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Aclaro que este cuento lo hice yo, espero sugerencias para mejorarlo… Es el primero que hago y me parecio bueno compartirlo con ustedes…
Ojalá lo disfruten y sepan disculpar los errores.
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Si entraba esa pelota.
[/CENTER]Marcos Gonzales era el tipo experimentado del equipo, el pilar fundamental de los 11 que salíamos a la cancha. Su abundante cabellera rubia, su formado cuerpo y su claridad mental lo destacaban del resto de nosotros.
Tenía en ese momento 36 años y llevaba la diez en la espalda y la cinta de capitán en el brazo como lo supo hacer en la reserva de River, donde era admirador de Alfredo Di Stéfano. Una grave lesión en su pierna izquierda le impidió debutar en primera junto a las dos máximas promesas de las inferiores Millonarias, Norberto Alonso y Juan Jose López.
Esa fractura lo obligó a jugar para el club de su barrio, que disputaba la liga local. Con el tiempo se fue ganando el cariño y el respeto por parte de una hinchada pobre en número pero grande en aguante.
A pesar de contar con el “Ruso”, como le decíamos a Marcos, San Martín nunca pudo ganar un título.
Corría septiembre del año 1990 y nuestro equipo jugaba por segunda vez la final del reducido por el ascenso al torneo de Primera D Metropolitana. El primer partido tuvo como ganador al club Santos Lugares por un gol contra cero, esa fue una tarde inolvidable para todo el plantel, que jugó muy mal.
La revancha nos tenía a nosotros como locales; era la mejor oportunidad para el ruso de retirarse campeón como había soñado toda su carrera. En la mañana del día del choque, el tipo del cabello platinado se despertó a desayunar con su familia, acompañado por las tortas calientes que hacia su panadero amigo y el diario deportivo. Allí empezó a sentir que ese era su partido especial, él estaba convencido de que iba a tener esa tarde iluminada como la que tuvo el diego contra los ingleses. Era la oportunidad que dios le dio para redimirse de esa mala racha que había comenzado con la lesión de su pie zurdo que lo marginó de uno de los mejores equipos de América.
Después de desayunar comenzó el corto viaje hacia el club San Martín, y en el camino la gente lo saludaba y lo alentaba al divisar el reluciente Falcon azul eléctrico que tenía, y que cuidaba como a un hijo.
Llegó el momento de la verdad, de salir a la cancha y enfrentar el último cotejo antes de su despedida.
El partido era trabadísimo en la mitad del campo de juego, con pocas oportunidades para ambos equipos, y como si esto fuera poco, una lluvia torrencial hacia que el panorama fuera un poco más oscuro de lo que era.
A los 70’ minutos Marcos recuperó una pelota en ¾ de cancha, y luego de esquivar dos rivales quedó mano a mano con el 1 rival. Ahí se trabó, y al querer asegurar la pelota en el palo derecho del arquero, la mandó afuera por muy lejos. Desde esa ocasión el ruso se perdió y no toco más una pelota. Cuando se escuchó el pitazo final, vio que su sueño se derrumbaba, y llorando se fue de la cancha.
La última ducha con el resto del plantel fue en silencio, se podía ver como si él estuviera en otro mundo. Se terminó de cambiar y luego de cargar las cosas en su Falcon, partió hacia capital, de donde nunca regresó.
Siempre quedará en la memoria de todos nosotros esa bocha que el malogró, y hasta hoy me pregunto que hubiera sido de nuestras vidas si la redonda entraba y ascendíamos.