Centro izquierda/derecha.

Por estos días se dabatió bastante sobre las posiciones que han adoptado la centro izquierda que sigue al Kirchnerismo y la que lo hace con Fernando Solanas. También fue eje de discusión Norberto Galasso, aprovecho para compartir con ustedes algo interesante que él escribió.
Saludos.

LO NACIONAL Y POPULAR COMO INSTRUMENTO DE LIBERACIÓN

¿Qué significa ser de centroizquierda?

Por Norberto Galasso

En un país semicolonial, como la Argentina, entender la cuestión nacional evitará posicionamientos políticos desacertados. La batalla cultural e ideológica, algo postergado por muchos, es central para entender la correlación de fuerzas.

El empleo de categorías liberales para calificar a personajes y partidos políticos, deformación que, en general, acepta la mayoría de la dirigencia, es parte de la discusión ideológica que debemos darnos. Así, se habla en la Argentina de “centroderecha” y “centroizquierda”. Últimamente, un político mediático señalaba que “el centroderecha tiene problemas porque se halla dividido: allí están el PRO, la Coalición Cívica, el Radicalismo, el PJ disidente, el peronismo federal, el PJ, partidos provinciales, el Frente para la Victoria, los radicales K”, más un sector del Partido Socialista y diversas fuerzas prokirchneristas entre las cuales, supongo, incluye a los movimientos sociales, a la CGT y sectores de la CTA prokirchneristas, mientras él se asume como “la centroizquierda” que sería, parece, el SI, el grupo de Martín Sabbatella, Diálogo por Buenos Aires, Proyecto Sur, Libres del Sur y otro sector de la CTA y del Partido Socialista.

Utilizando las categorías del liberalismo conservador oligárquico no habría entonces “movimiento nacional”, ni fuerzas “nacionales y populares”, ni “nacionalismo revolucionario”, ni posición “nacional-democrática”, ni Izquierda Nacional. De este modo resulta que no existe en la Argentina una cuestión nacional y así retrocedemos a la alienación de las viejas izquierdas -Partido Socialista, Partido Comunista y el trotskismo autodenominado “clasista”- convertidas en alas izquierdas del régimen (1945, 1955, Mesa de Enlace Agropecuaria).
Ocurre, sin embargo, que la cuestión nacional recorre toda nuestra historia. Desde 1816, año en que nos declaramos independientes como “Provincias Unidas en Sudamérica”, nuestro país se dividió en dos sectores claramente identificables: por un lado, el bando colonial, que quería hacer Europa en América (libreimportación, endeudamiento externo, política antilatinoamericana, cultura europeizada) y que tuvo a Bernardino Rivadavia y Bartolomé Mitre por principales exponentes, y por otro, las fuerzas populares cuyo proyecto era crecer hacia adentro, mantener la soberanía e integrar la nación latinoamericana (José de San Martín, Manuel Dorrego, los caudillos federales, parcialmente Juan Manuel de Rosas -en la Vuelta de Obligado-, Ángel Vicente “El Chacho” Peñaloza y Felipe Varela). La cuestión nacional deslindaba las aguas, como las deslindó en el siglo XX entre el yrigoyenismo y “el contubernio regiminoso”, y luego el peronismo respecto a la Unión Democrática.
Esa cuestión nacional tenía -y tiene- un doble carácter: la defensa de la soberanía, que implica independencia económica y la consiguiente justicia social, y además, la comprensión de que la verdadera nación despedazada y a reconstruir es América Latina, segunda razón fundamental para ser antiimperialista frente al imperialismo -inglés o yanqui- cuya política balcanizadora significa “dividir para reinar” creando países dependientes, monoproductores, que mirasen hacia los océanos y no hacia adentro, “los veinte hermanos que vivían de espaldas”, como los calificó Methol Ferré o “la veintena de sardinas víctimas de la ferocidad del tiburón”, según el guatemalteco Juan José Arévalo.
Hoy está en el tapete de la historia latinoamericana, con mayor vigor que nunca, esa cuestión nacional en sus dos aspectos: autonomía frente a los imperios, unificación en la Patria Grande. Lo señalan tanto Hugo Chávez como Evo Morales, Rafael Correa, Fidel y Raúl Castro, Daniel Ortega, Ignacio Lula da Silva, Fernando Lugo, José “Pepe” Mujica y los que van a sumarse. Lo señala nuestro Gobierno cuando liquida las cuentas con el Fondo Monetario Internacional para que sus funcionarios no controlen oficinas en el Ministerio de Economía como en otros tiempos, ni nos impongan planes económicos, ni nos “monitoreen”, como ellos amablemente denominan a sus consejos mortíferos. Y lo expresa asimismo el UNASUR, como también el Banco del Sur más allá de las dificultades en su consolidación (no podía ser de otra manera porque el enemigo está al acecho en la IV Flota y desde sus bases en varios países).
Por esto creemos que una forma sin equívocos residiría en llamar a las cosas por su nombre: si hay algún sector, dirigente o partido que se considera “nacionalista revolucionario”, o “nacional y popular”, o de “izquierda nacional”, que rechace abiertamente la categoría de centroizquierda y que ponga las cartas sobre la mesa: el Consenso de Washington y los traidores nativos han destruido el Estado, nos han endeudado, nos han sumergido en la pobreza y la indigencia, han extranjerizado el aparato productivo a punto tal que entre las 500 empresas más vendedoras el 73 % son extranjeras, han oligopolizado los mercados y avanzado en el terreno financiero, al tiempo que han intentado vaciarnos culturalmente de nuestro pasado, nuestra historia. Además, nos han robado las palabras para que todo se confunda y en esa maniobra se complican quienes aceptan discutir en base a las categorías del enemigo.
Es necesario decir -y decirlo en alta voz- que en la América Latina despedazada y dependiente se asiste hoy, en la mayor parte de sus países, a un proceso de liberación y unificación, y que por ese camino hay que andar, aunque la correlación de fuerzas obligue en cada país, a darle a ese proceso un ritmo distinto, según las posibilidades del campo popular. Porque hay un campo popular y un campo antipopular (en este caso la palabra campo cumple dos funciones, como es obvio). Porque hay fuertes intereses contrapuestos y hay proyectos antagónicos y hay enemigos, como los hubo siempre, por eso nuestra historia está escrita con sangre.
Aquí están los pueblos buscando trabajosamente su camino. Y allá están los amigos del imperio, es decir de Monsanto, de la banca JP Morgan, del gran capital financiero aliados a las oligarquías vernáculas y a los grandes poderes mediáticos coloniales. Es preciso definir intereses, clases sociales, proyectos contrapuestos y no es posible sustentar una posición de inmaculada prescindencia en esa lucha. Por eso las palabras deben ser claras y contundentes. Porque de otro modo, uno se pregunta: si unos son centro izquierda y otros son centro derecha, ¿eso significa que sustantivamente son centro y adjetivamente son izquierda o derecha? Ello explicaría que se junten todos contra la propuesta nacional y popular del actual gobierno que resulta apoyada por los movimientos sociales y lo mejor de los gremios. ¿Ello explica que el 3 de diciembre se hayan abrazado dirigentes de “centroizquierda” con dirigentes gorilas de la Coalición Cívica para dar nacimiento al “Grupo A”, o que supuestos revolucionarios hayan favorecido el triunfo del “centroderecha” en la discusión de la resolución 125?
Llegado este punto, nos preguntamos, entonces, con grave preocupación, si no se trata solamente del uso de categorías sino de la vieja entente entre derechas e izquierdas que derrumbó a Hipólito Yrigoyen en el ’30 y a Juan Domingo Perón en el ’55.
Otra fábula que viene también desde la derecha: la política es una cuestión de gestión. Es decir, la política no dirimiría intereses contrapuestos en la sociedad sino que sólo administra, gestiona.
Sobre esta cuestión podríamos decir mucho, pero Mauricio Macri ya lo ha dicho todo. “Está bueno Buenos Aires” gestionado por un empresario, decían en la campaña, pero el proyecto verdadero ha quedado al desnudo: para ellos, está bueno con el Jorge “Fino” Palacios, con Abel Posse, con Ciro James, con los grupos de choque expulsando a los pobres de las villas y las calles, o la gran revolución macrista: la enseñanza del inglés en los colegios primarios a chicos que todavía no saben castellano… ¡Qué mejor lección de política para quienes cometieron el error de votarlo!
Claro que así se aprende sufriendo demasiado, cuando se habrían evitado tantos dolores si los periodistas en serio y los políticos en serio, hubieran forzado la definición de los proyectos ocultos, polemizando sobre las grandes cuestiones y no sobre un bache más o menos. Y para eso hay que obligarlos a definirse claramente sobre el pasado y el presente, que es definirse sobre el futuro.
Hoy, las medidas adoptadas por el Gobierno de Cristina Fernández -inclusive los intentos frustrados como el de la 125- señalan un camino de vocación nacional y popular -especialmente en los últimos meses- que deslinda claramente las aguas respecto a una oposición virulenta que intenta la desestabilización para volver al pasado, apelando a políticos que son la reencarnación de Fernando De la Rúa y de Carlos Saúl Menem -que se ha convertido en la gran estrella del Senado y los legisladores de la oposición lo invitan contentos- con las banderas gastadas de la defensa de las instituciones y la moralina chiquita que denuncia una coima al precio de ocultar el robo grande de la entrega del país (la Banelco del 2000 es el mejor ejemplo). En este terreno nos paramos y lo hacemos con las palabras que corresponden: liberación nacional, unión latinoamericana, antiimperialismo, socialismo del siglo XXI.

Por estos días se dabatió bastante sobre las posiciones que han adoptado la centro izquierda que sigue al Kirchnerismo y la que lo hace con Fernando Solanas. También fue eje de discusión Norberto Galasso, aprovecho para compartir con ustedes algo interesante que él escribió.
Saludos.

LO NACIONAL Y POPULAR COMO INSTRUMENTO DE LIBERACIÓN

¿Qué significa ser de centroizquierda?

Por Norberto Galasso

En un país semicolonial, como la Argentina, entender la cuestión nacional evitará posicionamientos políticos desacertados. La batalla cultural e ideológica, algo postergado por muchos, es central para entender la correlación de fuerzas.

El empleo de categorías liberales para calificar a personajes y partidos políticos, deformación que, en general, acepta la mayoría de la dirigencia, es parte de la discusión ideológica que debemos darnos. Así, se habla en la Argentina de “centroderecha” y “centroizquierda”. Últimamente, un político mediático señalaba que “el centroderecha tiene problemas porque se halla dividido: allí están el PRO, la Coalición Cívica, el Radicalismo, el PJ disidente, el peronismo federal, el PJ, partidos provinciales, el Frente para la Victoria, los radicales K”, más un sector del Partido Socialista y diversas fuerzas prokirchneristas entre las cuales, supongo, incluye a los movimientos sociales, a la CGT y sectores de la CTA prokirchneristas, mientras él se asume como “la centroizquierda” que sería, parece, el SI, el grupo de Martín Sabbatella, Diálogo por Buenos Aires, Proyecto Sur, Libres del Sur y otro sector de la CTA y del Partido Socialista.

Utilizando las categorías del liberalismo conservador oligárquico no habría entonces “movimiento nacional”, ni fuerzas “nacionales y populares”, ni “nacionalismo revolucionario”, ni posición “nacional-democrática”, ni Izquierda Nacional. De este modo resulta que no existe en la Argentina una cuestión nacional y así retrocedemos a la alienación de las viejas izquierdas -Partido Socialista, Partido Comunista y el trotskismo autodenominado “clasista”- convertidas en alas izquierdas del régimen (1945, 1955, Mesa de Enlace Agropecuaria).
Ocurre, sin embargo, que la cuestión nacional recorre toda nuestra historia. Desde 1816, año en que nos declaramos independientes como “Provincias Unidas en Sudamérica”, nuestro país se dividió en dos sectores claramente identificables: por un lado, el bando colonial, que quería hacer Europa en América (libreimportación, endeudamiento externo, política antilatinoamericana, cultura europeizada) y que tuvo a Bernardino Rivadavia y Bartolomé Mitre por principales exponentes, y por otro, las fuerzas populares cuyo proyecto era crecer hacia adentro, mantener la soberanía e integrar la nación latinoamericana (José de San Martín, Manuel Dorrego, los caudillos federales, parcialmente Juan Manuel de Rosas -en la Vuelta de Obligado-, Ángel Vicente “El Chacho” Peñaloza y Felipe Varela). La cuestión nacional deslindaba las aguas, como las deslindó en el siglo XX entre el yrigoyenismo y “el contubernio regiminoso”, y luego el peronismo respecto a la Unión Democrática.
Esa cuestión nacional tenía -y tiene- un doble carácter: la defensa de la soberanía, que implica independencia económica y la consiguiente justicia social, y además, la comprensión de que la verdadera nación despedazada y a reconstruir es América Latina, segunda razón fundamental para ser antiimperialista frente al imperialismo -inglés o yanqui- cuya política balcanizadora significa “dividir para reinar” creando países dependientes, monoproductores, que mirasen hacia los océanos y no hacia adentro, “los veinte hermanos que vivían de espaldas”, como los calificó Methol Ferré o “la veintena de sardinas víctimas de la ferocidad del tiburón”, según el guatemalteco Juan José Arévalo.
Hoy está en el tapete de la historia latinoamericana, con mayor vigor que nunca, esa cuestión nacional en sus dos aspectos: autonomía frente a los imperios, unificación en la Patria Grande. Lo señalan tanto Hugo Chávez como Evo Morales, Rafael Correa, Fidel y Raúl Castro, Daniel Ortega, Ignacio Lula da Silva, Fernando Lugo, José “Pepe” Mujica y los que van a sumarse. Lo señala nuestro Gobierno cuando liquida las cuentas con el Fondo Monetario Internacional para que sus funcionarios no controlen oficinas en el Ministerio de Economía como en otros tiempos, ni nos impongan planes económicos, ni nos “monitoreen”, como ellos amablemente denominan a sus consejos mortíferos. Y lo expresa asimismo el UNASUR, como también el Banco del Sur más allá de las dificultades en su consolidación (no podía ser de otra manera porque el enemigo está al acecho en la IV Flota y desde sus bases en varios países).
Por esto creemos que una forma sin equívocos residiría en llamar a las cosas por su nombre: si hay algún sector, dirigente o partido que se considera “nacionalista revolucionario”, o “nacional y popular”, o de “izquierda nacional”, que rechace abiertamente la categoría de centroizquierda y que ponga las cartas sobre la mesa: el Consenso de Washington y los traidores nativos han destruido el Estado, nos han endeudado, nos han sumergido en la pobreza y la indigencia, han extranjerizado el aparato productivo a punto tal que entre las 500 empresas más vendedoras el 73 % son extranjeras, han oligopolizado los mercados y avanzado en el terreno financiero, al tiempo que han intentado vaciarnos culturalmente de nuestro pasado, nuestra historia. Además, nos han robado las palabras para que todo se confunda y en esa maniobra se complican quienes aceptan discutir en base a las categorías del enemigo.
Es necesario decir -y decirlo en alta voz- que en la América Latina despedazada y dependiente se asiste hoy, en la mayor parte de sus países, a un proceso de liberación y unificación, y que por ese camino hay que andar, aunque la correlación de fuerzas obligue en cada país, a darle a ese proceso un ritmo distinto, según las posibilidades del campo popular. Porque hay un campo popular y un campo antipopular (en este caso la palabra campo cumple dos funciones, como es obvio). Porque hay fuertes intereses contrapuestos y hay proyectos antagónicos y hay enemigos, como los hubo siempre, por eso nuestra historia está escrita con sangre.
Aquí están los pueblos buscando trabajosamente su camino. Y allá están los amigos del imperio, es decir de Monsanto, de la banca JP Morgan, del gran capital financiero aliados a las oligarquías vernáculas y a los grandes poderes mediáticos coloniales. Es preciso definir intereses, clases sociales, proyectos contrapuestos y no es posible sustentar una posición de inmaculada prescindencia en esa lucha. Por eso las palabras deben ser claras y contundentes. Porque de otro modo, uno se pregunta: si unos son centro izquierda y otros son centro derecha, ¿eso significa que sustantivamente son centro y adjetivamente son izquierda o derecha? Ello explicaría que se junten todos contra la propuesta nacional y popular del actual gobierno que resulta apoyada por los movimientos sociales y lo mejor de los gremios. ¿Ello explica que el 3 de diciembre se hayan abrazado dirigentes de “centroizquierda” con dirigentes gorilas de la Coalición Cívica para dar nacimiento al “Grupo A”, o que supuestos revolucionarios hayan favorecido el triunfo del “centroderecha” en la discusión de la resolución 125?
Llegado este punto, nos preguntamos, entonces, con grave preocupación, si no se trata solamente del uso de categorías sino de la vieja entente entre derechas e izquierdas que derrumbó a Hipólito Yrigoyen en el ’30 y a Juan Domingo Perón en el ’55.
Otra fábula que viene también desde la derecha: la política es una cuestión de gestión. Es decir, la política no dirimiría intereses contrapuestos en la sociedad sino que sólo administra, gestiona.
Sobre esta cuestión podríamos decir mucho, pero Mauricio Macri ya lo ha dicho todo. “Está bueno Buenos Aires” gestionado por un empresario, decían en la campaña, pero el proyecto verdadero ha quedado al desnudo: para ellos, está bueno con el Jorge “Fino” Palacios, con Abel Posse, con Ciro James, con los grupos de choque expulsando a los pobres de las villas y las calles, o la gran revolución macrista: la enseñanza del inglés en los colegios primarios a chicos que todavía no saben castellano… ¡Qué mejor lección de política para quienes cometieron el error de votarlo!
Claro que así se aprende sufriendo demasiado, cuando se habrían evitado tantos dolores si los periodistas en serio y los políticos en serio, hubieran forzado la definición de los proyectos ocultos, polemizando sobre las grandes cuestiones y no sobre un bache más o menos. Y para eso hay que obligarlos a definirse claramente sobre el pasado y el presente, que es definirse sobre el futuro.
Hoy, las medidas adoptadas por el Gobierno de Cristina Fernández -inclusive los intentos frustrados como el de la 125- señalan un camino de vocación nacional y popular -especialmente en los últimos meses- que deslinda claramente las aguas respecto a una oposición virulenta que intenta la desestabilización para volver al pasado, apelando a políticos que son la reencarnación de Fernando De la Rúa y de Carlos Saúl Menem -que se ha convertido en la gran estrella del Senado y los legisladores de la oposición lo invitan contentos- con las banderas gastadas de la defensa de las instituciones y la moralina chiquita que denuncia una coima al precio de ocultar el robo grande de la entrega del país (la Banelco del 2000 es el mejor ejemplo). En este terreno nos paramos y lo hacemos con las palabras que corresponden: liberación nacional, unión latinoamericana, antiimperialismo, socialismo del siglo XXI.

Me parece que ni Pino ni Kirchner son de centro izquierda , Nestor es mas de cetro derecha y Pino no es de centro sino de Izquierda , no de extrema izquierda , pero es de izquierda…

El bizcocho vira según esté el billete: si está a la derecha se va a la derecha, si está a la izquierda se va a la izquierda.

Muy interesante el artículo de Galasso. Para no hacerla larga:

Proyecto Sur, mas allá del mote que le pongan los medios (¿Acaso es relevante como te definen los medios?), se autodefine como Nacional, popular y democrático. Abajo pongo un texto de Pino Solanas que lo define mejor, es de 2007, para que no salten con el oportunismo político.

16/10/07 Acabemos con la derrota* Por Pino Solanas
En las últimas décadas los ciudadanos han soportado fracasos y traiciones. Cansados de maltratos, a fines de 2001 salieron a la calle con la consigna “que se vayan todos”. Como en el 17 de Octubre y el Cordobazo, el pueblo se hizo oír. Sin embargo, las asambleas no lograron construir sus propias representaciones políticas y en 2003 se terminó votando al menos malo. Ante la falta de entusiasmo y los interrogantes que genera la elección del 28 de octubre, nuestra decisión de participar ha recibido numerosos apoyos, mientras otros nos plantean sus dudas. Sienten que lo electoral es una trampa y el camino adecuado sería continuar construyendo sólo desde abajo con las organizaciones sociales. Pero la lección que arrojan las luchas y movilizaciones de estas décadas es que la construcción social sin construcción política nos lleva a un callejón sin salida.
Algunos sostienen que es un error presentarnos ahora por la falta de tiempo y recursos; que sería mejor lanzar nuestro espacio después de los comicios. Pero es en los tiempos electorales cuando se abren los debates. Lo mejor es enemigo de lo bueno: los inicios siempre son confusos, ninguna iniciativa puede crecer si no comienza a andar. No pensamos llegar ahora: se trata de plantar las banderas de nuestra propuesta, obtener diputaciones y avanzar hacia 2009 para disputar el gobierno en 2011. Nuestros objetivos no son solamente electoralistas; pretendemos impulsar con otras fuerzas un movimiento nacional, político, social y cultural, capaz de realizar los ideales de independencia tantas veces traicionados. Proyecto Sur –donde participan Alcira Argumedo, Julio Raffo, Luis Brunati– nació hace cinco años junto al M.O.R.E.N.O, con el fin de elaborar una propuesta transformadora. Sumamos nuestros esfuerzos a los de Claudio Lozano y Buenos Aires para Todos; Mario Mazitelli, Jorge Selser y el Partido Socialista Auténtico y luchadores sociales como Ángel Cadelli y Ana Lorenzo; porque todos hemos venido enfrentando las dictaduras, el neoliberalismo, la injusticia y el saqueo. Ahora insistimos: es tiempo del despertar de una conciencia emancipadora desde el Caribe a la Patagonia.
Quienes temen que al sacarle votos a Cristina Fernández se le hace el juego a la derecha, aunque no comparten todas sus políticas definen a los Kirchner como la opción de centroizquierda. ¿Con qué lupa los ven? ¿Es progresista un gobierno integrado por ex funcionarios de Menem y Duhalde; aliado con los mismos gobernadores, los mismos intendentes corruptos del conurbano bonaerense y las mismas camarillas sindicales; todos ellos protagonistas del saqueo nacional y la pérdida de los derechos sociales de los trabajadores? Las medidas acertadas del gobierno Kirchner –derechos humanos, Corte Suprema, rechazo al ALCA– no deben hacernos soslayar que mantiene el modelo impositivo de Menem, que el crecimiento económico no significó distribución de la riqueza, que aún hay catorce millones de pobres, indigencia, desnutrición y tres millones de chagásicos, que mantiene la Ley de Radiodifusión y la de entidades financieras de Martínez de Hoz vigentes desde la dictadura, que no impidió la extranjerización de la tierra y de las empresas nacionales, que hizo votar la ley antiterrorista y ha profundizado la entrega del petróleo y la minería. Néstor Kirchner votó la privatización petrolera menemista que le costara a la Nación una pérdida de más de 200.000 millones de dólares. Hoy ha dado luz verde a una re-privatización de los hidrocarburos con la prórroga de las concesiones hasta el 2047, es decir, hasta el agotamiento de las reservas, cuando pueden ser explotados por la Nación y las provincias conjuntamente. En tiempos en que el petróleo se acaba y es causa de guerras atroces, entregarlo así constituye una traición a la Patria y a la juventud, porque son los recursos de nuestros hijos y nietos.
Lo que perdura en buena parte de los ciudadanos es el temor al cambio: la convalecencia de una cultura de la derrota imperante en los noventa, que nos hizo sentir que la realidad no podía ser cambiada. Suerte de fatalidad enraizada en nuestros sentimientos que debemos vencer, porque existe la posibilidad real de transformar el país. Por estas razones creemos que éste es el momento propicio para comenzar a construir una alternativa política. Hoy existe en el país una necesidad, una urgencia y una vacancia política. El espacio nacional, popular y democrático no tiene representación: todos los candidatos mediáticos expresan variantes del centro a la derecha. La elección del 28 de octubre no es un simple recambio presidencial sino la profundización del modelo neoliberal que, en su esencia, es común a Cristina Fernández y a Lavagna, López Murphy, Sobisch, Rodríguez Saá y Elisa Carrió. Detrás de un aparente progresismo, las propuestas de la Coalición Cívica no van más allá de planteos institucionales y ofrece como ministro de Economía al liberal Prat Gay. Ninguno de ellos cuestiona el modelo agro-minero-exportador de Menem y el despojo de los recursos, ahora profundizado por Kirchner.
Lo nuestro no es meramente testimonial: Proyecto Sur es la única propuesta que demuestra la viabilidad de acabar a corto plazo con la pobreza y el desempleo e impulsar un fuerte desarrollo industrial. ¿Cómo? Volviendo a la gran política de Estado que desde 1907 a 1989 hizo de los hidrocarburos un recurso estratégico y un servicio público. La renta petrolera hoy llega a 16.000 millones de dólares anuales, con lo que es posible alcanzar soberanía alimentaria, acabar con la indigencia, la pobreza y el desempleo; reparar a los pueblos originarios restituyéndoles sus territorios y sus derechos y posibilitar a la juventud que fue la víctima de los planes de ajuste, su recapacitación e inserción laboral. Además, es preciso reconstruir el Estado, democratizar las instituciones, avanzar con una reforma constitucional que incorpore la democracia participativa y relanzar las grandes industrias del Estado, el plan siderúrgico y el desarrollo científico.
Se trata de reconstruir una ética pública capaz de cuidar aquello que es de todos y reivindicar principios y valores en desuso: solidaridad, participación, honestidad, amor a la Patria. Necesitamos acabar con la derrota, reconstruir la confianza, volver a encontrarnos quienes compartimos luchas y esperanzas para convencernos de que unidos podemos vencer. El 13 de diciembre se cumplirán cien años del descubrimiento del petróleo en el país: Argentina puede nacionalizar el petróleo y el gas si el pueblo se moviliza como lo hicieron los hermanos bolivianos con Evo Morales, y ninguna petrolera se fue de Bolivia. Queremos convocarlos a esta patriada: hoy existe una línea divisoria entre los que plantean la recuperación del petróleo y los minerales y los que silencian o defienden su entrega.

  • Publicado en la sección El País, Opinión, Página/12 del 16 de octubre de 2007