficit en el comercio internacional,  aumento inicial de la deuda externa y, finalmente, el colapso del  sistema. En el segundo caso (cuatro por dólar), se produciría una  extraordinaria transferencia de ingresos a la producción primaria, el  aumento de los precios internos y el desborde inflacionario. En las  palabras de Marcelo Diamand, en la actualidad, dada nuestra “estructura  productiva desequilibrada”, es inviable la unificación del tipo de  cambio para toda la producción sujeta a la competencia internacional.  Unificar el tipo de cambio traslada los precios relativos internos a los  internacionales, con lo cual el campo se convierte en un apéndice del  mercado mundial en vez del rol que le corresponde como sector  fundamental de un sistema económico nacional, condición necesaria del  desarrollo de cualquier país.
¿Por qué es preciso, simultáneamente, tener mucho campo, mucha  industria y mucho desarrollo regional? ¿Por qué es necesaria la  rentabilidad de toda la producción sujeta a la competencia  internacional? Por la sencilla razón de que la cadena agroindustrial  (incluyendo todos sus insumos de bienes y servicios provenientes del  resto de la economía nacional) genera 1/3 del empleo y, por lo tanto, es  inviable una economía, próspera de pleno empleo, limitada a su  producción primaria, por mayor que sea la agregación de valor y  tecnología al complejo agroindustrial. En otros términos, no es viable  una economía nacional reducida a ser el “granero” ni, tampoco, la  “góndola” del mundo. Sólo con esto nos sobra la mitad de la población.  Por otra parte, la ciencia y la tecnología son el motor del desarrollo  de las sociedades modernas y, para desplegarlas, es indispensable una  estructura productiva diversificada y compleja que incluya, desde la  producción primaria con alto valor agregado, a las manufacturas que son  portadoras de los conocimientos de frontera.
Si se alcanza el convencimiento compartido sobre la estructura  productiva necesaria y posible, se abandona la discusión de las  retenciones como un problema reducido a la distribución del ingreso. Se  plantean entonces dos cuestiones centrales. Por una parte, el tipo de  cambio que maximice la competitividad de toda la producción nacional  sujeta a la competencia internacional. Es decir, el tipo de cambio de  equilibrio desarrollista. Por la otra, el nivel de las retenciones  compatibles con la rentabilidad de la producción primaria e industrial,  tomando en cuenta los cambios permanentes en las condiciones  determinantes de costos y otras variables relevantes. Las retenciones  deben ser “flexibles” y tomar nota de tales cambios. Al mismo tiempo,  deben aplicarse de la manera más sencilla posible. Por ejemplo, la  comprensible demanda del ruralismo integrado por pequeños y medianos  productores de recibir un trato preferente es, probablemente, difícil de  cumplir con retenciones distintas conforme al tamaño de las  explotaciones o la distancia a los puertos y centros de consumo. Otros  medios pueden ser utilizados con más eficacia para los mismos fines.
Es necesario referir los problemas señalados en el intercambio de  cartas comentado al desarrollo nacional. Vale decir, el pleno despliegue  del potencial, la gobernabilidad, la libertad de maniobra en un mundo  inestable, la inclusión social, factores todos que, en definitiva, son  esenciales para la prosperidad del campo, de la industria, las regiones,  el capital y el trabajo, y para proteger la naturaleza y el medio  ambiente. Para contribuir a tal fin es indispensable aclarar, de una vez  por todas, qué son y para qué sirven las retenciones.
[i]* Economista del Plan Fénix.[/i]

Página/12 :: Economía :: Carta abierta a Grobocopatel


Interesante debate semiabierto se gestó en Página. No está demás señalar el porque Grobocopatel como productor sojero insiste más en las falencias de la justicia y el Estado que en la responsabilidad del actual modelo agricola ganadero: por los constantes fallos judiciales a favor de los habitantes perjudicados por la actividad y por la ganancia extraordinario pérdida. La misma justicia que, por inacción de las autoridades competentes, avala el trabajo en negro, la usurpación ilegal de tierras y la compra con fraude al Estado, la contaminación de las napas acuíferas, etc. Esa justicia vendría a ser la valedera para él al parecer.


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					Estimado Gustavo,

Ante todo, gracias por enviarme la nota que publicaste en Clarín el 5 de agosto; no la había leído porque soy lector habitual de La Nación y Página/12. Otra aclaración: no integro el colectivo Carta Abierta y el título de esta nota responde a un estilo de artículos que escribo desde hace años.
Lo hago ahora porque siento respeto por tu inteligencia y guardo hacia vos una simpatía personal basada en el hecho de que hace años cantábamos con la misma, querida maestra, y en el común origen de nuestras familias, pues mi madre era de Carlos Casares, donde yo pasé muchos veranos en mi infancia. Siento, por ello, una cercanía de la que hablamos la última, en el Ministerio de Educación, y que ahora me autoriza, dado tu envío, a discutir algunos conceptos de tu nota.
No soy experto en soja, ni en agro ni en nada. Declaro mi ignorancia de antemano, y acepto que vos sí sos un experto. Pero también un dirigente con fuertes intereses, que te hacen mirar las cosas desde un ángulo que también respeto, pero al que cuestiono por todo lo que, sin ser experto, puedo ver con mis ojos y con el corazón.
Las oportunidades económicas que mencionás en tu artículo podrían ser incluso compartibles, pero si muchos decimos que la soja es mala para la Argentina es porque vemos los daños que ha producido y produce: bosques arrasados; fauna y flora originarias destruidas; quemazones irresponsables de maderas preciosas; plantaciones desarrolladas a fuerza de glifosatos, round-up y otras marcas que parecen de Coca-Cola pero venenosa. Yo recorro el Chaco permanentemente y viajo por los caminos de las provincias del NEA y el NOA: Santiago del Estero, Santa Fe, Corrientes, Formosa, Misiones, Salta, Jujuy, y veo los “daños colaterales”, digamos, que produce la soja: agricultura sin campesinos; cada vez menos vacas en los campos; una industrialización completamente desalmada (eso digo: sin alma) y el incesante, inocultable daño a nuestras aguas.
Esto no es una denuncia más, Gustavo, y no es infundada: la modesta fundación que presido ayuda a algunas escuelitas del Impenetrable y en una de ellas hice tomar muestras del agua de pozo que bebe una treintena de chicos. El análisis, realizado por trabajadores de la empresa provincial del agua, mostró que el arsénico es 70 veces superior a lo humanamente admisible. Siete y cero, Gustavo, 70 veces. Lo traen las napas subterráneas de los campos sojeros de alrededor. Hace veinte años esa agua era pura.
Como no sé quién es el exacto responsable de este horror, entonces digo que es la soja. Porque en los viejos campos de algodón, tabaco, girasol o trigo que había en el Chaco trabajaban familias enteras para cultivar cada hectárea. Pero ahora un solo tractorista puede con 300 o 400 hectáreas de campo sojero y eso se traduce en la desocupación a mansalva y el amontonamiento de nuevos indigentes en las periferias de las ciudades de provincia. A esto lo ve cualquiera en las afueras de Resistencia, Santa Fe, Rosario y muchas ciudades más.
Aun admitiendo por un momento que quizás no sea la soja específicamente la responsable, hay una agricultura industrial –tu artículo elogia su presente y sus posibilidades– que es la que está cometiendo otros crímenes ambientales. Ahí está, como ejemplo, la represa que intereses arroceros –al parecer dirigidos por un tal Sr. Aranda, del Grupo Clarín– están haciendo o queriendo hacer en el Arroyo Ayuí, en Corrientes. Esa represa va a cubrir unas 14.000 hectáreas de bosques naturales, va a tapar uno de los ríos más hermosos del país con un ecosistema hasta ahora virgen, y, lo peor, va a contaminar todo el acuífero de los Esteros del Iberá con pesticidas y químicos para producir arroz, soja o lo que China necesite.
¿Se entiende este punto de vista, Gustavo? Yo entiendo el tuyo y comparto que nuestro país “necesita una estrategia de desarrollo con una visión de largo plazo” dado que estamos frente a una extraordinaria oportunidad. De acuerdo en eso. Pero no a cualquier precio. No si nos va a dejar un país ambientalmente arrasado. Nos vamos a quedar sin pampa, sin sabanas donde pacer el ganado, sin el agua potable que es el tesoro mayor que tiene el subsuelo argentino y que ya, también, destruye una minería descontrolada.
Tu nota subraya “la oportunidad que tenemos”, pero ¿qué desarrollo y qué sustentabilidad tendrán las futuras generaciones de argentinos sobre un territorio desertificado en enormes extensiones, un subsuelo glifosatizado y con las aguas contaminadas con cianuro, arsénico y una larga lista de químicos letales que ya es pública y –sobre todo– notoria?
Tampoco es cierto que “los beneficios están presentes en el conjunto de la sociedad”, porque si así fuera y con las gigantescas facturaciones sojeras no tendríamos las desigualdades que tenemos. Que no son sola culpa del Gobierno, la corrupción o los políticos. Son el resultado de una voracidad rural que a estas alturas está siendo, por lo menos, obscena.
Como bien decís, el desacuerdo no puede reducirse a soja sí o soja no. Eso sería, en efecto, “empequeñecer el horizonte”. Pero entonces gente sensible como vos –y me consta tu sensibilidad y creo que no pertenecés a la clase de neoempresarios argentinos que no ven más allá de su cuenta bancaria y son incapaces de tener más ideas que las que les dictan los economistas que les sacan la plata– gente como vos, digo, debería hacer docencia para que tengamos, si ello es posible, grandes producciones de soja pero no a cualquier precio.
Soja sí, entonces, pero no si se descuidan el medio ambiente y el agua. No sin desarrollar alternativas verdaderas para los miles de campesinos que han sido y están siendo expulsados de sus tierras de modos brutales o sutiles. No si los sojeros siguen eludiendo impuestos y negreando a sus empleados. No si las grandes empresas semilleras o herbicidas siguen comprando medios y periodistas para que mientan a cambio de publicidad.
No todo es soja sí o soja no, de acuerdo. Pero tampoco la declaración de idealismo e inocencia que se lee en tu artículo.
Si querés lo seguimos discutiendo. Vos sos un experto. Yo apenas un intelectual. Capaz que enhebramos buenas ideas para el país que amamos.
Un cordial saludo.

Página/12 :: Economía :: Carta abierta a Grobocopatel: soja sí o soja no

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ECONOMIA › OPINION
Respuesta a Giardinelli

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					Estimado Mempo:
Qué alegría poder intercambiar ideas, con respeto, entre personas  comprometidas con el interior del país. El afecto que sentí de tus  palabras lo retribuyo por los mismos motivos. En principio no me  considero un experto, creo que las cosas son tan complejas que se  necesitan miradas desde varios lados. Creo en los procesos colectivos  con una certidumbre que me asusta. Lo que sí me estimula es el  conocimiento, no como verdad, sino como proceso. No es que desestime lo  emotivo, ya sabés que tengo una parte de músico, sólo digo que debe  haber una tensión entre la emoción y la razón. Quiero decir también que  no me hago cargo de todos los empresarios, como seguramente no te harás  cargo vos de todos los intelectuales. Voy a hablar de mí mismo, mi  empresa y mi punto de vista, que un amigo definió como la vista en un  punto. Dejame entonces poder reflexionar sobre cada uno de los párrafos  de tu carta y, como bien lo decís al final, que sea sólo el principio.  Quizá pueda visitarte pronto en tu querido Chaco y vos en mi querida  Casares, y así podamos, sobre las geografías, seguir construyendo  juntos.
Es cierto que tengo intereses, todos los tenemos, pero creo que esto  no me debe marginar del debate. Yo creo en el interés que también es  compromiso y, mejor aún, integridad. En mi caso particular, mi interés  está vinculado con el placer de la creación y la realización con otros.  Todo lo que ves y te preocupa es sin duda una realidad que, desde mi  punto de vista, se debe no sólo al oportunismo de algunos pocos, sino a  la falta de un Estado de calidad, responsable y respondible. Los  problemas que describís deberían ser resueltos con un ordenamiento  territorial, con organismos de control, con justicia. Sin soja, este  proceso de deterioro que observás se hubiera acelerado, más pobreza, más  migraciones a las villas de Rosario o Buenos Aires. Los problemas  importantes de degradación datan en el Chaco de mucho tiempo atrás,  antes de la soja, y estaban vinculados con una agricultura con  labranzas.
La agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma  vinculado con trasformaciones en la sociedad. Es un proceso que  observamos desde la década del ’40, no está asociado a una ideología y  no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con menos  obreros. Por supuesto que las políticas aceleran o retrasan el proceso y  lo pueden hacer más o menos equitativo, pero es inevitable y, desde mi  punto de vista, positivo más allá de los temores que despierte. Yo  recuerdo a mi abuelo y sus vecinos trabajando en el campo, un esfuerzo  enorme, con condiciones de vida hoy inaceptables, sin comunicaciones,  sin acceso. La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor  tenías que ser hijo de... Hoy los emprendedores, no importa su origen,  pueden llegar a ser productores. Un sistema de acceso muy democrático a  los factores de la producción. También recuerdo, no hace mucho tiempo, a  pequeños productores que estaban a punto de perder sus campos en manos  de los bancos o de los usureros locales. Este nuevo sistema agrícola de  servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado o los organismos  públicos o multilaterales.
La nueva agricultura, con campesinos transformados en emprendedores,  en proveedores de servicios, con hijos en las universidades o escuelas  técnicas, con condiciones de trabajo calificadas, creo que es lo mejor  para toda la sociedad. Hay más empleo, pero alocados en diferentes  lugares, menos productores, más proveedores de servicios, más  industrias. El impacto sobre la sociedad está estudiado incipientemente,  pero los primeros resultados son optimistas. En un reciente trabajo  encargado por Naciones Unidas se comprobó que diferentes grupos de  interés vinculados con Los Grobo han ganado en autonomía, empleabilidad  (que para mí es más importante que el empleo), enprendedurismo y  liderazgo. Una sociedad más libre, más creativa, con más capacidad de  adaptarse a los cambios, con más acceso al conocimiento. Por supuesto  que esto no basta. Tenemos que tener un Estado e instituciones fuertes,  robustas, que faciliten, que estimulen, que den igualdad de  oportunidades.
Mempo, en Casares el agua está contaminada igual y en muchos lugares  también, pero esto no es por la soja. No es que no haya riesgos; en  Europa, las napas están contaminadas por siglos de agricultura  irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas y hay  que prevenirlos sobre la base de los conocimientos y la presencia de un  Estado que controle, que no es lo mismo que detener o impedir. Yo creo  que la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja, en todo  caso lo que falta es la industrialización de la soja en origen y así dar  más trabajo. Por ejemplo, transformar la soja en pollo, cerdos,  milanesas o derivados lácteos. El tema es cómo se estimula ese proceso.  Mi punto de vista es que debería ser la inversión privada con incentivos  desde el Estado. Para que haya inversión tiene que haber una percepción  de que el esfuerzo vale la pena. En nuestro país el éxito está mal  visto, los empresarios son permanentemente degradados, los emprendedores  no tienen ganancias suficientes porque la presión impositiva es grande,  no hay posibilidades de invertir. Yo puedo decirlo, ya que contra  viento y marea en los últimos años invertí en producción de pollo, de  harinas, de fideos, etcétera. No lo hice con ganancias grandes, tuve que  vender el 25 por ciento de mi empresa a inversores brasileños y no tuve  gran apoyo de los bancos. Qué bueno sería que sean las ganancias  genuinas las que incentiven estas inversiones y que haya grandes  empresas nacionales que se globalicen y sean parte de una gesta nacional  en el mundo. Entonces en Charata o en Sáenz Peña o cualquier otro lugar  de Chaco tendríamos más trabajo y retendríamos a la gente en sus  lugares. No para subsistir sin dignidad, que para mí es sinónimo de  “agricultura familiar”, sino para vivir con calidad y oportunidades.
Yo creo que los beneficios de la agricultura están distribuidos en  la sociedad. La Argentina este año crecerá el 7 u 8 por ciento, de eso  el 3 por ciento se debe a la soja. Y hay otros sectores vinculados: la  industria automotriz, petroquímica, química, electrónica, metalmecánica,  etcétera. No hubiesen sido posibles las Asignaciones por Hijo, los  aumentos a jubilados, sin el aporte del campo. No es lo único, por  favor; pero debemos reconocer y agradecer el aporte. Aunque sea sólo  para que haya entusiasmo y seguir aportando.
Las cosas que te preocupan tienen para mí otra lectura: gracias a la  siembra directa no estamos desertificando más, el glifosato es el menos  malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al  tocar el suelo. La desigualdad no se puede combatir si no hay creación  de riqueza, salvo que quisiéramos igualar para abajo. Creo que la  sociedad se debe un debate claro y objetivo sobre estos temas.
Dejame que te dé otro punto de vista sobre la “voracidad rural”. Hoy  un productor aporta el 80 por ciento de sus ganancias como impuestos,  con el agravante de que si pierde dinero sigue pagando. El problema no  es pagar impuestos. Yo creo que debemos pagar muchos impuestos y  fortalecer al Estado. El problema es cómo se paga. Las retenciones son  anti-Chaco, anti–desarrollo rural, anti-equidad. De esto tengo certeza.  Hay que cambiar el modelo impositivo, en forma transicional, pero  urgente. Por más parches que se les ponga como segmentaciones de todo  tipo, devoluciones, si esto no ocurre, no podremos dar vuelta la página y  caminar hacia el desarrollo inclusivo. Aquí hay varios socios para que  esto no cambie: parte de los políticos, muchos empresarios y muchos  confundidos por las peleas políticas de corto plazo.
Creo que los empresarios debemos tener una responsabilidad enorme en  este proceso, también los intelectuales, los académicos y todos los  sectores de la comunidad. La acusación de negrear o comprar medios es,  por lo menos, injusta para la mayoría que cumplimos con nuestras  obligaciones. No digo que no haya casos, pero no puedo aceptar este  prejuicio como parte de un debate equilibrado entre lo emocional y lo  racional. Los prejuicios no ayudan a las emociones y a las razones.
Espero, con entusiasmo, el momento de vernos personalmente y discutir sobre, como bien vos decís, nuestro amado país.
Un abrazo.
[i]* Respuesta a la nota publicada por Mempo Giardinelli en la edición del miércoles 11 de agosto.[/i]

Página/12 :: Economía :: Respuesta a Giardinelli

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Carta abierta a Grobocopatel

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		  			[IMG]http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif[/IMG] Por Aldo Ferrer *
					[i]A  raíz de la polémica que vienen sosteniendo a través de Página/12 el  escritor Mempo Giardinelli y el empresario sojero Gustavo Grobocopatel  sobre la cuestión social del agro y su responsabilidad en la protección  del medio ambiente, empiezan a surgir otras voces que se suman al  debate. Aquí, la del economista Aldo Ferrer.[/i]
Estimado Gustavo:
Recordarás que, hace algún tiempo, con nuestro común amigo Bernardo  Kosakoff, publicamos un artículo, en co-autoría, sobre el papel de la  cadena agroindustrial en la economía y la sociedad argentinas. En estos  días he leído un intercambio de cartas abiertas que mantuviste, con  Mempo Giardinelli, sobre las mismas cuestiones y no resisto la tentación  de entrometerme para señalar algunos puntos. El intercambio es muy rico  y esclarecedor sobre cuestiones fundamentales, como la protección del  medio ambiente y los recursos naturales y la cuestión social en el agro.  Al mismo tiempo, creo que el análisis debe ubicarse en el contexto más  amplio del desarrollo de toda la economía nacional en su inmenso  territorio y su posicionamiento en el orden mundial. Concentraré mi  comentario en la cuestión de las retenciones, que es crucial en el  tratamiento del tema.
Decís en tu carta: “Las retenciones son anti-Chaco, anti-desarrollo  rural, anti-equidad”. No es así, por múltiples razones. No se puede  hablar de retenciones sin referirlas al tipo de cambio. Es como tratar  de contar la historia de Hamlet sin el príncipe de Dinamarca.  Desvincular las retenciones del tipo de cambio no es sólo una  insuficiencia de tu afirmación, sino una falta generalizada en todo el  debate sobre la materia. La consecuencia es que el problema se reduce a  su impacto en la distribución del ingreso. En mi intervención en las  comisiones de Agricultura y Hacienda de la Cámara de Diputados de la  Nación, durante el tratamiento de la resolución 125, destaqué que el  debate se limita a ese aspecto distributivo cuando, en realidad, lo que  está en juego es la estructura productiva y el desarrollo económico.
Las retenciones tienen un efecto fiscal y desvinculan los precios  internos de los alimentos exportables de los precios externos. Pero  estos objetivos podrían alcanzarse, en principio, por otros medios. Para  el único fin para el cual las retenciones son insustituibles es para  establecer tipos de cambio diferenciales, que es lo que realmente  importa para la competitividad de toda la producción interna sujeta a la  competencia internacional, en toda la amplitud del territorio nacional y  sus regiones.
La necesidad de las retenciones surge del hecho de que los precios  de los productos agropecuarios respecto de las manufacturas industriales  son distintos de los precios relativos de los mismos bienes en el  mercado mundial. Es decir, las retenciones permiten resolver el hecho de  que, por ejemplo, la producción de soja es internacionalmente  competitiva con un tipo de cambio, digamos, de dos pesos por dólar y, la  de maquinaria agrícola, de cuatro. Los tipos de cambio “diferenciales”  reflejan las condiciones de rentabilidad de la producción primaria y las  manufacturas industriales. La brecha, es decir, las retenciones, no es  estrictamente un impuesto sobre la producción primaria, sino un  instrumento de la política económica. El mismo genera un ingreso fiscal  cuya aplicación debe resolverse en el presupuesto nacional, conforme al  trámite constitucional de su aprobación y ejecución.
La asimetría entre los precios relativos internos e internacionales  no es un problema exclusivamente argentino. La causa radica en razones  propias de cada realidad nacional. Entre ellas, los recursos naturales,  nivel tecnológico, productividad y organización de los mercados. En la  Argentina inciden, entre otros factores, la excepcional dotación de los  recursos naturales y los factores que históricamente condicionaron el  desarrollo del agro y la industria. Todos los países utilizan un arsenal  de instrumentos (aranceles, subsidios, tipos de cambio diferenciales,  etc.) para “administrar” el impacto de los precios internacionales sobre  las realidades internas, con vistas a defender los intereses  “nacionales”. En la Unión Europea, por ejemplo, sucede a la inversa que  en nuestro país: las manufacturas industriales son relativamente más  baratas que los productos agropecuarios. En consecuencia, se subsidia la  producción agropecuaria, lo cual insume la mayor parte de los recursos  comunitarios. Si no lo hiciera, desaparecería la actividad rural bajo el  impacto de las importaciones, situación inadmisible por razones, entre  otras, de seguridad alimentaria y equilibrio social.
¿Cuáles serían las consecuencias de unificar el tipo de cambio para  eliminar las retenciones? En nuestro ejemplo, si el tipo de cambio fuera  el mismo, dos o cuatro por dólar, tanto para la soja como para la  maquinaria agrícola, en el primer caso (dos por dólar) desaparecerían la  producción de la segunda y gran parte de la industria manufacturera,  sustituida por importaciones. Las consecuencias serían un desempleo  masivo, aumento de importaciones, déficit en el comercio internacional,  aumento inicial de la deuda externa y, finalmente, el colapso del  sistema. En el segundo caso (cuatro por dólar), se produciría una  extraordinaria transferencia de ingresos a la producción primaria, el  aumento de los precios internos y el desborde inflacionario. En las  palabras de Marcelo Diamand, en la actualidad, dada nuestra “estructura  productiva desequilibrada”, es inviable la unificación del tipo de  cambio para toda la producción sujeta a la competencia internacional.  Unificar el tipo de cambio traslada los precios relativos internos a los  internacionales, con lo cual el campo se convierte en un apéndice del  mercado mundial en vez del rol que le corresponde como sector  fundamental de un sistema económico nacional, condición necesaria del  desarrollo de cualquier país.
¿Por qué es preciso, simultáneamente, tener mucho campo, mucha  industria y mucho desarrollo regional? ¿Por qué es necesaria la  rentabilidad de toda la producción sujeta a la competencia  internacional? Por la sencilla razón de que la cadena agroindustrial  (incluyendo todos sus insumos de bienes y servicios provenientes del  resto de la economía nacional) genera 1/3 del empleo y, por lo tanto, es  inviable una economía, próspera de pleno empleo, limitada a su  producción primaria, por mayor que sea la agregación de valor y  tecnología al complejo agroindustrial. En otros términos, no es viable  una economía nacional reducida a ser el “granero” ni, tampoco, la  “góndola” del mundo. Sólo con esto nos sobra la mitad de la población.  Por otra parte, la ciencia y la tecnología son el motor del desarrollo  de las sociedades modernas y, para desplegarlas, es indispensable una  estructura productiva diversificada y compleja que incluya, desde la  producción primaria con alto valor agregado, a las manufacturas que son  portadoras de los conocimientos de frontera.
Si se alcanza el convencimiento compartido sobre la estructura  productiva necesaria y posible, se abandona la discusión de las  retenciones como un problema reducido a la distribución del ingreso. Se  plantean entonces dos cuestiones centrales. Por una parte, el tipo de  cambio que maximice la competitividad de toda la producción nacional  sujeta a la competencia internacional. Es decir, el tipo de cambio de  equilibrio desarrollista. Por la otra, el nivel de las retenciones  compatibles con la rentabilidad de la producción primaria e industrial,  tomando en cuenta los cambios permanentes en las condiciones  determinantes de costos y otras variables relevantes. Las retenciones  deben ser “flexibles” y tomar nota de tales cambios. Al mismo tiempo,  deben aplicarse de la manera más sencilla posible. Por ejemplo, la  comprensible demanda del ruralismo integrado por pequeños y medianos  productores de recibir un trato preferente es, probablemente, difícil de  cumplir con retenciones distintas conforme al tamaño de las  explotaciones o la distancia a los puertos y centros de consumo. Otros  medios pueden ser utilizados con más eficacia para los mismos fines.
Es necesario referir los problemas señalados en el intercambio de  cartas comentado al desarrollo nacional. Vale decir, el pleno despliegue  del potencial, la gobernabilidad, la libertad de maniobra en un mundo  inestable, la inclusión social, factores todos que, en definitiva, son  esenciales para la prosperidad del campo, de la industria, las regiones,  el capital y el trabajo, y para proteger la naturaleza y el medio  ambiente. Para contribuir a tal fin es indispensable aclarar, de una vez  por todas, qué son y para qué sirven las retenciones.
[i]* Economista del Plan Fénix.[/i]

Página/12 :: Economía :: Carta abierta a Grobocopatel


Interesante debate semiabierto se gestó en Página. No está demás señalar el porque Grobocopatel como productor sojero insiste más en las falencias de la justicia y el Estado que en la responsabilidad del actual modelo agricola ganadero: por los constantes fallos judiciales a favor de los habitantes perjudicados por la actividad y por la ganancia extraordinario pérdida. La misma justicia que, por inacción de las autoridades competentes, avala el trabajo en negro, la usurpación ilegal de tierras y la compra con fraude al Estado, la contaminación de las napas acuíferas, etc. Esa justicia vendría a ser la valedera para él al parecer.