Aca pueden subir todo lo que tenga que ver con la literatura hecha por ustedes
No sé, libros poemas novelas cómics
Cualquier cosa que ustedes escriban las pueden subir
Empiezo yo con un par de poemas que hice en su momento
En lo profundo, donde muere la luz,
se extiende el reino del eterno no-ser,
no hay llamas danzando, ni rojo esplendor,
solo un frío que quiebra hasta el alma al nacer.
Las sombras reptan en muros sin fin,
con grietas que gimen sus penas sin voz,
el aire es un manto de hedor putrefacto,
a azufre y a muerte, podrido el albor.
No brilla escarlata, ni ruge un volcán,
todo se pinta de un pálido horror,
un amarillo enfermo, viscosa visión,
que cubre los cielos sin sol ni calor.
Los condenados no arden, se hielan de miedo,
sus huesos resuenan cual cristales al quebrar,
pues el fuego es clemencia, y aquí no hay perdón,
sólo hielo que abraza y no deja escapar.
Este infierno no grita, susurra despacio,
con voces que el alma logran desgarrar,
y en su abrazo inmóvil, sin fin ni consuelo,
la esperanza se pudre, y aprende a callar.
En un rincón del mundo adormecido,
donde el musgo crece sobre el alma,
habita un jardín casi perdido
cubierto en sombras, en calma.
Las flores allí no tienen nombre,
y el viento no canta canciones,
pues el tiempo, traicionero y hombre,
devoró todas las emociones.
Caminé entre raíces rotas,
buscando recuerdos dormidos,
rostros, voces y notas
de sueños ya no compartidos.
Cada pétalo era un ayer,
cada espina una pregunta sin respuesta,
y en medio del lento atardecer,
el silencio era quien más protesta.
Pero una flor, la última, latía
con un color que no conocía:
un rojo viejo, casi herido,
como un amor que nunca ha sido.
Tomé la flor, la guardé en mi pecho,
y salí del jardín del olvido,
con la certeza de que el despecho
también merece ser vivido.
Somos los que no llegan al puerto,
los que vagan por mares sin mapa,
con el alma al timón, el pecho abierto,
y una fe que no se escapa.
Velas rotas por vientos antiguos,
miradas fijas en horizontes huecos,
con los recuerdos como enemigos
y los sueños como espejos secos.
La luna es testigo de nuestra deriva,
el sol nos juzga con su furor,
y aunque la noche parece cautiva,
a veces canta con dulce dolor.
El mar no tiene compasión alguna,
nos arrulla con su azul traidor,
pero seguimos, bajo la luna,
como quien espera un salvador.
Algunos saltan, rinden sus brazos
al abrazo frío del abismo sin fondo,
otros seguimos trazando trazos
sobre un cielo inmenso y redondo.
Y si alguna costa aparece, callada,
tal vez no la reconozcamos ya.
Seremos náufragos hasta la alborada,
hasta que el alma diga: basta.
Oh ciudad de asfalto y ecos sordos,
de rascacielos que miran al vacío,
despierta de tus sueños gordos
y respira el aliento tardío.
Tus calles son arterias de humo,
tus semáforos, pulsos de cristal,
y en cada esquina hay un resumen
de un poema existencial.
Te busco entre neones y carteles,
entre cafés donde el tiempo muere,
y en las estaciones de tren infieles
donde el alma se despide y no vuelve.
Tus niños nacen con pantallas en mano,
tus viejos hablan con las palomas,
y entre la lluvia y el humo urbano
se esconden verdades y bromas.
Pero yo sé que debajo del concreto
hay un corazón aún encendido,
que late con un ritmo discreto,
como un dios urbano, ya vencido.
Despierta, ciudad dormida y bella,
recuerda el sol sobre tus tejados,
y vuelve a ser esa estrella
que guió a tantos desesperados.