Crisis mundial: Privatizaciones, bomba de tiempo

//youtu.be/16GGqHyDaaE

El gobierno griego ha presentado una batería de medidas de ahorro y privatizaciones para esquivar otra vez el castigo de los mercados. A cambio el ejecutivo dirigido por George Papandreu exige al FMI y la Unión Europea que entreguen el quinto tramo de su préstamo valorado en 12.000 millones de euros, o de lo contrario habrá suspensión de pagos.
Ilias Iliopoulos, líder del sindidato de funcionarios advierte “Habrá una explosión social si esta austeridad continúa castigando a la gente. Habrá resistencia, manifestaciones y fenómenos de protesta que serán incotrolables.”
Grecia ha reiterado que continuará su programa de ajuste fiscal, mientras recurre a recortar gastos por valor de 6.000 millones de euros, o sea el 2,8% del PIB. Para reducir el déficit al 7,5% del PIB a fines de año, Grecia promete privatizar la compañía de telecomunicaciones OTE, la empresa de ferrocarriles, la banca Postbank así como los puertos del Pireo y Tesalónica. Pero los mercados desconfían: las ventas públicas no tienen fecha, ni precio, además hay que crear una agencia de privatizaciones. Todo eso necesita un tiempo que Grecia ya no tiene.

Grecia: más sacrificios para evitar la quiebra | euronews, internacionales

Grecia, una bomba de tiempo
Todo indica que la quiebra de ese país es cuestión de días

No hay día en que todos los diarios del mundo no hablen sobre la posibilidad de que Grecia incumpla sus compromisos relacionados con el pago de los servicios de su deuda soberana.

Los mercados no ignoran que los principales afectados con el  incumplimiento del pago de los servicios de la deuda griega son los  acreedores, entre los cuales está gran parte de la banca europea y  agentes privados no bancarios de la región.

No ignoran tampoco que al incumplir con el pago de los servicios de su  deuda, Grecia está invitando a otros países de la región, principalmente  Irlanda y Portugal, a actuar de la misma manera, por lo que la  probabilidad de registrar una nueva crisis bancaria mundial es alta,  señala Casa de Bolsa Vector en su análisis semanal.

Calificación de Fitch

La semana pasada la agencia calificadora de riesgos Fitch bajó en tres  tramos la calificación de la deuda soberana griega, así como la de sus  principales bancos, quienes considera resentirían en primera línea los  efectos de un posible incumplimiento de pagos, poniendo en riesgo no  sólo su salud financiera sino incluso su existencia.

Según Fitch, los bancos griegos cuentan con una significativa  exposición a la deuda pública de Grecia, cifrada en unos 63,000 millones  de euros.

Por otro lado, no hay que perder de vista que los bonos del gobierno  griego y la deuda garantizada por éste son empleados en gran medida como  colaterales ante el Banco Central Europeo, por lo que no se descarta  que haya penalizaciones para reflejar el aumento del riesgo soberano  griego.

De acuerdo con cifras del Banco Internacional de Pagos (BIS) la deuda  total de Grecia ascendería a 277,000 millones de euros, de los cuales  92,000 estarían en posesión de agentes económicos de Francia y 69,000 en  los de Alemania. En total la nación tiene un nivel de deuda equivalente  al 4% del total de deuda gubernamental que se ha emitido en la  Eurozona.

El PIB de Grecia es de 230,170 millones de euros, de modo que la deuda  equivale a 120% de su PIB, pero se prevé aumente a 166% el próximo año,  en función de la caída económica que observará y del fuerte incremento  de los servicios ante el aumento de las tasas de interés (cerca de 15  puntos porcentuales por encima de los bonos alemanes). Lo más grave es  que el crecimiento del producto potencial griego apenas supera el 1.0%  anual, por lo que no se ve la posibilidad de que pueda generar en el  futuro los recursos necesarios para pagar su deuda. La única salida que  le queda es el "default" (incumplimiento de pagos).

El problema de Grecia en tal sentido no es de sí cumple o no con las  exigencias del FMI y del BCE. El problema es de insolvencia ante lo  abultado de su deuda, lo elevado del déficit fiscal y lo reducido del  crecimiento potencial de su economía.

Efecto indirecto

Si bien, México no tiene una exposición directa ante el problema  griego, sí la tiene de manera indirecta a través de las relaciones  financieras que sostienen las matrices españolas, inglesas y americanas  de alguno bancos domiciliados en México no sólo con Grecia, sino  sobretodo con Portugal e Irlanda.

Ante estas circunstancias la lógica aconsejaría mantenerse  relativamente alejados de las inversiones en bancos y elevar los  mecanismos de cobertura como podrían ser metales preciosos.

Grecia, una bomba de tiempo - Diario de Yucatán

Grecia reaviva el fantasma de una crisis mundial

ROMA.- Una hecatombe. Un efecto dominó terrible. Un contagio igual o peor al que ocurrió cuando, a mediados de septiembre de 2008, Lehman Brothers quebró e hizo temblar el sistema financiero global y desencadenó la peor crisis económica desde los tiempos de la Gran Depresión.
Esto podría suceder, coinciden los expertos, si el cada vez más temido fantasma del default se hace realidad en Grecia. Ahí la disyuntiva pasa ahora por profundizar aún más dramáticamente la política de austeridad o retornar a la vieja dracma (la ex moneda griega), algo que provocaría un tsunami financiero global todavía más devastador que el que desató la caída de Lehman Brothers, según diversos economistas.
Pese a haber recibido hace un año un megarrescate de 110.000 millones de euros de parte de la Unión Europea (UE) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) a cambio de un durísimo primer ajuste, el país del Partenón se encuentra al borde del colapso.
“La sensación es que Grecia va camino del default, pero la UE no puede permitir algo así”, aseguró a LA NACION el economista Carlo Altomonte, profesor de Economía de Integración Europea en la prestigiosa Universidad Bocconi, de Milán.
Altomonte subrayó que tanto el Banco Central Europeo (BCE) como otros organismos financieros del Viejo Continente tienen títulos de deuda griega.
Como muchos otros, este experto italiano no descartó un efecto “peor o, al menos, comparable” al de la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, si Grecia cae en default.
“Si Grecia colapsa, nadie sabe dónde terminaremos”, admitió el experto.
En la central plaza Syntagma de Atenas, frente a la sede del Parlamento, miles de manifestantes -entre ellos, muchos “indignados” griegos que tomaron como modelo el movimiento español- protestan desde hace días contra un segundo e inevitable plan de austeridad anunciado el lunes pasado por el gobierno socialista de Georges Papandreou, después del virtual fracaso del primero.
Entre la espada y la pared, presionado como nunca por la denominada “troika” -compuesta por la Comisión de la UE, el BCE y el FMI-, Papandreou dejó en claro que los griegos, que sufren su peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial y una tasa de desempleo del 16% (que podría saltar al 25% a fin de año), deberán ajustarse el cinturón aún más, con más despidos de funcionarios públicos, subidas de impuestos y nuevos recortes a las pensiones.
Aunque el premier griego no dio detalles de las nuevas medidas con las que el gobierno tratará de reducir el déficit en 6500 millones de euros y conseguir que a fin de año baje al 7,5% del PBI (frente al 10,5% con que cerró 2010), se da por hecho que subirá el impuesto de circulación, las tasas sobre el gas y sobre las bebidas, y otros gravámenes.
La oposición conservadora anunció esta semana que no aprueba esta vez el recorte. Ese consenso era más que necesario porque ahora, sin acuerdo entre los partidos griegos, la UE y el FMI pueden retener la próxima cuota del rescate.
A pesar de que es rechazado por extremo por la oposición, este ajuste no será suficiente. El Estado deberá todavía vender todo lo vendible.
En un plan de privatizaciones de lo más impopular, que debería hacerle recaudar 50.000 millones de euros antes de 2015 para cubrir la brecha fiscal, el Estado griego se desprenderá de la telefónica, el correo, dos puertos, empresas de agua y hasta una compañía que maneja las carreras de caballos. Todo, menos la Acrópolis y las islas, satirizó la prensa sensacionalista alemana.
En medio de una alta conflictividad social -protestas, una convocatoria a una huelga general el próximo 21 de junio- y el rechazo de parte de la oposición, sindicatos e “indignados”, evidentemente el plan de ajuste de hace un año no ha dado los resultados esperados.
El objetivo, ahora, es convencer a la “troika” de que Grecia esta vez hará realmente sus deberes, por más impopulares que sean. Y que podrá pagar su deuda, que se espera que llegue a 537.000 millones de dólares el año que viene, un 157,7% del PBI. Grecia espera recibir, a cambio, el nuevo salvavidas: plata fresca para hacerle frente a los vencimientos de la deuda, en la quinta entrega del préstamo ya aprobado hace un año, una suma de 17.000 millones de dólares.
“Si no recibimos el dinero el 26 de junio nos veremos obligados a cerrar la tienda y declarar la imposibilidad de pagar nuestras obligaciones”, admitió hace unos días el ministro de Finanzas, Georgios Papaconstantinou.
Pero la verdad es que los expertos consideran que, pese a todo este sangre, sudor y lágrimas, y a la ayuda internacional, Grecia no podrá hacerle frente a sus deudas. Y la palabra “reestructuración” suena más fuerte que nunca. El premio Nobel de Economía Paul Krugman dijo que “hay un 50% de posibilidades” de que Grecia pueda salirse del euro.
Fiel reflejo de la tragedia griega que se consuma, a principios de esta semana una funcionaria de ese país, la comisaria europea para la pesca, Maria Damanaki, puso negro sobre blanco los escenarios posibles. “O encontramos un acuerdo con los acreedores para que nuestro programa de duros sacrificios tenga resultados, o volvemos a la dracma”, dijo. “La mayor conquista de Grecia de la posguerra, el euro, y la presencia de nuestro país en el mercado europeo están en peligro”, advirtió la funcionaria.
Riesgo de contagioSi bien para Altomonte, de la Universidad Bocconi, una bancarrota de Grecia no repercutiría directamente sobre el sistema bancario italiano -porque no tiene mucha deuda de ese país- existe, de todos modos, un riesgo de contagio. “Si Grecia cae en bancarrota, puede caer en bancarrota Portugal y puede aumentar la tasa de interés sobre la deuda italiana, algo que requeriría un ajuste de las finanzas públicas más pesado, lo que significa más recortes o más impuestos y menos crecimiento”, pronosticó.
Altomonte está entre quienes sostienen que no hay que abandonar a Grecia y que hay que otorgarle ayuda financiera, por lo menos hasta el año próximo. Para él, si se llegó a esta situación al borde de la cornisa es porque el plan de austeridad puesto a punto el año pasado fue demasiado ambicioso. Y, también, porque Grecia no ha hecho bien su tarea.
“Grecia no respetó sus compromisos, ni en cuanto al tema privatizaciones ni en cuanto al aumento de los ingresos fiscales a través de una reducción de la evasión”, sostuvo Altomonte.
¿No hay que culpar también a la eurozona? “La culpa original del área euro es haber tenido una política monetaria centralizada por el BCE y que la política fiscal hubiera quedado descentralizada, manejada por los Estados miembros, sin mecanismos de coordinación o de apertura de líneas de crédito”, opinó el especialista italiano.
“La gran paradoja es que la crisis, que ha logrado poner en marcha ciertos mecanismos, ha hecho mejor a la eurozona, si es que logra sobrevivir”, agregó.
Altomonte, sin embargo, está convencido de que la eurozona tiene el 98% de posibilidades de sobrevivir. “El problema es político, lo cual me asusta. Porque desde el punto de vista económico, no hay problemas de liquidez: la ayuda a Grecia, en verdad, son migajas: se trata de un pequeño porcentaje del PBI europeo… No hay problemas de liquidez, sino de voluntad política.”

Grecia reaviva el fantasma de una crisis mundial - lanacion.com

Los rescates no impedirán cuatro defaults europeos

NUEVA YORK.- Los países conocidos como Piigs -Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España- cargan con niveles cada vez más insostenibles de deuda pública y privada. Varios de los más afectados -Portugal, Irlanda y Grecia- han visto que los costos de su endeudamiento alcanzaban cifras sin precedente en las últimas semanas, aún después de que su pérdida de acceso a los mercados propiciara rescates financiados por la UE y el FMI. También están aumentando los costos del endeudamiento de España.
Grecia es claramente insolvente. Aun con un plan de austeridad draconiano, que asciende al 10% de su PBI, su deuda pública ascendería al 160%. Portugal, donde el crecimiento lleva un decenio estancado, está experimentando un desastre en cámara lenta que provocará la insolvencia del sector público. En Irlanda y en España, la transferencia de enormes pérdidas del sistema bancario al balance general del Estado, que se suma a una deuda pública en aumento, provocará con el tiempo la insolvencia de su deuda soberana.
El planteamiento oficial, el plan A, ha sido el de fingir que esas economías padecen una crisis de liquidez y que la facilitación de préstamos de rescate, junto con austeridad fiscal y reformas estructurales, puede restablecer la sostenibilidad de la deuda y el acceso a los mercados. Esa actitud de “prolongar y fingir” o de “prestar y rezar” está condenada al fracaso porque la mayoría de las opciones a las que han recurrido en el pasado los países endeudados para librarse de su excesiva deuda no son viables.
Los Piigs no disponen de la antigua solución de imprimir dinero y escapar de la deuda mediante la inflación porque están atrapados en la eurozona. La única institución que puede poner en marcha la máquina de imprimir -el Banco Central Europeo- nunca recurrirá a la monetización de los déficits fiscales.
Tampoco podemos esperar un rápido crecimiento del PBI para salvar a esos países. La carga de la deuda de los Piigs es tal que resulta imposible que obtengan resultados económicos sólidos. El crecimiento que algunos de esos países lleguen a registrar depende de reformas impopulares que darán frutos a largo plazo… y sufrimiento mayor a corto plazo.
Para restablecer el crecimiento, esos países deben recuperar competitividad logrando una depreciación real de su divisa, convirtiendo sus déficits comerciales en superávits, pero un euro que está apreciándose, impulsado por una restricción monetaria del BCE, entraña una mayor apreciación real.
La solución alemana para ese aprieto -el aumento de los salarios por debajo de la productividad- tardó más de un decenio en dar resultados. Si los Piigs iniciaran hoy ese proceso, los beneficios tardarían demasiado en llegar.
La última opción -la deflación de los salarios y los precios- para reducir los costos, lograr una depreciación real y restablecer la competitividad va acompañada de una recesión más profunda. La depreciación real necesaria para restablecer el equilibrio del saldo del comercio exterior aumentaría el valor de las deudas en euros.
Tampoco son opciones viables las de reducir el consumo privado y público. El sector privado puede gastar menos y ahorrar más, pero eso entrañaría un costo inmediato, conocido como la paradoja de la frugalidad de Keynes: reducción de la producción económica y aumento de la deuda como porcentaje del PBI. Estudios recientes del FMI y otros indican que el aumento de los impuestos, la reducción de las subvenciones y del gasto estatal, incluso el ineficiente, asfixiaría el crecimiento, lo que exacerbaría el problema de la deuda.
Si los Piigs no pueden librarse de sus problemas mediante la inflación, el crecimiento, la devaluación ni el ahorro, el plan A está fracasando. La única opción sustitutoria es el plan B: una reestructuración ordenada y una reducción de las deudas de los Estados, familias y bancos de esos países.
Puede hacerse de varias formas. Una puede ser la de reestructurar las deudas públicas de los Piigs sin reducir la cantidad principal debida, que consiste en ampliar las fechas de vencimiento de las deudas y reducir la tasa de interés de la nueva deuda. Esa solución limita el riesgo de contagio y las posibles pérdidas que las entidades financieras arrastrarían.
Las autoridades deberían examinar la posibilidad de recurrir a las innovaciones usadas en los decenios de 1980 y 1990 para ayudar a los países en desarrollo cargados de deuda. Se podría alentar a los titulares de bonos a que cambiaran los bonos por otros vinculados con el PBI. Otra forma de convertir en parte la deuda hipotecaria en patrimonio de los accionistas es la de reducir el valor nominal de las hipotecas y aportar los beneficios futuros, en caso de que los precios de las viviendas aumenten a largo plazo, a los bancos acreedores. Se podrían reducir los bonos bancarios y convertirlos en fondos propios, lo que evitaría la absorción de los bancos por el Estado e impediría que la socialización de las pérdidas de los bancos causara una crisis de la deuda soberana.
160%Es la relación entre la deuda y el PBI de Grecia, razón que explica por qué este país amenazó esta semana con suspender pagos en caso de no recibir un nuevo rescate.

Los rescates no impedirán cuatro defaults europeos - lanacion.com

Wall Street
Esperando la próxima crisis

Tras vivir el peor colapso en los últimos 50 años, el corazón de las finanzas globales busca recuperarse. Pero ya hablan de una nueva crisis y otra burbuja tecnológica. El contagio a Grecia y la crispación social.

					Estamos en la esquina de las calles de La Avaricia y El  Repudio. Esos  podrían ser los nuevos nombres de las actuales Wall  Street y Pearl  Street en el Lower Manhattan de Nueva York esta tarde de  primavera  ventosa. Por un lado, los hombres de negocios con sus trajes  impecables  de Brooks Brothers y sus camisas de Pink, que apuran el  paso para dejar  temprano la zona de las finanzas. Por el otro, miles de  maestros,  estudiantes y empleados estatales con pancartas, pitos y  bombos  improvisados con tachos de plástico pidiendo que el pago de los   impuestos sea igual para todos y que se preserven sus empleos. Una   confrontación y un escenario perfectos para esta historia: éste fue el   epicentro de la crisis financiera que estalló en 2008 y que nadie sabe   cuándo y cómo terminará. El lugar desde donde hoy se juega la caída o la   supervivencia de Grecia. Y la zona cero de lo que todos esperan sea la   próxima crisis.

Dentro del Stock Exchange, el histórico edificio donde se transan las principales acciones del mundo, ahí, en las escalinatas del Federal Hall, ya se vive la nueva burbuja de las empresas tecnológicas. Las transacciones en el mercado secundario pusieron un valor exorbitante a Facebook (7.600 millones de dólares) y Twitter (7.700 millones), por encima de empresas como Boeing y Ford. Y la oferta pública inicial de Linkedin (una red social de conexiones profesionales) en 3.300 millones. Un día después, Microsoft compró Skype (la telefónica de Internet) por la formidable cifra de 8.500 millones de dólares, diez veces el volumen de sus ventas del año pasado y 400 veces su presupuesto de operaciones. Y ese mismo día, The Wall Street Journal hablaba de una estampida en el precio de las acciones de Renren y de Youku, conocidos como el Facebook y el You Tube chinos.

Pareciera que nada se aprendió de la burbuja de Internet de hace una década, la corriente especulativa que se dio entre 1997 y 2001 con las punto com. “Hoy es Internet, pero también hay una enorme especulación con los commodities, particularmente los granos, los CDO (un sofisticado producto financiero que reúne una canasta de préstamos respaldados por activos de alto riesgo) y hasta los paquetes de ayuda financiera a los países en quiebra. Se especula con todo y sin reservas. Pareciera que no se aprendió nada de la crisis de 2008, que casi nos desnuca. Pero esa es la esencia del capitalismo”, comenta Milo Norris, un trader de la Bolsa que corre agarrado de un maletín de cuero de Brioni para escabullirse de las manifestaciones.

En la calle continúan las marchas. Los maestros piden que el Bank of America pague los impuestos que le corresponden. Según el último balance, el banco –que fue uno de los rescatados por los 700.000 mil millones de dólares que puso el Estado norteamericano para salvar del colapso a sus principales instituciones financieras– pagó en promedio menos dinero en impuestos que un empleado estatal. “Nosotros salvamos a los bancos. Ahora, que nos devuelvan la plata”, grita Alex Funes, un maestro de Harlem al que le recortaron las horas extras.

Las columnas de trabajadores estatales y de maestras dan la vuelta por la calle Broad y ponen en alerta al escuadrón del SWAT que impedirá cualquier intento de acercarse a la Bolsa. Unas secretarias con trajes comprados en los saldos de Century 21, la tienda puesta de moda por las chicas de Sex and the City, corren hacia la boca del subte. En el balcón de uno de los clubes privados de la zona, tres tipos jóvenes de trajes brillosos toman champán y se divierten con la escena. La luz del sol que cae entre los edificios los baña de oro. “Están en el Titanic”, les grita Joseph Harenblith, un viejo profesor, militante de la izquierda neoyorquina, veterano de cientos de manifestaciones. “En realidad, no es el Titanic”, se rectifica. “No se hunden mientras están ebrios de champán. Siguen haciendo grandes negocios. Eso de que las crisis crean oportunidades sólo se cumple con ellos. Están esperando con alegría la próxima”.

Algunos de estos temas reaparecen dos días más tarde en una charla con el profesor Mark Blyth, de la prestigiosa universidad de Brown. “La crisis del 2008 aún no terminó. Pero cuando uno dice que puede haber una nueva crisis en cualquier momento, la gente quiere que le digan qué día, a qué hora, cuáles son los bonos que van a caer y cuáles serán los países más afectados. Pero eso no es posible de predecir. Lo que sabemos es que hay una nueva crisis en ciernes”, argumenta Blyth. “Se salvó a los bancos –algo que había que hacer como el mal menor—y ahora siguen haciendo lo mismo que hacían antes, apostar a burbujas que les den ganancias rápidas más allá de las consecuencias. Ahora están todos apostando al aumento de los precios de las commodities”. El economista argentino Pablo Goldberg, de uno de los bancos de inversión más importantes de Wall Street, lo explica aún más claramente: “El juego financiero, el riesgo, está en la esencia del capitalismo. Eso es lo que se hace en esta industria. Y si hay regulaciones, siempre se intentará ir hasta el límite de la legalidad. Los inversionistas y la banca siempre van a buscar nuevas maneras de ganar dinero. ¿Las crisis? Siempre hubo, y las va a seguir habiendo. Ahora, como las tormentas del cambio climático, tendrán mayor frecuencia y mayor intensidad”.

Las consecuencias de la crisis, en este momento, las encontramos en Europa. Tres países recibieron rescates financieros por más de 270.000 millones de dólares, sin mayores resultados. Grecia es el más afectado: el premier Yorgos Papandreu amenaza con declarar la quiebra si no le dan un respiro. Fue él quien tuvo que revelar al mundo la mentira creada por el gobierno anterior con los números de su economía. Decían que para 2009 tendrían un déficit del 3,7%, apenas un punto por encima de lo permitido por la Unión Europea, y terminó siendo del 15,5%. Le dieron 110.000 millones de euros de rescate, que fueron a parar a las manos de los que volvieron a sacar el dinero al exterior. Ahora tiene que hacer recortes por 50.000 millones de euros, casi una quinta parte de los activos del Estado.

Irlanda está un poco mejor después de recibir 85.000 millones de euros, pero una buena parte de la inyección de dinero entró en bancos arruinados como el Anglo Irish y el Allied Irish, y crearon un déficit descomunal del 32% del PBI. Portugal sigue hundiéndose en una deuda pública con la que intenta preservar una calidad de vida europea con un presupuesto centroafricano. La oposición vetó por tercera vez el plan de ahorro presentado por el gobierno, y llegó el paquete de ayuda por 78.000 millones de euros. La canciller alemana Angela Merkel ya está cansada de poner la cara por estos gobiernos deficientes, y los mercados están al acecho para hacerse de cualquiera de estas presas fáciles.

“Esta es una crisis sin fin, porque tiene una raíz muy clara: la desigualdad”, explica John Roemer, profesor de Economía de la universidad de Yale. “Hasta que no se achique la brecha entre ricos y pobres, agrandada hasta valores inconcebibles en los años 80 y 90, no saldremos de esta situación”.Roemer también cita la falta de ética y de castigos a los culpables de la caída de los bancos, ocurrida hace tres años, como elementos que contribuyen a la volatilidad económica mundial. Se siguen concediendo enormes sumas de dinero a los directivos de las instituciones que recibieron subsidios multimillonarios. El último fue el hindú Vikram Pandit, presidente del Citigroup, que se llevó 23,4 millones de dólares. Angelo Mozilo, el fundador de Countrywide, una financiera adquirida luego por el Bank of America tras varios años de abusar con las hipotecas subprime (cuya caída fue el origen de la crisis financiera), pactó la semana pasada con la justicia el pago de 67,5 millones de dólares (una cifra muy pequeña teniendo en cuenta lo que ganó) a cambio de ser absuelto de todos los cargos.

El fiscal de Nueva York, Eric Schneiderman, acaba de pedir documentos a Goldman Sachs y Morgan Stanley, dos bancos de inversiones rescatados, para investigar las 10.000 demandas por engaño financiero que recibió contra ellos. En abril, el comité de investigaciones del Senado había dado a conocer su informe sobre la crisis, en el que se advierte que la sórdida historia continúa en todo su apogeo. El State Street Bank recibió este año 885 millones de dólares en devolución de impuestos, a pesar de haber tenido ganancias por 1.600 millones y después de recibir 2.000 millones en ayuda del Estado y el permiso para despedir a 3.600 empleados. Mientras, los ejecutivos siguen recibiendo bonos extraordinarios. Jamie Dimon, del JPMorgan-Chase, se llevó 20,8 millones de dólares; Brian Moynihan, el CEO del Bank of America, se llevó 10 millones. Su banco había perdido 3.600 millones.

El interés y la actualidad del tema de la crisis se vio la semana pasada, con el estreno de la muy esperada producción de HBO, Too big to fail (demasiado grande para caer, la frase que resume la teoría de que hay instituciones de tal envergadura e interconexión con el resto del sistema que su caída provocaría un desastre económico y por lo tanto es más conveniente rescatarla). Un magnífico William Hurt como el secretario del Tesoro Hank Paulson y Paul Giamatti como el jefe de la Reserva Federal Ben Bernanke, logran mostrar con claridad los sucesos tras la caída de los bancos Bear Stearns, Lehman Brothers, y la aseguradora AIG. En la trama, corporizan a gente como Dick Fuld y John Thain, directivos de esos bancos que viven vidas de privilegio y nunca fueron acusados de nada. Esto, a pesar de las graves consecuencias de la crisis en el mercado laboral. Hay 13 millones de estadounidenses que siguen sin trabajo, más del 10% de la población activa. “Ahí es donde se corporiza la crisis, en los trabajadores estadounidenses, griegos y portugueses. Son ellos los que quedan en la calle”, dice el profesor Roemer. “Y el próximo pico de la crisis, que podría venir por la burbuja de los precios de los granos, el déficit comercial chino o por los precios insanos de las empresas de Internet, acabará con más empleos en todo el mundo”.

En el Midtown de Manhattan, en Lexington y la 51, se puede ver otro ejemplo del malestar social que hay en Estados Unidos. Un grupo de activistas sociales y sindicalistas realizan un insólito escrache a un grupo de banqueros que tienen una conferencia en la que se habla sobre los “hedge fund”, esos fondos de inversión convertidos en instrumentos financieros alternativos de alto riesgo que causaron estragos durante la crisis. Los manifestantes llevan carteles con consignas directas: “Basta de engañar a la gente”, “Que paguen los millonarios” o “Nosotros los rescatamos. Ustedes tienen que pagar”. Dan la vuelta por la Tercera Avenida, avanzan rápido, y sin que nadie sepa muy bien qué están haciendo se meten por una puerta del hotel Doubletree. En el segundo piso están los banqueros y una pequeña audiencia, que de golpe se sobresalta con los gritos. El economista que está hablando toma sus papeles y sale apurado. Los guardias de seguridad del hotel comienzan a retirar las pancartas que traen los manifestantes. Todo termina en cinco minutos.

“Moralmente estoy de acuerdo con quienes dicen que no había que rescatar a los bancos, pero era imposible no hacerlo. El 72% de la población estadounidense vive de los cheques que cobra cada semana, ¿Qué hubiera pasado si los bancos hubieran dejado de pagar esos cheques? Recuerde que acá hay 300 millones de habitantes y 500 millones de armas”, explica el profesor Blyth. “Esta crisis no es sólo por la complejidad de los instrumentos financieros, sino del funcionamiento del sistema”.

La otra bomba que siempre parece a punto de estallar, y que tuvo el último round de negociaciones entre la Casa Blanca y la oposición republicana en el Congreso hace una semana, es la del exorbitante déficit de la mayor economía del mundo, que supera los 14 billones de dólares. Algunos analistas creen que podría ser el disparador de la nueva crisis. El presidente Obama ofreció realizar importantes recortes, pero quiere preservar los programas sociales. “Lo que se hizo hasta ahora es como poner airbags a un auto de carrera. No alcanza. Hay que aumentar los impuestos a las corporaciones y a los más ricos. Es la única manera de terminar con este lastre que ya lleva décadas”, resume el profesor Roemer de Yale.

Claro que no todo es crisis. Un buen ejemplo de la expansión global de la vieja industria de consumo masivo de exportación estadounidense, lo da la tradicional Coca-Cola. Está festejando en Atlanta con la sonrisa de sus publicidades los 125 años de existencia. En un magnífico festival pop en el Centennial Park, su presidente Muthar Kent anuncia que la compañía prevé duplicar el volumen de sus negocios de 100.000 millones por año a 200.000 millones antes del 2020, gracias al ascenso de las nuevas clases medias en los países emergentes. “Ante la crisis nosotros tenemos nuestra visión global y allí está la expansión de países como China, India y Brasil, que quieren consumir nuestros productos”, dice Kent ante trescientos periodistas de todo el mundo.

De regreso a Wall Street se puede ver a algunos traders de la Bolsa enojadísimos porque ya no pueden salir a fumar un cigarrillo en la puerta, por la calle Broad. Uno de ellos, de origen irlandés, que no puede dar su nombre porque se queda sin trabajo, se toma esos minutos para poner en perspectiva lo que sucede: “Sí, todo el mundo está esperando una nueva crisis. Pero no sabemos por dónde va a estallar. Acá el problema es que no se aprovechó para volver a regular el negocio. La gran desgracia fue cuando derogaron la ley Glass-Steagall, que era de 1933 y prohibía la combinación de los bancos comerciales con los de inversión. Hasta que no reviertan eso, el juego seguirá como hasta ahora. Y habrá un nuevo crash”.

Se vuelve a levantar viento y llovizna. Es una primavera bastante desagradable. Del viejo edificio de la Bolsa sale un grupo de hombres de negocios, entre ellos varios chinos que vinieron a presentar una nueva salida de acciones de la principal petrolera de Beijing. Se levantan los cuellos de sus gabardinas de Burberry y abren sus paraguas negros ingleses: sus negocios siguen empujados por la fuerza de la supuesta recuperación. Igual, todos saben que apenas será un breve respiro hasta que llegue un nuevo lunes o miércoles negro en la esquina de La Avaricia y el Repudio.

Wall Street Esperando la próxima crisis

//youtu.be/16GGqHyDaaE

El gobierno griego ha presentado una batería de medidas de ahorro y privatizaciones para esquivar otra vez el castigo de los mercados. A cambio el ejecutivo dirigido por George Papandreu exige al FMI y la Unión Europea que entreguen el quinto tramo de su préstamo valorado en 12.000 millones de euros, o de lo contrario habrá suspensión de pagos.
Ilias Iliopoulos, líder del sindidato de funcionarios advierte “Habrá una explosión social si esta austeridad continúa castigando a la gente. Habrá resistencia, manifestaciones y fenómenos de protesta que serán incotrolables.”
Grecia ha reiterado que continuará su programa de ajuste fiscal, mientras recurre a recortar gastos por valor de 6.000 millones de euros, o sea el 2,8% del PIB. Para reducir el déficit al 7,5% del PIB a fines de año, Grecia promete privatizar la compañía de telecomunicaciones OTE, la empresa de ferrocarriles, la banca Postbank así como los puertos del Pireo y Tesalónica. Pero los mercados desconfían: las ventas públicas no tienen fecha, ni precio, además hay que crear una agencia de privatizaciones. Todo eso necesita un tiempo que Grecia ya no tiene.

Grecia: más sacrificios para evitar la quiebra | euronews, internacionales

Grecia, una bomba de tiempo
Todo indica que la quiebra de ese país es cuestión de días

No hay día en que todos los diarios del mundo no hablen sobre la posibilidad de que Grecia incumpla sus compromisos relacionados con el pago de los servicios de su deuda soberana.

Los mercados no ignoran que los principales afectados con el  incumplimiento del pago de los servicios de la deuda griega son los  acreedores, entre los cuales está gran parte de la banca europea y  agentes privados no bancarios de la región.

No ignoran tampoco que al incumplir con el pago de los servicios de su  deuda, Grecia está invitando a otros países de la región, principalmente  Irlanda y Portugal, a actuar de la misma manera, por lo que la  probabilidad de registrar una nueva crisis bancaria mundial es alta,  señala Casa de Bolsa Vector en su análisis semanal.

Calificación de Fitch

La semana pasada la agencia calificadora de riesgos Fitch bajó en tres  tramos la calificación de la deuda soberana griega, así como la de sus  principales bancos, quienes considera resentirían en primera línea los  efectos de un posible incumplimiento de pagos, poniendo en riesgo no  sólo su salud financiera sino incluso su existencia.

Según Fitch, los bancos griegos cuentan con una significativa  exposición a la deuda pública de Grecia, cifrada en unos 63,000 millones  de euros.

Por otro lado, no hay que perder de vista que los bonos del gobierno  griego y la deuda garantizada por éste son empleados en gran medida como  colaterales ante el Banco Central Europeo, por lo que no se descarta  que haya penalizaciones para reflejar el aumento del riesgo soberano  griego.

De acuerdo con cifras del Banco Internacional de Pagos (BIS) la deuda  total de Grecia ascendería a 277,000 millones de euros, de los cuales  92,000 estarían en posesión de agentes económicos de Francia y 69,000 en  los de Alemania. En total la nación tiene un nivel de deuda equivalente  al 4% del total de deuda gubernamental que se ha emitido en la  Eurozona.

El PIB de Grecia es de 230,170 millones de euros, de modo que la deuda  equivale a 120% de su PIB, pero se prevé aumente a 166% el próximo año,  en función de la caída económica que observará y del fuerte incremento  de los servicios ante el aumento de las tasas de interés (cerca de 15  puntos porcentuales por encima de los bonos alemanes). Lo más grave es  que el crecimiento del producto potencial griego apenas supera el 1.0%  anual, por lo que no se ve la posibilidad de que pueda generar en el  futuro los recursos necesarios para pagar su deuda. La única salida que  le queda es el "default" (incumplimiento de pagos).

El problema de Grecia en tal sentido no es de sí cumple o no con las  exigencias del FMI y del BCE. El problema es de insolvencia ante lo  abultado de su deuda, lo elevado del déficit fiscal y lo reducido del  crecimiento potencial de su economía.

Efecto indirecto

Si bien, México no tiene una exposición directa ante el problema  griego, sí la tiene de manera indirecta a través de las relaciones  financieras que sostienen las matrices españolas, inglesas y americanas  de alguno bancos domiciliados en México no sólo con Grecia, sino  sobretodo con Portugal e Irlanda.

Ante estas circunstancias la lógica aconsejaría mantenerse  relativamente alejados de las inversiones en bancos y elevar los  mecanismos de cobertura como podrían ser metales preciosos.

Grecia, una bomba de tiempo - Diario de Yucatán

Grecia reaviva el fantasma de una crisis mundial

ROMA.- Una hecatombe. Un efecto dominó terrible. Un contagio igual o peor al que ocurrió cuando, a mediados de septiembre de 2008, Lehman Brothers quebró e hizo temblar el sistema financiero global y desencadenó la peor crisis económica desde los tiempos de la Gran Depresión.
Esto podría suceder, coinciden los expertos, si el cada vez más temido fantasma del default se hace realidad en Grecia. Ahí la disyuntiva pasa ahora por profundizar aún más dramáticamente la política de austeridad o retornar a la vieja dracma (la ex moneda griega), algo que provocaría un tsunami financiero global todavía más devastador que el que desató la caída de Lehman Brothers, según diversos economistas.
Pese a haber recibido hace un año un megarrescate de 110.000 millones de euros de parte de la Unión Europea (UE) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) a cambio de un durísimo primer ajuste, el país del Partenón se encuentra al borde del colapso.
“La sensación es que Grecia va camino del default, pero la UE no puede permitir algo así”, aseguró a LA NACION el economista Carlo Altomonte, profesor de Economía de Integración Europea en la prestigiosa Universidad Bocconi, de Milán.
Altomonte subrayó que tanto el Banco Central Europeo (BCE) como otros organismos financieros del Viejo Continente tienen títulos de deuda griega.
Como muchos otros, este experto italiano no descartó un efecto “peor o, al menos, comparable” al de la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, si Grecia cae en default.
“Si Grecia colapsa, nadie sabe dónde terminaremos”, admitió el experto.
En la central plaza Syntagma de Atenas, frente a la sede del Parlamento, miles de manifestantes -entre ellos, muchos “indignados” griegos que tomaron como modelo el movimiento español- protestan desde hace días contra un segundo e inevitable plan de austeridad anunciado el lunes pasado por el gobierno socialista de Georges Papandreou, después del virtual fracaso del primero.
Entre la espada y la pared, presionado como nunca por la denominada “troika” -compuesta por la Comisión de la UE, el BCE y el FMI-, Papandreou dejó en claro que los griegos, que sufren su peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial y una tasa de desempleo del 16% (que podría saltar al 25% a fin de año), deberán ajustarse el cinturón aún más, con más despidos de funcionarios públicos, subidas de impuestos y nuevos recortes a las pensiones.
Aunque el premier griego no dio detalles de las nuevas medidas con las que el gobierno tratará de reducir el déficit en 6500 millones de euros y conseguir que a fin de año baje al 7,5% del PBI (frente al 10,5% con que cerró 2010), se da por hecho que subirá el impuesto de circulación, las tasas sobre el gas y sobre las bebidas, y otros gravámenes.
La oposición conservadora anunció esta semana que no aprueba esta vez el recorte. Ese consenso era más que necesario porque ahora, sin acuerdo entre los partidos griegos, la UE y el FMI pueden retener la próxima cuota del rescate.
A pesar de que es rechazado por extremo por la oposición, este ajuste no será suficiente. El Estado deberá todavía vender todo lo vendible.
En un plan de privatizaciones de lo más impopular, que debería hacerle recaudar 50.000 millones de euros antes de 2015 para cubrir la brecha fiscal, el Estado griego se desprenderá de la telefónica, el correo, dos puertos, empresas de agua y hasta una compañía que maneja las carreras de caballos. Todo, menos la Acrópolis y las islas, satirizó la prensa sensacionalista alemana.
En medio de una alta conflictividad social -protestas, una convocatoria a una huelga general el próximo 21 de junio- y el rechazo de parte de la oposición, sindicatos e “indignados”, evidentemente el plan de ajuste de hace un año no ha dado los resultados esperados.
El objetivo, ahora, es convencer a la “troika” de que Grecia esta vez hará realmente sus deberes, por más impopulares que sean. Y que podrá pagar su deuda, que se espera que llegue a 537.000 millones de dólares el año que viene, un 157,7% del PBI. Grecia espera recibir, a cambio, el nuevo salvavidas: plata fresca para hacerle frente a los vencimientos de la deuda, en la quinta entrega del préstamo ya aprobado hace un año, una suma de 17.000 millones de dólares.
“Si no recibimos el dinero el 26 de junio nos veremos obligados a cerrar la tienda y declarar la imposibilidad de pagar nuestras obligaciones”, admitió hace unos días el ministro de Finanzas, Georgios Papaconstantinou.
Pero la verdad es que los expertos consideran que, pese a todo este sangre, sudor y lágrimas, y a la ayuda internacional, Grecia no podrá hacerle frente a sus deudas. Y la palabra “reestructuración” suena más fuerte que nunca. El premio Nobel de Economía Paul Krugman dijo que “hay un 50% de posibilidades” de que Grecia pueda salirse del euro.
Fiel reflejo de la tragedia griega que se consuma, a principios de esta semana una funcionaria de ese país, la comisaria europea para la pesca, Maria Damanaki, puso negro sobre blanco los escenarios posibles. “O encontramos un acuerdo con los acreedores para que nuestro programa de duros sacrificios tenga resultados, o volvemos a la dracma”, dijo. “La mayor conquista de Grecia de la posguerra, el euro, y la presencia de nuestro país en el mercado europeo están en peligro”, advirtió la funcionaria.
Riesgo de contagioSi bien para Altomonte, de la Universidad Bocconi, una bancarrota de Grecia no repercutiría directamente sobre el sistema bancario italiano -porque no tiene mucha deuda de ese país- existe, de todos modos, un riesgo de contagio. “Si Grecia cae en bancarrota, puede caer en bancarrota Portugal y puede aumentar la tasa de interés sobre la deuda italiana, algo que requeriría un ajuste de las finanzas públicas más pesado, lo que significa más recortes o más impuestos y menos crecimiento”, pronosticó.
Altomonte está entre quienes sostienen que no hay que abandonar a Grecia y que hay que otorgarle ayuda financiera, por lo menos hasta el año próximo. Para él, si se llegó a esta situación al borde de la cornisa es porque el plan de austeridad puesto a punto el año pasado fue demasiado ambicioso. Y, también, porque Grecia no ha hecho bien su tarea.
“Grecia no respetó sus compromisos, ni en cuanto al tema privatizaciones ni en cuanto al aumento de los ingresos fiscales a través de una reducción de la evasión”, sostuvo Altomonte.
¿No hay que culpar también a la eurozona? “La culpa original del área euro es haber tenido una política monetaria centralizada por el BCE y que la política fiscal hubiera quedado descentralizada, manejada por los Estados miembros, sin mecanismos de coordinación o de apertura de líneas de crédito”, opinó el especialista italiano.
“La gran paradoja es que la crisis, que ha logrado poner en marcha ciertos mecanismos, ha hecho mejor a la eurozona, si es que logra sobrevivir”, agregó.
Altomonte, sin embargo, está convencido de que la eurozona tiene el 98% de posibilidades de sobrevivir. “El problema es político, lo cual me asusta. Porque desde el punto de vista económico, no hay problemas de liquidez: la ayuda a Grecia, en verdad, son migajas: se trata de un pequeño porcentaje del PBI europeo… No hay problemas de liquidez, sino de voluntad política.”

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Los rescates no impedirán cuatro defaults europeos

NUEVA YORK.- Los países conocidos como Piigs -Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España- cargan con niveles cada vez más insostenibles de deuda pública y privada. Varios de los más afectados -Portugal, Irlanda y Grecia- han visto que los costos de su endeudamiento alcanzaban cifras sin precedente en las últimas semanas, aún después de que su pérdida de acceso a los mercados propiciara rescates financiados por la UE y el FMI. También están aumentando los costos del endeudamiento de España.
Grecia es claramente insolvente. Aun con un plan de austeridad draconiano, que asciende al 10% de su PBI, su deuda pública ascendería al 160%. Portugal, donde el crecimiento lleva un decenio estancado, está experimentando un desastre en cámara lenta que provocará la insolvencia del sector público. En Irlanda y en España, la transferencia de enormes pérdidas del sistema bancario al balance general del Estado, que se suma a una deuda pública en aumento, provocará con el tiempo la insolvencia de su deuda soberana.
El planteamiento oficial, el plan A, ha sido el de fingir que esas economías padecen una crisis de liquidez y que la facilitación de préstamos de rescate, junto con austeridad fiscal y reformas estructurales, puede restablecer la sostenibilidad de la deuda y el acceso a los mercados. Esa actitud de “prolongar y fingir” o de “prestar y rezar” está condenada al fracaso porque la mayoría de las opciones a las que han recurrido en el pasado los países endeudados para librarse de su excesiva deuda no son viables.
Los Piigs no disponen de la antigua solución de imprimir dinero y escapar de la deuda mediante la inflación porque están atrapados en la eurozona. La única institución que puede poner en marcha la máquina de imprimir -el Banco Central Europeo- nunca recurrirá a la monetización de los déficits fiscales.
Tampoco podemos esperar un rápido crecimiento del PBI para salvar a esos países. La carga de la deuda de los Piigs es tal que resulta imposible que obtengan resultados económicos sólidos. El crecimiento que algunos de esos países lleguen a registrar depende de reformas impopulares que darán frutos a largo plazo… y sufrimiento mayor a corto plazo.
Para restablecer el crecimiento, esos países deben recuperar competitividad logrando una depreciación real de su divisa, convirtiendo sus déficits comerciales en superávits, pero un euro que está apreciándose, impulsado por una restricción monetaria del BCE, entraña una mayor apreciación real.
La solución alemana para ese aprieto -el aumento de los salarios por debajo de la productividad- tardó más de un decenio en dar resultados. Si los Piigs iniciaran hoy ese proceso, los beneficios tardarían demasiado en llegar.
La última opción -la deflación de los salarios y los precios- para reducir los costos, lograr una depreciación real y restablecer la competitividad va acompañada de una recesión más profunda. La depreciación real necesaria para restablecer el equilibrio del saldo del comercio exterior aumentaría el valor de las deudas en euros.
Tampoco son opciones viables las de reducir el consumo privado y público. El sector privado puede gastar menos y ahorrar más, pero eso entrañaría un costo inmediato, conocido como la paradoja de la frugalidad de Keynes: reducción de la producción económica y aumento de la deuda como porcentaje del PBI. Estudios recientes del FMI y otros indican que el aumento de los impuestos, la reducción de las subvenciones y del gasto estatal, incluso el ineficiente, asfixiaría el crecimiento, lo que exacerbaría el problema de la deuda.
Si los Piigs no pueden librarse de sus problemas mediante la inflación, el crecimiento, la devaluación ni el ahorro, el plan A está fracasando. La única opción sustitutoria es el plan B: una reestructuración ordenada y una reducción de las deudas de los Estados, familias y bancos de esos países.
Puede hacerse de varias formas. Una puede ser la de reestructurar las deudas públicas de los Piigs sin reducir la cantidad principal debida, que consiste en ampliar las fechas de vencimiento de las deudas y reducir la tasa de interés de la nueva deuda. Esa solución limita el riesgo de contagio y las posibles pérdidas que las entidades financieras arrastrarían.
Las autoridades deberían examinar la posibilidad de recurrir a las innovaciones usadas en los decenios de 1980 y 1990 para ayudar a los países en desarrollo cargados de deuda. Se podría alentar a los titulares de bonos a que cambiaran los bonos por otros vinculados con el PBI. Otra forma de convertir en parte la deuda hipotecaria en patrimonio de los accionistas es la de reducir el valor nominal de las hipotecas y aportar los beneficios futuros, en caso de que los precios de las viviendas aumenten a largo plazo, a los bancos acreedores. Se podrían reducir los bonos bancarios y convertirlos en fondos propios, lo que evitaría la absorción de los bancos por el Estado e impediría que la socialización de las pérdidas de los bancos causara una crisis de la deuda soberana.
160%Es la relación entre la deuda y el PBI de Grecia, razón que explica por qué este país amenazó esta semana con suspender pagos en caso de no recibir un nuevo rescate.

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Wall Street
Esperando la próxima crisis

Tras vivir el peor colapso en los últimos 50 años, el corazón de las finanzas globales busca recuperarse. Pero ya hablan de una nueva crisis y otra burbuja tecnológica. El contagio a Grecia y la crispación social.

					Estamos en la esquina de las calles de La Avaricia y El  Repudio. Esos  podrían ser los nuevos nombres de las actuales Wall  Street y Pearl  Street en el Lower Manhattan de Nueva York esta tarde de  primavera  ventosa. Por un lado, los hombres de negocios con sus trajes  impecables  de Brooks Brothers y sus camisas de Pink, que apuran el  paso para dejar  temprano la zona de las finanzas. Por el otro, miles de  maestros,  estudiantes y empleados estatales con pancartas, pitos y  bombos  improvisados con tachos de plástico pidiendo que el pago de los   impuestos sea igual para todos y que se preserven sus empleos. Una   confrontación y un escenario perfectos para esta historia: éste fue el   epicentro de la crisis financiera que estalló en 2008 y que nadie sabe   cuándo y cómo terminará. El lugar desde donde hoy se juega la caída o la   supervivencia de Grecia. Y la zona cero de lo que todos esperan sea la   próxima crisis.

Dentro del Stock Exchange, el histórico edificio donde se transan las principales acciones del mundo, ahí, en las escalinatas del Federal Hall, ya se vive la nueva burbuja de las empresas tecnológicas. Las transacciones en el mercado secundario pusieron un valor exorbitante a Facebook (7.600 millones de dólares) y Twitter (7.700 millones), por encima de empresas como Boeing y Ford. Y la oferta pública inicial de Linkedin (una red social de conexiones profesionales) en 3.300 millones. Un día después, Microsoft compró Skype (la telefónica de Internet) por la formidable cifra de 8.500 millones de dólares, diez veces el volumen de sus ventas del año pasado y 400 veces su presupuesto de operaciones. Y ese mismo día, The Wall Street Journal hablaba de una estampida en el precio de las acciones de Renren y de Youku, conocidos como el Facebook y el You Tube chinos.

Pareciera que nada se aprendió de la burbuja de Internet de hace una década, la corriente especulativa que se dio entre 1997 y 2001 con las punto com. “Hoy es Internet, pero también hay una enorme especulación con los commodities, particularmente los granos, los CDO (un sofisticado producto financiero que reúne una canasta de préstamos respaldados por activos de alto riesgo) y hasta los paquetes de ayuda financiera a los países en quiebra. Se especula con todo y sin reservas. Pareciera que no se aprendió nada de la crisis de 2008, que casi nos desnuca. Pero esa es la esencia del capitalismo”, comenta Milo Norris, un trader de la Bolsa que corre agarrado de un maletín de cuero de Brioni para escabullirse de las manifestaciones.

En la calle continúan las marchas. Los maestros piden que el Bank of America pague los impuestos que le corresponden. Según el último balance, el banco –que fue uno de los rescatados por los 700.000 mil millones de dólares que puso el Estado norteamericano para salvar del colapso a sus principales instituciones financieras– pagó en promedio menos dinero en impuestos que un empleado estatal. “Nosotros salvamos a los bancos. Ahora, que nos devuelvan la plata”, grita Alex Funes, un maestro de Harlem al que le recortaron las horas extras.

Las columnas de trabajadores estatales y de maestras dan la vuelta por la calle Broad y ponen en alerta al escuadrón del SWAT que impedirá cualquier intento de acercarse a la Bolsa. Unas secretarias con trajes comprados en los saldos de Century 21, la tienda puesta de moda por las chicas de Sex and the City, corren hacia la boca del subte. En el balcón de uno de los clubes privados de la zona, tres tipos jóvenes de trajes brillosos toman champán y se divierten con la escena. La luz del sol que cae entre los edificios los baña de oro. “Están en el Titanic”, les grita Joseph Harenblith, un viejo profesor, militante de la izquierda neoyorquina, veterano de cientos de manifestaciones. “En realidad, no es el Titanic”, se rectifica. “No se hunden mientras están ebrios de champán. Siguen haciendo grandes negocios. Eso de que las crisis crean oportunidades sólo se cumple con ellos. Están esperando con alegría la próxima”.

Algunos de estos temas reaparecen dos días más tarde en una charla con el profesor Mark Blyth, de la prestigiosa universidad de Brown. “La crisis del 2008 aún no terminó. Pero cuando uno dice que puede haber una nueva crisis en cualquier momento, la gente quiere que le digan qué día, a qué hora, cuáles son los bonos que van a caer y cuáles serán los países más afectados. Pero eso no es posible de predecir. Lo que sabemos es que hay una nueva crisis en ciernes”, argumenta Blyth. “Se salvó a los bancos –algo que había que hacer como el mal menor—y ahora siguen haciendo lo mismo que hacían antes, apostar a burbujas que les den ganancias rápidas más allá de las consecuencias. Ahora están todos apostando al aumento de los precios de las commodities”. El economista argentino Pablo Goldberg, de uno de los bancos de inversión más importantes de Wall Street, lo explica aún más claramente: “El juego financiero, el riesgo, está en la esencia del capitalismo. Eso es lo que se hace en esta industria. Y si hay regulaciones, siempre se intentará ir hasta el límite de la legalidad. Los inversionistas y la banca siempre van a buscar nuevas maneras de ganar dinero. ¿Las crisis? Siempre hubo, y las va a seguir habiendo. Ahora, como las tormentas del cambio climático, tendrán mayor frecuencia y mayor intensidad”.

Las consecuencias de la crisis, en este momento, las encontramos en Europa. Tres países recibieron rescates financieros por más de 270.000 millones de dólares, sin mayores resultados. Grecia es el más afectado: el premier Yorgos Papandreu amenaza con declarar la quiebra si no le dan un respiro. Fue él quien tuvo que revelar al mundo la mentira creada por el gobierno anterior con los números de su economía. Decían que para 2009 tendrían un déficit del 3,7%, apenas un punto por encima de lo permitido por la Unión Europea, y terminó siendo del 15,5%. Le dieron 110.000 millones de euros de rescate, que fueron a parar a las manos de los que volvieron a sacar el dinero al exterior. Ahora tiene que hacer recortes por 50.000 millones de euros, casi una quinta parte de los activos del Estado.

Irlanda está un poco mejor después de recibir 85.000 millones de euros, pero una buena parte de la inyección de dinero entró en bancos arruinados como el Anglo Irish y el Allied Irish, y crearon un déficit descomunal del 32% del PBI. Portugal sigue hundiéndose en una deuda pública con la que intenta preservar una calidad de vida europea con un presupuesto centroafricano. La oposición vetó por tercera vez el plan de ahorro presentado por el gobierno, y llegó el paquete de ayuda por 78.000 millones de euros. La canciller alemana Angela Merkel ya está cansada de poner la cara por estos gobiernos deficientes, y los mercados están al acecho para hacerse de cualquiera de estas presas fáciles.

“Esta es una crisis sin fin, porque tiene una raíz muy clara: la desigualdad”, explica John Roemer, profesor de Economía de la universidad de Yale. “Hasta que no se achique la brecha entre ricos y pobres, agrandada hasta valores inconcebibles en los años 80 y 90, no saldremos de esta situación”.Roemer también cita la falta de ética y de castigos a los culpables de la caída de los bancos, ocurrida hace tres años, como elementos que contribuyen a la volatilidad económica mundial. Se siguen concediendo enormes sumas de dinero a los directivos de las instituciones que recibieron subsidios multimillonarios. El último fue el hindú Vikram Pandit, presidente del Citigroup, que se llevó 23,4 millones de dólares. Angelo Mozilo, el fundador de Countrywide, una financiera adquirida luego por el Bank of America tras varios años de abusar con las hipotecas subprime (cuya caída fue el origen de la crisis financiera), pactó la semana pasada con la justicia el pago de 67,5 millones de dólares (una cifra muy pequeña teniendo en cuenta lo que ganó) a cambio de ser absuelto de todos los cargos.

El fiscal de Nueva York, Eric Schneiderman, acaba de pedir documentos a Goldman Sachs y Morgan Stanley, dos bancos de inversiones rescatados, para investigar las 10.000 demandas por engaño financiero que recibió contra ellos. En abril, el comité de investigaciones del Senado había dado a conocer su informe sobre la crisis, en el que se advierte que la sórdida historia continúa en todo su apogeo. El State Street Bank recibió este año 885 millones de dólares en devolución de impuestos, a pesar de haber tenido ganancias por 1.600 millones y después de recibir 2.000 millones en ayuda del Estado y el permiso para despedir a 3.600 empleados. Mientras, los ejecutivos siguen recibiendo bonos extraordinarios. Jamie Dimon, del JPMorgan-Chase, se llevó 20,8 millones de dólares; Brian Moynihan, el CEO del Bank of America, se llevó 10 millones. Su banco había perdido 3.600 millones.

El interés y la actualidad del tema de la crisis se vio la semana pasada, con el estreno de la muy esperada producción de HBO, Too big to fail (demasiado grande para caer, la frase que resume la teoría de que hay instituciones de tal envergadura e interconexión con el resto del sistema que su caída provocaría un desastre económico y por lo tanto es más conveniente rescatarla). Un magnífico William Hurt como el secretario del Tesoro Hank Paulson y Paul Giamatti como el jefe de la Reserva Federal Ben Bernanke, logran mostrar con claridad los sucesos tras la caída de los bancos Bear Stearns, Lehman Brothers, y la aseguradora AIG. En la trama, corporizan a gente como Dick Fuld y John Thain, directivos de esos bancos que viven vidas de privilegio y nunca fueron acusados de nada. Esto, a pesar de las graves consecuencias de la crisis en el mercado laboral. Hay 13 millones de estadounidenses que siguen sin trabajo, más del 10% de la población activa. “Ahí es donde se corporiza la crisis, en los trabajadores estadounidenses, griegos y portugueses. Son ellos los que quedan en la calle”, dice el profesor Roemer. “Y el próximo pico de la crisis, que podría venir por la burbuja de los precios de los granos, el déficit comercial chino o por los precios insanos de las empresas de Internet, acabará con más empleos en todo el mundo”.

En el Midtown de Manhattan, en Lexington y la 51, se puede ver otro ejemplo del malestar social que hay en Estados Unidos. Un grupo de activistas sociales y sindicalistas realizan un insólito escrache a un grupo de banqueros que tienen una conferencia en la que se habla sobre los “hedge fund”, esos fondos de inversión convertidos en instrumentos financieros alternativos de alto riesgo que causaron estragos durante la crisis. Los manifestantes llevan carteles con consignas directas: “Basta de engañar a la gente”, “Que paguen los millonarios” o “Nosotros los rescatamos. Ustedes tienen que pagar”. Dan la vuelta por la Tercera Avenida, avanzan rápido, y sin que nadie sepa muy bien qué están haciendo se meten por una puerta del hotel Doubletree. En el segundo piso están los banqueros y una pequeña audiencia, que de golpe se sobresalta con los gritos. El economista que está hablando toma sus papeles y sale apurado. Los guardias de seguridad del hotel comienzan a retirar las pancartas que traen los manifestantes. Todo termina en cinco minutos.

“Moralmente estoy de acuerdo con quienes dicen que no había que rescatar a los bancos, pero era imposible no hacerlo. El 72% de la población estadounidense vive de los cheques que cobra cada semana, ¿Qué hubiera pasado si los bancos hubieran dejado de pagar esos cheques? Recuerde que acá hay 300 millones de habitantes y 500 millones de armas”, explica el profesor Blyth. “Esta crisis no es sólo por la complejidad de los instrumentos financieros, sino del funcionamiento del sistema”.

La otra bomba que siempre parece a punto de estallar, y que tuvo el último round de negociaciones entre la Casa Blanca y la oposición republicana en el Congreso hace una semana, es la del exorbitante déficit de la mayor economía del mundo, que supera los 14 billones de dólares. Algunos analistas creen que podría ser el disparador de la nueva crisis. El presidente Obama ofreció realizar importantes recortes, pero quiere preservar los programas sociales. “Lo que se hizo hasta ahora es como poner airbags a un auto de carrera. No alcanza. Hay que aumentar los impuestos a las corporaciones y a los más ricos. Es la única manera de terminar con este lastre que ya lleva décadas”, resume el profesor Roemer de Yale.

Claro que no todo es crisis. Un buen ejemplo de la expansión global de la vieja industria de consumo masivo de exportación estadounidense, lo da la tradicional Coca-Cola. Está festejando en Atlanta con la sonrisa de sus publicidades los 125 años de existencia. En un magnífico festival pop en el Centennial Park, su presidente Muthar Kent anuncia que la compañía prevé duplicar el volumen de sus negocios de 100.000 millones por año a 200.000 millones antes del 2020, gracias al ascenso de las nuevas clases medias en los países emergentes. “Ante la crisis nosotros tenemos nuestra visión global y allí está la expansión de países como China, India y Brasil, que quieren consumir nuestros productos”, dice Kent ante trescientos periodistas de todo el mundo.

De regreso a Wall Street se puede ver a algunos traders de la Bolsa enojadísimos porque ya no pueden salir a fumar un cigarrillo en la puerta, por la calle Broad. Uno de ellos, de origen irlandés, que no puede dar su nombre porque se queda sin trabajo, se toma esos minutos para poner en perspectiva lo que sucede: “Sí, todo el mundo está esperando una nueva crisis. Pero no sabemos por dónde va a estallar. Acá el problema es que no se aprovechó para volver a regular el negocio. La gran desgracia fue cuando derogaron la ley Glass-Steagall, que era de 1933 y prohibía la combinación de los bancos comerciales con los de inversión. Hasta que no reviertan eso, el juego seguirá como hasta ahora. Y habrá un nuevo crash”.

Se vuelve a levantar viento y llovizna. Es una primavera bastante desagradable. Del viejo edificio de la Bolsa sale un grupo de hombres de negocios, entre ellos varios chinos que vinieron a presentar una nueva salida de acciones de la principal petrolera de Beijing. Se levantan los cuellos de sus gabardinas de Burberry y abren sus paraguas negros ingleses: sus negocios siguen empujados por la fuerza de la supuesta recuperación. Igual, todos saben que apenas será un breve respiro hasta que llegue un nuevo lunes o miércoles negro en la esquina de La Avaricia y el Repudio.

Wall Street Esperando la próxima crisis