12° Entrega: Johan Cruyff. El DT de aquel Barcelona al que logró darle un giro positivo cuando venía con turbulencias y sequía de títulos, imponiéndole un estilo, no solo tomando recursos de la escuela holandesa, sino también cambiando o yendo un poco contra la corriente de la manera que se estaba empezando a jugar al fútbol en aquel momento, y a la vez sembrando las bases que hasta hoy perduran y se ven en el equipo catalán. No solo en aspectos de juego y estilo, sino en la política de formación y uso de la cantera.
Johan Cruyff
Cruyff y la apuesta por el fútbol de cantera
El holandés revolucionario
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[li]“El papel del entrenador no es hacer amigos”[/li][li]“Si tienes la pelota en el pie sólo un segundo no hay manera humana de que te den una patada”[/li][li]“El balón es mi despacho. Me siento en él y veo cómo trabaja el equipo”[/li][/ul]
Nada más retirarse en el Feyenoord regresó al Ajax para encabezar una revolución. Johan Cruyff (Ámsterdam, 1947), el heredero natural del fútbol total de Rinus Michels, cambió los cimientos del club holandés como lo luego lo hizo en el Barcelona. Ambos le deben su esencia actual, ese empeño en la formación de cantera y en que el mundo debe girar en torno a la pelota.
“El balón es mi oxigeno. Respiro fútbol y me divierto haciéndolo”, escribió Johan Cruyff en las primeras paginas de su libro ‘Mis futbolistas y yo’. Su sistema 3-4-3 marcó una época por su valentía, por su entrega sin complejos a un juego ofensivo que debía ser puro divertimento para el espectador y, sobre todo, para el futbolista.
El Ajax inició un giro radical a su política cuando Cruyff se hizo cargo de la dirección deportiva en 1984. Creía que la única forma de hacer imperecedera una idea es crecer con ella. Impuso la defensa de tres hombres en todas las categorías inferiores. Grabó a fuego la filosofía del control y pase. Apenas una temporada después sustituyó a Leo Beenhakker como técnico. Ganó dos Copas de Holanda y una Recopa antes de precipitar su marcha. En enero de 1988 dimite al no convencerle la oferta de renovación que le presentó el club. Mientras, su suegro negociaba ya en París con Joan Gaspart, vicepresidente del Barcelona, su regreso a la Liga española.
La entidad azulgrana pasaba por entonces una de las temporadas más revueltas de su historia. Las secuelas del ‘motín del Hesperia’ amenazaban la presidencia de un Josep Lluis Nuñez que tenía apalabrado con Javier Clemente su fichaje como entrenador para el siguiente curso. La oposición de Sixte Cambra ganaba fuerza y para dar un golpe definitivo a su reelección recurre a la figura de dos leyendas vivas del club como son Carles Rexach y el propio Johan Cruyff. La contratación del holandés no fue fácil por dos razones: no tenía un título de entrenador que le permitiese entrenar en España y, además, mantenía una deuda millonaria con el fisco desde su época de jugador.
El legado de Cruyff en el Barça tiene un valor incalculable. Atravesó casi dos temporadas en un desierto de dudas hasta que un resultado lo cambió todo. El triunfo en la final de Copa de 1990 ante el Real Madrid marcó un punto de inflexión. Después llegaron cuatro ligas consecutivas y la consecución de la primera Copa de Europa en la historia culé en 1992. Aquel Barcelona bordó el fútbol y se ganó el apodo de Dream Team u[/u]. La herencia de ese equipo se mantiene viva en el presente.
La estrepitosa derrota en la final de la Champions League de 1994 -4-0 ante el Milan de Capello- fue el principio del fin del Cruyff entrenador. Meses antes anduvo en negociaciones infructuosas con la federación holandesa para compatibilizar su cargo en el Barça con el de seleccionador de su país en el Mundial de Estados Unidos. Meses después se vio al frente de un equipo sin chispa. Lejos de la autocrítica, se empeñó en sus ideas y emprendió una reforma paulatina del plantel.
Su relación con las vacas sagradas del vestuario y con la presidencia se desgastó. “Es como es. Son estilos de forma de ser. No actuamos igual. Él habla por conductos anormales. Yo soy respetuoso con las personas… Él lo hace, y lo tengo que aceptar”, dijo Nuñez a principios de 1996. El técnico se vio con la autoridad moral suficiente para imponer su criterio sobre cualquier cosa, pero acabó desbordando la paciencia del club. Dos jornadas antes del final de la temporada le destituyen. La grada del Camp Nou no encajó con gusto la decisión.
Desde entonces y hasta ahora, es la voz más influyente del entorno barcelonista. Es admirado y respetado en todo el mundo. Cataluña aprovecha el tirón de su imagen pública desde que le designaron seleccionador autonómico el 2 de noviembre de 2009. La elección es en sí misma un reconocimiento a su figura.
El Ajax intentó en vano que volviera a implicarse en su organización deportiva en 2008. “Son necesarios cambios drásticos para poder obtener en la cantera un nivel apropiado para esta entidad. He realizado un proyecto claro para hacerlo. Pero mi visión no la comparten las personas que tendrían que ejecutarla”, dijo Cruyff como renuncia. Se avino con formar parte de un consejo de sabios. En marzo de 2011 logró forzar finalmente la renuncia de los dirigentes del club, reacios a aceptar algunos relevos propuestos en el organigrama técnico. El vacío de poder ha quedado resuelto con el nombramiento de una nueva dirección formada por cinco personas. Él está entre ellas.
“El Dream Team de Cruyff”
En un momento en el que se ensalza y se toma como referencia en el mundo entero el juego y la filosofía del Barcelona de Guardiola, conviene recordar que el equipo del técnico de Santpedor tiene su origen en otro conjunto mágico que marcó el camino triunfal que hoy disfrutan con asiduidad todos los aficionados culés. El ‘Dream Team’ de Johan Cruyff es la semilla que ocasionó el florecimiento actual del equipo azulgrana. Su apuesta deportiva y sus éxitos convirtieron al Barcelona en la máquina perfecta que ahora deslumbra por medio mundo. En un deporte donde el debate es constante, que aquel equipo puso la primera piedra del que ahora es el mejor equipo del mundo es un pensamiento unánime.
Históricamente, el Barcelona había vivido a la sombra del Real Madrid. Poco importaba que grandes figuras como Lineker, Schuster o Maradona hubieran pasado por la Ciudad Condal. La escasez de títulos y el discurso victimista azotaban la conciencia culé. Su condición de grande en Europa no se asemejaba a la del resto de equipos punteros. Bayern, Liverpool, Juve, Milan o el propio Madrid. Todos ellos habían gozado de cierta hegemonía en una época determinada. Algo que no ocurría con el Barça, condenado al segundo escalón en una jerarquía que le había dado demasiadas veces la espalda.
Así transitaba el club catalán por la década de los 80, con Nuñez más cuestionado que nunca y el equipo sumido en una profunda depresión provocada por las ilusiones rotas temporada tras temporada. Ante tal situación, el presidente azulgrana decidió adoptar una medida populista y recuperó a Cruyff, ídolo culé en su etapa como jugador, para reavivar los ánimos. Pero lo que en un principio se consideró como una decisión acertada y esperanzadora pronto se vio rodeada de escepticismo y crítica voraz.
La intención de Cruyff de reducir los efectivos en defensa para lograr un control total del mediocampo y la recuperación de los extremos puros levantó sospechas entre los círculos más conservadores de la Ciudad Condal. Su incondicional gusto por el buen trato del balón le llevó a emplear un único mediocentro creativo arropado por varios futbolistas de perfil parecido. Esa valentía en el esquema iba ligada a una fe ciega en la cantera. Esos riesgos y la dificultad a la hora de asimilar esa nueva forma de defender provocaron que los inicios fueran tremendamente difíciles.
Una Copa estabilizadora
Ni siquiera la Recopa lograda en su primera temporada ante la Sampdoria minimizó la inseguridad general. El cambio de rumbo y el apoyo incondicional no llegó hasta 1990. Ese año, descolgado de la lucha por la Liga, consiguió hacer frente al Real Madrid en la Copa del Rey y ganó al equipo merengue en la final gracias a los tantos de Amor y Julio Salinas. Más allá de la victoria y del título, el valor de aquel encuentro fue el efecto moral que supuso para la entidad azulgrana.
Cruyff comenzó a encontrar adeptos a su propuesta y el Barcelona empezó a carburar. El equipo azulgrana tomaba forma. Encontró en Koeman al defensa perfecto para asegurar la posesión ya desde la primera línea y rodeó al joven Guardiola, generador del juego en las transiciones, de estupendos socios como Eusebio o Laudrup. La astucia e inteligencia de Bakero y los incisivos Stoitchkov y Begiristain, desde la línea de cal, nutrían un ataque que no dispuso de un ‘9’ puro casi hasta el final, con la llegada de Romario. “Cruyff decidió pararse en una etapa en la que todos corrían”. Frase que resume a la perfección el estilo y método del holandés. La pausa en la elaboración, crear la jugada con paciencia, mover el balón hasta encontrar el hueco oportuno y desgastar al contrario. Con esas premisas debía indentificarse este Barça.
Forjada la nueva seña de identidad, comenzaron a llegar los resultados. La primera de las cuatro Ligas consecutivas abrió las puertas de Europa, donde esperaba la gloria. Cualquier azulgrana que presuma de ello apelará siempre al histórico gol de Koeman de falta en Wembley que dio al Barça la primera Copa de Europa de su historia. Sin embargo, pocos recuerdan que en aquella edición el ‘Dream Team’ estuvo con pie y medio fuera de la competición. En octavos, ante el Kaiserlauten, y tras el 2-0 de la ida, el conjunto azulgrana llegó a ir perdiendo 3-0 hasta el último suspiro del encuentro. En ese momento apareció Bakero para acabar, de una vez por todas, con los complejos históricos del Barcelona.
Después de esa situación crítica, el ‘Dream Team’ creció camino a la final. Sparta de Praga, Benfica y Dinamo de Kiev sucumbieron a su derroche futbolístico. El gran día había llegado. Lejos de perderse entre aburridas apreciaciones tácticas o instrucciones detalladas sobre los distintos aspectos que encerraba el partido, Cruyff fue claro y conciso. “Ya estamos en la final. Ahora salid y disfrutad”. Pero sus jugadores no disfrutaron hasta el minuto 111 de la prórroga. En ese momento, un misil de Koeman desató la locura en Wembley. El Barcelona, por fin, reinaba en Europa.
El éxito se prolongó a escala nacional, acompañado de una buena dosis de suerte. Dos finales de infarto en el campeonato de Liga con las famosas ayudas del Tenerife permitieron al ‘Dream Team’ agrandar su leyenda ampliando el palmarés. En el segundo de esos dos títulos, ya con un un fantasioso Romario en sus filas, los de Cruyff le endosan un humillante 5-0 al Madrid con momentos imborrables para la retina del aficionado como la ‘cola de vaca’ de Romario a Rafa Alkorta o el magistral libre directo de Koeman.
Cuando no le podía ir mejor al ‘Dream Team’ llegó el encuentro que, como más tarde reconoció el propio Cruyff, marcaría el final de un ciclo. El Barça se presentaba en Atenas dispuesto a ganar su segunda Copa de Europa. Su condición de favorito era tan abrumadora que hasta los propios aficionados del Milan se preparaban para soportar el vendaval de fútbol azulgrana. Sin embargo, aquel equipo italiano entrenado por Fabio Capello llegaba mejor preparado y con mayor calidad de lo que todos pensaban. La coordinada presión del mediocampo ‘rossonero’ y la calidad en los últimos metros de los Savicevic, Boban o Donadoni desarbolaron al equipo azulgrana. Aquel grupo de jugadores que habían arrollado a media Europa y sonrojado al Madrid en Liga fue humillado de manera dolorosa e inesperada.
Ése fue el principo del fin. El equipo de Cruyff fue desmantelado a partir de entonces y jugadores como Laudrup, Zubizarreta, Eusebio o Goicoechea abandonan el club ese mismo verano. La relación entre el técnico holandés y Nuñez se deteriora y el Barcelona se prepara para una amarga transición. La espina de Atenas permanece aún hoy clavada en los corazones barcelonistas. Eso sí, la creencia en un estilo y la fe ciega en la cantera también sobreviven inalterables. Y es que las victorias de ahora y los títulos conseguidos también son, en una pequeña parte, del ‘Dream Team’ de Cruyff.