Alivio, te espero

Ya pasaron meses desde que sucedió.
Se suponía que debería ir aminorando, pero no, empeora. El dolor en lugar de irse, se va asentando, se arraiga, como un invasor se va apropiando de un espacio dentro tuyo porque piensa quedarse para siempre.
A uno solo le queda sentir esa invasión, impotente, porque la mínima línea de razón que queda en tu cabeza shockeada, te dice que es inutil resistir.
Se llame dolor o lo que sea que te está invadiendo, vos percibís que es algo que entró para no irse nunca. Es algo con lo que tendrás que convivir de acá en más.
Pero… es para tanto? Al fin y al cabo, el descenso es algo que le sucede a varios equipos cada año, y casi nadie se entera, y mucho menos repara en el estado anímico de los hinchas de esos clubes, porque hasta se ve como un acto natural, de justicia natural.
Pero esto es RIVER… y nada de eso pasa acá…
Acá pasó otra cosa, algo más que el desconcertante descenso del equipo más ganador. Y aunque ni sepas que la pelota es redonda, no solo te enteraste la noticia, sino que, sin saber cómo, hasta llegás a comprender, a sentir lo que pasó.
Esto es RIVER!, solemos decir.
Pero qué es River?
River es más que un ganador club de fútbol.
River es ganar, pero no de cualquier forma.
River es una manera, la mejor manera, que a su vez es la única aceptada.
River es un estilo, el refinado, el estéticamente bello.
River es una marca mundial. Dicen que en el mundo del fútbol hay trabajando jugadores brasileros, hay alemanes, italianos, hay uruguayos, hay argentinos y, además, hay jugadores de River. Es una marca.
River es una visión, la de grandeza.
Y sobre todo, River es una idea, la de que todo puede ser perfecto.
Después si querés te podés hacer hincha o no de todo esto, podés amarlo u odiarlo, alentarlo o disfrutar ganarle, pero todo el mundo sabe lo que es River, hay acuerdo total en lo que significa River. Como que lo rojo es pasión y erotismo, lo blanco la pureza y la deidad, lo negro lo elegante, lo exclusivo y también lo mortal. River significa y encarna lo que todos entienden como lo máximo, lo mejor, la idea de que todo puede ser perfecto.
De ahí se entiende, más que el dolor del hincha de River, el pésame general del mundo futbolístico, siempre cruel menos en esta hora. Hasta al enemigo más acérrimo lo alcanza la … sorpresa? … no, es otra cosa que sucedió…
Lo que pasó acá fue que una utopía fue destruída.
Y ya sabemos lo que para el hombre son las utopías, si hasta se respeta la ajena, y ni hablar lo que se siente cuando la propia es destruída.
Entonces se te pierde la escala cuando intentás dimensionar que la utopía River era de millones de personas. Para todos, la idea River ocupaba un lugar clave en el equilibrio universal de valores.
Y eso fue destruído. Y todos están conmocionados.
Y para los hinchas de River, guardianes de ese sueño, apóstoles de la causa, la tragedia es inconmensurable. La congoja no se puede volcar en palabras.
No logramos entender aún cómo fue que sucedió. Aunque lo vimos venir, vimos cómo lentamente se corroía, cómo se traicionaba, nunca imaginamos que llegaría a ser humillada.
Tanto creíamos en la invencibilidad de la idea River, que suponíamos que jamás podría suceder ésto.
Pero los que menos creían que esto podía pasar, eran los que no son hinchas de este club. Ellos miraban incrédulos mi angustia previa y se fastidiaban diciéndome que exageraba, que ustedes no pueden descender, no pueden. Así de grande y poderosa es la idea River.
Pero en estos tiempos en que en la zona euro se aplican planes de ajustes y se ven cacerolazos, y que EEUU está a punto de entrar en default… River Plate se fue a la B.

Fue una tarde de sol.
El país, todo el futbol mundial se detuvo. El Olimpo del fútbol se concentró para presenciar la suerte de uno de sus miembros más aristocráticos, sin dudas, uno de los más influyentes de su historia. Nunca imaginaron lo que estaba por suceder…
Fue raro todo el tiempo, toda la tarde. Los hinchas se acercaban a su cancha como hermanos que van a la casa de los viejos, a ver cómo uno de ellos agonizaba. Estaban todos, como corresponde. Viviendo algo que, como la muerte, siempre se percibe como ajeno y lejano, pero ese día era cercano, en un lugar propio y conocido donde casi siempre se vivieron alegrías. Como que en casa se estaba por vivir algo incompatible con ese lugar. Un hecho conocido sí, pero no a mí, no acá.
Ansiosos, preocupados, vencidos, buscando en la mirada del otro hermano una pizca de esperanza… intuyendo que aún encontrándola sería estéril.
Todo se percibía raro. No iban a alentar a River para que ganara, como era lo habitual. Iban a alentar para que, suceda lo que suceda, sea con ellos alentando. Y le armaron una fiesta a su camiseta, como las mejores que hayan armado. Como leon herido que ruge por última vez su mejor rugido.
El gigante tiró su primer golpe, y acertó. Por un momento el aura de invencibilidad pareció percibirse.
Pero no… ya no había fuerzas. Estaba escrito. Ni siquiera pudo ejercer su última oportunidad en un penal.
En los últimos 5 minutos se sintió la muerte misma. No la muerte futbolística, de esa me río hoy. Hablo de la muerte verdadera. La Parca, la de la guadaña, la huesuda. Empezó a correr entre la gente. Se escuchabann llantos desgarradores. Los ojos, las caras desencajadas.
El corazón paralizado. Las rodillas doblándose.
En un momento… las banderas se arriaron. El silencio aturdió.
Las tribunas se desplomaron. Juro que sentí derrumbarse el cemento. Yo vi rajarse el suelo y caer la Sívori adentro con hinchada, tablero y todo.
Ni nos enteramos del silbato final del árbitro. Los hermanos intentaban sostenerse unos a otros. Padres e hijos mirándose buscando no se qué.
Y cuando apareció la anárquica violencia, se la recibió como la visitante natural y esperada, invadió el lugar y el momento, como buitre que se acerca al moribundo, y todos la vimos hacer su trabajo en nuestra casa, inevitable, natural, inmensamente dolorosa y testimonial. Vimos como en esa autodestrucción de nuestro templo se firmaba la sentencia. Como una lenta y definitiva rúbrica de lo terrible que vimos, cómplices, gestar durante meses.
A la salida de la cancha el mundo ya no se veía como antes.
No es que el mundo había cambiado, a la montada y a los carros represores ya los conocíamos, pero nosotros no éramos los mismos.
Primero fuimos hordas huérfanas queriendo terminar de quemar lo que ya no le encontrábamos razón de ser, sea cancha, club, barrio, nuestra vida misma. Luego fuimos fantasmas, zombis durante horas, días.
Y empezamos a sentir y reconocer eso que ahora tenemos adentro. Una yerra en el alma.
Como tal quemaba incomprensiblemente.
Creo que no la entendemos aún, aunque estemos aprendiendo a convivir ella.


Debo reconocer que no se cómo es que la camiseta de River volvió a salir a una cancha.
Los hombres que se la tuvieron que poner, y salir a correr, trabar, patear, cabecear, atajar, siquiera pensar en el mejor pase… se merecen al menos mi asombro.
¿Cómo pueden hacerse cargo de este momento? cómo se levanta a un gigante?
La respuesta es la camiseta, viejo. Son esos colores, es esa banda roja. Es la camiseta lo que los hace mantenerse de pie.
Y son esos 11 tipos enfundados en el manto sagrado lo que convoca. Lo que hace recordar a todos de la utopía, de la idea.
Y no me vengan con que todo esto es un juego, que es el negocio de unos pocos que manipulan una debilidad emocional colectiva, y no se cuántas explicaciones racionales más.
Al fin y al cabo… qué carajo me importa… si me persigno cuando rezo, bautizo a mis hijos, y hasta voto como actos de fe… cómo no voy a entregar mi mente y mi corazón a un sentimiento que se transmite de padres a hijos, o surge en forma espontánea por alguna vivencia que nos marca, y siempre se forja en el juego de la más tierna e inocente etapa de la vida. Cualquiera sea el origen, es lo suficientemente genuino y personal como para sentirlo como sagrado.
Y entonces voy, vamos.
Donde salgan los 11 con la banda roja, donde sea, vamos a estar todos, en persona, por tele, radio, o como sea, vamos a estar todos defendiendo nuestra idea sagrada. Nuestra religión.
De que todo puede ser perfecto, bello, grandioso, viril, fino, sublime, y sobre todo… nuestro, que nosotros podamos ser eso, que nuestra mediocridad personal sea salvada por esa idea que se defiende con una camiseta en una cancha de fútbol, y que nos haga dignos, bellos, y campeones.
Y esta actitud del mundo River no le sorprende a nadie.
Sí, la revolución que se armó llama la atención y llena tapas de diarios y horas de televisión, pero no hay sorpresa.
Digamos que hay alivio.
Sí, alivio de que la idea no está muerta, y que aún es defendida. Por una dirigencia que podría haberse escabullido pero no, intenta que los colores mantengan el brillo haciendo que la institución funcione, y demuestran que sigue siendo el mejor club, la mejor cancha, el jugador más caro, el pase más resonante. Por los ídolos que vuelven a poner el cuerpo, y el mundo revela aliviado que la causa, la idea, no era económica, que hay otras cosas que movilizan a un hombre. Por los 11 que salen a la cancha y demuestran que con lo mucho o poco que tienen se puede intentar jugar a la manera River, atacan, siempre al frente con lo que haya. Y sobre todo por los hinchas, que no se dejaron robar su ilusión, su utopía, que no se avergüenzan de ella ni de su humillación, que en su peor hora la defienden más que nunca, y todos contemplan aliviados que en cada cancha que revientan demuestran LO QUE ES RIVER.
Y entonces aliviados, todos ven y siguen a River, quieren ver cómo reacciona, cómo se levanta, quieren medirse con él en la cancha, en los ratings, en los records, y mezclan torneos si es necesario para hacerlo. Estrenan camisetas, las bordan con la fecha. Se visten de gala y hacen documentales cuando visitan el Monumental. Quieren verlo jugar en su cancha por más humilde que sea, quieren llenar sus tribunas con la fiesta que arman esos tercos e ilusos millonarios, quieren regar su césped con algo de su gloria, quieren sentir como River los ataca, los acorrala, y ver si pueden superarlo, quieren respirar su fútbol, porque aún paupérrimo saben de su esencia y la buscan en cada jugada. Lloran cuando pierden o cuando ganan, da igual, solo quieren ser parte de la historia grande.
No hay sorpresa, hay alivio en el mundo futbolístico. River aún existe, y está honrando la idea, la pone por encima de categorías y torneos, hay algo que pone al fútbol puro por encima de todo. Comprueban que lo importante no es si juegan en la A o en la B, sino que juegan con River. Todavía les titila el faro que les referencia lo máximo, lo mejor.
Más allá del futbolístico, me animo a decir que en el mundo todo hay alivio: una utopía se está defendiendo.
Ojalá que en el año que comienza, ese alivio llegue a la herida en el alma de todos los que somos River Plate.

Ya pasaron meses desde que sucedió.
Se suponía que debería ir aminorando, pero no, empeora. El dolor en lugar de irse, se va asentando, se arraiga, como un invasor se va apropiando de un espacio dentro tuyo porque piensa quedarse para siempre.
A uno solo le queda sentir esa invasión, impotente, porque la mínima línea de razón que queda en tu cabeza shockeada, te dice que es inutil resistir.
Se llame dolor o lo que sea que te está invadiendo, vos percibís que es algo que entró para no irse nunca. Es algo con lo que tendrás que convivir de acá en más.
Pero… es para tanto? Al fin y al cabo, el descenso es algo que le sucede a varios equipos cada año, y casi nadie se entera, y mucho menos repara en el estado anímico de los hinchas de esos clubes, porque hasta se ve como un acto natural, de justicia natural.
Pero esto es RIVER… y nada de eso pasa acá…
Acá pasó otra cosa, algo más que el desconcertante descenso del equipo más ganador. Y aunque ni sepas que la pelota es redonda, no solo te enteraste la noticia, sino que, sin saber cómo, hasta llegás a comprender, a sentir lo que pasó.
Esto es RIVER!, solemos decir.
Pero qué es River?
River es más que un ganador club de fútbol.
River es ganar, pero no de cualquier forma.
River es una manera, la mejor manera, que a su vez es la única aceptada.
River es un estilo, el refinado, el estéticamente bello.
River es una marca mundial. Dicen que en el mundo del fútbol hay trabajando jugadores brasileros, hay alemanes, italianos, hay uruguayos, hay argentinos y, además, hay jugadores de River. Es una marca.
River es una visión, la de grandeza.
Y sobre todo, River es una idea, la de que todo puede ser perfecto.
Después si querés te podés hacer hincha o no de todo esto, podés amarlo u odiarlo, alentarlo o disfrutar ganarle, pero todo el mundo sabe lo que es River, hay acuerdo total en lo que significa River. Como que lo rojo es pasión y erotismo, lo blanco la pureza y la deidad, lo negro lo elegante, lo exclusivo y también lo mortal. River significa y encarna lo que todos entienden como lo máximo, lo mejor, la idea de que todo puede ser perfecto.
De ahí se entiende, más que el dolor del hincha de River, el pésame general del mundo futbolístico, siempre cruel menos en esta hora. Hasta al enemigo más acérrimo lo alcanza la … sorpresa? … no, es otra cosa que sucedió…
Lo que pasó acá fue que una utopía fue destruída.
Y ya sabemos lo que para el hombre son las utopías, si hasta se respeta la ajena, y ni hablar lo que se siente cuando la propia es destruída.
Entonces se te pierde la escala cuando intentás dimensionar que la utopía River era de millones de personas. Para todos, la idea River ocupaba un lugar clave en el equilibrio universal de valores.
Y eso fue destruído. Y todos están conmocionados.
Y para los hinchas de River, guardianes de ese sueño, apóstoles de la causa, la tragedia es inconmensurable. La congoja no se puede volcar en palabras.
No logramos entender aún cómo fue que sucedió. Aunque lo vimos venir, vimos cómo lentamente se corroía, cómo se traicionaba, nunca imaginamos que llegaría a ser humillada.
Tanto creíamos en la invencibilidad de la idea River, que suponíamos que jamás podría suceder ésto.
Pero los que menos creían que esto podía pasar, eran los que no son hinchas de este club. Ellos miraban incrédulos mi angustia previa y se fastidiaban diciéndome que exageraba, que ustedes no pueden descender, no pueden. Así de grande y poderosa es la idea River.
Pero en estos tiempos en que en la zona euro se aplican planes de ajustes y se ven cacerolazos, y que EEUU está a punto de entrar en default… River Plate se fue a la B.

Fue una tarde de sol.
El país, todo el futbol mundial se detuvo. El Olimpo del fútbol se concentró para presenciar la suerte de uno de sus miembros más aristocráticos, sin dudas, uno de los más influyentes de su historia. Nunca imaginaron lo que estaba por suceder…
Fue raro todo el tiempo, toda la tarde. Los hinchas se acercaban a su cancha como hermanos que van a la casa de los viejos, a ver cómo uno de ellos agonizaba. Estaban todos, como corresponde. Viviendo algo que, como la muerte, siempre se percibe como ajeno y lejano, pero ese día era cercano, en un lugar propio y conocido donde casi siempre se vivieron alegrías. Como que en casa se estaba por vivir algo incompatible con ese lugar. Un hecho conocido sí, pero no a mí, no acá.
Ansiosos, preocupados, vencidos, buscando en la mirada del otro hermano una pizca de esperanza… intuyendo que aún encontrándola sería estéril.
Todo se percibía raro. No iban a alentar a River para que ganara, como era lo habitual. Iban a alentar para que, suceda lo que suceda, sea con ellos alentando. Y le armaron una fiesta a su camiseta, como las mejores que hayan armado. Como leon herido que ruge por última vez su mejor rugido.
El gigante tiró su primer golpe, y acertó. Por un momento el aura de invencibilidad pareció percibirse.
Pero no… ya no había fuerzas. Estaba escrito. Ni siquiera pudo ejercer su última oportunidad en un penal.
En los últimos 5 minutos se sintió la muerte misma. No la muerte futbolística, de esa me río hoy. Hablo de la muerte verdadera. La Parca, la de la guadaña, la huesuda. Empezó a correr entre la gente. Se escuchabann llantos desgarradores. Los ojos, las caras desencajadas.
El corazón paralizado. Las rodillas doblándose.
En un momento… las banderas se arriaron. El silencio aturdió.
Las tribunas se desplomaron. Juro que sentí derrumbarse el cemento. Yo vi rajarse el suelo y caer la Sívori adentro con hinchada, tablero y todo.
Ni nos enteramos del silbato final del árbitro. Los hermanos intentaban sostenerse unos a otros. Padres e hijos mirándose buscando no se qué.
Y cuando apareció la anárquica violencia, se la recibió como la visitante natural y esperada, invadió el lugar y el momento, como buitre que se acerca al moribundo, y todos la vimos hacer su trabajo en nuestra casa, inevitable, natural, inmensamente dolorosa y testimonial. Vimos como en esa autodestrucción de nuestro templo se firmaba la sentencia. Como una lenta y definitiva rúbrica de lo terrible que vimos, cómplices, gestar durante meses.
A la salida de la cancha el mundo ya no se veía como antes.
No es que el mundo había cambiado, a la montada y a los carros represores ya los conocíamos, pero nosotros no éramos los mismos.
Primero fuimos hordas huérfanas queriendo terminar de quemar lo que ya no le encontrábamos razón de ser, sea cancha, club, barrio, nuestra vida misma. Luego fuimos fantasmas, zombis durante horas, días.
Y empezamos a sentir y reconocer eso que ahora tenemos adentro. Una yerra en el alma.
Como tal quemaba incomprensiblemente.
Creo que no la entendemos aún, aunque estemos aprendiendo a convivir ella.


Debo reconocer que no se cómo es que la camiseta de River volvió a salir a una cancha.
Los hombres que se la tuvieron que poner, y salir a correr, trabar, patear, cabecear, atajar, siquiera pensar en el mejor pase… se merecen al menos mi asombro.
¿Cómo pueden hacerse cargo de este momento? cómo se levanta a un gigante?
La respuesta es la camiseta, viejo. Son esos colores, es esa banda roja. Es la camiseta lo que los hace mantenerse de pie.
Y son esos 11 tipos enfundados en el manto sagrado lo que convoca. Lo que hace recordar a todos de la utopía, de la idea.
Y no me vengan con que todo esto es un juego, que es el negocio de unos pocos que manipulan una debilidad emocional colectiva, y no se cuántas explicaciones racionales más.
Al fin y al cabo… qué carajo me importa… si me persigno cuando rezo, bautizo a mis hijos, y hasta voto como actos de fe… cómo no voy a entregar mi mente y mi corazón a un sentimiento que se transmite de padres a hijos, o surge en forma espontánea por alguna vivencia que nos marca, y siempre se forja en el juego de la más tierna e inocente etapa de la vida. Cualquiera sea el origen, es lo suficientemente genuino y personal como para sentirlo como sagrado.
Y entonces voy, vamos.
Donde salgan los 11 con la banda roja, donde sea, vamos a estar todos, en persona, por tele, radio, o como sea, vamos a estar todos defendiendo nuestra idea sagrada. Nuestra religión.
De que todo puede ser perfecto, bello, grandioso, viril, fino, sublime, y sobre todo… nuestro, que nosotros podamos ser eso, que nuestra mediocridad personal sea salvada por esa idea que se defiende con una camiseta en una cancha de fútbol, y que nos haga dignos, bellos, y campeones.
Y esta actitud del mundo River no le sorprende a nadie.
Sí, la revolución que se armó llama la atención y llena tapas de diarios y horas de televisión, pero no hay sorpresa.
Digamos que hay alivio.
Sí, alivio de que la idea no está muerta, y que aún es defendida. Por una dirigencia que podría haberse escabullido pero no, intenta que los colores mantengan el brillo haciendo que la institución funcione, y demuestran que sigue siendo el mejor club, la mejor cancha, el jugador más caro, el pase más resonante. Por los ídolos que vuelven a poner el cuerpo, y el mundo revela aliviado que la causa, la idea, no era económica, que hay otras cosas que movilizan a un hombre. Por los 11 que salen a la cancha y demuestran que con lo mucho o poco que tienen se puede intentar jugar a la manera River, atacan, siempre al frente con lo que haya. Y sobre todo por los hinchas, que no se dejaron robar su ilusión, su utopía, que no se avergüenzan de ella ni de su humillación, que en su peor hora la defienden más que nunca, y todos contemplan aliviados que en cada cancha que revientan demuestran LO QUE ES RIVER.
Y entonces aliviados, todos ven y siguen a River, quieren ver cómo reacciona, cómo se levanta, quieren medirse con él en la cancha, en los ratings, en los records, y mezclan torneos si es necesario para hacerlo. Estrenan camisetas, las bordan con la fecha. Se visten de gala y hacen documentales cuando visitan el Monumental. Quieren verlo jugar en su cancha por más humilde que sea, quieren llenar sus tribunas con la fiesta que arman esos tercos e ilusos millonarios, quieren regar su césped con algo de su gloria, quieren sentir como River los ataca, los acorrala, y ver si pueden superarlo, quieren respirar su fútbol, porque aún paupérrimo saben de su esencia y la buscan en cada jugada. Lloran cuando pierden o cuando ganan, da igual, solo quieren ser parte de la historia grande.
No hay sorpresa, hay alivio en el mundo futbolístico. River aún existe, y está honrando la idea, la pone por encima de categorías y torneos, hay algo que pone al fútbol puro por encima de todo. Comprueban que lo importante no es si juegan en la A o en la B, sino que juegan con River. Todavía les titila el faro que les referencia lo máximo, lo mejor.
Más allá del futbolístico, me animo a decir que en el mundo todo hay alivio: una utopía se está defendiendo.
Ojalá que en el año que comienza, ese alivio llegue a la herida en el alma de todos los que somos River Plate.

Lei algunas cosas porque me resulto muy largo, pero esta bueno.

interesantisimo :roll:

No vas a tener alivio nunca…lo unico que puede calmar un poco esta humillacion es ganar 8 veces seguidas la copa libertadores y 5 mundiales de esos que gano el barcelona seguidos + titulos locales ,etc…y asi y todo , la calma va a ser asintotica,nunca llegara a ser completa porque el descenso para un club como river es el fin casi…fue perder todo.

PD: haganla un poco mas corta…