Resumen del año.

Una sonrisa tibia entre tanta pena

River celebró un campeonato y sufrió la peor campaña de su historia en un mismo año. Tuvo una fuerte frustración a manos de San Lorenzo en la Copa Libertadores y perdió los dos superclásicos que jugó. Se fue Simeone y llegó Gorosito, quien intentará que el equipo recobre el protagonismo perdido.

Sabor a poco siente el hincha de River cuando recuerda que, ayer nomás, hace seis meses, celebraba un campeonato después de cuatro años de sequía. Y no se trata de someter a ingratos vilipendios a un equipo que fue campeón ni de dar letra a los fundamentalistas de la crítica despiadada, más si se repara en la holgura con que fue forjada la conquista del Clausura 2008, mediante una cosecha de 43 puntos (cuatro más que el último ganador del torneo), a una fecha del final y sin recibir un penal a favor en todo el certamen. Pero no se puede negar que el azúcar quedó en el fondo de la taza. No es posible obviar todas aquellas veces en que el alma se sintió vacía y el orgullo desgarrado. Para la mayoría de los riverplatenses, aquel título fue apenas un bálsamo en el gobierno de la frustración, porque a fin de cuentas hubo muchos campeones en la gran historia del club, pero uno solo terminó un torneo en el último lugar de la tabla de posiciones. Y este 2008 que se despide será recordado como el año en que River hizo la peor campaña de su historia.

Difícilmente se pueda medir la distancia entre el cielo y el infierno, pero en este caso se puede ensayar una hipótesis encarnada en la controvertida (y lamentable, por cierto) salida de Ariel Ortega y la de Juan Pablo Carrizo, algo menos tortuosa, pero también señalada por la polémica. Ellos dos, más la brusquísima merma en los rendimientos de jugadores como Diego Buonanotte y Matías Abelairas, hicieron posible la desmedida exaltación de la individualidad en un juego que encuentra su razón de ser en el aspecto colectivo. Dicho de otro modo, se pudo apreciar, como pocas veces en el fútbol, cuánto es capaz de trascender un intérprete sólo por peso específico de su talento. Y por ende, cuánto puede el colectivo padecer su ausencia. Es que, en todo el año, River nunca terminó de saber a qué jugaba. Mayoritariamente se observó desconcepto y hasta una buena dosis de anarquía. Resultan ineludibles las postales de un grupo de muchachos queriendo correr más rápido que la pelota, aquella nociva tendencia a avanzar mucho y atacar poco, y los innumerables errores en la faz defensiva.

Diego Simeone desembarcó con una idea que quedó lejos de encontrar el éxito que había tenido en Estudiantes. Puntualmente, apenas una minoría logró sacarle provecho y lo consiguió con vaivenes de rendimiento, tales los citados casos de Abelairas como volante central bis y de Buonanotte, quien hizo una diferencia clave cuando Ortega logró cambiar el pulso y absorber buena parte de la atención rival. Del resto se encargaron las atajadas de Carrizo y el propio entrenador tuvo su gran mérito en impedir que el barco se fuera a pique luego que el equipo sufriera una humillante eliminación a manos de San Lorenzo (con un jugador menos, logró remontar una desventaja de dos goles en el Monumental) en los octavos de final de la Copa Libertadores, donde un River tambaleante ya había lanzado a la fama, merced a una penosa actuación, a una joven y modesta entidad peruana llamada Universidad de San Martín de Porres. En el medio, la formación del Cholo cayó 1-0 en el superclásico disputado en La Bombonera.

Después que Ramón Díaz y Andrés D´Alessandro consumaran una hazaña en el Monumental, pero en defensa de otros colores, Oscar Ahumada hizo aquel infame comentario del “silencio atroz”. Y Carrizo también comprobó que su escaso tino ante la demanda mediática le había sustraído inmunidad en el juicio popular. El equipo se desangraba y el maíz ganó una escena montada por la indignación de los hinchas. Sin embargo, River se repuso a todo y guiado por su legendario ídolo jujeño fue campeón con justicia y holgura.

Tras la consagración, Carrizo emigró rumbo a Italia y, víctima de su adicción al alcohol, Ortega dejó de ser considerado por Simeone, a quien ya había cuestionado duramente en público (lo tildó de “vigilante” y acusó de haberlo “forreado” por sacarlo continuamente del equipo), teniendo que mudarse enseguida a Independiente Rivadavia de Mendoza, militante en la B Nacional. En el ínterin, un grupo empresario pagó seis millones de dólares para mudar a Núñez los goles de Santiago Salcedo, atacante paraguayo de Newell´s. Pero el equipo no logró superar las bajas de sus principales figuras, el rendimiento del resto cayó notablemente y River consumó la peor racha negativa de su historia con 12 partidos sin triunfos, repartidos en seis empates y misma cantidad de derrotas (entre ellas ante Boca, que lo venció por 1-0 en el Monumental y con un jugador menos), para luego quedar último por primera vez en 107 años. Poco antes, tras la eliminación de la Copa Sudamericana a manos de Chivas de Guadalajara, Simeone había presentado la renuncia. Gabriel Rodríguez no logró enderezar el rumbo en su interinato y los dirigentes contrataron a Néstor Gorosito, viejo conocido del club y quien tendrá la responsabilidad de devolverlo a los primeros planos.

Una sonrisa tibia entre tanta pena

River celebró un campeonato y sufrió la peor campaña de su historia en un mismo año. Tuvo una fuerte frustración a manos de San Lorenzo en la Copa Libertadores y perdió los dos superclásicos que jugó. Se fue Simeone y llegó Gorosito, quien intentará que el equipo recobre el protagonismo perdido.

Sabor a poco siente el hincha de River cuando recuerda que, ayer nomás, hace seis meses, celebraba un campeonato después de cuatro años de sequía. Y no se trata de someter a ingratos vilipendios a un equipo que fue campeón ni de dar letra a los fundamentalistas de la crítica despiadada, más si se repara en la holgura con que fue forjada la conquista del Clausura 2008, mediante una cosecha de 43 puntos (cuatro más que el último ganador del torneo), a una fecha del final y sin recibir un penal a favor en todo el certamen. Pero no se puede negar que el azúcar quedó en el fondo de la taza. No es posible obviar todas aquellas veces en que el alma se sintió vacía y el orgullo desgarrado. Para la mayoría de los riverplatenses, aquel título fue apenas un bálsamo en el gobierno de la frustración, porque a fin de cuentas hubo muchos campeones en la gran historia del club, pero uno solo terminó un torneo en el último lugar de la tabla de posiciones. Y este 2008 que se despide será recordado como el año en que River hizo la peor campaña de su historia.

Difícilmente se pueda medir la distancia entre el cielo y el infierno, pero en este caso se puede ensayar una hipótesis encarnada en la controvertida (y lamentable, por cierto) salida de Ariel Ortega y la de Juan Pablo Carrizo, algo menos tortuosa, pero también señalada por la polémica. Ellos dos, más la brusquísima merma en los rendimientos de jugadores como Diego Buonanotte y Matías Abelairas, hicieron posible la desmedida exaltación de la individualidad en un juego que encuentra su razón de ser en el aspecto colectivo. Dicho de otro modo, se pudo apreciar, como pocas veces en el fútbol, cuánto es capaz de trascender un intérprete sólo por peso específico de su talento. Y por ende, cuánto puede el colectivo padecer su ausencia. Es que, en todo el año, River nunca terminó de saber a qué jugaba. Mayoritariamente se observó desconcepto y hasta una buena dosis de anarquía. Resultan ineludibles las postales de un grupo de muchachos queriendo correr más rápido que la pelota, aquella nociva tendencia a avanzar mucho y atacar poco, y los innumerables errores en la faz defensiva.

Diego Simeone desembarcó con una idea que quedó lejos de encontrar el éxito que había tenido en Estudiantes. Puntualmente, apenas una minoría logró sacarle provecho y lo consiguió con vaivenes de rendimiento, tales los citados casos de Abelairas como volante central bis y de Buonanotte, quien hizo una diferencia clave cuando Ortega logró cambiar el pulso y absorber buena parte de la atención rival. Del resto se encargaron las atajadas de Carrizo y el propio entrenador tuvo su gran mérito en impedir que el barco se fuera a pique luego que el equipo sufriera una humillante eliminación a manos de San Lorenzo (con un jugador menos, logró remontar una desventaja de dos goles en el Monumental) en los octavos de final de la Copa Libertadores, donde un River tambaleante ya había lanzado a la fama, merced a una penosa actuación, a una joven y modesta entidad peruana llamada Universidad de San Martín de Porres. En el medio, la formación del Cholo cayó 1-0 en el superclásico disputado en La Bombonera.

Después que Ramón Díaz y Andrés D´Alessandro consumaran una hazaña en el Monumental, pero en defensa de otros colores, Oscar Ahumada hizo aquel infame comentario del “silencio atroz”. Y Carrizo también comprobó que su escaso tino ante la demanda mediática le había sustraído inmunidad en el juicio popular. El equipo se desangraba y el maíz ganó una escena montada por la indignación de los hinchas. Sin embargo, River se repuso a todo y guiado por su legendario ídolo jujeño fue campeón con justicia y holgura.

Tras la consagración, Carrizo emigró rumbo a Italia y, víctima de su adicción al alcohol, Ortega dejó de ser considerado por Simeone, a quien ya había cuestionado duramente en público (lo tildó de “vigilante” y acusó de haberlo “forreado” por sacarlo continuamente del equipo), teniendo que mudarse enseguida a Independiente Rivadavia de Mendoza, militante en la B Nacional. En el ínterin, un grupo empresario pagó seis millones de dólares para mudar a Núñez los goles de Santiago Salcedo, atacante paraguayo de Newell´s. Pero el equipo no logró superar las bajas de sus principales figuras, el rendimiento del resto cayó notablemente y River consumó la peor racha negativa de su historia con 12 partidos sin triunfos, repartidos en seis empates y misma cantidad de derrotas (entre ellas ante Boca, que lo venció por 1-0 en el Monumental y con un jugador menos), para luego quedar último por primera vez en 107 años. Poco antes, tras la eliminación de la Copa Sudamericana a manos de Chivas de Guadalajara, Simeone había presentado la renuncia. Gabriel Rodríguez no logró enderezar el rumbo en su interinato y los dirigentes contrataron a Néstor Gorosito, viejo conocido del club y quien tendrá la responsabilidad de devolverlo a los primeros planos.