Nadie se pregunta cómo se enamora. Nadie recuerda cómo le enseñaron a hablar o a caminar, o cómo aprendió a comer. Pero sí recuerda cómo se hizo hincha. Hasta puede dar precisiones como si se tratara de una ciencia exacta.
Sin embargo, cuando ese sentimiento toca el cielo o el sótano, el cómo se esconde en un pasadizo oculto, y a la mayoría le dá demasiada fiaca rastrear hasta encontrar el libro exacto que gira la biblioteca y estampa en la cara las razones de nuestra alegría o tristeza. River estaba divorciado de esa mayoría vaga. Para River, el cómo era un tatuaje, un gesto de amor, de fidelidad. Un estilo, una identidad. La huella en el DNI.
River, este River de las eras Aguilar-Passarella, se convirtió en especialista en despreciar el cómo. El cómo que durante un siglo entero fue su novia y su amante y lo transformó en la envidia del país. Un cómo que excede el paladar negro o un inconformismo barato. Hablo del cómo para ser mejores, para construir, para avanzar, no para emparchar.
Hace más de 10 años que lo trata como persona no grata, le impone derecho de admisión y hasta se burla. Y después, claro, llora en los rincones con el manual de excusas de turno o se prueba trajes que le quedan varios talles chico, como ese que tiene la etiqueta “hincha de la hinchada”; un extra small para su historia.
River se cansó de recibir señales, en Primera y en el Nacional B. El cómo miraba con ganas a Lanús, a Vélez, que se sacaban la lotería simplemente repitiendo, sin aquel encanto, los piropos que River había inventado.
Y así, la foto del cómo que River tenía en su corazón, atravesada por una banda, se fue erosionando como la de la familia McFly cuando Marty y el Doc parecían fracasar en Volver al Futuro. Primero, desapareció el cómo institucional, con los autógrafos de Aguilar e Israel. Luego, el futbolístico, con refuerzos de torneos de empleados de McDonalds como Cohene Mereles, ¿se acuerdan?
Si hasta vino a probarse un chileno de apellido Larrondo y un uruguayo, Brasesco! A probarse a River, como si se tratara de Atlas! Y sí, River ya era otra (otro tipo) de pasión, y las escenas parecían fugadas de un reality tragicómico.
Llegó Passarella. Cambio de figuritas. De sospechas de corrupción a nítida incapacidad. “Estábamos preparados para ganar, no para gobernar”, se escuchó apenas terminaron las elecciones. Se subestimó el contexto, se despreció el cómo, se apostó a la carta Bordagaray (ni siquiera un ancho falso), cuando ya no quedaba nada por hipotecar. Se descendió. Se logró lo imposible, pero para mal…
Estalló la alarma, furiosa, pero duró un suspiro, y en el camino de regreso, el cómo tampoco apareció. El amor fue amor, pero más ciego que nunca. Llenar las canchas fue más importante que llenar los arcos rivales de goles. Tragarse el lobby mediático fue más interesante que leer entre líneas. Todo lo que implicara el esfuerzo del cómo, se pateaba debajo de la alfombra, desde adentro, desde el banco, desde el sillón presidencial, desde parte de la gente… Desde todos lados se agrandó el margen de error, con mayor o menor responsabilidad.
Aún así, desde su grandeza, River llegó a los tropezones a la plaza donde construyó su gloria. Tiene una nueva oportunidad. Se la dio la pelota, diosa del Planeta Fútbol. Frente a sus ojos, se iluminan dos puertas. Una está llena de cartelitos, banderas, euforia. Esa puerta es giratoria, como la de un banco. De esas que si entrás apurado, terminás, al toque, de nuevo en la calle. La otra, apenas ofrece un letrero de bienvenida con un pin que reza: “hacé las cosas CÓMO dice la historia. No te olvides quién sos”.
De River, de TODOS en el Mundo River, dependerá la elección. Si no se saca la vara de exigencia del subsuelo y se opta por la primera puerta, dentro de un año quizás se vuelvan a reventar tribunas, con ese traje que tan chico le queda al club. Si elige la segunda, paso a paso, enamorando otra vez al cómo, volverá a ser el que fue, porque el primer amor nunca se olvida. Y si River no se olvida del cómo, el cómo no se olvidará de River, porque importa más el amor que los halagos