El River de Almeyda tiene un enorme problema personal y de identidad futbolística, y ya a esta altura de las circunstancias solo la intervención del cuarteto Santos-Medina-Lamponne-Ravenna podría disfrazar este fracaso irreversible de juego en la temporada en algo más digno de ser contado.
Ayer se vieron los peores 75 minutos del equipo en lo que va del 2012, entre otras cosas, porque se falló simultáneamente en los cuatro pilares fundamentales de todo operativo de simulacro:
1- Logística y planificación: La falta de recursos conceptuales para engendrar jugadas y desarrollarlas decentemente estuvo a la orden del día. No tengo dudas que este es el equipo de River, de los que yo vi, que más problemas de concepto entrelaza entre el accionar resolutivo de un gran porcentaje de sus jugadores y las decisiones del entrenador. Un auténtico cocktail explosivo y destructor que masacra al sentido común.
Salvo alguna excepción, se observó un cúmulo de toqueteos intrascendentes hasta ¾, y quedó una vez más demostrado que el concepto premeditación para superar al rival en los dos costados del campo en el diccionario de Almeyda es mala palabra. Quienes siguen sosteniendo el tambaleo de este equipo son sus dos centrales y el despliegue defensivo de su volante de contención, mientras que los fortuitos rebotes y la jerarquía innata de sus delanteros le dan las dosis de aire en ofensiva.
Por lo menos, ese doble cambio excesivamente tardío pero necesario como señal para el grupo que hizo el DT en el segundo tiempo, nos deja una mínima esperanza de que no todo esta perdido.
2- Investigación: No supimos desarrollar lo que este caso nos pedía de antemano. Sin Aguirre en cancha y con la certeza de que esta versión de Domínguez se puede iluminar con suerte una vez por partido para tratar de dejar mano a mano a algún delantero, el juego pedía indefectiblemente que nos cansemos de tirar centros desde los costados para que las dos referencias puedan resolver de frente, pero las oportunidades en las que llegamos a ese fin fueron contadas con los dedos de una mano.
Cuando en el primer tiempo Ferro se ofreció un poco más a venir a presionarnos a nuestro campo, River terminaba las jugadas con irrisorios remates de afuera o centros casi frontales, en vez de promover al juego de asociación para que los puntas o volantes externos puedan quedar pie a pie con algún defensor. Y cuando en el segundo tiempo el rival ya se replegó definitivamente casándose con el punto, el equipo se empecinó por terminar siempre incrustado en el embudo.
3- Técnica y movilidad: Funcionaron por separado y con dosis mínimas. El único concepto técnico por excelencia para destacar de los 90 minutos fue la magnífica contorsión corporal de Trezeguet para pegarle a la bola de esa manera y clavarla en el paraíso del arco. Después fue mucho de firulete intrascendente o poco productivo para el desarrollo de las jugadas.
Una vez sola en el primer tiempo Sánchez se rebeló con una diagonal para recibir en la izquierda. El resto, concluyó en transitar simultánea y reiteradamente trayectorias obvias y previsibles. Domínguez estuvo más inquieto y encarador que de costumbre, pero siguió fallando en lo resolutivo, factor esencial teniendo en cuenta el puesto en el que juega. Y Cavenaghi no encuentra su lugar en el mundo. Deberá acostumbrarse a caminar libremente una porción menor del area a la que siempre estuvo acostumbrado durante toda su carrera.
Por último, hubo imprecisiones e inseguridades que se producían casi por contagio o decantación. Cuando las ruedas de auxilio futbolísticas vitales del equipo están pinchadas desde la entrega y distribución clara de la pelota, ya tenés gran parte de la batalla perdida. Ponzio estuvo impreciso como nunca antes desde su retorno, mientras que los cuatro intérpretes por afuera del equipo dividieron la pelota cientos de veces sin demasiado sentido.
4- Caracterización: El que mejor actuó en ataque teniendo en cuenta lo que el partido pedía para destrabarse de una vez fue Villalva en el segundo tiempo. Fue incisivo en encarar mano a mano y hasta el más preciso a la hora de centrar.
Pero en líneas generales y hasta el gol de Ramiro, River ejerció su acting sin oficio, inteligencia ni planificación. Jugó al show de la improvisación arriba del escenario con un género y diálogos al voleo, y hasta con situaciones inventadas o generadas por el público. El hecho de que se pida a gritos por un jugador de las características de Aguirre como si fuese la reencarnación del Enzo o de Bernabé resume en pocas palabras lo bajo que cayó el fútbol de este equipo.
Como conclusión, esto de jugar permanentemente al como sea y que a su vez estemos 10 partidos invictos en el año y con solo 5 goles en contra es digno de una ficción televisiva. Tanta magnitud de desconciertos genera River que nunca en mi vida imaginé que podía escribir estas palabras después de un 3-0 que nos llevó a la punta del campeonato.
Realmente una picardía lastimosa. Pasaron 27 partidos y futbolísticamente ni siquiera nos dio el cuero para armar una digna Brigada B…