A 35 años del golpe: NUNCA MÁS.

Acá van algunas notas del Página 12 de hoy, son parte de un suplemento especial sobre el golpe. Escriben varios, pero seleccioné los que me gustaron más.

Feimann.

La negatividad absoluta

La experiencia del genocidio nazi sorprendió a los europeos y también al resto de eso que llamamos humanidad. Algún consuelo acerca un dictum que se dice en una obra de Samuel Beckett, Final de partida: Después de todo, ahora ya no queda mucho que temer. La frase intenta ser trabajada y acaso ahondada por Theodor Adorno en su Dialéctica negativa, pero no es mucho lo que consigue, sólo oscuridades (ver: Dialéctica negativa, Akal, Madrid, 2005, p. 332). Sin embargo, hay una frase que brilla. ¿Por qué es tan devastador el texto de Beckett? ¿Por qué tiene ese tono de resignación ante el horror y la certeza de que ya no veremos otro que lo supere? Porque –después de Auschwitz– “la negatividad absoluta es previsible, ya no sorprende a nadie” (Ibid., p. 332). La negatividad absoluta significa que todo ser humano puede ser tratado como el Otro absoluto. Nadie sabe –es una de las enseñanzas de Kafka sobre el horror del siglo XX– en qué momento, en qué circunstancias puede transformarse en un culpable. No bien integra este grupo de malditos se convierte en el Otro absoluto. Pasa a formar parte del grupo de los designados para morir. Toda sociedad autoritaria establece de inmediato (como esencia de su nacimiento y de su autojustificación) el señalamiento de un Otro absoluto. Pocas cosas unen tanto a una sociedad cuya unión peligraba que indicarle al responsable de todas las desgracias, al Otro demoníaco. Es por ese Otro que hemos llegado a padecer hambre. Que nuestras cosechas fueron malas. Que nuestros inviernos fueron crudos y la tuberculosis se llevó a tantos viejitos y las enfermedades respiratorias a tantos ciudadanos útiles. Es por ese Otro que somos pobres. Ese Otro no pertenece al linaje de nuestra patria. Quiere destruirlo. Está en contra de nuestro estilo de vida. Está en contra de la pureza de nuestra tierra y de nuestra sangre. Son más inteligentes que nosotros, que somos limpios. De aquí que se apoderen de nuestras riquezas. Que se adueñen de nuestra economía. Están en contra de la lucha contra el imperialismo, del hombre nuevo que queremos construir. Están en contra de nuestro comunismo soviético que conduce nuestro supremo camarada, quieren hacernos retroceder a la época de los zares. Son los terroristas del Islam. Son los que volaron nuestras Torres, injuriaron nuestra patria antes intocada. Iremos a buscarlos donde se escondan y conocerán la ira de los Estados Unidos, porque Dios no es neutral, está con nosotros. Son la subversión apátrida. Son los enemigos de nuestros valores y de nuestra religión. No reemplazarán la bandera de Belgrano por el rojo trapo de Lenin.

Así, subrayar quién es el Otro demoníaco, explicitar por qué lo es, delimita de inmediato un grupo de ciudadanos (cuyas dimensiones son imprecisas como imprecisos son los elementos para incluirlos entre los malditos) que son pasibles de sufrir la persecución y la negatividad absoluta. Esta negatividad se les aplica no bien se los incluye en el grupo de la otredad demoníaca, culpable. Cuya eliminación es fundamental para que la patria y los valores que le dan sentido tengan vigencia y no sean reemplazados. O no sean derrotados los nuevos valores de toda revolución triunfante. “Ya no hay nada que temer”, dice Beckett. Pero, ¿acaso no se teme a la repetición del horror? No digo esto para refutar la frase del creador de Godot, que es un poderoso disparador reflexivo. Sí, nada peor puede pasar después de Auschwitz. Pero la desgracia de la humanidad es que sigue pasando. No hay nada que temer porque se llegó a los límites del horror. Bien, si se llegó hasta ahí, ¿no habría que detenerse? Porque la frase de Beckett podría entregar cierta resignación o verificar tristemente que eso que creíamos que nunca iba a ocurrir –llegar al extremo absoluto del horror, de la vejación– ya ocurrió y nada nuevo puede ocurrir. Pero no. Si se hubiera llegado al límite del horror y alguien hubiera anunciado: Ahora ya está. ¿Para qué repetir lo que ya se consiguió?, tal vez algún alivio penetrara en nuestras conciencias. No es así. No se irá más allá, pero se insistirá en esos ejercicios del ultraje sin nombre. Y hasta –por qué no– se los supere. Los verdugos no pierden la esperanza. En la ESMA se cometieron más horrores que en Auschwitz. En Auschwitz la tortura no era esencial. Nadie era enviado a Auschwitz para extraerle información. No, iban ahí a trabajar de modo infame hasta morir. De ahí ese cartel siniestro: “El trabajo os hará libres”. Pero la ESMA era un campo de tareas de “inteligencia”, que, según la enseñanza francesa de los paras de Argelia, se realiza por medio de la tortura. Los números de muertos serán distintos. Pero, ¿desde cuándo importan las estadísticas cuando hablamos de seres humanos? Un secretario de Cultura que puso la actual administración de la Ciudad de Buenos Aires dijo la siguiente atrocidad: “En Europa diez mil muertos no son nada”. Esa cifra le había destinado a los desaparecidos de la Argentina, la comparaba con las de los judíos, las de los armenios, las de los camboyanos y concluía: ¿qué son diez mil muertos? ¿Qué es un muerto? Para el que muere es todo. Es la negatividad absoluta. No hay que transformar la vida en una estadística. Cada ser que muere es un absoluto. De ahí esa notable reflexión: no mataron seis millones de judíos. Mataron a uno seis millones de veces. No mataron treinta mil argentinos (todos inocentes, ya que ninguno fue juzgado): mataron a uno treinta mil veces. Y si uso esta cifra es porque es la única en la que creo. Porque la enunció el único grupo humano en el que puedo creer: las Madres, las Abuelas. En resumen, tiene razón Beckett: nada peor que el 24 de marzo puede sucedernos ya. Pero eso implica dedicar nuestras vidas a imposibilitar sus condiciones de posibilidad. Porque –si lo pensamos bien y hasta el punto de la angustia– no es cierto que nada peor pueda ocurrirnos. Hay algo peor, cuyo espanto hiela nuestra sangre y hasta detiene los latidos vitales de nuestro corazón frente a esa posibilidad: que ocurra otra vez. Eso puede pasarnos, eso sería mucho peor y luchar contra eso es un imperativo categórico cotidiano que los hombres nobles, los que en este país respetan la vida y, sobre todo, la vida de los otros, llevamos sobre nuestras espaldas a veces exhaustas, erosionadas por muchos desencantos, pero nunca vencidas.

Página/12 :: Especiales :: La negatividad absoluta

Osvaldo Bayer

La muerte argentina

Se cumplen treinta y cinco años. Escribo esto para los jóvenes que no vivieron ese pasado. Es una síntesis para tener en cuenta. Sólo queda el recuerdo del dolor ante crímenes como nunca habían ocurrido antes en la Argentina. De militares que se creyeron dueños de la vida y de la muerte. Con una sociedad civil cómplice. Una dictadura de la quema de libros y de la “desaparición”. De campos de concentración, de torturas y robos de las pertenecias de las víctimas. De personajes uniformados que se creían omnipotentes. De sectores económicos, intelectuales y religiosos que apoyaron desembozadamente ese sistema para “pacificar el país”. Miles de exiliados. La Muerte con todo su rostro de cinismo.

Pero las Madres.

Increíble el heroísmo de esas mujeres que dieron un ejemplo al mundo. Pocas veces en la historia humana se ha visto nacer un movimiento así, del dolor, solas ante una sociedad enemiga con miedo. Salir a la calle y reclamar por el destino de sus hijos.

Esos dos son los ejemplos que nos quedan de un período tan aciago. Los crímenes más inimaginables y el coraje de esas mujeres. Como resumen final del extremo de la crueldad, nada mejor que expresarlo en la muerte de las tres madres fundadoras de ese movimiento: Azucena Villaflor, Teresa Careaga y María Ponce: después de torturas indecibles, arrojadas al mar vivas desde aviones. ¿La humanidad ha asistido alguna vez acaso a un acto que supere algo tan sádico? Esto ocurrió en la Argentina.

Todo para asegurar un sistema económico de base liberal-capitalista que tiene un apellido imborrable: Martínez de Hoz.

Pero no nos detengamos sólo en la realidad de esa dictadura militar perversa y voraz, sino preguntémonos cómo fue posible. Fue posible por el fracaso de la sociedad civil. El horror ya había comenzado antes. Las Tres A fueron el símbolo de lo que luego iba a llegar al extremo. Prólogo: matar al enemigo político. Prefacio que terminaría en la desaparición de personas. Los partidos políticos gobernantes fueron cavando la tumba a la democracia tan esperada luego de que el pueblo consagrara a Cámpora con su voto y su deseo de democracia y de más justicia social. Pero apenas unos días después, Ezeiza y el reemplazo de Cámpora por el pariente de López Rega: Raúl Lastiri. Aquí ya comenzó a delinearse el espíritu de la represión que vendría poco después con toda fuerza. Tengo una experiencia personal. Mi primer libro, Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, fue prohibido por un decreto de Lastiri. Así, sin explicaciones. Preví entonces que vendrían tiempos muy difíciles. Primero se prohibiría, luego se quemaría y luego se asesinaría a sus autores. López Rega como poder omnipotente en las sombras. Luego de nueve meses de Perón, que terminaría con su fallecimiento, comenzará ya la lucha abierta.

El 12 de octubre de 1974 no sólo se prohibió el libro La Patagonia Rebelde, cuyos tomos estaba publicando, sino también el film del mismo nombre. Hablo de mi experiencia, pero es que esto pasó a ser una regla general con algo peor todavía: el asesinato en la calle de todo aquel sospechado de izquierdista. Isabel Perón, ascendida no por su capacidad sino por su nombre.

Sí, hubo intentos de salir del pozo, como la caída de López Rega, pero igual ya se iba directamente a la caída final. Los militares. Tres nombres para recordar: Videla, Massera, Agosti.

Ensuciaron nuestra historia para siempre. No ya la Década Infame. La década perversa. La perversión desde la Casa Rosada. “No están ni vivos ni muertos, están desaparecidos”, dirá el general Videla a los periodistas extranjeros. Cuando le preguntaron sobre gente que había sido detenida. Desaparecidos. Los generales harán lo de Malvinas para salvarse ante la historia. Pero demostraron la incapacidad de su oficio. Quedaron más de 600 soldados muertos en plena juventud.

El sistema de Videla-Viola-Galtieri produjo también otro crimen pocas veces registrado en la historia del ser humano: el robo de niños. A las mujeres embarazadas detenidas les quitaban el hijo en el momento del parto. El destino: esos niños iban a parar a matrimonios de militares, policías o adeptos al sistema que no podían tener hijos, bueno, pues a ellos iba el recién nacido. La madre que acababa de dar a luz, en casi todos los casos, era asesinada. En un país católico, con cardenales, arzobispos y obispos.

Todo esto es ya sabido. Ha salido todo a la luz. Pero nos empecinamos en repetirlo para que no se olvide de ninguna manera. Tuvieron que pasar más de dos décadas de la dictadura para que en nuestro país se comenzara a hacer verdadera justicia. Ni obediencia debida ni punto final ni indultos. La verdadera justicia.

Toda una historia trágica. Las dictaduras militares típicas de la Argentina. Tres décadas y media hace que comenzó a gobernar el cinismo más cruel. La lección nos dice que sólo nos queda el camino de la verdadera democracia, que no sólo debe conformarse con dar la libertad de poner el papelito en la urna cada dos años, sino lograr una sociedad en libertad, con derechos igualitarios. Todavía mueren niños de hambre en la Argentina. Cuando ya no haya estadísticas con esa vergüenza nacional, cuando ya las villas miseria pertenezcan al pasado, podremos decir que cumplimos con los principios de nuestros héroes de Mayo.

El nunca más a la Muerte Argentina.

Atilio Boron.

El golpe militar de 1976: 35 años después

Por Atilio A. Boron
Es importante, al cumplirse 35 años del golpe, continuar ejercitando la memoria. El olvido o la negación sólo servirían para facilitar la repetición de tan atroz experiencia. Recordar y actuar, pero sin limitarnos a las manifestaciones políticas del terrorismo de Estado y sus políticas de exterminio. Hay que llegar al cimiento sobre el cual éstas se construyeron: el proyecto neoliberal, que para prevalecer requiere de una dosis inaudita de violencia y de muerte. Gracias a la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida algunos de los tenebrosos ejecutores del plan genocida están entre rejas, pero hasta ahora sus instigadores han logrado evadir la acción de la Justicia. Hoy, veintiocho años después de recuperada la democracia, ya no es mucho lo que se puede hacer teniendo en cuenta la edad de los principales responsables. Esta es una de las lecciones para recordar: se juzgó a los responsables del terrorismo de Estado, y en ese sentido es importante destacar que en esta materia la Argentina se ubica indiscutiblemente a la vanguardia en el plano internacional. Pero los instigadores y beneficiarios del terrorismo económico y sus cómplices, en los medios, en los partidos, los sindicatos, la Iglesia, la cultura y las universidades, han disfrutado, hasta ahora, de total impunidad. Se ha juzgado y condenado a quienes fueron su instrumento, pero dejando de lado el enjuiciamiento a quienes pusieron en marcha un plan que sabían muy bien sólo lograría imponerse mediante la más brutal violación de los derechos humanos. El proceso llevado a cabo en el caso de Papel Prensa es un avance, así como algunas causas en las cuales se ha involucrado a Martínez de Hoz; pero siendo importantes son insuficientes. Esta es una de las asignaturas pendientes que debe ser aprobada cuanto antes. Ojalá que la discusión suscitada por este luctuoso aniversario pueda servir para profundizar la investigación sobre los instigadores y cómplices antes de que sea demasiado tarde.

La experiencia internacional de países como Alemania, Italia, España y Portugal demuestra que los legados autoritarios no son de fácil o inmediata asimilación. Son procesos de largo plazo y, en nuestro caso, se impone averiguar cuáles son las herencias que ha dejado una experiencia tan traumática como la de la última dictadura militar. Es razonable suponer, por ejemplo, que algunos de los crímenes más estremecedores de los últimos tiempos como los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, del maestro Carlos Fuentealba, del joven Mariano Ferreyra, de los aborígenes qom en Formosa, o el de los ocupantes del Parque Indoamericano, amén de las desapariciones de Julio Jorge López y Luciano Arruga, son ecos luctuosos de aquel desgraciado período de nuestra historia. Otros legados, como la impunidad castrense, fueron metabolizados y superados, pero los absurdos privilegios de que goza la renta financiera, anclados en la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz, insólitamente vigente luego de tantos años, continúan ejerciendo su perniciosa influencia, al igual que la extranjerización de los principales sectores de la vida económica, la inequidad del régimen tributario y el despojo de las riquezas nacionales. Una herencia particularmente gravosa de aquel aciago período es la destrucción del Estado nacional, obra en la cual lo iniciado por la dictadura –recordar su consigna: “achicar el Estado es agrandar la nación”– adquirió inédita profundidad y ribetes escandalosos durante el decenio menemista. Los gobiernos sucesores sólo tímidamente emprendieron la urgente y necesaria tarea de reconstruir al Estado, misión imposible sin una reforma impositiva que asegure el adecuado financiamiento del aparato estatal. De ahí la paradoja, que no pasa inadvertida para nadie, de una economía que crece aceleradamente en convivencia con un Estado muy pobre que, por ejemplo, debe confiar en las declaraciones de los oligopolios petroleros o mineros para saber cuál es el monto o la cuantía de sus exportaciones, porque ni el Estado nacional ni los estados provinciales disponen de los recursos humanos y técnicos para dicha tarea; o que depende de otro país para imprimir el papel moneda que necesita su población. Acabar con este deplorable legado es una de las tareas más urgentes: sin un Estado reconstruido y dotado de los recursos que exigen sus múltiples y esenciales funciones, difícilmente la bonanza económica podrá traducirse en progreso social.

Y por último, esta quizás puede estar empapada de cierta ideologia. Asi que aquellos que no comulguen con la mierda oficialista, pueden dejarla de lado aunque es recomendable :wink:

Aliverti.

De qué hablar

Por Eduardo Aliverti
Hay que dejar de hablar del golpe, únicamente, como la instancia más trágica de la historia argentina. Hay que animarse, de una buena vez por todas, a opinar que en algunos o varios aspectos pasamos a ganar. Pero por favor: no confundir esa apreciación con los juicios de quienes estiman que ya están podridos de que (les) hablen de la dictadura. Porque se trata justo de lo contrario.

La bestialidad de lo parido hace 35 años, o un poco antes, es precisamente lo que hace resaltable cierto aspecto del presente. En lo personal, incluso, quien firma se pasó la mayor parte de estas tres décadas y media, en casi cada uno de estos aniversarios, dedicando sus columnas a advertir más que nada sobre la sobrevivencia de lo que la dictadura dejó. La destrucción del aparato industrial; el ninguneo masivo a participar o comprometerse en política, por fuera de aquella primavera alfonsinista que en verdad fue un veranito; la profundización del desprecio ideológico, racista, hacia la actividad sindical y ante los desesperados llamados de atención de los excluidos; la discursividad facha de una vasta clase media (¿Macri no es acaso el hijo civil perfecto de los milicos?); el deterioro de la movilidad social ascendente, quitadas las fantasías patéticas del uno a uno de la rata; la precarización laboral. Puestos en el orden que se quiera, esos y otros componentes son inescindibles del punto de inflexión que significó la dictadura. Aun ahora cabe tener la seguridad o la certidumbre de que en el ámbito educativo en general, por las fallas objetivas y subjetivas que fueren, permanece potente –en el mejor de los casos– la idea y traslación de que hace 35 años aparecieron, desde la nada misma, asesinos lunáticos y capaces de esparcir una de las carnicerías humanas más alucinantes del siglo XX. ¿Cuántos y cómo son hoy los docentes (y comunicadores, y periodistas, y referentes “culturales”, y etcétera) que no saben o no quieren explicar que la mayor tragedia de nuestra historia fue producto de la necesidad y vocación de la clase dominante, para acabar por medio del terror y de raíz –creyeron– con todo signo de rebeldía que anidara en las entrañas y en la militancia activa de una porción de esta sociedad?

Como habíamos propuesto al comienzo: esa bestialidad de los mandantes de los milicos, de los grandes grupos económicos que pusieron todo el gabinete del golpe, y toda la jerarquía eclesiástica para bendecir las torturas, y toda la complicidad directa de los emporios de prensa (que viene ser todo lo mismo), obliga a animarse no solamente a la pregunta de cuánto de aquello sigue vivo sino –por fin– a la de cómo fue y es probable que tenga tanto de muerto. Y la respuesta directa es que apareció una normalidad o anomalía, susceptible de sacar de quicio a quienes, durante 200 años, se acostumbraron a la victoria final e inevitable de sus intereses. De sus ganancias fáciles de país agroexportador, y listo. De sus estratagemas comunicacionales. De su seguridad de tenerla más larga, siempre. Nadie dice que al final (¿qué es el final?) no vuelvan a tener razón. Pero por lo pronto, alguien, algo, les metió una baza después de tanto tiempo. Alguien, algo, les produjo diarrea. Habrá sido que se les fue la mano en su canibalismo de clase parasitaria, en su impericia dirigencial para heredarse, en su exceso de confianza. En no darse cuenta de que había espacio para la aparición de un outsider que leyera la realidad mejor que ellos. Como sea, algo (les) pasó como para que, a “nada más” que 35 años, lo persistente del golpe que dieron conviva poco menos que en desventaja con lo que cambió.

Tantos milicos a quienes ya no tienen como última reserva de la Patria. Tantos pibes que no les tienen miedo. Tanto que dependen de unos medios y unos periodistas en los que se cree cada vez menos. Tanto que el enamoramiento de las astronómicas tasas de interés de la etapa neoliberal empieza, de a poco, a compartir novia con un modelo que privilegia el mercado interno, al punto de quebrarles varios de sus frentes corporativos (la UIA, la Mesa de Enlace). Tanto problema para encontrar dirigentes políticos que les obren de gerentes: hay, pero no convencen a la sociedad. También disponen de caudillos sindicales del viejo aparato burocrático que se resiste a morir, pero que carece del peso de otrora.

Y tanto boludo ideológico, por ser en extremo suaves, que dice que todo eso que cambió, o va cambiando, compele a dejar de hablar de la dictadura, cuando precisamente se trata de hablar más que nunca para tener noción de por qué cambian las cosas.


En fin, la idea es que sirvan como punto de partida para reflexionar sobre la etapa más oscura de nuestra historia. Más allá de los 30000 desaparecidos, de las torturas y de la ESMA, estaría bueno debatir sobre la dictadura civico-militar en su conjunto. El legado económico y la transformación de la sociedad civil por parte de los militares son, según mi punto de vista, las consecuencias mas destacables de ese período.

Acá van algunas notas del Página 12 de hoy, son parte de un suplemento especial sobre el golpe. Escriben varios, pero seleccioné los que me gustaron más.

Feimann.

La negatividad absoluta

La experiencia del genocidio nazi sorprendió a los europeos y también al resto de eso que llamamos humanidad. Algún consuelo acerca un dictum que se dice en una obra de Samuel Beckett, Final de partida: Después de todo, ahora ya no queda mucho que temer. La frase intenta ser trabajada y acaso ahondada por Theodor Adorno en su Dialéctica negativa, pero no es mucho lo que consigue, sólo oscuridades (ver: Dialéctica negativa, Akal, Madrid, 2005, p. 332). Sin embargo, hay una frase que brilla. ¿Por qué es tan devastador el texto de Beckett? ¿Por qué tiene ese tono de resignación ante el horror y la certeza de que ya no veremos otro que lo supere? Porque –después de Auschwitz– “la negatividad absoluta es previsible, ya no sorprende a nadie” (Ibid., p. 332). La negatividad absoluta significa que todo ser humano puede ser tratado como el Otro absoluto. Nadie sabe –es una de las enseñanzas de Kafka sobre el horror del siglo XX– en qué momento, en qué circunstancias puede transformarse en un culpable. No bien integra este grupo de malditos se convierte en el Otro absoluto. Pasa a formar parte del grupo de los designados para morir. Toda sociedad autoritaria establece de inmediato (como esencia de su nacimiento y de su autojustificación) el señalamiento de un Otro absoluto. Pocas cosas unen tanto a una sociedad cuya unión peligraba que indicarle al responsable de todas las desgracias, al Otro demoníaco. Es por ese Otro que hemos llegado a padecer hambre. Que nuestras cosechas fueron malas. Que nuestros inviernos fueron crudos y la tuberculosis se llevó a tantos viejitos y las enfermedades respiratorias a tantos ciudadanos útiles. Es por ese Otro que somos pobres. Ese Otro no pertenece al linaje de nuestra patria. Quiere destruirlo. Está en contra de nuestro estilo de vida. Está en contra de la pureza de nuestra tierra y de nuestra sangre. Son más inteligentes que nosotros, que somos limpios. De aquí que se apoderen de nuestras riquezas. Que se adueñen de nuestra economía. Están en contra de la lucha contra el imperialismo, del hombre nuevo que queremos construir. Están en contra de nuestro comunismo soviético que conduce nuestro supremo camarada, quieren hacernos retroceder a la época de los zares. Son los terroristas del Islam. Son los que volaron nuestras Torres, injuriaron nuestra patria antes intocada. Iremos a buscarlos donde se escondan y conocerán la ira de los Estados Unidos, porque Dios no es neutral, está con nosotros. Son la subversión apátrida. Son los enemigos de nuestros valores y de nuestra religión. No reemplazarán la bandera de Belgrano por el rojo trapo de Lenin.

Así, subrayar quién es el Otro demoníaco, explicitar por qué lo es, delimita de inmediato un grupo de ciudadanos (cuyas dimensiones son imprecisas como imprecisos son los elementos para incluirlos entre los malditos) que son pasibles de sufrir la persecución y la negatividad absoluta. Esta negatividad se les aplica no bien se los incluye en el grupo de la otredad demoníaca, culpable. Cuya eliminación es fundamental para que la patria y los valores que le dan sentido tengan vigencia y no sean reemplazados. O no sean derrotados los nuevos valores de toda revolución triunfante. “Ya no hay nada que temer”, dice Beckett. Pero, ¿acaso no se teme a la repetición del horror? No digo esto para refutar la frase del creador de Godot, que es un poderoso disparador reflexivo. Sí, nada peor puede pasar después de Auschwitz. Pero la desgracia de la humanidad es que sigue pasando. No hay nada que temer porque se llegó a los límites del horror. Bien, si se llegó hasta ahí, ¿no habría que detenerse? Porque la frase de Beckett podría entregar cierta resignación o verificar tristemente que eso que creíamos que nunca iba a ocurrir –llegar al extremo absoluto del horror, de la vejación– ya ocurrió y nada nuevo puede ocurrir. Pero no. Si se hubiera llegado al límite del horror y alguien hubiera anunciado: Ahora ya está. ¿Para qué repetir lo que ya se consiguió?, tal vez algún alivio penetrara en nuestras conciencias. No es así. No se irá más allá, pero se insistirá en esos ejercicios del ultraje sin nombre. Y hasta –por qué no– se los supere. Los verdugos no pierden la esperanza. En la ESMA se cometieron más horrores que en Auschwitz. En Auschwitz la tortura no era esencial. Nadie era enviado a Auschwitz para extraerle información. No, iban ahí a trabajar de modo infame hasta morir. De ahí ese cartel siniestro: “El trabajo os hará libres”. Pero la ESMA era un campo de tareas de “inteligencia”, que, según la enseñanza francesa de los paras de Argelia, se realiza por medio de la tortura. Los números de muertos serán distintos. Pero, ¿desde cuándo importan las estadísticas cuando hablamos de seres humanos? Un secretario de Cultura que puso la actual administración de la Ciudad de Buenos Aires dijo la siguiente atrocidad: “En Europa diez mil muertos no son nada”. Esa cifra le había destinado a los desaparecidos de la Argentina, la comparaba con las de los judíos, las de los armenios, las de los camboyanos y concluía: ¿qué son diez mil muertos? ¿Qué es un muerto? Para el que muere es todo. Es la negatividad absoluta. No hay que transformar la vida en una estadística. Cada ser que muere es un absoluto. De ahí esa notable reflexión: no mataron seis millones de judíos. Mataron a uno seis millones de veces. No mataron treinta mil argentinos (todos inocentes, ya que ninguno fue juzgado): mataron a uno treinta mil veces. Y si uso esta cifra es porque es la única en la que creo. Porque la enunció el único grupo humano en el que puedo creer: las Madres, las Abuelas. En resumen, tiene razón Beckett: nada peor que el 24 de marzo puede sucedernos ya. Pero eso implica dedicar nuestras vidas a imposibilitar sus condiciones de posibilidad. Porque –si lo pensamos bien y hasta el punto de la angustia– no es cierto que nada peor pueda ocurrirnos. Hay algo peor, cuyo espanto hiela nuestra sangre y hasta detiene los latidos vitales de nuestro corazón frente a esa posibilidad: que ocurra otra vez. Eso puede pasarnos, eso sería mucho peor y luchar contra eso es un imperativo categórico cotidiano que los hombres nobles, los que en este país respetan la vida y, sobre todo, la vida de los otros, llevamos sobre nuestras espaldas a veces exhaustas, erosionadas por muchos desencantos, pero nunca vencidas.

Página/12 :: Especiales :: La negatividad absoluta

Osvaldo Bayer

La muerte argentina

Se cumplen treinta y cinco años. Escribo esto para los jóvenes que no vivieron ese pasado. Es una síntesis para tener en cuenta. Sólo queda el recuerdo del dolor ante crímenes como nunca habían ocurrido antes en la Argentina. De militares que se creyeron dueños de la vida y de la muerte. Con una sociedad civil cómplice. Una dictadura de la quema de libros y de la “desaparición”. De campos de concentración, de torturas y robos de las pertenecias de las víctimas. De personajes uniformados que se creían omnipotentes. De sectores económicos, intelectuales y religiosos que apoyaron desembozadamente ese sistema para “pacificar el país”. Miles de exiliados. La Muerte con todo su rostro de cinismo.

Pero las Madres.

Increíble el heroísmo de esas mujeres que dieron un ejemplo al mundo. Pocas veces en la historia humana se ha visto nacer un movimiento así, del dolor, solas ante una sociedad enemiga con miedo. Salir a la calle y reclamar por el destino de sus hijos.

Esos dos son los ejemplos que nos quedan de un período tan aciago. Los crímenes más inimaginables y el coraje de esas mujeres. Como resumen final del extremo de la crueldad, nada mejor que expresarlo en la muerte de las tres madres fundadoras de ese movimiento: Azucena Villaflor, Teresa Careaga y María Ponce: después de torturas indecibles, arrojadas al mar vivas desde aviones. ¿La humanidad ha asistido alguna vez acaso a un acto que supere algo tan sádico? Esto ocurrió en la Argentina.

Todo para asegurar un sistema económico de base liberal-capitalista que tiene un apellido imborrable: Martínez de Hoz.

Pero no nos detengamos sólo en la realidad de esa dictadura militar perversa y voraz, sino preguntémonos cómo fue posible. Fue posible por el fracaso de la sociedad civil. El horror ya había comenzado antes. Las Tres A fueron el símbolo de lo que luego iba a llegar al extremo. Prólogo: matar al enemigo político. Prefacio que terminaría en la desaparición de personas. Los partidos políticos gobernantes fueron cavando la tumba a la democracia tan esperada luego de que el pueblo consagrara a Cámpora con su voto y su deseo de democracia y de más justicia social. Pero apenas unos días después, Ezeiza y el reemplazo de Cámpora por el pariente de López Rega: Raúl Lastiri. Aquí ya comenzó a delinearse el espíritu de la represión que vendría poco después con toda fuerza. Tengo una experiencia personal. Mi primer libro, Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, fue prohibido por un decreto de Lastiri. Así, sin explicaciones. Preví entonces que vendrían tiempos muy difíciles. Primero se prohibiría, luego se quemaría y luego se asesinaría a sus autores. López Rega como poder omnipotente en las sombras. Luego de nueve meses de Perón, que terminaría con su fallecimiento, comenzará ya la lucha abierta.

El 12 de octubre de 1974 no sólo se prohibió el libro La Patagonia Rebelde, cuyos tomos estaba publicando, sino también el film del mismo nombre. Hablo de mi experiencia, pero es que esto pasó a ser una regla general con algo peor todavía: el asesinato en la calle de todo aquel sospechado de izquierdista. Isabel Perón, ascendida no por su capacidad sino por su nombre.

Sí, hubo intentos de salir del pozo, como la caída de López Rega, pero igual ya se iba directamente a la caída final. Los militares. Tres nombres para recordar: Videla, Massera, Agosti.

Ensuciaron nuestra historia para siempre. No ya la Década Infame. La década perversa. La perversión desde la Casa Rosada. “No están ni vivos ni muertos, están desaparecidos”, dirá el general Videla a los periodistas extranjeros. Cuando le preguntaron sobre gente que había sido detenida. Desaparecidos. Los generales harán lo de Malvinas para salvarse ante la historia. Pero demostraron la incapacidad de su oficio. Quedaron más de 600 soldados muertos en plena juventud.

El sistema de Videla-Viola-Galtieri produjo también otro crimen pocas veces registrado en la historia del ser humano: el robo de niños. A las mujeres embarazadas detenidas les quitaban el hijo en el momento del parto. El destino: esos niños iban a parar a matrimonios de militares, policías o adeptos al sistema que no podían tener hijos, bueno, pues a ellos iba el recién nacido. La madre que acababa de dar a luz, en casi todos los casos, era asesinada. En un país católico, con cardenales, arzobispos y obispos.

Todo esto es ya sabido. Ha salido todo a la luz. Pero nos empecinamos en repetirlo para que no se olvide de ninguna manera. Tuvieron que pasar más de dos décadas de la dictadura para que en nuestro país se comenzara a hacer verdadera justicia. Ni obediencia debida ni punto final ni indultos. La verdadera justicia.

Toda una historia trágica. Las dictaduras militares típicas de la Argentina. Tres décadas y media hace que comenzó a gobernar el cinismo más cruel. La lección nos dice que sólo nos queda el camino de la verdadera democracia, que no sólo debe conformarse con dar la libertad de poner el papelito en la urna cada dos años, sino lograr una sociedad en libertad, con derechos igualitarios. Todavía mueren niños de hambre en la Argentina. Cuando ya no haya estadísticas con esa vergüenza nacional, cuando ya las villas miseria pertenezcan al pasado, podremos decir que cumplimos con los principios de nuestros héroes de Mayo.

El nunca más a la Muerte Argentina.

Atilio Boron.

El golpe militar de 1976: 35 años después

Por Atilio A. Boron
Es importante, al cumplirse 35 años del golpe, continuar ejercitando la memoria. El olvido o la negación sólo servirían para facilitar la repetición de tan atroz experiencia. Recordar y actuar, pero sin limitarnos a las manifestaciones políticas del terrorismo de Estado y sus políticas de exterminio. Hay que llegar al cimiento sobre el cual éstas se construyeron: el proyecto neoliberal, que para prevalecer requiere de una dosis inaudita de violencia y de muerte. Gracias a la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida algunos de los tenebrosos ejecutores del plan genocida están entre rejas, pero hasta ahora sus instigadores han logrado evadir la acción de la Justicia. Hoy, veintiocho años después de recuperada la democracia, ya no es mucho lo que se puede hacer teniendo en cuenta la edad de los principales responsables. Esta es una de las lecciones para recordar: se juzgó a los responsables del terrorismo de Estado, y en ese sentido es importante destacar que en esta materia la Argentina se ubica indiscutiblemente a la vanguardia en el plano internacional. Pero los instigadores y beneficiarios del terrorismo económico y sus cómplices, en los medios, en los partidos, los sindicatos, la Iglesia, la cultura y las universidades, han disfrutado, hasta ahora, de total impunidad. Se ha juzgado y condenado a quienes fueron su instrumento, pero dejando de lado el enjuiciamiento a quienes pusieron en marcha un plan que sabían muy bien sólo lograría imponerse mediante la más brutal violación de los derechos humanos. El proceso llevado a cabo en el caso de Papel Prensa es un avance, así como algunas causas en las cuales se ha involucrado a Martínez de Hoz; pero siendo importantes son insuficientes. Esta es una de las asignaturas pendientes que debe ser aprobada cuanto antes. Ojalá que la discusión suscitada por este luctuoso aniversario pueda servir para profundizar la investigación sobre los instigadores y cómplices antes de que sea demasiado tarde.

La experiencia internacional de países como Alemania, Italia, España y Portugal demuestra que los legados autoritarios no son de fácil o inmediata asimilación. Son procesos de largo plazo y, en nuestro caso, se impone averiguar cuáles son las herencias que ha dejado una experiencia tan traumática como la de la última dictadura militar. Es razonable suponer, por ejemplo, que algunos de los crímenes más estremecedores de los últimos tiempos como los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, del maestro Carlos Fuentealba, del joven Mariano Ferreyra, de los aborígenes qom en Formosa, o el de los ocupantes del Parque Indoamericano, amén de las desapariciones de Julio Jorge López y Luciano Arruga, son ecos luctuosos de aquel desgraciado período de nuestra historia. Otros legados, como la impunidad castrense, fueron metabolizados y superados, pero los absurdos privilegios de que goza la renta financiera, anclados en la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz, insólitamente vigente luego de tantos años, continúan ejerciendo su perniciosa influencia, al igual que la extranjerización de los principales sectores de la vida económica, la inequidad del régimen tributario y el despojo de las riquezas nacionales. Una herencia particularmente gravosa de aquel aciago período es la destrucción del Estado nacional, obra en la cual lo iniciado por la dictadura –recordar su consigna: “achicar el Estado es agrandar la nación”– adquirió inédita profundidad y ribetes escandalosos durante el decenio menemista. Los gobiernos sucesores sólo tímidamente emprendieron la urgente y necesaria tarea de reconstruir al Estado, misión imposible sin una reforma impositiva que asegure el adecuado financiamiento del aparato estatal. De ahí la paradoja, que no pasa inadvertida para nadie, de una economía que crece aceleradamente en convivencia con un Estado muy pobre que, por ejemplo, debe confiar en las declaraciones de los oligopolios petroleros o mineros para saber cuál es el monto o la cuantía de sus exportaciones, porque ni el Estado nacional ni los estados provinciales disponen de los recursos humanos y técnicos para dicha tarea; o que depende de otro país para imprimir el papel moneda que necesita su población. Acabar con este deplorable legado es una de las tareas más urgentes: sin un Estado reconstruido y dotado de los recursos que exigen sus múltiples y esenciales funciones, difícilmente la bonanza económica podrá traducirse en progreso social.

Y por último, esta quizás puede estar empapada de cierta ideologia. Asi que aquellos que no comulguen con la mierda oficialista, pueden dejarla de lado aunque es recomendable :wink:

Aliverti.

De qué hablar

Por Eduardo Aliverti
Hay que dejar de hablar del golpe, únicamente, como la instancia más trágica de la historia argentina. Hay que animarse, de una buena vez por todas, a opinar que en algunos o varios aspectos pasamos a ganar. Pero por favor: no confundir esa apreciación con los juicios de quienes estiman que ya están podridos de que (les) hablen de la dictadura. Porque se trata justo de lo contrario.

La bestialidad de lo parido hace 35 años, o un poco antes, es precisamente lo que hace resaltable cierto aspecto del presente. En lo personal, incluso, quien firma se pasó la mayor parte de estas tres décadas y media, en casi cada uno de estos aniversarios, dedicando sus columnas a advertir más que nada sobre la sobrevivencia de lo que la dictadura dejó. La destrucción del aparato industrial; el ninguneo masivo a participar o comprometerse en política, por fuera de aquella primavera alfonsinista que en verdad fue un veranito; la profundización del desprecio ideológico, racista, hacia la actividad sindical y ante los desesperados llamados de atención de los excluidos; la discursividad facha de una vasta clase media (¿Macri no es acaso el hijo civil perfecto de los milicos?); el deterioro de la movilidad social ascendente, quitadas las fantasías patéticas del uno a uno de la rata; la precarización laboral. Puestos en el orden que se quiera, esos y otros componentes son inescindibles del punto de inflexión que significó la dictadura. Aun ahora cabe tener la seguridad o la certidumbre de que en el ámbito educativo en general, por las fallas objetivas y subjetivas que fueren, permanece potente –en el mejor de los casos– la idea y traslación de que hace 35 años aparecieron, desde la nada misma, asesinos lunáticos y capaces de esparcir una de las carnicerías humanas más alucinantes del siglo XX. ¿Cuántos y cómo son hoy los docentes (y comunicadores, y periodistas, y referentes “culturales”, y etcétera) que no saben o no quieren explicar que la mayor tragedia de nuestra historia fue producto de la necesidad y vocación de la clase dominante, para acabar por medio del terror y de raíz –creyeron– con todo signo de rebeldía que anidara en las entrañas y en la militancia activa de una porción de esta sociedad?

Como habíamos propuesto al comienzo: esa bestialidad de los mandantes de los milicos, de los grandes grupos económicos que pusieron todo el gabinete del golpe, y toda la jerarquía eclesiástica para bendecir las torturas, y toda la complicidad directa de los emporios de prensa (que viene ser todo lo mismo), obliga a animarse no solamente a la pregunta de cuánto de aquello sigue vivo sino –por fin– a la de cómo fue y es probable que tenga tanto de muerto. Y la respuesta directa es que apareció una normalidad o anomalía, susceptible de sacar de quicio a quienes, durante 200 años, se acostumbraron a la victoria final e inevitable de sus intereses. De sus ganancias fáciles de país agroexportador, y listo. De sus estratagemas comunicacionales. De su seguridad de tenerla más larga, siempre. Nadie dice que al final (¿qué es el final?) no vuelvan a tener razón. Pero por lo pronto, alguien, algo, les metió una baza después de tanto tiempo. Alguien, algo, les produjo diarrea. Habrá sido que se les fue la mano en su canibalismo de clase parasitaria, en su impericia dirigencial para heredarse, en su exceso de confianza. En no darse cuenta de que había espacio para la aparición de un outsider que leyera la realidad mejor que ellos. Como sea, algo (les) pasó como para que, a “nada más” que 35 años, lo persistente del golpe que dieron conviva poco menos que en desventaja con lo que cambió.

Tantos milicos a quienes ya no tienen como última reserva de la Patria. Tantos pibes que no les tienen miedo. Tanto que dependen de unos medios y unos periodistas en los que se cree cada vez menos. Tanto que el enamoramiento de las astronómicas tasas de interés de la etapa neoliberal empieza, de a poco, a compartir novia con un modelo que privilegia el mercado interno, al punto de quebrarles varios de sus frentes corporativos (la UIA, la Mesa de Enlace). Tanto problema para encontrar dirigentes políticos que les obren de gerentes: hay, pero no convencen a la sociedad. También disponen de caudillos sindicales del viejo aparato burocrático que se resiste a morir, pero que carece del peso de otrora.

Y tanto boludo ideológico, por ser en extremo suaves, que dice que todo eso que cambió, o va cambiando, compele a dejar de hablar de la dictadura, cuando precisamente se trata de hablar más que nunca para tener noción de por qué cambian las cosas.


En fin, la idea es que sirvan como punto de partida para reflexionar sobre la etapa más oscura de nuestra historia. Más allá de los 30000 desaparecidos, de las torturas y de la ESMA, estaría bueno debatir sobre la dictadura civico-militar en su conjunto. El legado económico y la transformación de la sociedad civil por parte de los militares son, según mi punto de vista, las consecuencias mas destacables de ese período.

Me quedo con la idea de Feinmann: no mataron a treinta mil personas, mataron a uno treinta mil veces.

Nota de BBC

BBC Mundo - Noticias - Argentina: a 35 años del golpe militar, hay quienes aún lo defienden

Argentina: a 35 años del golpe militar, hay quienes aún lo defienden

                                                              [IMG]http://wscdn.bbc.co.uk/worldservice/assets/images/2011/03/24/110324092341_sp_desaparecida_624x351_gerardodelloro.jpg[/IMG]Foto de Gerardo Dell'Oro, parte de un ensayo fotográfico sobre su hermana desaparecida Patricia.
                     
                  
                                        [b]Argentina conmemora este jueves el 35º  aniversario del golpe de Estado que dio inicio al último gobierno  militar (1976-1983), cuyos responsables causaron la muerte o la  desaparición de 30.000 personas, según las organizaciones de derechos  humanos.[/b]
                                           [b]Historias relacionadas[/b]

[ul]
[li]Argentina: “Los bebés robados eran un juguete de guerra”[/li][li]Argentina: identifican a los verdaderos padres del “nieto 102”[/li][li]Argentinos recuerdan en Facebook a desaparecidos[/li][/ul]

Aunque varios de los máximos jerarcas cumplen prisión perpetua y ya se juzgó a 200 responsables por crímenes de lesa humanidad –como asesinatos, torturas, secuestros, desapariciones y robo de bebés-, la mayoría de las causas aún aguardan una resolución de la justicia.
Se espera, como todos los 24 de marzo, que miles de personas acudan a la emblemática Plaza de Mayo para reclamar juicio y castigo para los cientos de acusados que aún siguen libres, la mayoría de ellos ya ancianos.
Los procesos por crímenes de lesa humanidad se reanudaron en 2003, cuando el Congreso declaró nulos los indultos dictados en 1990 por el entonces presidente Carlos Menem.
Pero no todos los argentinos comparten ese afán por encarcelar a responsables de las atrocidades, casi todos ex militares y policías.
A pesar de que ya han pasado 35 años, las heridas no cicatrizan en la sociedad argentina y hay una minoría que enarbola argumentos que justifican lo ocurrido.
Aseguran que no hubo terrorismo de Estado sino una guerra, reclaman que se juzgue también a los guerrilleros que quisieron tomar el poder y se quejan de que Argentina está gobernada por ex montoneros (militantes de izquierda).
Ángeles y demonios

                  Ese sector de la sociedad considera que los militares salvaron un modo de vida.
                  La primera diferencia empieza por la  denominación de la época. Para la mayor parte de la sociedad argentina,  los años transcurridos ente 1976 y 1983 fue una dictadura, tiempos de  "represión y terrorismo de Estado". El sector que reivindica a los  militares defiende la llamada "teoría de los dos demonios", que no habla  de terrorismo de Estado sino, por el contrario, de una "guerra contra  el terrorismo".
                                                                                                   Mones Ruiz: "No hubo ángeles de un lado y demonios del otro"
                        [IMG]http://www.bbc.co.uk/worldservice/ic/320x180/worldservice/assets/images/2011/03/24/110324115337_tipo_512.jpg[/IMG]
                        Hoy es el 35  aniversario del último golpe militar en Argentina. El ex mayor del  Ejército Jorge Mones Ruiz cuenta a BBC Mundo lo que piensa de aquel día.
                                                    [Ver3gp](http://http-ws.bbc.co.uk.edgesuite.net/mundo/3gp/2011/03/argentina_coup_16x9_lo.3gp)
                        Para reproducir este material debe tener activado Java Script, así como tener instalada la última versión de Flash Player.
                        [Descargue la versión más reciente de Flash Player aquí](http://www.adobe.com/products/flashplayer/)
                        [Utilizar un reproductor alternativo](http://www.bbc.co.uk/mediaselector/check/mundo/video_fotos/2011/03/?redirect=110324_argentina_coup_anniv.shtml&news=1&host=www&nbwm=1&bbwm=1&lang=es)
                                                 
                  
                  "Se evitó con el Proceso [de Reorganización  Nacional, nombre con el que se autodenominó el gobierno militar] que  este país cayera en un régimen diferente que la democracia", le dice a  BBC Mundo Jorge Mones Ruiz, un ex mayor de caballería que fue escolta  presidencial del mandatario de facto Jorge Rafael Videla cuando éste  llegó al poder.
                  "No hubo ángeles de un lado y demonios del otro. Hubo ángeles y demonios de ambos lados", añadió.
                  Mones Ruiz es parte de un sector de la sociedad  que bien puede ser representado por la Asociación de Familiares y Amigos  de Presos Políticos de Argentina, que es aquel que defiende a los  militares juzgados o sentenciados por sus acciones durante el último  gobierno militar.
                  "Los muertos no empezaron el 24 de marzo, sino  antes. Se juzga a los comandantes de después del levantamiento del 24 de  marzo, pero nunca fue más grave el ataque terrorista al país que en  democracia", afirmó el ex oficial, refiriéndose a la lucha armada de  grupos guerrilleros antes del comienzo del gobierno de facto, en tiempos  de la presidenta María Estela "Isabelita" Perón.
                  [b]Diferencia de conceptos[/b]

                  En los juicios a los ex militares se han  comprobado torturas sistemáticas en centros de detención clandestinos,  fusilamientos, el arrojo de prisioneros al mar e incluso la apropiación  de niños, un delito por el que el propio Videla fue condenado a cadena  perpetua.                                     "En  los juicios a los ex militares se han comprobado torturas sistemáticas  en centros de detención clandestinos, fusilamientos, el arrojo de  prisioneros al mar e incluso la apropiación de niños"
                                                             
                        
                     
                  
                  A pesar de los 30.000 muertos y desaparecidos  que hubo en esos años, según un informe oficial posterior al régimen, el  ex militar se opone a que se le llame genocidio.
                  "No existió tal cosa. Acá no hubo genocidio, no  se persiguió por raza o religión, sino que se persiguió a delincuentes",  sostuvo.
                  "Obviamente hubo más bajas de su lado que el  otro, si no hubiésemos perdido la guerra", dice Mones Ruiz, quien  insistió en que no pueden ser 30.000 los muertos, sino "unos 7.000".
                  Los cuerpos de seguridad dicen que en los años  de gobierno militar perdieron a aproximadamente unos 500 efectivos en  combates con grupos armados guerrilleros como Montoneros o el Ejército  Revolucionario del Pueblo (ERP).
                  [b]El episodio judicial[/b]

                  ¿Y qué pasa con tantas denuncias y casos de  violaciones a los derechos humanos, como por ejemplo la comprobada  entrega a militares de bebés recién nacidos de activistas detenidos (que  en su mayoría murieron o desaparecieron)?
                  "Eso forma parte de la campaña. Hubo que  inventar esa figura para juzgar a los militares. Si yo hubiera recibido  una orden tan infame me hubiese sublevado", aseguró el ex oficial.
                  Pero acotó: "Ciertamente hubo bebés que se  entregaron en la gran mayoría a jueces para que los asignase, o casos  que se entregaron a familias por caridad de manera ingenua, pero no era  un plan sistemático".
                                           [IMG]http://wscdn.bbc.co.uk/worldservice/assets/images/2011/03/24/110324091737_sp_videla_304x171_afp.jpg[/IMG]Videla fue condenado a prisión perpetua en diciembre por el robo sistemático de bebés durante su gobierno.
                     
                  
                  Vale destacar que el grupo de defensa de los  derechos humanos Abuelas de Plaza de Mayo ya ha recuperado a 101 nietos  de detenidos desaparecidos que habían sido apropiados ilegalmente y  desconocían su verdadera identidad.
                  "Hoy pareciera que todo se busca cambiar y se  habla de jóvenes idealistas que fueron víctimas. No, acá se combatieron a  tipos que se levantaron en armas para imponer un sistema diferente",  aseveró Mones.
                  Videla y otros miembros de la plana mayor de aquella junta militar han sido ya sentenciados por crímenes de lesa humanidad.
                  Actualmente hay casi 200 militares presos en  cárceles argentinas por homicidios y torturas. El hermano de Mones Ruiz  es uno de ellos.
                  "Lo culparon de homicidio, como a otros que yo  conocía, pero eran pruebas fabricadas", opinó quien fuese mayor del  Ejército, pero que recibió la baja (y estuvo preso diez años) por  participar en un levantamiento armado en contra del gobierno democrático  en 1990, para presionar por el fin de los juicios a militares durante  el gobierno de facto.
                  Tras el retorno de la democracia en Argentina,  en 1983, durante los mandatos de los presidentes Raúl Alfonsín y Carlos  Menem se indultó a muchos militares señalados de violaciones a los  derechos humanos.
                  En 2003, tras la llegada de Néstor Kirchner a la  Casa Rosada, el Congreso declaró nulas las amnistías y se abrieron  decenas de causas contra efectivos de los cuerpos de seguridad, muchas  aún en curso.
                  "Esto no es justicia, sino venganza. Los  terroristas del ayer, son el gobierno de hoy", dijo Mones Ruiz a  contracorriente de lo que piensan la mayoría de los argentinos y los  organismos internacionales que han elogiado los esfuerzos del país por  juzgar los crímenes de la llamada "guerra sucia".

NUNCA MÁS.

Coincido con tu último párrafo jona. Fue una bisagra en la historia argentina. No se puede comprender la actualidad del país sino se analiza ese período histórico nefasto.
Tenemos que partir de la base, y supongo que como historiador estarás de acuerdo, que la dictadura no surgió de la noche a la mañana, sino que fue el desenlace de un largo ciclo de inestabilidad política, declive económico y conflictividad social.
Y siguiendo a marcos novaro esto tampoco fue obra exclusiva de un pequeño y aislado grupo de fanáticos alienados. El régimen y sus protagonistas tuvieron raíces más profundas en la sociedad y en los procesos previos.

Nunca mas, no al olvido, no al perdon.

adhiero a todo lo que pusieron mas arriba

//youtu.be/8VEkV88CDUc

El Ministerio de desarrollo inicio por las escuelas una charla no obligatoria, a mi colegio fue la nieta recuperada numero 74, nos conto su experiencia. Esta bien que hagan esta charla para que los chicos sepan lo que paso por que hay pibes que ni sabian de esto, lamentable

Nunca mas muertos por pensar

Ni olvido ni perdon, nunca mas!!!

Coincido con Mariano: NUNCA MÁS. No hay que olvidarse, ni por un momento.

PD.: Me recontra CAGO en la BBC. Que averigüen antes de escribir semejante gansada. Alfonsín NO INDULTÓ A NADIE.

//youtu.be/CR614AG-FUo

NUNCA MÁS! Ni olvido ni perdón

Nunca más mirar para otro lado

//youtu.be/gEM3qRpjlc0

Sin dudas. La dictadura no es una isla en nuestra historia y no la podemos entender sin comprender todo lo que pasó antes (tanto lo bueno como lo malo). Es imposible comprender el papel de la sociedad (la clase media sobretodo) legitimando tacitamente este proceso sino tenemos bien en claro el contexto en el que se vivia. Sin el apoyo de la sociedad civil, la dictadura no hubiese durado nada, y no se si hubiese existido.


Algún mod que edite el titulo. Despues de los dos puntos iba el NUNCA MÁS. Por alguna cuestión colgué y mande ENVIAR antes… :mrgreen:

Ni olvido, ni perdón

//youtu.be/tDEnacuG3nY&feature=fvst

Esta parte siempre me hace emocionar, me parece un final perfecto.

//youtu.be/xzsF6v1GLXk

//youtu.be/Sl1rJm-J6E4

Y dale con la clase media… que manía le tienen, loco!.
Desde todos los extractos sociales se reclamaba alguna acción que frenara lo que sucedía en Argentina, no sólo la clase media.

Bueno, no lo dije como critica de todas maneras. No sé el papel que tuvieron los sectores más bajos de la sociedad, ya que generalmente los textos históricos (al menos los que revisé, que son pocos) apuntan a los sectores medios porque es de donde más fuentes/testimonios tenés. Si bien la historia oral se está desarrollando, poder crear una “historia desde abajo” de esa epoca es muy complicada.

Jona, el titulo lo podes editar vos, haciendo click al lado del mismo cuando entras al subforo.
Sobre el tema, nada que no se haya dicho. Desearle lo peor a todos y cada uno de los que estuvieron involucrados en este perioodo nefasto, como asi tambien a cualquiera que se le ocurra reivindicarlo. NUNCA MAS.