Tan angustiante como ingrato. Tan lamentable como hiriente. Tan complejo como morboso. Tan cruel como turbulento. Y tan emocional como inolvidable. En medio y a la deriva de semejante océano de sensaciones y situaciones tuvo que aprender a bucear River durante este año particular, oscuro y fatídico.
Buenos Aires, Mendoza, San Juan, Córdoba, Jujuy, Tucumán, Chubut, Santa Fe, Corrientes, Salta, Catamarca y Chaco. Desde lo más profundo de la lona y con la cuenta en nueve por el fulminante golpe sufrido hace casi un año, la camiseta se paseó durante esta temporada por 12 provincias y otras tantas ciudades más, en una especie de peregrinaje que sirvió para absorber toda la fuerza y el afecto necesario desde miles de rincones del país. Fue un recorrido lleno de apoyo sentimental que ayudó a sostener con los brazos en alto la estructura robusta que posa sobre nuestro escudo, donde la gente colaboró aunque sea desde un pequeño costado en el agarre de alguna de las cuerdas del ring para impulsarnos a estar de pie nuevamente.
Más a los tumbos que con un andar seguro y confiable, el equipo se pudo sobreponer no solo a todas aquellas presiones o a los rivales que se jugaban la vida y quizás su única chance de mostrarse ante el mundo, sino además ante el propio arsenal de artillería que se puso por delante a sí mismo. Granadas cargadas de anarquía futbolística y escopetas con muchos cartuchos de improvisación táctica, estratégica y dirigencial en el cargador fueron piedras tan difíciles de esquivar como cada uno de esos 19 contrincantes sedientos de seguir pegándole una patada al gigante que estaba en el suelo.
Las tres muy buenas voluntades de sus futbolistas de más renombre para venir a dar una mano fueron el mejor chaleco antibalas para esquivar con éxito esa arremetida suicida ante el sentido común. El primer semestre de Cavenaghi y, en menor medida, de Domínguez, en conjunción con el segundo de Trezeguet por suerte alcanzaron para llegar, aunque sea arrastrados y casi sin aire, a clavar la bandera en el pico de la montaña. Y si bien fueron secundados más que aceptablemente por varios chicos de inferiores, junto con el aporte de algunos refuerzos que se acoplaron durante pasajes del torneo a las necesidades, River permanentemente demostró que solo funcionó como equipo en los vestuarios, los entrenamientos y las concentraciones. Salvo las excepciones que siempre decoran a las reglas, durante cada función oficial de 90 minutos el equipo se enamoró perdidamente de esa costumbre azarosa de sacarle el mayor jugo posible al poder y la impronta de sus individualidades.
A Almeyda le reconozco su enorme voluntad y voracidad por querer sacar adelante la situación, pero a la hora del balance de su trabajo deberá darse cuenta que tuvo la fortuna de acertarle un pleno al cara y ceca de tentar la suerte. El fútbol de River cortó clavos durante casi la totalidad de los 3420 minutos que duraron los 38 partidos, pese a que cada segundo de todo ese tiempo estuvo en puestos de ascenso directo y cumpliendo el objetivo. Así de alborotado fue el año por el que pasamos. Plagado de contracaras y de alteraciones, tanto en el campo de juego como en el electrocardiógrafo de cada uno de los hinchas.
Pero afortunadamente, después de 363 amaneceres encapotados y tenebrosos pudimos despertar una mañana sin esa bola llena de opresión que teníamos en la garganta. En ese desahogo infinito que se produjo en el segundo posterior al 2-0 de Trezeguet recobramos aunque sea por un tiempo ese factor tan valioso llamado tranquilidad.
La enseñanza fue profunda y devastadora. Esperemos que a esa lista también se agregue la palabra suficiente, teniendo en claro que no hay mejor ascenso que el de ponernos como meta de una vez por todas haber aprendido la lección del descenso.
La urgente vuelta a primera solo fue el primer paso hacia la redención. Todavía quedan muchas cuentas por saldar con nuestra historia por esa herida que jamás se borrará. Ojalá en un futuro, y con otras caras en la conducción política, podamos decir que además este fue el puntapié inicial para llegar algún día a esa refundación definitiva que tanto anhelamos…