La avenida por subir.

La avenida por subir.

Sea una repleta y cargada 9 de julio, tras el ocaso del sol, pero al calor de un furioso piquete. Sea una ruta larga e interminable, llena de grafitis de la Garra Blanca o de panfletos izquierdistas y de realidades variables, con nombre de viejo imperio Europeo. Sea quizás en la avenida Obispo, ¿no?, con el sonido abrumador de las discusiones en las plazas sobre beisbol, y con la luz de un cartel que indica la victoria en playa girón, acompañado del alegre retrato de un niño sonriendo, y saliendo de una de las tantas escuelas que en esa avenida habitan.

Sea en cualquiera de estas avenidas, u en cualquiera de las que no nombre, siempre estará él. Aquel joven y maduro señor que camina cabis bajo, mirándose las zapatillas, recordando con cada mirada, con cada paso, el anterior movimiento que dio. Pensando un poco en lo que hay dentro de la mente, y más específicamente; dentro de su mente. Da pasos largos aveses, porque no quiere perder el ritmo, y aveses da pasos cortos, porque nunca está seguro a donde ir. Reflexiona un poco más sobre lo que su mente está fabricando, y sobre los pasos que está dando; y casi sin darse cuenta…. Levanta la cabeza.

Aquel joven se da cuenta que tiene que empezar a subir la avenida, que se pone larga y complicada, casi tan complicada como las paradojas existenciales que siente a la hora de estar solo y tener que reflexionar. Por eso, empieza a mirar, utiliza esa habilidad y lujo que muchos humanos tenemos, que es la vista, para observar que cosa nueva hay a su alrededor. El resultado es interesante, porque aunque nunca vio a esas personas que pasan alado suyo, siente, como si fueran las mismas que ve todos los días. La neutralidad se ha apoderado definitivamente de su estado emocional. Y nuestro joven decide empezar a hurgar un cigarro en lo más hondo de su bolsillo, lo busca, se esfuerza y lo encuentra. Por quinta vez en el día empieza a disfrutar ese fuego que prende, por quinta ves en estas 24 horas, saborea ese humo que sale pidiendo auxilio, y por quinta vez casi que consecutiva, se promete silenciosamente no volver a hacerlo jamás. Claro, sabe que la sexta vez esta al final de la avenida, para romper la promesa.

El joven, señor y fumador empieza entonces a disfrutar esa inhalación que le impone al esmog. Ve la vida con otros ojos, ahora que está realizando una acción con sus manos y su boca, cree ilusamente que esta nueva postura y acción, lo hará encontrar algo distinto en esta vieja y transitada avenida. Obviamente falla. Este leve fracaso, lo empieza a sentir callado, y sin murmuro, lo siente como algo normalmente anormal.

Entonces, logra el abandono definitivo de su rápida y fugas búsqueda, y se prepara, a encarar la mitad de la avenida que le falta para tomar su medio de transporte, con el pensamiento de su trabajo de sus responsabilidades, de esa elección de vida que ya ni sabe porque la tomo, pero sabe porque la tiene que cumplir mañana. Definitivamente, caminar con el murmullo de la ciudad, pensando en responsabilidades es algo poco agradable. Y más aun cuando a nuestro caminante se le acaba el último cigarro que le quedaba. Se lo fumo, solo y con un sentimiento de desolación. Sin dudas que lo mejor ahora es observar esos detalles que la razón y delirio de la ciudad entrega, es hora de que el silencio pensativo que lo aqueja, se convierta en un sentimiento de búsqueda.

Sin cigarros, pero con los ojos abiertos, este muchacho empieza a tocarse esa poca barba que se dejo crecer para examinar con cuidado cada detalle que ve. Ahí está ante sus ojos los vagabundos pidiendo monedas, ¿Cuántas tendrá?, ¿Cuánta gente le habrá dado?, ¿Por qué una persona terina en la calle?. Sin embargo no hay tiempo para pensar, porque al instante aparece un grupo de estudiantes corriendo con mezcla de alegría y tristeza, que tremendos misterios y vida esconderán esos uniformes, piensa con algo de melancolía nuestro joven.
Ahora que ya no sabe a que mirar, todo le trae dudas y estrés a la vez, cada mirada encierra un mundo de posibilidades y de vidas, que él jamás se hubiera preguntado. Entonces, hace lo que todos haríamos. Mirar al cielo, y relajar la vista en ese tono casi rosado en que el sol se pierde, y la noche se encuentra. Esta vez no tiene cigarros, pero el leve sentimiento de alivio y esperanza, se renueva, casi sin que él se diera cuenta.

Las zapatillas gastadas que miraba cabis bajo, el cigarro que se fumo, la barba que se toco, y las realidades que toco conducen a sentimiento y a pasos que desembocan siempre en el mismo lugar.

Nuestro joven a llegado a la parada correspondiente para tomar el transporte, y mientras se sube con cansancio y tranquilidad, se da cuenta que la ruta es la misma que alguna vez pensó en nunca tomarse.

El sol se ha ido, la madrugada a aparecido, y mientras él se refugia en su mundo onírico; no se va a dar cuenta que la avenida, sigue en el mismo lugar que ayer.

La avenida por subir.

Sea una repleta y cargada 9 de julio, tras el ocaso del sol, pero al calor de un furioso piquete. Sea una ruta larga e interminable, llena de grafitis de la Garra Blanca o de panfletos izquierdistas y de realidades variables, con nombre de viejo imperio Europeo. Sea quizás en la avenida Obispo, ¿no?, con el sonido abrumador de las discusiones en las plazas sobre beisbol, y con la luz de un cartel que indica la victoria en playa girón, acompañado del alegre retrato de un niño sonriendo, y saliendo de una de las tantas escuelas que en esa avenida habitan.

Sea en cualquiera de estas avenidas, u en cualquiera de las que no nombre, siempre estará él. Aquel joven y maduro señor que camina cabis bajo, mirándose las zapatillas, recordando con cada mirada, con cada paso, el anterior movimiento que dio. Pensando un poco en lo que hay dentro de la mente, y más específicamente; dentro de su mente. Da pasos largos aveses, porque no quiere perder el ritmo, y aveses da pasos cortos, porque nunca está seguro a donde ir. Reflexiona un poco más sobre lo que su mente está fabricando, y sobre los pasos que está dando; y casi sin darse cuenta…. Levanta la cabeza.

Aquel joven se da cuenta que tiene que empezar a subir la avenida, que se pone larga y complicada, casi tan complicada como las paradojas existenciales que siente a la hora de estar solo y tener que reflexionar. Por eso, empieza a mirar, utiliza esa habilidad y lujo que muchos humanos tenemos, que es la vista, para observar que cosa nueva hay a su alrededor. El resultado es interesante, porque aunque nunca vio a esas personas que pasan alado suyo, siente, como si fueran las mismas que ve todos los días. La neutralidad se ha apoderado definitivamente de su estado emocional. Y nuestro joven decide empezar a hurgar un cigarro en lo más hondo de su bolsillo, lo busca, se esfuerza y lo encuentra. Por quinta vez en el día empieza a disfrutar ese fuego que prende, por quinta ves en estas 24 horas, saborea ese humo que sale pidiendo auxilio, y por quinta vez casi que consecutiva, se promete silenciosamente no volver a hacerlo jamás. Claro, sabe que la sexta vez esta al final de la avenida, para romper la promesa.

El joven, señor y fumador empieza entonces a disfrutar esa inhalación que le impone al esmog. Ve la vida con otros ojos, ahora que está realizando una acción con sus manos y su boca, cree ilusamente que esta nueva postura y acción, lo hará encontrar algo distinto en esta vieja y transitada avenida. Obviamente falla. Este leve fracaso, lo empieza a sentir callado, y sin murmuro, lo siente como algo normalmente anormal.

Entonces, logra el abandono definitivo de su rápida y fugas búsqueda, y se prepara, a encarar la mitad de la avenida que le falta para tomar su medio de transporte, con el pensamiento de su trabajo de sus responsabilidades, de esa elección de vida que ya ni sabe porque la tomo, pero sabe porque la tiene que cumplir mañana. Definitivamente, caminar con el murmullo de la ciudad, pensando en responsabilidades es algo poco agradable. Y más aun cuando a nuestro caminante se le acaba el último cigarro que le quedaba. Se lo fumo, solo y con un sentimiento de desolación. Sin dudas que lo mejor ahora es observar esos detalles que la razón y delirio de la ciudad entrega, es hora de que el silencio pensativo que lo aqueja, se convierta en un sentimiento de búsqueda.

Sin cigarros, pero con los ojos abiertos, este muchacho empieza a tocarse esa poca barba que se dejo crecer para examinar con cuidado cada detalle que ve. Ahí está ante sus ojos los vagabundos pidiendo monedas, ¿Cuántas tendrá?, ¿Cuánta gente le habrá dado?, ¿Por qué una persona terina en la calle?. Sin embargo no hay tiempo para pensar, porque al instante aparece un grupo de estudiantes corriendo con mezcla de alegría y tristeza, que tremendos misterios y vida esconderán esos uniformes, piensa con algo de melancolía nuestro joven.
Ahora que ya no sabe a que mirar, todo le trae dudas y estrés a la vez, cada mirada encierra un mundo de posibilidades y de vidas, que él jamás se hubiera preguntado. Entonces, hace lo que todos haríamos. Mirar al cielo, y relajar la vista en ese tono casi rosado en que el sol se pierde, y la noche se encuentra. Esta vez no tiene cigarros, pero el leve sentimiento de alivio y esperanza, se renueva, casi sin que él se diera cuenta.

Las zapatillas gastadas que miraba cabis bajo, el cigarro que se fumo, la barba que se toco, y las realidades que toco conducen a sentimiento y a pasos que desembocan siempre en el mismo lugar.

Nuestro joven a llegado a la parada correspondiente para tomar el transporte, y mientras se sube con cansancio y tranquilidad, se da cuenta que la ruta es la misma que alguna vez pensó en nunca tomarse.

El sol se ha ido, la madrugada a aparecido, y mientras él se refugia en su mundo onírico; no se va a dar cuenta que la avenida, sigue en el mismo lugar que ayer.