Militancia exPC, raíces históricas de una posición

Recomiendo leer esta nota, es muy interesante. La escribió un tipo llamado Rolando Astarita que es profesor de economia en la UBA.

Por estos tiempos parecen ahondarse las divisiones dentro de la izquierda, entre los que apoyan al gobierno de Cristina Kirchner, y los que critican esta postura. Dentro del grupo que respalda al gobierno de Kirchner, es importante la militancia del partido Comunista, pero más aún su exmilitancia (una gran parte de ella, pero algunos mantienen una postura crítica).
Muchos ocupan puestos relevantes en el Estado, la cultura, o la actividad académica. A pesar de la diversidad de opiniones y matices, la mayoría critica los viejos regímenes stalinistas, incluidas antiguas prácticas del PC. Y casi invariablemente, toman distancia frente a las políticas más “indefendibles” del PC, como su participación en la Unión Democrática; o su apoyo al “ala institucionalista Videla-Viola”, bajo la dictadura. Pareciera entonces que el apoyo al gobierno de Cristina Kirchner se construye desde una renovada elaboración política, con criterios distintos de aquellos con los que se manejaba el PC.
Es en este marco que la “onda exPC” sostiene algunos argumentos concatenados. El primero dice que el de CK es un gobierno progresista, nacional burgués. El segundo afirma que, dada la correlación de fuerzas existentes, hay que apoyar al Gobierno “frente a la derecha” (encarnada en los diarios Clarín, La Nación, los “grandes grupos”, la SRA y todos los partidos de la oposición burguesa). El tercero afirma que todas las cuestiones del Gobierno que pueden ser criticables -desde un punto de vista de izquierda- son producto de los “elementos reaccionarios y de derecha enquistados”. Este último argumento es esencial para responder a las críticas de la “ultraizquierda”. Si Aníbal Fernández o Moreno envían patotas a moler a palos a activistas en el INDEC, o el Hospital Francés, se trata de “desviaciones”, o “contradicciones”, que deben combatirse redoblando el apoyo a Cristina Kirchner y al ala de izquierda del gobierno. Y ejerciendo en alguna medida, una crítica responsable (algo así como “no estamos de acuerdo con todo, pero no hay que dar pasto a la derecha”). De resultas, y siempre con criterio amplio y fresco, muchos exmilitantes andan con el “progresímetro”, tratando de determinar ubicaciones relativas. Así, por ejemplo, Scioli es más progresista que Alfonsín, pero menos que Nilda Garré. Insfrán (parece que no ve TN ni lee La Nación) es más progresista que Binner (que ve TN y lee La Nación), pero menos que Boudou, que toca la guitarra en estilo nacional y popular. Son matices sutiles, que pueden escapar a los ojos de los no iniciados, pero decisivos a la hora de posicionarse políticamente. Pues bien, el objetivo de esta nota es mostrar que esta manera de pensar la política es producto de una sólida “educación” en el viejo PC, y que, desde el punto de vista de lo sustancial, no hay cambios. Esto se comprende cuando lo vemos en perspectiva histórica.

Los orígenes
En grandes rasgos, podemos decir que la política de los partidos marxistas en los años que siguieron a la Revolución Rusa se articuló en torno a la defensa de la independencia de la clase obrera frente al capital. Las luchas en el terreno ideológico, político y sindical, tenían esa referencia básica. Dentro de este encuadre, se distinguía, lógicamente, entre un régimen fascista y un régimen democrático capitalista; y se afirmaba la conveniencia de defender conquistas concretas, incluso en unidad de acción con corrientes burguesas. Pero estas tácticas no encerraban apoyo político a los Gobiernos de turno, o a determinadas fracciones de la burguesía, frente a otras. Por ejemplo, los socialistas marxistas podían defender la ley de ocho horas de trabajo, en caso de que se quisiera derogarla, pero no por ello apoyar al gobierno de Marcelo T. de Alvear (bajo su gobierno se sancionó esta ley). De la misma forma, defender la ley de educación 1420, frente a la educación católica, sin por ello apoyar al gobierno de Roca. Para hacer el ejemplo más cercano, los marxistas podrían compartir el reclamo de una Asignación Universal por Hijo junto a la oposición burguesa, sin por ello sostener políticamente a esta oposición (la AUH se consiguió cuando el gobierno de CK perdió las elecciones de 2009). Si se quiere un ejemplo con más “autoridad”, Marx consideró correcto que la clase obrera inglesa utilizara a su favor las divisiones en el seno de la clase dominante, en su lucha por la jornada laboral, sin por ello enfeudarse con alguna de las fracciones burguesas. Este criterio estuvo medianamente establecido hasta mediados de los años 30. Sin embargo, en 1935, el Séptimo Congreso de la Internacional Comunista, votó la orientación de los Frentes Populares, que fue radicalmente distinta. Incluso hay que recordar que hasta casi las vísperas de ese giro, la Internacional Comunista había tenido una línea ultraizquierdista. Por ejemplo, el PC alemán había sostenido que el fascismo y la socialdemocracia eran dos caras de la misma moneda; y el PC argentino había puesto un signo igual entre el gobierno de Yrigoyen y la dictadura de Uriburu. El giro de 1935 fue entonces muy fuerte, ya que implicó dejar la perspectiva del enfrentamiento de clase, para plantear la meta de una revolución democrática burguesa, antiimperialista y antioligárquica, en alianza con la burguesía “progresista e industrial”. Para esto, los PC debían respaldar toda ala o fracción de la clase capitalista que pudiera favorecer esa salida. Es a partir de aquí que adquiere una importancia imposible de exagerar el determinar, en cada momento, cuáles podían ser esas alas o fracciones progresistas.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta otros dos factores que marcan la historia del PCA. El primero, es que la orientación de apoyo a la burguesía democrática progresista va a estar sobredeterminada, durante décadas, por la cuestión soviética. La posición frente a la dictadura de Videla, por ejemplo, no puede explicarse sin la correspondiente dosis del “factor soviético”. Seguramente se ha exagerado mucho esta variable (como señalan Campione, Casola), pero tampoco puede desconocerse. En segundo lugar, hay que tener presente que el PCA operará un largo giro desde su vieja caracterización del peronismo como “nazifascismo”, en los 40, hasta llegar a considerarlo, más tarde, la encarnación del progresismo burgués (y a los partidos radical o socialista de “la derecha”, cuando en los 40 eran “el progresismo”). En este punto, su historia es diferente de las de otros PC, que de manera más o menos constante buscaron conformar los frentes populares junto a la socialdemocracia y a corrientes de izquierda de la burguesía. Es en la intersección de estas líneas de evolución, y siempre en el marco estratégico de promover un desarrollo capitalista “progresista”, que se formará la mentalidad del militante del PC promedio; y del exmilitante promedio.
El giro de 1935 y apoyo a Ortiz
Ya en 1935, el año del viraje de la IC, el PCA convoca a su Tercera Conferencia Nacional, (conocida como la Conferencia de Avellaneda), que llama a la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Demócrata Progresista, la CGT y otras organizaciones populares, a formar un gran frente nacional antiimperialista y antioligarquía, por las libertades democráticas. En su resolución decía: “Frente a la crisis política que madura en el país, a la inestabilidad creciente del gobierno de Justo, acompañado de serias amenazas de golpe de Estado de los uriburistas, el Partido Comunista expresa que la organización del blok de los partidos opositores tendría en breve plazo planteado ante sí el problema del poder. En tal situación, nuestro partido propiciará la lucha por un gobierno de concentración democrática, que con un programa democrático dé satisfacción a las reivindicaciones más urgentes de los obreros y campesinos y de la pequeña burguesía antiimperialista urbana y rural” (Esbozo…, p. 82). Resumida, es la línea estratégica que se repetirá a lo largo de los años. Línea que encerraba la posibilidad de respaldar alas o sectores de gobiernos. Por eso, el primer ejemplo ya lo encontramos en el apoyo del PCA al presidente Ortiz. Si bien los comunistas caracterizaron que Ortiz había sido elegido (en 1937) gracias a una maniobra de la oligarquía, sostuvieron que estaba dispuesto a respetar las garantías y derechos ciudadanos, y que por esta razón era atacado por la oligarquía, aliada al imperialismo anglo-yanqui. Por eso, el PC propuso “apoyar a Ortiz en todas aquellas medidas tendientes a devolver al país a la normalidad constitucional y criticarle aquellas que significasen conciliación con la oligarquía y el imperial”. En esta vena, llamó “a los restantes partidos democráticos a que depusieran una actitud de oposición sistemática y que sellaran la unidad de las fuerzas democráticas para levantar una valla a las fuerzas reaccionarias y asegurarle al país un camino progresista de desarrollo” (Esbozo… p. 87).
Destaquemos también que la línea del Frente Popular llevó a cambiar la orientación hacia las fuerzas armadas. En la estrategia estructurada en torno a la independencia de clase, los marxistas podían activar dentro del ejército, en la perspectiva de conseguir la adhesión de soldados y suboficiales, y eventualmente de algún oficial. En cambio, en la estrategia del Frente Popular, como señala Casola (2010), se buscaba que las fuerzas armadas, o por lo menos corrientes enteras de ellas, fueran ganadas para el programa de la revolución nacional. De ahí que cobrara importancia distinguir entre los oficiales “democráticos y progresistas” (sanmatinianos, dirá a veces el PCA) y los “reaccionarios fascistas”. Casola (2010) destaca que este factor está en los orígenes de las propuestas del PCA a favor de la convergencia cívico-militar. Para lo que nos ocupa, se agregaba así otra variable en la tarea de “distinguir progresismos”.
Surgimiento del peronismo y Unión Democrática
Siempre con la idea de que el partido Radical, el Socialista, el Demócrata Progresista y similares representaban a la burguesía progresista, el PC caracterizaría al golpe de 1943, del Grupo de Oficiales Unidos, como “un golpe de fuerza realizado para favorecer los intereses de la reacción pro-fascista nacional y de las potencias del ex Eje” (Esbozo… p. 109); y al gobierno de Ramírez como “militar-fascista”. Sostenía que el GOU “usufructuaba el poder en beneficio propio, servía a los intereses de la oligarquía terrateniente, comercial y financiera, y de las grandes industrias de nuestro país y de ciertos monopolios imperialistas; así como los planes del hitlerismo y el falangismo…” (ídem, p. 110). En esta coyuntura, vemos aparecer la orientación pro militar: dado el peso del Ejército en la política, la propuesta era “constituir una Junta Nacional Cívico-Militar en la que estuviesen representados los diversos movimientos de resistencia, haciendo de la misma el centro coordinador y dirigente de la lucha por derrocar a la dictadura y restablecer el régimen constitucional” (Esbozo… p. 116).
Naturalmente, el llamado a la unidad democrática nacional continuó bajo el gobierno de Farrel y Perón. Cuando en octubre de 1945 el general Avalos hace la intentona de golpe contra Perón, el PCA llama a “la formación de un gobierno de coalición en el que participaran todos los partidos democráticos”. Y el 24 de octubre, Orientación, el órgano oficial del PCA, describía en su editorial a los manifestantes del 17 de octubre como “bandas armadas del peronismo que entraban en acción para sembrar la confusión y el terror en la población desprevenida, con el propósito de crear el clima favorable para un nuevo golpe sorpresivo al gobierno” (citado por Real, p. 88). Precisaba también que se trataba de “sectores engañados de la clase obrera… dirigidos por el malevaje peronista”, que repetían consignas “dignas de la época de Rosas” y remedaban “lo ocurrido en los orígenes del fascismo en Italia y Alemania” (ídem, p. 89). Con estos precedentes, el PCA integrará la Junta de Coordinación Democrática, antecedente de la Unión Democrática. Entre otras cosas, la JCD reclamaba “la entrega inmediata del Gobierno al Presidente de la Corte Suprema de Justicia” (Esbozo… p. 121). Luego, la UD fue conformada por el partido Radical, Socialista, Demócrata Progresista, y también los conservadores; en este último respecto, el PCA publicó extensos editoriales en Orientación abogando por que el conservadorismo integrara “orgánicamente la Unión Democrática para forjar así la unidad sin exclusiones” (citado por Real, p. 93). Fue apoyada por la UIA, la SRA y otras instituciones patronales.
Comienza el viraje
Como quiera que el PCA haya tratado de disimularlo, la realidad fue que en las elecciones de 1946 la mayoría de la clase obrera votó por Perón; el 74% de los obreros, según dato que tomamos de Godio (1986). A partir de aquí, el PCA empieza a abandonar la postura de enfrentamiento cerrado al peronismo. El viraje comienza ya en 1946, y se plasma en tres ideas centrales. En primer lugar, se aconseja a los trabajadores que para asegurar sus conquistas, y que éstas sean reales, no deben confiar en “hombres providenciales” o “padres de los pobres”, sino organizarse en su partido de clase. En segundo término, y más significativo, se llama a la militancia a “participar fraternalmente al lado de los peronistas en todas las luchas de carácter obrero y popular”. Y se pide superar las diferencias, para confluir en un Frente de Liberación Nacional. Decía Victorio Codovilla: “Es preciso que liquidemos las anteriores líneas divisorias y juzguemos a los hombres y a los partidos no por lo que dicen, sino por lo que hacen efectivamente para resolver los problemas… Todos los argentinos… que están de acuerdo con un programa de justicia social y de prosperidad nacional, sean ellos miembros de los partidos que integraron la Unión Democrática, sean adherentes de los partidos que apoyaron la candidatura del presidente electo, deben unirse en un poderoso Frente de Liberación Nacional y Social del pueblo argentino” (Codovilla, citado en Esbozo… , pp. 130-1). Este discurso, que fija la nueva orientación, es del 1º de junio de 1946. ¿Y el “nazifascismo”? ¿Y el “malevaje peronista”? Desaparecidos. Ahora había que consolidar conquistas -otorgadas por el gobierno de Perón- y unirse en un gran frente. Pero no era tan sencillo desarmar las divisorias. En las elecciones presidenciales de 1951 el PCA presentó candidatura propia, Rodolfo Ghioldi y Alcira de la Peña, que obtuvo poco más de 71.000 votos, el 0,93%. Lo mismo en las elecciones a vicepresidente de 1954; Alcira de la Peña sacó el 1,12% de los votos. Hay que aclarar que el presentarse como PC no significaba que volvía a una política de independencia de clase. Obedecía al simple hecho de que el partido había quedado identificado, a los ojos de las masas trabajadoras, con posturas reaccionarias y enemigas de los obreros. Lo cual sería una pesada carga en los siguientes años, no sólo por lo que había que justificar ante los trabajadores peronistas, sino también explicar a las nuevas generaciones de militantes. La cuestión se agudizaba porque los responsables de la línea de 1946, Victorio Codovilla, Rodolfo Ghioldi, Arnedo Álvarez, etc., siguieron en sus cargos dirigentes. Todavía en 1958 Ghioldi decía que la UD había tratado de “ahorrarle al país diez años de despotismo nazi”, y reivindicaba su programa (Ciria, p. 184). Pero en 1946 se había llamado al “despotismo nazi” a formar un Frente de Liberación. ¿Cómo se explicaban estos discursos, lógicamente contradictorios?
Libertadora y los años siguientes
Cuando se desata el golpe de 1955, la primera reacción del PCA fue tratar de posicionarse por encima del enfrentamiento entre el gobierno y los golpistas, convocando a la “convivencia democrática”, (véase Campione). Pero en seguida del triunfo de los “libertadores”, caracterizó: “Entre las varias corrientes en lucha por el predominio en el poder, para imprimir al gobierno una u otra orientación política, destacan, hasta ahora, dos fundamentales: una, la que encabeza el general Lonardi, el presidente, que sufre una fuerte influencia clerical y proimperialista yanqui que lo empuja hacia la derecha; otra, la que encabeza el contraalmirante Rojas, el vicepresidente, que se inclina hacia las posiciones democráticas y de cierta resistencia al imperialismo” (Codovilla, en Nueva Era Nº 5, octubre-noviembre de 1955, citado por Real, pp. 172-3). Campione señala que aquí “el comunismo ensaya por primera vez, todavía con timidez, la idea de ‘diferenciar’ al interior de una dictadura militar, en lugar de condenarla en bloque por su carácter reaccionario y anticomunista”.
Luego, en el período que va de 1957 a 1963, se produce un paulatino acercamiento de posiciones entre comunistas y peronistas. Primero, los militantes comunistas se integran (aunque por un corto período) en las 62 Organizaciones; más tarde el PCA coincide con el PJ en votar, en las presidenciales de 1958, a Frondizi (aunque muchos obreros peronistas votaron en blanco); en 1962 llama a votar por Framini, candidato a gobernador de Buenos Aires por el PJ; y a votar en blanco en las presidenciales de 1963, también en coincidencia con el Justicialismo. Destaquemos también que durante los fuertes enfrentamientos dentro del ejército, de 1962 y 1963, entre los “azules” (partidarios de una posición más negociadora con el peronismo) y los “colorados” (más intransigentes), el PC se alineó con los primeros. Como señala Casola (2010), la división en el ejército no correspondía a ninguna diferencia importante en torno al régimen político, ya que ambas fracciones eran profundamente antidemocráticas. Después de todo, los azules estaban liderados por Ongarnía, que encabezaría el golpe de 1966. Pero bastaban matices para que el PCA tomara posición resueltamente a favor de uno de los bancos.
Apoyo al peronismo en los 70
A pesar de los antecedentes del período 1957 y1963, todavía a la caída de la dictadura de 1966-73 el PCA formó la Alianza Popular Revolucionaria, por fuera del peronismo. La APR presentó como candidato a presidente a Oscar Alende, un político burgués, proveniente de una rama del radicalismo. Así, la APR fue un frente popular en pequeño (obtuvo el 7,4% de los votos). El Frente Justicialista de Liberación, que llevaba a Cámpora, ganó con casi el 50%. El 25 de mayo asumió Cámpora, en medio del entusiasmo popular; al caer la noche de ese día histórico, una importante movilización forzó la liberación de los presos políticos de la dictadura. En los días que siguieron, hubo una fuerte radicalización de posiciones, entre la derecha y la izquierda. La izquierda peronista había llegado a posiciones importantes, entre ellas las gobernaciones de Buenos Aires (Bidegain), Córdoba (Obregón Cano) y Mendoza (Martínez Bacca). Aunque ninguno de estos gobernadores pertenecía a las organizaciones armadas de la izquierda, la derecha peronista, con el apoyo de la burocracia sindical, buscaba desplazar a la izquierda de cualquier puesto de relevancia. Paralelamente, en muchas fábricas se produjeron movilizaciones -dirigidas por la izquierda peronista o el clasismo- contrarias a los dirigentes sindicales burocráticos.
En este clima, se firma un pacto social entre la CGT y la Confederación General Económica, al que adhirieron el resto de las centrales patronales; fue defendido por el PCA, pero criticado por el resto de la izquierda. El 20 de junio se produce la masacre de Ezeiza, en ocasión de la vuelta de Perón al país. Grupos armados de la derecha peronista, comandados por López Rega, ministro de Seguridad Social, el Comando de Organización y CNU, emboscaron a las columnas de Montoneros y Juventud Peronista, matando a varias decenas (la cifra de 13 muertos que consignan los medios parece baja), y dejando centenares de heridos. Nunca se hizo una investigación oficial del hecho, pero está probado que los asesinos se movieron con total impunidad. Perón, sin embargo, acusó a la “ultraizquierda infiltrada”; el 13 de julio Cámpora renuncia, bajo presión de Perón, para dar paso a la breve presidencia de Lastiri, hombre de López Rega y de la derecha, quien llama a nuevas elecciones. Se proclama la candidatura de Perón, e Isabel Perón. Lo central es que todo indicaba que se trataba de un abierto curso a la derecha. Perón no ocultaba que su meta era barrer a la izquierda. El 30 de julio brindó respaldo explícito y abierto a la burocracia sindical; el 21 de agosto dijo que quería la colaboración con el radicalismo y la unidad de las fuerzas armadas para combatir a fondo a la ultraizquierda (Godio, 1986). A esta altura de los acontecimientos, los ataques contra la izquierda habían pasado a formar parte del paisaje cotidiano. La designación de Isabel para la vicepresidencia era otro mensaje inequívoco (al punto que Montoneros dijeron que preferían al líder radical, Balbín). Es en estas condiciones que el PCA llamó a votar a Perón para las elecciones de septiembre. Los argumentos fueron los de siempre: fortalecer un proceso de liberación nacional en marcha que, si bien tenía “contradicciones”, era globalmente positivo.
En camino al 76
Naturalmente, en los meses que siguieron al triunfo de la fórmula Perón-Perón, el curso represivo se acentuó, en particular después del asesinato del líder de la CGT, José Ignacio Rucci. En octubre, el Ejecutivo envió al Congreso proyectos de reformas a las leyes de Asociaciones Profesionales y al Código Penal, que buscaban reprimir a las organizaciones armadas, al activismo de izquierda, y asegurar el poder de la burocracia sindical. La represión se hizo cada vez más abierta, y ya asomaba, a fines de 1973, la Triple A. Comenzaron los crímenes de activistas y militantes de izquierda, pero nunca se investigaban. Las bandas de derecha se movían con total impunidad. Pero todavía en 1974 el PCA seguía caracterizando al Gobierno peronista como progresista. Luego, desde comienzos de 1975, propuso la formación de un gabinete cívico-militar, esto es, incorporar de manera permanente a las fuerzas armadas al esquema de poder. Se sostenía que era necesario formar un frente multisectorial, con todos los partidos, sectores de la iglesia y de las fuerzas armadas, para “evitar la caída del gobierno en manos de pinochetistas y gorilas” (véase Campione, Casola). Siempre dispuesto a resaltar “matices”, el PCA consideraba que el general Anaya o Videla eran “militares prescindentes”, y preferibles, frente a un general como Numa Lplane, al que se veía más cercano a Isabel y la Triple A (Casola, 2010). Así se llega al golpe de 1976 y a la famosa declaración que, entre otras cosas, decía: “En vísperas de los dramáticos sucesos del 24, bandas fascistas impunes asolaron con sus crímenes el país. (…) Nunca se había visto en nuestro país algo más cruel… El Partido Comunista está convencido de que no ha sido el golpe del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad. Estamos ante el caso para juzgar los hechos como son. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos: su confrontación con las palabras y las promesas”.
La continuidad de una orientación
No pretendo con este breve esbozo agotar, ni mucho menos, la compleja cuestión de la historia del PCA. Además, no soy especialista, ni estoy preparado para ello. Lo que pretendo con esto, de todas maneras, es mostrar que existe una continuidad en la manera de encarar la táctica política, que se prolonga hasta el día de hoy, tanto en el PC, como en un vasto abanico de su exmilitancia. Algunos exmilitantes se han transformado en cuadros de otros partidos, la mayoría no continúa la actividad política, pero son muchos los que mantienen la matriz aprendida en el PCA: distinguir líneas, incluso cuando llegan a ser matices apenas perceptibles, a fin de dar el apoyo “crítico” (siempre es “crítico”) a alguna variante capitalista. En el fondo, el razonamiento es inmune a las críticas, en tanto no se desarme la matriz desde la que se razona. Por supuesto, alguna vez se cuestionará algún aspecto secundario. Por ejemplo, que en 1976 la dirección comunista “no advirtió” tal o cual aspecto de los “matices” que creía distinguir, y se confundió, etc. Pero son rectificaciones de superficie que garantizan que nada cambie en lo sustancial. Si se agrega el recuerdo de los militantes muertos y los sacrificios realizados -que los hubo, y en gran cantidad-, el impulso indagador y crítico se diluye aún más rápidamente. De esta manera, llegamos a casi ocho décadas aplicando el mismo enfoque básico. Alguna gente, con la que he charlado, defiende hoy su apoyo al kirchnerismo casi con los mismos argumentos (y la misma pasión) con que en algún lejano día de 1979 defendía la línea del partido frente a la dictadura (“son temas tácticos”; “estamos poniendo muchos muertos”); o todavía antes, en 1973, abogaban por el voto a Perón (“solo los sectarios ultras no apoyan el proceso de liberación”, etc.). Siempre distinguiendo matices y líneas burguesas progresistas, y reaccionarias. Siempre brindando sus juiciosos apoyos críticos. Hoy como ayer.

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Recomiendo leer esta nota, es muy interesante. La escribió un tipo llamado Rolando Astarita que es profesor de economia en la UBA.

Por estos tiempos parecen ahondarse las divisiones dentro de la izquierda, entre los que apoyan al gobierno de Cristina Kirchner, y los que critican esta postura. Dentro del grupo que respalda al gobierno de Kirchner, es importante la militancia del partido Comunista, pero más aún su exmilitancia (una gran parte de ella, pero algunos mantienen una postura crítica).
Muchos ocupan puestos relevantes en el Estado, la cultura, o la actividad académica. A pesar de la diversidad de opiniones y matices, la mayoría critica los viejos regímenes stalinistas, incluidas antiguas prácticas del PC. Y casi invariablemente, toman distancia frente a las políticas más “indefendibles” del PC, como su participación en la Unión Democrática; o su apoyo al “ala institucionalista Videla-Viola”, bajo la dictadura. Pareciera entonces que el apoyo al gobierno de Cristina Kirchner se construye desde una renovada elaboración política, con criterios distintos de aquellos con los que se manejaba el PC.
Es en este marco que la “onda exPC” sostiene algunos argumentos concatenados. El primero dice que el de CK es un gobierno progresista, nacional burgués. El segundo afirma que, dada la correlación de fuerzas existentes, hay que apoyar al Gobierno “frente a la derecha” (encarnada en los diarios Clarín, La Nación, los “grandes grupos”, la SRA y todos los partidos de la oposición burguesa). El tercero afirma que todas las cuestiones del Gobierno que pueden ser criticables -desde un punto de vista de izquierda- son producto de los “elementos reaccionarios y de derecha enquistados”. Este último argumento es esencial para responder a las críticas de la “ultraizquierda”. Si Aníbal Fernández o Moreno envían patotas a moler a palos a activistas en el INDEC, o el Hospital Francés, se trata de “desviaciones”, o “contradicciones”, que deben combatirse redoblando el apoyo a Cristina Kirchner y al ala de izquierda del gobierno. Y ejerciendo en alguna medida, una crítica responsable (algo así como “no estamos de acuerdo con todo, pero no hay que dar pasto a la derecha”). De resultas, y siempre con criterio amplio y fresco, muchos exmilitantes andan con el “progresímetro”, tratando de determinar ubicaciones relativas. Así, por ejemplo, Scioli es más progresista que Alfonsín, pero menos que Nilda Garré. Insfrán (parece que no ve TN ni lee La Nación) es más progresista que Binner (que ve TN y lee La Nación), pero menos que Boudou, que toca la guitarra en estilo nacional y popular. Son matices sutiles, que pueden escapar a los ojos de los no iniciados, pero decisivos a la hora de posicionarse políticamente. Pues bien, el objetivo de esta nota es mostrar que esta manera de pensar la política es producto de una sólida “educación” en el viejo PC, y que, desde el punto de vista de lo sustancial, no hay cambios. Esto se comprende cuando lo vemos en perspectiva histórica.

Los orígenes
En grandes rasgos, podemos decir que la política de los partidos marxistas en los años que siguieron a la Revolución Rusa se articuló en torno a la defensa de la independencia de la clase obrera frente al capital. Las luchas en el terreno ideológico, político y sindical, tenían esa referencia básica. Dentro de este encuadre, se distinguía, lógicamente, entre un régimen fascista y un régimen democrático capitalista; y se afirmaba la conveniencia de defender conquistas concretas, incluso en unidad de acción con corrientes burguesas. Pero estas tácticas no encerraban apoyo político a los Gobiernos de turno, o a determinadas fracciones de la burguesía, frente a otras. Por ejemplo, los socialistas marxistas podían defender la ley de ocho horas de trabajo, en caso de que se quisiera derogarla, pero no por ello apoyar al gobierno de Marcelo T. de Alvear (bajo su gobierno se sancionó esta ley). De la misma forma, defender la ley de educación 1420, frente a la educación católica, sin por ello apoyar al gobierno de Roca. Para hacer el ejemplo más cercano, los marxistas podrían compartir el reclamo de una Asignación Universal por Hijo junto a la oposición burguesa, sin por ello sostener políticamente a esta oposición (la AUH se consiguió cuando el gobierno de CK perdió las elecciones de 2009). Si se quiere un ejemplo con más “autoridad”, Marx consideró correcto que la clase obrera inglesa utilizara a su favor las divisiones en el seno de la clase dominante, en su lucha por la jornada laboral, sin por ello enfeudarse con alguna de las fracciones burguesas. Este criterio estuvo medianamente establecido hasta mediados de los años 30. Sin embargo, en 1935, el Séptimo Congreso de la Internacional Comunista, votó la orientación de los Frentes Populares, que fue radicalmente distinta. Incluso hay que recordar que hasta casi las vísperas de ese giro, la Internacional Comunista había tenido una línea ultraizquierdista. Por ejemplo, el PC alemán había sostenido que el fascismo y la socialdemocracia eran dos caras de la misma moneda; y el PC argentino había puesto un signo igual entre el gobierno de Yrigoyen y la dictadura de Uriburu. El giro de 1935 fue entonces muy fuerte, ya que implicó dejar la perspectiva del enfrentamiento de clase, para plantear la meta de una revolución democrática burguesa, antiimperialista y antioligárquica, en alianza con la burguesía “progresista e industrial”. Para esto, los PC debían respaldar toda ala o fracción de la clase capitalista que pudiera favorecer esa salida. Es a partir de aquí que adquiere una importancia imposible de exagerar el determinar, en cada momento, cuáles podían ser esas alas o fracciones progresistas.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta otros dos factores que marcan la historia del PCA. El primero, es que la orientación de apoyo a la burguesía democrática progresista va a estar sobredeterminada, durante décadas, por la cuestión soviética. La posición frente a la dictadura de Videla, por ejemplo, no puede explicarse sin la correspondiente dosis del “factor soviético”. Seguramente se ha exagerado mucho esta variable (como señalan Campione, Casola), pero tampoco puede desconocerse. En segundo lugar, hay que tener presente que el PCA operará un largo giro desde su vieja caracterización del peronismo como “nazifascismo”, en los 40, hasta llegar a considerarlo, más tarde, la encarnación del progresismo burgués (y a los partidos radical o socialista de “la derecha”, cuando en los 40 eran “el progresismo”). En este punto, su historia es diferente de las de otros PC, que de manera más o menos constante buscaron conformar los frentes populares junto a la socialdemocracia y a corrientes de izquierda de la burguesía. Es en la intersección de estas líneas de evolución, y siempre en el marco estratégico de promover un desarrollo capitalista “progresista”, que se formará la mentalidad del militante del PC promedio; y del exmilitante promedio.
El giro de 1935 y apoyo a Ortiz
Ya en 1935, el año del viraje de la IC, el PCA convoca a su Tercera Conferencia Nacional, (conocida como la Conferencia de Avellaneda), que llama a la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Demócrata Progresista, la CGT y otras organizaciones populares, a formar un gran frente nacional antiimperialista y antioligarquía, por las libertades democráticas. En su resolución decía: “Frente a la crisis política que madura en el país, a la inestabilidad creciente del gobierno de Justo, acompañado de serias amenazas de golpe de Estado de los uriburistas, el Partido Comunista expresa que la organización del blok de los partidos opositores tendría en breve plazo planteado ante sí el problema del poder. En tal situación, nuestro partido propiciará la lucha por un gobierno de concentración democrática, que con un programa democrático dé satisfacción a las reivindicaciones más urgentes de los obreros y campesinos y de la pequeña burguesía antiimperialista urbana y rural” (Esbozo…, p. 82). Resumida, es la línea estratégica que se repetirá a lo largo de los años. Línea que encerraba la posibilidad de respaldar alas o sectores de gobiernos. Por eso, el primer ejemplo ya lo encontramos en el apoyo del PCA al presidente Ortiz. Si bien los comunistas caracterizaron que Ortiz había sido elegido (en 1937) gracias a una maniobra de la oligarquía, sostuvieron que estaba dispuesto a respetar las garantías y derechos ciudadanos, y que por esta razón era atacado por la oligarquía, aliada al imperialismo anglo-yanqui. Por eso, el PC propuso “apoyar a Ortiz en todas aquellas medidas tendientes a devolver al país a la normalidad constitucional y criticarle aquellas que significasen conciliación con la oligarquía y el imperial”. En esta vena, llamó “a los restantes partidos democráticos a que depusieran una actitud de oposición sistemática y que sellaran la unidad de las fuerzas democráticas para levantar una valla a las fuerzas reaccionarias y asegurarle al país un camino progresista de desarrollo” (Esbozo… p. 87).
Destaquemos también que la línea del Frente Popular llevó a cambiar la orientación hacia las fuerzas armadas. En la estrategia estructurada en torno a la independencia de clase, los marxistas podían activar dentro del ejército, en la perspectiva de conseguir la adhesión de soldados y suboficiales, y eventualmente de algún oficial. En cambio, en la estrategia del Frente Popular, como señala Casola (2010), se buscaba que las fuerzas armadas, o por lo menos corrientes enteras de ellas, fueran ganadas para el programa de la revolución nacional. De ahí que cobrara importancia distinguir entre los oficiales “democráticos y progresistas” (sanmatinianos, dirá a veces el PCA) y los “reaccionarios fascistas”. Casola (2010) destaca que este factor está en los orígenes de las propuestas del PCA a favor de la convergencia cívico-militar. Para lo que nos ocupa, se agregaba así otra variable en la tarea de “distinguir progresismos”.
Surgimiento del peronismo y Unión Democrática
Siempre con la idea de que el partido Radical, el Socialista, el Demócrata Progresista y similares representaban a la burguesía progresista, el PC caracterizaría al golpe de 1943, del Grupo de Oficiales Unidos, como “un golpe de fuerza realizado para favorecer los intereses de la reacción pro-fascista nacional y de las potencias del ex Eje” (Esbozo… p. 109); y al gobierno de Ramírez como “militar-fascista”. Sostenía que el GOU “usufructuaba el poder en beneficio propio, servía a los intereses de la oligarquía terrateniente, comercial y financiera, y de las grandes industrias de nuestro país y de ciertos monopolios imperialistas; así como los planes del hitlerismo y el falangismo…” (ídem, p. 110). En esta coyuntura, vemos aparecer la orientación pro militar: dado el peso del Ejército en la política, la propuesta era “constituir una Junta Nacional Cívico-Militar en la que estuviesen representados los diversos movimientos de resistencia, haciendo de la misma el centro coordinador y dirigente de la lucha por derrocar a la dictadura y restablecer el régimen constitucional” (Esbozo… p. 116).
Naturalmente, el llamado a la unidad democrática nacional continuó bajo el gobierno de Farrel y Perón. Cuando en octubre de 1945 el general Avalos hace la intentona de golpe contra Perón, el PCA llama a “la formación de un gobierno de coalición en el que participaran todos los partidos democráticos”. Y el 24 de octubre, Orientación, el órgano oficial del PCA, describía en su editorial a los manifestantes del 17 de octubre como “bandas armadas del peronismo que entraban en acción para sembrar la confusión y el terror en la población desprevenida, con el propósito de crear el clima favorable para un nuevo golpe sorpresivo al gobierno” (citado por Real, p. 88). Precisaba también que se trataba de “sectores engañados de la clase obrera… dirigidos por el malevaje peronista”, que repetían consignas “dignas de la época de Rosas” y remedaban “lo ocurrido en los orígenes del fascismo en Italia y Alemania” (ídem, p. 89). Con estos precedentes, el PCA integrará la Junta de Coordinación Democrática, antecedente de la Unión Democrática. Entre otras cosas, la JCD reclamaba “la entrega inmediata del Gobierno al Presidente de la Corte Suprema de Justicia” (Esbozo… p. 121). Luego, la UD fue conformada por el partido Radical, Socialista, Demócrata Progresista, y también los conservadores; en este último respecto, el PCA publicó extensos editoriales en Orientación abogando por que el conservadorismo integrara “orgánicamente la Unión Democrática para forjar así la unidad sin exclusiones” (citado por Real, p. 93). Fue apoyada por la UIA, la SRA y otras instituciones patronales.
Comienza el viraje
Como quiera que el PCA haya tratado de disimularlo, la realidad fue que en las elecciones de 1946 la mayoría de la clase obrera votó por Perón; el 74% de los obreros, según dato que tomamos de Godio (1986). A partir de aquí, el PCA empieza a abandonar la postura de enfrentamiento cerrado al peronismo. El viraje comienza ya en 1946, y se plasma en tres ideas centrales. En primer lugar, se aconseja a los trabajadores que para asegurar sus conquistas, y que éstas sean reales, no deben confiar en “hombres providenciales” o “padres de los pobres”, sino organizarse en su partido de clase. En segundo término, y más significativo, se llama a la militancia a “participar fraternalmente al lado de los peronistas en todas las luchas de carácter obrero y popular”. Y se pide superar las diferencias, para confluir en un Frente de Liberación Nacional. Decía Victorio Codovilla: “Es preciso que liquidemos las anteriores líneas divisorias y juzguemos a los hombres y a los partidos no por lo que dicen, sino por lo que hacen efectivamente para resolver los problemas… Todos los argentinos… que están de acuerdo con un programa de justicia social y de prosperidad nacional, sean ellos miembros de los partidos que integraron la Unión Democrática, sean adherentes de los partidos que apoyaron la candidatura del presidente electo, deben unirse en un poderoso Frente de Liberación Nacional y Social del pueblo argentino” (Codovilla, citado en Esbozo… , pp. 130-1). Este discurso, que fija la nueva orientación, es del 1º de junio de 1946. ¿Y el “nazifascismo”? ¿Y el “malevaje peronista”? Desaparecidos. Ahora había que consolidar conquistas -otorgadas por el gobierno de Perón- y unirse en un gran frente. Pero no era tan sencillo desarmar las divisorias. En las elecciones presidenciales de 1951 el PCA presentó candidatura propia, Rodolfo Ghioldi y Alcira de la Peña, que obtuvo poco más de 71.000 votos, el 0,93%. Lo mismo en las elecciones a vicepresidente de 1954; Alcira de la Peña sacó el 1,12% de los votos. Hay que aclarar que el presentarse como PC no significaba que volvía a una política de independencia de clase. Obedecía al simple hecho de que el partido había quedado identificado, a los ojos de las masas trabajadoras, con posturas reaccionarias y enemigas de los obreros. Lo cual sería una pesada carga en los siguientes años, no sólo por lo que había que justificar ante los trabajadores peronistas, sino también explicar a las nuevas generaciones de militantes. La cuestión se agudizaba porque los responsables de la línea de 1946, Victorio Codovilla, Rodolfo Ghioldi, Arnedo Álvarez, etc., siguieron en sus cargos dirigentes. Todavía en 1958 Ghioldi decía que la UD había tratado de “ahorrarle al país diez años de despotismo nazi”, y reivindicaba su programa (Ciria, p. 184). Pero en 1946 se había llamado al “despotismo nazi” a formar un Frente de Liberación. ¿Cómo se explicaban estos discursos, lógicamente contradictorios?
Libertadora y los años siguientes
Cuando se desata el golpe de 1955, la primera reacción del PCA fue tratar de posicionarse por encima del enfrentamiento entre el gobierno y los golpistas, convocando a la “convivencia democrática”, (véase Campione). Pero en seguida del triunfo de los “libertadores”, caracterizó: “Entre las varias corrientes en lucha por el predominio en el poder, para imprimir al gobierno una u otra orientación política, destacan, hasta ahora, dos fundamentales: una, la que encabeza el general Lonardi, el presidente, que sufre una fuerte influencia clerical y proimperialista yanqui que lo empuja hacia la derecha; otra, la que encabeza el contraalmirante Rojas, el vicepresidente, que se inclina hacia las posiciones democráticas y de cierta resistencia al imperialismo” (Codovilla, en Nueva Era Nº 5, octubre-noviembre de 1955, citado por Real, pp. 172-3). Campione señala que aquí “el comunismo ensaya por primera vez, todavía con timidez, la idea de ‘diferenciar’ al interior de una dictadura militar, en lugar de condenarla en bloque por su carácter reaccionario y anticomunista”.
Luego, en el período que va de 1957 a 1963, se produce un paulatino acercamiento de posiciones entre comunistas y peronistas. Primero, los militantes comunistas se integran (aunque por un corto período) en las 62 Organizaciones; más tarde el PCA coincide con el PJ en votar, en las presidenciales de 1958, a Frondizi (aunque muchos obreros peronistas votaron en blanco); en 1962 llama a votar por Framini, candidato a gobernador de Buenos Aires por el PJ; y a votar en blanco en las presidenciales de 1963, también en coincidencia con el Justicialismo. Destaquemos también que durante los fuertes enfrentamientos dentro del ejército, de 1962 y 1963, entre los “azules” (partidarios de una posición más negociadora con el peronismo) y los “colorados” (más intransigentes), el PC se alineó con los primeros. Como señala Casola (2010), la división en el ejército no correspondía a ninguna diferencia importante en torno al régimen político, ya que ambas fracciones eran profundamente antidemocráticas. Después de todo, los azules estaban liderados por Ongarnía, que encabezaría el golpe de 1966. Pero bastaban matices para que el PCA tomara posición resueltamente a favor de uno de los bancos.
Apoyo al peronismo en los 70
A pesar de los antecedentes del período 1957 y1963, todavía a la caída de la dictadura de 1966-73 el PCA formó la Alianza Popular Revolucionaria, por fuera del peronismo. La APR presentó como candidato a presidente a Oscar Alende, un político burgués, proveniente de una rama del radicalismo. Así, la APR fue un frente popular en pequeño (obtuvo el 7,4% de los votos). El Frente Justicialista de Liberación, que llevaba a Cámpora, ganó con casi el 50%. El 25 de mayo asumió Cámpora, en medio del entusiasmo popular; al caer la noche de ese día histórico, una importante movilización forzó la liberación de los presos políticos de la dictadura. En los días que siguieron, hubo una fuerte radicalización de posiciones, entre la derecha y la izquierda. La izquierda peronista había llegado a posiciones importantes, entre ellas las gobernaciones de Buenos Aires (Bidegain), Córdoba (Obregón Cano) y Mendoza (Martínez Bacca). Aunque ninguno de estos gobernadores pertenecía a las organizaciones armadas de la izquierda, la derecha peronista, con el apoyo de la burocracia sindical, buscaba desplazar a la izquierda de cualquier puesto de relevancia. Paralelamente, en muchas fábricas se produjeron movilizaciones -dirigidas por la izquierda peronista o el clasismo- contrarias a los dirigentes sindicales burocráticos.
En este clima, se firma un pacto social entre la CGT y la Confederación General Económica, al que adhirieron el resto de las centrales patronales; fue defendido por el PCA, pero criticado por el resto de la izquierda. El 20 de junio se produce la masacre de Ezeiza, en ocasión de la vuelta de Perón al país. Grupos armados de la derecha peronista, comandados por López Rega, ministro de Seguridad Social, el Comando de Organización y CNU, emboscaron a las columnas de Montoneros y Juventud Peronista, matando a varias decenas (la cifra de 13 muertos que consignan los medios parece baja), y dejando centenares de heridos. Nunca se hizo una investigación oficial del hecho, pero está probado que los asesinos se movieron con total impunidad. Perón, sin embargo, acusó a la “ultraizquierda infiltrada”; el 13 de julio Cámpora renuncia, bajo presión de Perón, para dar paso a la breve presidencia de Lastiri, hombre de López Rega y de la derecha, quien llama a nuevas elecciones. Se proclama la candidatura de Perón, e Isabel Perón. Lo central es que todo indicaba que se trataba de un abierto curso a la derecha. Perón no ocultaba que su meta era barrer a la izquierda. El 30 de julio brindó respaldo explícito y abierto a la burocracia sindical; el 21 de agosto dijo que quería la colaboración con el radicalismo y la unidad de las fuerzas armadas para combatir a fondo a la ultraizquierda (Godio, 1986). A esta altura de los acontecimientos, los ataques contra la izquierda habían pasado a formar parte del paisaje cotidiano. La designación de Isabel para la vicepresidencia era otro mensaje inequívoco (al punto que Montoneros dijeron que preferían al líder radical, Balbín). Es en estas condiciones que el PCA llamó a votar a Perón para las elecciones de septiembre. Los argumentos fueron los de siempre: fortalecer un proceso de liberación nacional en marcha que, si bien tenía “contradicciones”, era globalmente positivo.
En camino al 76
Naturalmente, en los meses que siguieron al triunfo de la fórmula Perón-Perón, el curso represivo se acentuó, en particular después del asesinato del líder de la CGT, José Ignacio Rucci. En octubre, el Ejecutivo envió al Congreso proyectos de reformas a las leyes de Asociaciones Profesionales y al Código Penal, que buscaban reprimir a las organizaciones armadas, al activismo de izquierda, y asegurar el poder de la burocracia sindical. La represión se hizo cada vez más abierta, y ya asomaba, a fines de 1973, la Triple A. Comenzaron los crímenes de activistas y militantes de izquierda, pero nunca se investigaban. Las bandas de derecha se movían con total impunidad. Pero todavía en 1974 el PCA seguía caracterizando al Gobierno peronista como progresista. Luego, desde comienzos de 1975, propuso la formación de un gabinete cívico-militar, esto es, incorporar de manera permanente a las fuerzas armadas al esquema de poder. Se sostenía que era necesario formar un frente multisectorial, con todos los partidos, sectores de la iglesia y de las fuerzas armadas, para “evitar la caída del gobierno en manos de pinochetistas y gorilas” (véase Campione, Casola). Siempre dispuesto a resaltar “matices”, el PCA consideraba que el general Anaya o Videla eran “militares prescindentes”, y preferibles, frente a un general como Numa Lplane, al que se veía más cercano a Isabel y la Triple A (Casola, 2010). Así se llega al golpe de 1976 y a la famosa declaración que, entre otras cosas, decía: “En vísperas de los dramáticos sucesos del 24, bandas fascistas impunes asolaron con sus crímenes el país. (…) Nunca se había visto en nuestro país algo más cruel… El Partido Comunista está convencido de que no ha sido el golpe del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad. Estamos ante el caso para juzgar los hechos como son. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos: su confrontación con las palabras y las promesas”.
La continuidad de una orientación
No pretendo con este breve esbozo agotar, ni mucho menos, la compleja cuestión de la historia del PCA. Además, no soy especialista, ni estoy preparado para ello. Lo que pretendo con esto, de todas maneras, es mostrar que existe una continuidad en la manera de encarar la táctica política, que se prolonga hasta el día de hoy, tanto en el PC, como en un vasto abanico de su exmilitancia. Algunos exmilitantes se han transformado en cuadros de otros partidos, la mayoría no continúa la actividad política, pero son muchos los que mantienen la matriz aprendida en el PCA: distinguir líneas, incluso cuando llegan a ser matices apenas perceptibles, a fin de dar el apoyo “crítico” (siempre es “crítico”) a alguna variante capitalista. En el fondo, el razonamiento es inmune a las críticas, en tanto no se desarme la matriz desde la que se razona. Por supuesto, alguna vez se cuestionará algún aspecto secundario. Por ejemplo, que en 1976 la dirección comunista “no advirtió” tal o cual aspecto de los “matices” que creía distinguir, y se confundió, etc. Pero son rectificaciones de superficie que garantizan que nada cambie en lo sustancial. Si se agrega el recuerdo de los militantes muertos y los sacrificios realizados -que los hubo, y en gran cantidad-, el impulso indagador y crítico se diluye aún más rápidamente. De esta manera, llegamos a casi ocho décadas aplicando el mismo enfoque básico. Alguna gente, con la que he charlado, defiende hoy su apoyo al kirchnerismo casi con los mismos argumentos (y la misma pasión) con que en algún lejano día de 1979 defendía la línea del partido frente a la dictadura (“son temas tácticos”; “estamos poniendo muchos muertos”); o todavía antes, en 1973, abogaban por el voto a Perón (“solo los sectarios ultras no apoyan el proceso de liberación”, etc.). Siempre distinguiendo matices y líneas burguesas progresistas, y reaccionarias. Siempre brindando sus juiciosos apoyos críticos. Hoy como ayer.

Militancia exPC, raíces históricas de una posición « Rolando Astarita [Blog]

Parece interesante, a la noche lo leo y te comento.

No comentaste nunca mas, chamuyero…

“De resultas, y siempre con criterio amplio y fresco, muchos exmilitantes andan con el “progresímetro”, tratando de determinar ubicaciones relativas. Así, por ejemplo, Scioli es más progresista que Alfonsín, pero menos que Nilda Garré. Insfrán (parece que no ve TN ni lee La Nación) es más progresista que Binner (que ve TN y lee La Nación), pero menos que Boudou, que toca la guitarra en estilo nacional y popular. Son matices sutiles, que pueden escapar a los ojos de los no iniciados, pero decisivos a la hora de posicionarse políticamente. Pues bien, el objetivo de esta nota es mostrar que esta manera de pensar la política es producto de una sólida “educación” en el viejo PC, y que, desde el punto de vista de lo sustancial, no hay cambios. Esto se comprende cuando lo vemos en perspectiva histórica.”

Pelotudeces como estas hacen que experimentes la misma sensación tanto con el peó que con el pro.

Para ellos Boudou no fué el que nacionalizó los fondos de los viejos. Es el que toca la guitarra.

La típica ironía pequeñaburguesa de alguien que ni le toca de cerca el tema de las jubilaciones al no tener que haber trabajado nunca viviendo de sus propiedades millonarias revolucionarias.

Pedazo de hipocrita algun dia vas aportar algo al debate o vas a seguir con tus chicanas dignas de un obsecuente K que vive en Recoleta???

“La típica ironía pequeñaburguesa de alguien que ni le toca de cerca el tema de las jubilaciones al no tener que haber trabajado nunca viviendo de sus propiedades millonarias revolucionarias.”

Frases como estas dan profundo asco, sos un pobre medio pelo, que se le va hacer…

Fijate de que manera aporto al debate, desenmascarando a alguien que con títulos de honores de la UBA mediante el mínimo esfuerzo arroja una frase pedorra digna de una editorial de Pagni minimizando la labor de Boudou tocandole el orto a uno de los grupos económicos de mayor poder en el país repatriando los fondos de los viejos.

Para mí vos no sos hipócrita porque se te va a curar con la edad el día que trabajes.

Disfrutá de tu vida pequeñaburguesa con el sudor de tus padres que cuando te llegue el día, Juan Perón, Eva, este gobierno y el movimiento obrero organizado te esperarán…

No entiendo… ¿un posteo larguísimo para explicar la evolución del PC en la Argentina?

Seamos sinceros, el comunismo en la Argentina, desde que apoyó el golpe del 76 se cavó la fosa solo.

Un posteo para dejar en claro el viraje politico y la constante contradiccion del PCA que llevo a este partido a cometer horrores en contra del pueblo y de la clase trabajadora que dice defender.


La nota no se centra en hablar de Boudou, ni de su gestion y cuando nombra al actual vicepresidente, es solo para una cuestion ejemplificadora de la teoria de los matices (en relacion a los politicos y partidos politicos patronales) que tienen los ex militantes del PC que ahora son kirchneristas.

Ah, pero de eso no tengo ni la menor duda.

Mirá, Nahuel… en general, el pueblo es quien se siente muy poco representado por la izquierda. En líneas generales pasa así.

Ahora, que CUALQUIER partido de izquierda tiene más coherencia que el PC, de eso no me caben dudas.

Abrazos, Martín.

Igual, no pasa por la coherencia sino por la linea teorica y politica del PCA, como de muchos PC del mundo que llevaron a la burocratizacion del partido, al apoyo y alianza con el fascismo, con EEUU, con las oligarquias, y que culminaron con la caida de todos los estados que se reivindicaban “en camino al comunismo”.