Por Pablo Desimone - 14/11/2011 (LPM) (La flashea pero siempre está bueno leerlo)
CAMBIANTE. El equipo de Almeyda gana con la misma facilidad con la que pierde.
No solo se perdió contra el Decano Tucumano. Se perdió el equilibrio, nos caímos de la cuerda. La sacamos baratita en el primer tiempo y nos clavaron la duda de “para qué estamos”. Otra vez, de un domingo a otro, la misma canción. Dobles de cuerpo, de personalidad, de cabeza y de espíritu. Ciclotímicos, lo más parecidos al Zelig de Woody Allen, ese personajito de varias caras. Un día vuelve el River del buen juego y la ilusión, y siete días después, el del diván y el pesimismo.
Son tan fuertes sus contrastes como nuestro amor y nuestra bronca. Aunque en el fondo uno diga, mientras metaboliza, “yo sigo ahí”. Y al final desahogué parte de esa rabia y revoleé remeras al son de “jugando bien o jugando mal…”, y canté “que el mundo me hizo así, no puedo cambiar.” Y si es verdad…. En realidad, este amor por River no lo vamos a cambiar aunque ya es hora de no amargarnos tanto. De empezar a recuperarse del viejo síndrome maníaco depresivo, de que las alegrías se empiecen a prolongar. De armar una fiesta y festejar. De que uno llegue a casa con ganas y la mujer no le diga: “Hoy no mi amor, me duele la cabeza”. O al revés, él a ella. ¿Qué pasa? ¿Gataflorismo, histeria, síndrome vertiginoso, culpa de estar bien? ¿O simplemente errores tácitos y de funcionamiento?
¿Por qué un domingo Gardel, y al siguiente ni un berreta cantor de tren? Hay una arritmia emocional, un sube y baja tan pronunciado que nos descoloca, nos angustia y nos produce nuevas palpitaciones. No el del colesterol bueno, sino del otro. Nos ahoga, nos deja sin palabras. Es tan irracional. Hay un “punto ciego” en este equipo, en ese terreno a revisar.
Tácticamente, volví a ver un River blandito, perdido, sin plan ni funcionamiento colectivo. Que perdió la mayoría de las divididas. Extrañamente impreciso en Cirigliano, de terror el hueco que quedaba detrás de él. Sin palabras para la actuación de Román. Y un equipo que deberá plantearse de manera urgente quién es el conductor. Porque el Chori sigue crudo.
Ríos que no aprovecha sus situaciones. Apurado o muy livianito, desperdicia goles claves. Y el resto, sorprendido, tal vez, por un Atlético que -lejos de esperarlo- salió a guantearlo al medio del ring. Y le ganó ampliamente. ¿Quién? ¿Barrado? ¿La “Pulga” Rodríguez? Sí, pensaba yo, dos jugadores de experiencia te pueden complicar. Y encima apareció ese Montiglio que hizo un surco por la derecha. Y atrás, en defensa, tuvo a ese pelado Barone que fue un muro. Cómo habrá sido, que a los 21 minutos teníamos dos goles adentro.
También me siguen quedando dudas si Chichizola no se quedó demasiado en el primer gol. Igual, estas son solo menudencias. River hizo todo mal. Metió diez cambios de frente y no acertó ninguno. No hubo sociedades, desborde y menos gente que raspe. Algo imprescindible para esta categoría. Aguirre, mientras tanto nunca estuvo en la mente del técnico. Rarísimo en el Pelado, que cuando necesitó agarrar la pelota, acudió a Affranchino y Bou, dos cambios intrascendentes. Mucho más pensando que sacó a Ocampo, que fue quien más se prodigó en el desdoble ataque y defensa. Y en el caso del punta por Abecasis, solo aportó hibridez en un momento que el partido quemaba.
Y sí… ¡Yo sigo! Seguiré arruinándome muchos domingos. Ahora sumada a la lucha semanal por el canje. Harto de Internet, de Macri, Passarella y el gran bonete. Que se reparten culpas y responsabilidades. En ese fuego cruzado, nosotros hinchas y periodistas partidarios, "salpicados y castigados”. Cientos, afuera. Muchísimos, muertos de ganas de estar sí o sí. Cargados de impotencia por no poder ir y después preguntarse: “¿Para esto?”.
Y sí, para esto. Aunque más no sea para recontratar la “pertenencia”. A ver si nos entienden. Nadie tenía escrito lo que iba a pasar. Todos queríamos estar en la vuelta al “olor del hogar”, en ese magnífico recibimiento. En los parlantes, esa voz tan Massa que nos dice: “Bienvenidos a casa”. En esa previa, con la cuarta campeona dando la vuelta y los atletas de River en los Panamericanos. Todo a pura emoción.
Y uno que jura y se promete no manguear ni hacerle el juego a la reventa. Y zás, cuando menos lo espero, aparece el “amigo” que llama y me dice: “¿Cómo no vas a estar? Bajá la calentura, te doy las mías. Vos no podés faltar”. Y entonces me vuelvo a entusiasmar. Doy las gracias a Dios, a esos colegas/hermanos que sienten que River es nuestra misa y me contradigo… y voy de garrón, a la argentina, pero voy. Sé que me contradigo, pero es más fuerte que yo.
¿Y con qué me encuentro? Con que nos ganan otra vez en el Monumental y los fantasmas que vuelven. Y sin embargo, a pesar de todo este “desequilibrium tremens” del equipo, todos sabemos que a nosotros también nos alcanza. Como al país con el dólar, Aerolíneas, la Selección que no da ni pie con bola… Yo sigo, me saco la remera, abrazo a mis dos hijos y sigo…”Olé olé olé, yo te quiero, no me importa nada, te vengo a alentar…”. Ellos me dicen: “Pá, ¿y si de paso vamos a ver a las ballenas?”.