Un centro de poder económico
El análisis más común (y simplista) habla de la exclusión social en Argentina y cómo los ‘desplazados’ encuentran legitimación social en las tribunas. El argumento se desbarata cuando se expone el ejemplo de la barra brava de River. Hasta hace poco, los jefes de los violentos eran los hermanos Schlenker, hijos de una familia rica de la capital, que conducen autos caros y viven en Belgrano, uno de los barrios más pijos de Buenos Aires. Hasta el año pasado, manejaban una pequeña empresa ‘de la violencia’, con importantes beneficios económicos, administrando (y revendiendo) las entradas de favor que les entregan los dirigentes y haciendo otros negocios en las tribunas. Pero todo se desmadró en el invierno de 2007, cuando se desató una interna cruel por un negocio: todos querían quedarse con una parte de los 60.000 dólares que la dirigencia de River había entregado como ‘obsequio’ a los violentos. ¿De dónde salió ese dinero? Era parte de la transferencia de Gonzalo Higuaín al Real Madrid. Hoy, los hermanos Schlenker están acusados de mandar a matar a un ex amigo de ellos, que se fue a las filas del grupo rival.
En parte, la culpa de lo que ocurre es de la mayoría de los dirigentes del fútbol argentino, que crearon un ‘Frankenstein’ que no pueden detener. Primero entregaban entradas gratis a esos hinchas; así, ante una mala campaña del equipo, tendrían el respaldo de la barra brava. Pero la exigencia de los ultras se fue haciendo desmedida y ya nadie los puede frenar. Incluso, jugadores y entrenadores suelen ‘aportar’ para la cuenta de los hinchas, pero nadie lo admitirá jamás.
La vinculación entre los violentos y la política
El otro elemento que colabora para la impunidad es la estrecha relación que existe entre los grupos violentos y la política. Los fines de semana se dedican a pelearse en las tribunas; durante la semana, ponen sus servicios a las órdenes de diferentes políticos, especialmente en las ‘intendencias’ (ayuntamientos) bonaerenses. Si hasta el ex presidente Néstor Kirchner tiene peligrosas relaciones con las barras: de Racing (club del que es aficionado), Chacarita (una de las más peligrosas de Argentina, a pesar de que el club milita en la segunda división) y de Estudiantes de La Plata (Kirchner vivió y cursó estudios en esa ciudad).
En Mendoza, la provincia donde la niña recibió una bala, los incidentes son cosa de todos los fines de semana. Cada domingo llegan noticias de enfrentamientos entre los hinchas, con varios heridos. Y allí también hay apoyo político. En 2006 se descubrió que la barra brava de Godoy Cruz recibía pagos desde la gobernación, aunque nunca hubo detenidos ni condenados por esa causa. El gobernador era Julio Cobos, ahora vicepresidente del gobierno de Cristina Kirchner.
Con el respaldo de dirigentes y políticos, es casi imposible acabar con el poder de las barras bravas. Así, los violentos seguirán viviendo tranquilos, a resguardo de que sus delitos no serán condenados. Y el fútbol argentino se seguirá muriendo a causa de la impunidad.
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