
Cierra otro mercado de pases y los rumores están al orden del día. Informaciones cruzadas, ilusiones que se desvanecen en cuestión de horas y sorpresa inesperadas. Felicidad en la concreción de un pase o tristeza ante la ida de otro jugador querido. Todos los mercados iguales. Todos los mercados distintos.
Escucho la información y no lo puedo creer. Mientras las fuentes que revalidan la noticia son cada vez más y los mensajes de cariño que se le dan a cada jugador al momento de culminar su carrera se hacen presentes yo me quedo petrificado. No lo puedo creer, no entra en mi cabeza. Saber que no te voy a volver a ver en una cancha oficialmente, saber que no voy a poder ver tu sonrisa mientras te tocas y besas el escudo con 60 mil almas coreando tu nombre al rededor tuyo, saber que habla de vos será empezar a contar anécdotas tuyas a los pibes que hoy crecen y que mañana sabrán de vos por nuestros dichos.
¿Por qué carajo pasa esto? ¿Por qué me duele tanto si se caída de maduro que se acercaba el momento de tu despedida? ¿Por qué la arrogancia, la soberbia y la falta de cordura de algunos te llevaron a hacer un partido homenaje a miles de kilómetros de tu casa allá por Figueroa Alcorta? ¿Por qué ya no te voy a poder ver más? ¿Qué tenemos que hacer nosotros? ¿Por qué nos quedamos con tan poco sin poder haberte despedido como te lo mereces?
Miro a los costados y no sé qué hacer, que pensar, que decir y que escribir. No me puedo quedar quieto, quiero sacarme todo lo que tengo adentro por lo cual sigo escribiendo.
¿Hablar de cuando llegaste de tu pueblito, allá en Ledesma, Jujuy? Para qué, si ya todos saben que la descocías y sacabas diferencia hasta con los grandes del pueblo, en los torneos que se jugaban por plata y en los que había pierna fuerte hasta en los laterales. ¿Será por eso que te importaba tres carajos las patadas de los rivales? Seguramente tuvo algo que ver, físicos tan privilegiados como el tuyo no es casualidad ni se dan en muchos casos. ¿Te acordás de tu primera práctica en River donde dejaste cuasi en ridículo a defensores de renombre internacional? ¿Te acordás de cuando dejaste atónito a Mac Allister en uno de tus primeros superclásicos lo que significó dejarlo sin Mundial? ¿Te acordás de tu gol a Ferro en un Monumental que miraba sin poder creer como pasabas y pasabas entre camisetas verdes que no podían hacer más que mirarte el número? Tantas cosas, Burro, tantas cosas hay por recordar, y me duele en el alma decir que forman parte del ayer.
Te defendí a muerte contra los maleducados que osaron manchar tu nombre con temas externos al fútbol o con tu bajo rendimiento futbolístico producto de los años y de los escasos cuidados que tuviste en tu salud a lo largo de los años en los que fuiste ganando el cariño de la Argentina toda. A vos no te quiere la gente de River, solamente. Vos sos de esos tipos que los escuchas y terminas con ganas de darle un abrazo. Esa sonrisa tuya, esa viveza criolla, y esa forma de ser tan introvertida y terrenal no lograron más que encantar a propios y extraños.
Te fuiste sin irte porque volviste rápido a seguir agrandando nuestro ego, nuestra felicidad y nuestro absoluto placer al verte con la 10 en la espalda, esa 10 que te cruzaba el alma y la pelota al piso para engancharle hasta al juez de línea gambeteando a los buitres de éste ambiente tan atareado y contaminado por la mentira y la falsedad. Allí vos eras la salida, la felicidad y la esperanza. Con tu sonrisa, que era la mía, formabas el salvoconducto que permitía llegar a un lugar seguro, liberado de todo lo malo que tiene este deporte tan masivo, espectacular, único. Vos me diste alegría, Ariel, vos me diste ilusión, esperanza, risas, llantos, rezos, gritos, goles, reniegos, abrazos, pasión y tantos sentimientos a los que aún no se les han inventado palabras o al menos no aparecen en la Real Academia Española.
Hoy es hoy y mañana esto será anécdota para muchos, pero no para mí, no para la gente que supo corear tu nombre en tantas oportunidades, no para aquellos que disfrutaron de tus goles, que gozaron con tus gambetas y festejaron tus goles con olor a campeonatos. La cinta, la 10, la bincha, el pelo corto, el acento, la voz, tu ángel adentro, tus problemas, tus caprichos, tu todo.
Quien se retira no es un jugador cualquiera, no señor, se va aquel que supo gambetearle la vida, pasar obstáculos con tal facilidad como le era meter un enganche que dejaba desairados a los rivales y hasta a los propios compañeros. No puedo evitar ponerme mal. Me olvidé del mercado de pases, me olvidé del partió del sábado y me olvidé de cualquier otra cosa que no sea pensar en vos, en tu juego y en tu retiro. Eso solo pasa con los grandes, porque si no sabes mucho de fútbol, si llegas a esto de casualidad te quiero informar que no se retira un 4 de copas, no se retira solamente un jugador querido, el que se retira es un crack, potrero puro, un grande con alma de pibe. Un ídolo. El que se retira… el que se retira es Ariel Ortega.