No debiera llamar la atención sino todo lo contrario. El presidente electo de Uruguay compartió un almuerzo con unos 400 empresarios argentinos escoltado por dos ex presidentes de las fuerzas a las que derrotó, las figuras principales de esos mismos partidos y jefes de las centrales sindicales. El mensaje fue claro: la invitación a invertir allí es una política de Estado, compartida por todos (ver Mujica llamó a invertir en Uruguay: “Acá no te la van a expropiar”).
Otro detalle: no estuvo Tabaré. Pudo haber ido perfectamente, porque aún es el presidente en funciones. Pero decidió cederle todo el protagonismo a Mujica. Este fue un gesto de generosidad y de respeto por los espacios. Y aquellos, de solidez institucional y convivencia democrática.
Mujica tuvo a su lado al vice Astori, con quien disputó la interna. Y no fue una presencia decorativa: entre ambos se repartieron los discursos. El factor común fue que habrá “reglas bien claras” sin expropiaciones ni “impuestos que le doblen el cuerpo a nadie” dentro de un “proyecto nacional con un Uruguay cada vez más abierto al mundo”.
Miembro de los Tupamaros en los 70, encarcelado por años y fugado, militante real y no virtual, Mujica podría explotar esa historia. Asociarse a un relato heroico. Sin embargo, no lo hace. No omite las violaciones a los derechos humanos pero asume los errores propios cometidos con la guerrilla. Y que la confrontación como modelo político es cosa del pasado.
Que un presidente de izquierda a punto de asumir se presente ante empresarios junto a sus adversarios políticos y diga que respetará a rajatabla las reglas es una actitud de avanzada, por más que el tono y los gestos de Mujica parezcan de otro tiempo. Y es lo que hay que hacer para atraer inversiones. Si nos llama la atención es justamente porque acá ocurre todo lo contrario.
No debiera llamar la atención sino todo lo contrario. El presidente electo de Uruguay compartió un almuerzo con unos 400 empresarios argentinos escoltado por dos ex presidentes de las fuerzas a las que derrotó, las figuras principales de esos mismos partidos y jefes de las centrales sindicales. El mensaje fue claro: la invitación a invertir allí es una política de Estado, compartida por todos (ver Mujica llamó a invertir en Uruguay: “Acá no te la van a expropiar”).
Otro detalle: no estuvo Tabaré. Pudo haber ido perfectamente, porque aún es el presidente en funciones. Pero decidió cederle todo el protagonismo a Mujica. Este fue un gesto de generosidad y de respeto por los espacios. Y aquellos, de solidez institucional y convivencia democrática.
Mujica tuvo a su lado al vice Astori, con quien disputó la interna. Y no fue una presencia decorativa: entre ambos se repartieron los discursos. El factor común fue que habrá “reglas bien claras” sin expropiaciones ni “impuestos que le doblen el cuerpo a nadie” dentro de un “proyecto nacional con un Uruguay cada vez más abierto al mundo”.
Miembro de los Tupamaros en los 70, encarcelado por años y fugado, militante real y no virtual, Mujica podría explotar esa historia. Asociarse a un relato heroico. Sin embargo, no lo hace. No omite las violaciones a los derechos humanos pero asume los errores propios cometidos con la guerrilla. Y que la confrontación como modelo político es cosa del pasado.
Que un presidente de izquierda a punto de asumir se presente ante empresarios junto a sus adversarios políticos y diga que respetará a rajatabla las reglas es una actitud de avanzada, por más que el tono y los gestos de Mujica parezcan de otro tiempo. Y es lo que hay que hacer para atraer inversiones. Si nos llama la atención es justamente porque acá ocurre todo lo contrario.