El Fitz Roy y la ruta 40 en lápiz de grafito para ustedes
Es este el deep foro?
Donde los ezquizo mas extremos vienen a pulular sin ser juzgados?
Me retiro para siempre
Tomatela boludito, cómprate una vida tragaleche
Le pedí a chat gpt que complete un cuento que hice para literatura cuando estaba en el colegio
El hombre que murió dos veces
En la costa, donde el viento siempre trae sabor a despedida, vivía Elías, un hombre hecho de mar y silencio. Sus manos, endurecidas por el anzuelo y la cuerda, conocían cada nudo como otros conocen las páginas de un libro querido.
Desde niño había compartido su vida con Marina, la hija del farero. Crecieron como dos olas que siempre rompen juntas en la misma orilla. Sus risas llenaban las tardes y sus promesas flotaban en el aire como cometas que nunca caen. Cuando se casaron, todo el pueblo los bendijo, y hasta las gaviotas parecieron dibujar círculos más suaves sobre ellos.
Pero el mar, tan hermoso como cruel, no es fiel a nadie.
Una tarde, el cielo se volvió plomo y el horizonte se cerró como una puerta. Marina regresaba en su barco cuando la tormenta se levantó, arrancando espuma de las olas como si fueran dientes. Nadie volvió a verla. Solo hallaron, días después, un remo astillado meciéndose en la orilla, como un recuerdo roto.
Desde entonces, Elías dejó de ser el mismo. Caminaba, respiraba, comía… pero sus ojos ya no miraban: solo guardaban dentro un mar más oscuro que el real. Ese fue el día de su primera muerte.
El invierno llegó como un cuchillo. Las redes, olvidadas en el cobertizo, se cubrían de polvo salino. Cada noche, Elías se sentaba en el muelle, mirando un horizonte negro que parecía no terminar nunca. A veces sus labios temblaban y susurraban, casi inaudibles, un solo nombre: Marina.
El pueblo intentó rescatarlo de aquel abismo, pero fue inútil. Él ya no vivía allí, sino en otro lugar, uno donde el tiempo no pasaba y donde cada ola era una pregunta sin respuesta.
Una madrugada, con el frío mordiéndole la piel, Elías tomó una vieja barca y una manta raída. No llevaba redes ni aparejos de pesca. Solo un anillo colgando de su cuello: el mismo que un día puso en la mano de Marina.
Sin decir palabra, empujó la barca al agua. Las olas lo recibieron con un murmullo grave, como si lo reconocieran. Remó hacia la oscuridad hasta que la niebla lo envolvió. Nadie lo volvió a ver.
Encontraron la barca, rota contra unas rocas. El mar, fiel guardián de secretos, no devolvió su cuerpo.
Desde entonces, en las noches de bruma espesa, hay quienes dicen escuchar el suave golpeteo de unos remos y un susurro que se repite: “Marina… Marina…”. Algunos juran ver una pequeña embarcación con dos figuras sentadas juntas, mirando un horizonte sin fin.
Esta fue la historia de Elías, un hombre que murió dos veces.
Y, aun así, el pueblo comprendió que hay muertes que no son un final, sino un viaje… uno que, a veces, continúa para siempre, allí donde las olas guardan a quienes aman y a quienes reclaman.