«Se han oído allá en lo alto [en Ramá] voces de lamentos, de luto y de gemidos, y son de Raquel, que llora a sus hijos, ni quiere admitir consuelo en orden a la muerte de ellos, visto que ya no existen». Estas palabras de Jeremías (31, 15) escritas allá por el siglo VI adC son, según San Mateo (2, 17), una profecía que se cumplió a principios de nuestra era cuando Herodes ordenó la matanza de los Santos Inocentes, una de las leyendas bíblicas más populares, contada siempre como un capítulo decisivo de la biografía de Jesús, en cuya infancia se ha encontrado una figura ideal para hipnotizar religiosamente a los niños. Herodes el grande, antagonista en el mito bíblico, sanguinario rey según algunos historiadores, propulsor de la cultura según otros, «mandó matar a todos los niños que había en Belén y en sus contornos», unos pocos días antes de su muerte en el año 4 adC. Para entonces María y José ya habían huido de Belén con Jesús, salvándolo así de la matanza, poco después de la adoración de los Magos.
La matanza de los Santos Inocentes, así como la adoración de los Magos, son hechos conmemorados por la Iglesia Católica en fechas meramente simbólicas que no responden a un orden cronológico coherente, que son inciertos cuando no falsos. El mito bíblico está contado de manera que, hoy día, podemos imaginar una matanza multitudinaria, incluso muchas de las pinturas que a lo largo de los siglos han ilustrado este episodio muestran multitudes degolladas o huyendo despavoridas. Los historiadores cristianos del medievo hablan de entre tres mil y quince mil inocentes asesinados, sin embargo el censo ordenado por el emperador Quirino recogía en Belén unos ochocientos habitantes. Así se puede estimar que en Belén habría unos veinte nacimientos al año, con una mortalidad del 50%, por lo que los muertos en la matanza no serían más de diez (aparecen siete en la obra de Heribert que ilustra este artículo). Aún así, la única referencia a la masacre es la de San Mateo. Flavio Josefo, historiador del siglo I, jamás menciona la matanza de los inocentes en su obra. Seguramente San Mateo, sabiendo que los judíos adoraban a Moisés -y que éste había escapado según la tradición a una matanza similar al menos un milenio antes-, inventó la historia que justificaría a Jesús como un nuevo líder. De ser cierta la matanza de los Santos Inocentes seguramente hubiera provocado una revuelta popular incontenible.
A su vez, el mito de la matanza de los inocentes de Moisés, llevada a cabo probablemente por Ramses II, puede estar basado en el mito de Krishna (कृष्ण, Señor Oscuro), que vivió más de tres mil años antes del nacimiento de Cristo y a quien su tío el rey Khamsa intentó matar. Cuando Krishna ya había sido engendrado, antes de su nacimiento, se encarnó en él Vishnú (interpretado muchas veces como un equivalente a la Santísima Trinidad Cristiana), para cumplir la profecía que decía que Krishna o uno de sus hermanos habría de matar al rey Khamsa. El rey Khamsa, homólogo de Herodes en este mito, mató a todos sus hermanos, desconociendo el próximo nacimiento de Krishna, que pudo ser criado en una aldea cercana. Poco después sucedería la matanza de todos los menores de dos años. A diferencia del mito cristiano, Krishna volvió más tarde para matar al rey Khamsa.
Khrisna, Moisés y Jesús son protagonistas de historias muy similares, versiones diferentes de un mismo mito que se han repetido a lo largo de la Historia en lugares tan dispares como India y Egipto, hace tres mil años o sólo unos pocos siglos. En el teatro chino también se repite la historia en El huérfano de los Zhao de Ji Junxian, enmarcada esta vez en las conspiraciones de la corte china, que Voltaire adaptó al francés en el siglo XVIII. El mito de la matanza de los Santos Inocentes reaparece tal vez por herencia, quizás por inspiración humana, porque ninguna civilización ha estado libre de catástrofes ligadas a la lucha por el poder, pese al consuelo de los profetas, Raquel jamás dejó de llorar.