El oro y el barro

La tarea nunca fue sencilla. Porque volver a poner los dos pies en River significaba para él estacionar su pasado dorado en las calles embarradas, en pleno epicentro de ese temporal que significaba el correr del último año de la peor y más inepta presidencia de la historia. Porque luego se bancó el menosprecio y la desconfianza de algunos desmemoriados. Porque soportó el semestre pasado la sucesión de robos arbitrales más grosera que se haya conocido en un torneo. Y porque padeció este año el nulo apoyo dirigencial ante cada derrota.

Innegablemente con malas decisiones tomadas, también él contribuyó mucho a profundizar aquellos momentos de caos reinante, porque el equipo no sabía a lo que jugaba y no lograba su identidad. Aunque también es justo reconocer que, por una causa u otra, desde el 29 de noviembre del 2012 hasta el día de hoy nunca ha tenido a su alrededor un contexto favorable y de confortabilidad plena.

Pero la merecida revancha que muchos no quisieron darle puso las cosas en su lugar. Porque pudo revertir el mito de que era un perdedor nato ante el clásico rival. Y de que era un tipo pasado de moda para el fútbol moderno y los jugadores jovenes. Y de que no tiene atributos desde el conocimiento táctico para resolver situaciones. Y de que sólo triunfaba con planteles de primera línea.

Creo que el partido decisivo ante Racing fue el fiel reflejo de ésta tercera aventura como técnico del club. Altibajos. Vértigo. Situaciones de bienestar entrelazadas con pérdida de control. Momentos alegres y otros desesperantes. Pero siempre sacando un conejo de la galera para salir de las tempestades en situaciones límite, para agarrarse mágicamente de la baranda cuando los dos pies ya estaban sueltos del precipicio, para renacer cuando todos lo daban por muerto, como ocurrió con ese penal atajado por Chichizola.

Ese indescifrable riojano que también cometió el error de embarrarse la cancha a sí mismo con alguna frase muy desafortunada y grosera, o con la inclusión de sus jugadores fetiche, que sin dudas le quitaron lugar para sumar minutos como variantes a otros que merecían mucho más esa oportunidad.

Ese caballero audaz que pudo mantener reluciente su traje de oro del pasado pese al océano de lodo en el que estuvo inmerso. Con una muñeca envidiable, con mucha lucidez para tomar decisiones futbolísticas clave en momentos calientes, y brindando una clase magistral de cómo ganarse el respeto y cómo llevar adelante un plantel que se mantuvo unido de principio a fin para lograr un objetivo que parecía impensado un par de meses atrás.

Ese superhéroe que alegró a tres generaciones de pibes de River durante tres décadas distintas, y que después de los años más oscuros de la historia logró con su sello tan especial volver a sacarnos una sonrisa bañada de lágrimas.

Ese personaje maravilloso repleto de picardía encantadora que no hace falta nombrar para identificarlo. Ese valiente que ahora tendrá la obligación de conseguir que el buen juego sea constante y de mantenerse en el camino de los éxitos. Las más hermosas de las responsabilidades, esas que lo hicieron poder embarrarse en su indiscutida gloria de 24 kilates.

La tarea nunca fue sencilla. Porque volver a poner los dos pies en River significaba para él estacionar su pasado dorado en las calles embarradas, en pleno epicentro de ese temporal que significaba el correr del último año de la peor y más inepta presidencia de la historia. Porque luego se bancó el menosprecio y la desconfianza de algunos desmemoriados. Porque soportó el semestre pasado la sucesión de robos arbitrales más grosera que se haya conocido en un torneo. Y porque padeció este año el nulo apoyo dirigencial ante cada derrota.

Innegablemente con malas decisiones tomadas, también él contribuyó mucho a profundizar aquellos momentos de caos reinante, porque el equipo no sabía a lo que jugaba y no lograba su identidad. Aunque también es justo reconocer que, por una causa u otra, desde el 29 de noviembre del 2012 hasta el día de hoy nunca ha tenido a su alrededor un contexto favorable y de confortabilidad plena.

Pero la merecida revancha que muchos no quisieron darle puso las cosas en su lugar. Porque pudo revertir el mito de que era un perdedor nato ante el clásico rival. Y de que era un tipo pasado de moda para el fútbol moderno y los jugadores jovenes. Y de que no tiene atributos desde el conocimiento táctico para resolver situaciones. Y de que sólo triunfaba con planteles de primera línea.

Creo que el partido decisivo ante Racing fue el fiel reflejo de ésta tercera aventura como técnico del club. Altibajos. Vértigo. Situaciones de bienestar entrelazadas con pérdida de control. Momentos alegres y otros desesperantes. Pero siempre sacando un conejo de la galera para salir de las tempestades en situaciones límite, para agarrarse mágicamente de la baranda cuando los dos pies ya estaban sueltos del precipicio, para renacer cuando todos lo daban por muerto, como ocurrió con ese penal atajado por Chichizola.

Ese indescifrable riojano que también cometió el error de embarrarse la cancha a sí mismo con alguna frase muy desafortunada y grosera, o con la inclusión de sus jugadores fetiche, que sin dudas le quitaron lugar para sumar minutos como variantes a otros que merecían mucho más esa oportunidad.

Ese caballero audaz que pudo mantener reluciente su traje de oro del pasado pese al océano de lodo en el que estuvo inmerso. Con una muñeca envidiable, con mucha lucidez para tomar decisiones futbolísticas clave en momentos calientes, y brindando una clase magistral de cómo ganarse el respeto y cómo llevar adelante un plantel que se mantuvo unido de principio a fin para lograr un objetivo que parecía impensado un par de meses atrás.

Ese superhéroe que alegró a tres generaciones de pibes de River durante tres décadas distintas, y que después de los años más oscuros de la historia logró con su sello tan especial volver a sacarnos una sonrisa bañada de lágrimas.

Ese personaje maravilloso repleto de picardía encantadora que no hace falta nombrar para identificarlo. Ese valiente que ahora tendrá la obligación de conseguir que el buen juego sea constante y de mantenerse en el camino de los éxitos. Las más hermosas de las responsabilidades, esas que lo hicieron poder embarrarse en su indiscutida gloria de 24 kilates.

Excelente texto

Gracias, Turco.

El gran Ramón lo hizo de nuevo. Pobres los que dudan que sea el indicado para ser máximo prócer de nuestro club.

Salir campeon y leerlo al Turco. Completo.
:thumright:

Es simple, Ramón tiene algo que los demas tecnicos no tienen y se llama magia en el mas puro significado de la palabra.

Vos sos @turcocarp en Twitter?

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Si

Ramón, lo hizo de nuevo.
Siempre estuvo un año para salir campeón el Riojano, llego en el 95 y un año después dimos la vuelta, volvio en el 2001 y el año siguiente campeonamos, y re-volvio en 2013 (aunque llego en fin de año de 2002) tuvimos que esperar un año para volver a ser campeón, gracias Ramón!


JE

Pobres el resto de equipos del mundo entero que no tienen un Ramón para disfrutar

excelente!

Ffff, piel de gallina…

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Fenomenal texto turquito! tirastes magia como lo hace Ramao con el equipo

Beautiful Turco. Bien ahí marcando todo, lo bueno y lo malo, para los que dicen que los que queremos a Ramón somos más hinchas de él que de River.