Grandes jugadores de River no conocidos/reconocidos/ídolos

Lleva 5 años seguidos en el club. Una barbaridad. Y casi siempre cumpliendo y jugando, no como Ferrari o Daniel Vega.

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José Alberto ‘Perico’ Pérez

[i]No es uno de los jugadores más reconocidos por el hincha Millonario pero tiene un record nada envidiable para ser arquero: nada más ni nada menos que 14 penales consecutivos atajados.

Surgido de las divisiones inferiores de River, fue el último arquero que debió soportar la racha de varios años que atravesó el equipo de Núñez sin poder dar la vuelta olímpica, ya que ocupó el arco Millonario entre 1969 y 1974, disputando 162 partidos. Lejos estaba de ser un arquero mediocre y siempre fue reconocido por sus buenas condiciones.

El arquero Millonario surgido de las inferiores debutó en Primera división en 1969 pero alcanzó a tener cierta continuidad a partir de 1971. Un año antes, durante 1970, Didí el entrenador por aquel entonces había decidido que su lugar estaba en el banco de suplentes, sin embargo, algunos errores del uno que estaba ocupando los tres palos del Más Grande, Carballo, llevaron a que el dt le devolviera el lugar que parecía pertenecerle.

Así cuidando el arco de River, obtuvo un importante record, la increíble racha de atajar 14 penales de manera consecutiva. Esta racha comenzaría un 14 de abril durante 1971, River perdía 0-2 con Atlanta de local, y el tercer gol de los visitantes era cuestión de minutos. Penal para Atlanta, y lo pateaba Miguel Pecoraro. El tiro fue a la izquierda, y el gran arquero logró sacarla con los pies.

Esto fue una inyección de confianza que le permitió al equipo dar vuelta el partido y obtener la victoria cerrando el marcador por 5-3. Dos fechas después, tapará el remate de Pereyra, wing izquierdo de Newell’s, sin embargo, esto no sería suficiente para evitar la caída del Millonario que perdió ese partido 2 a 1 en Rosario.

El tercer penal fue uno de los más importantes: se lo atajó a Scotta de San Lorenzo. El tiro salió fuerte al medio, pero Perico lo atajó y el remate fue tan violento que el propio Pérez terminaría reconociendo que le dolió el pecho durante días después de eso. El cuarto fue a Nieva de Vélez, durante una tarde lluviosa donde el estado del campo le jugaría una mala pasada haciendo resbalar aunque no le impediría retener la pelota y evitar que entre al arco con las piernas.

El quinto jugador que sufrió las manos de Pérez fue Roberto Heredia de San Lorenzo, fue un penal de los que se podría decir “sencillos”, abajo y fácil para el arquero. El sexto penal fue a Valencia, de Ferro, con bastante suerte en ese ya que casi se le mete, pero la sacó justo con los pies.

Uno de los penales que es más recordado es el que le ataja a Suñe, en el Superclásico del Nacional 72. River perdía 3-2 y terminó ganando 5-4. Octavo y noveno: Fabiani de San Martín de Tucumán y Loyola de San Lorenzo. El décimo fue el 25 de marzo de 1973, a Juan Antonio Gómez, de Atlanta. Los dos más famosos fueron a Miguel Ángel Brindisi, en Huracán. Los dos fueron en el mismo partido. El segundo fue en tiempo de descuento, Brindisi estaba nervioso por el primer penal errado, y lo patea mal. Perico apenas tiene que tirarse. La gente ovaciona a Perico por las grandes actuaciones que venía teniendo.

El décimo tercero fue el volante de All Boys, Sánchez en el estadio de Vélez. El último fue a Saccardi en Ferro. Ante las protestas de Perico, Saccardi reacciona diciendo: “con esta racha de culo que tenés, seguro me lo atajás”. La profecía del volante se hizo realidad: 14 penales consecutivos atajados tenía Perico Pérez.

En sus años en River, Perico Pérez pudo dejar marcas y récords por sus contenciones, aunque después lo sucedería un inolvidable del arco como Ubaldo Matildo Fillol.

Se fue de River en 1975. Pasó a Independiente, donde ganó la Copa Libertadores de 1975. Se retiró en Chacarita, en 1980. Atajó en total 21 penales, a sólo 5 del record de Fillol y Gatti.

Los hinchas lo recuerdan por los penales atajados pero debió jugar en una época en donde River no conseguía títulos. Recién en 1975, cuando hacía un año que Perico se había ido a Independiente, el Millo pudo volver a festejar tras 18 años de sequía, desde 1957. “Perico” no era solo un atajador de penales.[/i]

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Tremendo lo de Perico.

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Oscar “Negro” Ortiz

[i]Oscar el Negro Ortiz Llegó a River en 1977 cuando ya era un consagrado exponente de la legendaria raza de los wines, extinta del fútbol, allá por los años 80. Debutó el 20 de Febrero en la cancha de Huracán ante Temperley. River ganó 6-2 y Ortíz convirtió un gol.

Nacido en Chacabuco el 8 de abril de 1953. Creció rodeado de la humildad en los potreros de la ciudad de Junín, lugar desde donde San Lorenzo se lo llevó para hacerlo debuta en Primera en el año 1971. Luego de River pasó por Huracán y finalizó su carrera en Independiente. También jugó unos pocos meses en Gremio de Porto Alegre en el 76.

Tenía una habilidad exquisita para la gambeta, desbordaba a las defensas con una facilidad increíble, por los costados. Siempre con pelota al piso y pegada al pie, encarando a sus marcadores, a quienes dejaba en el camino para llegar a la raya de fondo y servir el centro o el pase atrás. Pases que eran perfectos, preciosos al centímetro.

Llegó a River en 1977 cuando ya era un consagrado exponente de la legendaria raza de los wines, extinta del fútbol, allá por los años 80. Debutó el 20 de Febrero en la cancha de Huracán ante Temperley. River ganó 6-2 y Ortíz convirtió un gol. En realidad, el Negro -a su manera- también era goleador… pero de los goles de los demás. Los preparaba, los amasaba, y los servía en bandeja en cada arranque por izquierda dejándole la pelota servida en cada centro a sus compañeros.

Fue titular en sus dos primeras temporadas. Agente de brillo de un equipo exuberante. Fundamental para ganar el Metro del 77 y pelear la final del Nacional del 78. Después fue perdiendo el puesto en River, por la predilección de Labruna de colocar al Nene Commisso de cuarto volante. Su futuro fue Huracán. Llegó con una buena banda al equipo que dirigía Angel Celoria para el Nacional 81.

Su etapa final, siempre jugando, siempre desbordando, ya cercano a los treinta, con más pausa, menos vértigo, fue en Independiente. También, le llegó la gran chance de su carrera de la mano de César Menotti: el Mundial 78, además con la albiceleste jugó 22 partidos entre 1975 y 1979 convirtiendo dos goles. Después de levantar la copa del Mundo se consagró tricampeón con River (Metropolitano 79, Nacional 79 y Metropolitano 80) y, tras la gira europea de 1980, dejó a la Selección.[/i]

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somos tan grandes q algun dia el club tendra q rendirles homenaje a los grandes de los sesenta aunque no hayan ganado nada (despues de hacerlo con los q si ganaron).

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un compañero del laburo se llama Walter Gomez… obviamente su viejo es fanatiquisimo de River al igual que él… el dia despues de que garchamos a la bosta por la libertadores habia una serie de problemas mayúsculos con un sindicato en la oficina, asi que el ambiente estaba bastante oscuro, mucha tensión… cuando llegamos, nos miramos y en silencio apretamos los puños y nos dijimos por lo bajo “vamos carajoooo!”

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¿Ya lo subimos a Sarnari? Justo leo una nota suya, que termina así:

Hoy continúo siendo dueño del restaurante, me he ganado el respeto de la gente y me siento feliz y cómodo en Bogotá junto a mi esposa, hijos y nietos. De algo sí estoy seguro.

Cuando me muera, quiero que cuando River haga gol, esparzan mis cenizas en la cancha del Monumental.

http://www.cocinasemana.com/historias/articulo/como-todo-jugador-argentino-termina-con-un-restaurante/21194

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Ángel Bossio

[i]Ángel Bosssio fue un arquero ágil y de seguridad poco vista fue una atrayente figura que congregó multitudes y creó todo un período y un estilo. Nacido el 5 de Mayo de 1905, llegó a Talleres en 1927, plena época amateur, desde Argentino del Sud. Había comenzado su carrera como futbolista en 1923 en aquel club.

En ese entonces River se animó a pagarle a Talleres 32.000 pesos por un arquero, claro está que no es el mismo valor que en la actualidad. El hombre en cuestión tenía su trayectoria en el amateurismo y por algo ya nos empezaban a llamar los Millonarios. El equipo de La Banda, como quedaría demostrado con los años, gastaba pero disfrutaba.

Su excelente estado físico y sus reflejos veloces para reaccionar ante remates esquinados le abrieron la puerta de la Selección, con la albiceleste debutó el jueves 14 de julio de 1927, por la Copa Newton que se disputó en Montevideo, entre el dueño de casa y el conjunto albiceleste. Argentina se impuso por 1 a 0.

Jugó los Sudamericanos de 1927 y 1929. Formó parte del plantel Argentino en los Juegos Olímpicos de 1928, disputando 4 encuentros. También atajó 3 partidos en el Mundial de 1930. Luego, sus actuaciones en el Seleccionado se hicieron más esporádicas, jugando un encuentro en diciembre de 1933 para finalizar su campaña en el conjunto Nacional, en julio de 1935. Totalizó 20 partidos en la Selección.

Entre 1933 y 1936 defendió el arco de River antes de volver a Talleres, donde terminó su carrera. Fue DT y luego comentarista del recordado programa radial Ases del Deporte. Murió en agosto de 1978.[/i]

Pedro Alexis González

[i]Nació un 10 de marzo de 1946 en Bella Vista, Corrientes. Empezó en su club de barrio, el Lipton. Lo llevaron a una prueba de San Lorenzo y quedó. Debutó en 1966 a los 20 años contra Lanús, en un partido que terminó 1-1.

Formó parte del famoso equipo invicto “Los Matadores”. Ese equipo ganó el Metropolitano '68. Se quedó en el club hasta 1971, para pasar al Defensor Lima de Perú. Allí fue ídolo, convirtiendo varios goles al eterno rival (Alianza Lima) y buenas actuaciones, que fue lo que lo llevo a ser el más querido por la gente, sin embargo decidió volver a la Argentina.

En 1975 se dará su llegada al club Millonario, Labruna quería un extremo derecho y le trajeron a Pedrito. No tardó mucho en adaptarse, llegó y ganó el bicampeonato de 1975 que cortó la sequía de 18 años sin títulos. Dos años más tarde, en 1977 Pedro sería determinante para ganar el Metro '77, con un muy recordado gol a Gatti en la cancha del eterno rival. Con ese triunfo, el Millonario quedaba solo en la punta.

Era un futbolista rápido y con buen remate, González era titular indiscutido con Labruna. En el 78’ perdió la titularidad, pero la recuperó en el bicampeonato de 1979.Después de eso, se fue a Talleres en 1981. En total convirtió 53 goles en 305 partidos, sumados a los 7 títulos. Se retiró en Renato Cesarini.[/i]

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fantasía pura

---------- Mensaje unificado a las 23:10 ---------- El mensaje anterior habia sido a las 23:04 ----------

es cierto, cambien el nombre del thread. el 80% de los jugadores mencionados no son nada desconocidos para quienes conocemos algo de la historia de River

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Sisi, por eso lo cambie hace un tiempo y agregue el “no reconocidos” porque no tienen tanta trascendencia o prensa digamos jaja

Hace tiempo quería hablar de alguien pero no encontraba mucho material, hasta que apareció una nota en Colombia. Luego comprenderán por qué motivo se relaciona con ese país. Después de Rongo, es uno de los jugadores que más me llamó la atención por diversos motivos.

Humilde homenaje al “loco” Vivalda

El Loco Vivalda, uno de los arqueros más ‘grandes’ y osados que han pasado por el fútbol colombiano, se quitó la vida hace 21 años. A través de los testimonios de decenas de compañeros, amigos y familiares, reconstruimos los últimos días, tristes y solitarios, de la leyenda argentina del arco de Millonarios para tratar de entender por qué diablos decidió tirársele a un tren.

Un hombre desesperado, atormentado por la tristeza y la nostalgia, jubilado prematuramente como todo futbolista, separado de su mujer, alejado de sus hijos, apodado Loco como tantísimos arqueros, con dos internaciones previas en un neuropsiquiátrico, camina rumbo a su muerte. Las cartas están echadas.

—Dejó la moto a un costado, una moto grande, de buena cilindrada, eh, y se puso así, delante del tren.

Claudio tiene 57 años y habla desde el otro lado del mostrador del puesto de diarios y revistas de la estación de trenes de Vicente López, en el límite norte de la ciudad de Buenos Aires. Claudio trabaja allí desde hace mucho tiempo. “Acá me trajeron en cochecito, ni siquiera caminaba”, sonríe, exagerando, un modo de expresar que vio todo lo ocurrido allí en los últimos 50 años. Basta que alcemos la foto en blanco y negro que recorre nuestro reportaje para que enseguida mueva la cabeza verticalmente y confirme ciertos datos que aún manteníamos en duda. El lugar, el modo, las circunstancias…

—El Beto Vivalda, claro, ¿cómo no lo voy a conocer? Se mató en el cruce de Yrigoyen, a 300 metros de acá. Dejó la moto a un costado, una moto grande, de buena cilindrada, eh, y se puso así, delante del tren.

El “así” lo acompaña levantando los brazos y formando una especie de V gigante con vértice en su cabeza. Ocurrió el viernes 4 de febrero de 1994, aunque misteriosamente la noticia recién salió en los diarios 15 días después. Luego, apenas algún recorte perdido repasando la trayectoria del protagonista. El archivo de la revista deportiva El Gráfico es completísimo, y de Alberto Pedro Vivalda después de muerto no hay casi nada. Solo misterio y preguntas. Hacia allí vamos.

CONOCIENDO A BETO

Antes que nada, en especial para la muchachada sub 40 que casi no lo vio jugar, lo presentamos. Alberto Pedro nació el 10 de febrero de 1956 en la ciudad de Buenos Aires. Pedro, su padre, era delegado de las divisiones juveniles de River Plate, por lo que desde muy pequeño el único hijo varón se incorporó a la escuelita de fútbol del equipo ‘millonario’. “Era muy malo como delantero, así que un día me dijeron ‘pibe, andá al arco’. Me empezó a ir bien, me di cuenta de que las ganaba todas, me entusiasmé y me quedé, pero en el barrio seguía jugando como defensor”, destacó en una de sus primeras entrevistas, en la revista Goles, y de esas palabras entendemos por qué fue un adelantado a la época utilizando tanto los pies.

“El Beto era el arquero de más futuro en River —revive Luis Landaburu, compañero en el club de la Banda Roja, luego amigo, ídolo del Bucaramanga entre 1983 y 1988—. Tenía unas condiciones físicas impresionantes, técnica depurada de arquero-jugador. En el club, el estereotipo es Amadeo Carrizo, y los que salíamos de River teníamos ese sello de jugar adelantados, de saber usar los pies, de pegarle con estilo. Fue lo más parecido a Amadeo que vi. Venía el córner de la derecha, la agarraba con una mano y hacía la faja, como en el básquet, o sea pasaba la pelota por detrás de la espalda y la sacaba por el otro lado, una cosa espectacular. Yo le llevaba tres años y tengo que agradecerle que se haya ido de River, porque si no, no hubiera atajado nunca, ni le lustraba los zapatos”.

De River se fue por la puerta de atrás. Tanto a Vivalda como a Landaburu les tocó tener por delante al que fue, quizá, el mejor arquero en la historia del fútbol argentino: Ubaldo Matildo Fillol, campeón del mundo con su selección en 1978, dueño del arco millonario por una década (1973-1983). “Tenía un estilo más similar al de Gatti que al mío, pero era un arquero de tremenda personalidad, arquero de equipo grande”, lo evalúa justamente el Pato Fillol para esta semblanza.

Vivalda debutó en julio de 1975 por la lesión de ambos en un partido contra Atlanta. River atravesaba la etapa más oscura de su historia, la de los 18 años sin títulos. Al mes siguiente, a punto de disputarse la anteúltima fecha, se decretó una huelga de futbolistas. La AFA obligó a que se jugaran los partidos y todos los equipos presentaron formaciones juveniles. El 14 de agosto de 1975, en cancha de Vélez, River venció 1-0 a Argentinos Juniors y se coronó campeón. Los hinchas ingresaban al campo de juego y arrancaban el pasto para masticarlo. Esa noche, el arquero de River fue Vivalda. Y también jugaron muchos otros chicos que tendrían su debut y despedida con la Banda. Los futbolistas profesionales, imposibilitados de jugar por la huelga, no toleraron mirarla desde afuera después de cargar durante 36 fechas la mochila de una presión desmesurada y les hicieron la cruz.

“El Beto era de mi misma edad y nos criamos juntos en las inferiores de River, tenía un temperamento brutal, no pensaba dos veces las cosas”. El que lo retrata ahora es Ramón Gómez, el Mono, centrodelantero que jugó en River solo un partido, el citado frente a Argentinos, y luego siguió su carrera en Colombia, defendiendo los colores de Once Caldas, Pereira y Tolima. Y se detiene en la antesala de aquel partido consagratorio y a la vez condenatorio: “Cuando se decretó la huelga, Vivalda habló delante de todo el plantel de profesionales y les dijo: ‘Yo voy a jugar este partido porque estoy desde los 8 años en el club, llevo la camiseta en la sangre, no como varios de acá. Si alguno tiene un problema personal, que lo hable’. Y te aseguro que nadie habló”. Hugo Santilli, un novato dirigente en aquellos años, quien luego como presidente llevaría a River a la cima del mundo en 1986, no duda: “Después de aquel partido, los pibes no tuvieron más cabida en el club, estoy convencido de que hubo un sabotaje y que la Comisión Directiva recibió alguna presión por parte de los jugadores”.

A Vivalda no le quedó otra que irse de su casa. Al año siguiente pasó a Chacarita y luego a Racing, donde le tocó otra vez ser suplente de un emblema del club, Agustín Mario Cejas. Pero allí se toparía con un hombre decisivo en su carrera, José Omar Pastoriza, quien le terminó dando la titularidad y luego lo llevaría a Colombia junto a otros compatriotas para jugar en Millonarios.

“Éramos bastante amigos con el Beto en aquella época de Racing —relata el Vasco Olarticoechea, luego campeón mundial con la selección en México 86—. Recuerdo que un día, a la salida de la práctica, me pidió que lo acercara hasta la estación de servicio. Ahí me enteré de que el Loco se venía en bicicleta desde su casa de Caballito, eran como 100 cuadras. Le daba vergüenza ir hasta el club por las cargadas. Él decía que lo hacía porque le venía bien para las piernas, yo creo que era para no gastar, lo cual confirma una característica que no falla: los arqueros son muy agarrados del bolsillo. Otra característica de los arqueros es que son loquitos, arriesgan todo por una pelota. Vivalda también encajaba perfecto ahí”.

De la bolsa de mitos urbanos fabricados en el fútbol, uno es que, en Racing, Vivalda se trenzó a trompada limpia con el uruguayo Juan Ramón Carrasco, otro muchacho al que le saltaba la térmica con facilidad. “Jamás me trompeé con el Beto, es un bolazo —se queja desde Montevideo este otrora eximio ejecutor de tiros libres—. Lo que sí te puedo confirmar es que era un hombre de carácter y si había que pelearse con alguien, no le disparaba al asunto. A lo que sí nos desafiábamos con Beto era a los tiros libres. Me cargaba con que no le podía meter goles de afuera del área y nos quedábamos pateando después de la práctica. Era un gran profesional, amaba el puesto y nunca le sacaba el cuerpo al trabajo”.

LA CONSAGRACIÓN

Jorge Mario Neira Niño tiene 62 años, es colombiano y se ha sumergido en la historia de su querido club para escribir, entre otras cosas: Las 1001 anécdotas de Millonarios. Se muestra entusiasmado al escuchar desde Buenos Aires el motivo de la llamada.

“Vivalda arribó tras el Mundial 82 —arranca—. Un tipo carismático, que venía con la escuela de River. Tenía fuerza de piernas, era líbero, salía jugando, cortaba con una mano. No llegó a ser campeón por esas cosas del fútbol, pero dejó una huella grande, jugó casi 200 partidos, para nosotros se volvió un hombre legendario aquí, por la calidad y en parte también porque se murió joven. Era un Beatle, por su genialidad, por su estilo innovador, por su estética”. Y ahí nomás, rescata un acontecimiento que nos muestra cuán profunda fue su huella: “Mario Jiménez, el arquero suplente, cometió un acto de indisciplina. El club salió a buscar a un sustituto de Vivalda y consiguió el préstamo por seis meses de un portero que venía de tapar muy bien en el Sudamericano Sub 20 con la Selección Colombia. René (Higuita) era atajador en ese momento, no se movía demasiado de los palos. Llegó a tapar seis partidos en Millonarios y yo digo que él vio a Vivalda y aprendió las salidas y las gambetas, la rapidez de piernas, todo eso que traía el Loco lo fue desarrollando y aplicando. Higuita declaró varios años después que esa cualidad era innata, pero a mí me duele porque no fue así. Su maestro fue Vivalda. René tenía 19 años y lo miraba con ojos bien abiertos”.

Para pruebas, basta un botón, como se dice. Lo registra el propio Neira Niño en su libro: el 12 de agosto de 1984, en un clásico ante Santa Fe, con el marcador 0-0, Vivalda salió gambeteando rivales y cuando llegó a la mitad de cancha se le fue larga. Lo aprovechó José Luis Carpene, quien le robó el balón y convirtió el gol desde 40 metros. Finalmente, Santa Fe se impuso por 3-2 y la junta directiva multó a Vivalda con 50.000 pesos por su irresponsabilidad. Cualquier coincidencia con lo realizado por un arquero enrulado seis años más tarde en la ciudad de Nápoles ante la selección de Camerún no fue una simple coincidencia.

A pesar de sus grandes actuaciones, Millonarios no logró atrapar su estrella número 12: finalizó tercero en 1982, cuarto en 1983, fue subcampeón en 1984 y otra vez tercero en 1985. Entre sus jornadas estelares queda aquella en que paró dos penales en un mismo partido, a Sergio Santín y Miguel Ángel Manzi, del Pereira. O esa otra en la que batió el récord de invulnerabilidad, con 585 minutos sin recibir goles. Neira Niño destaca que, según la opinión del prestigioso historiador del fútbol colombiano Guillermo Ruiz Bonilla, Vivalda fue uno de los mejores arqueros que tuvo Millonarios en su historia, muy cerca de otros dos monstruos, sus compatriotas Amadeo Carrizo y Julio Cozzi.

“Éramos de la misma categoría, del año 56, nos enfrentamos desde los 12 años, él en River y yo en Vélez, éramos los mejores arqueros de la camada y luego nos cruzamos seguido en Colombia, y en los aviones cuando volvíamos a Argentina para las fiestas —recuerda Julio César Falcioni, guardián del América de Cali pentacampeón de entonces—. No tuvimos una relación de amistad, pero nos respetábamos mucho; quienes lo conocían más íntimamente decían que tenía bien puesto el apodo de Loco, aunque yo le decía Beto y él a mí, Pelusa”.

“Un arquero totalmente distinto al resto, yo lo vi parar la pelota con el pecho en el medio de una montonera de gente. Lo que más me sorprendía es que en partidos difíciles, en los que otro arquero se achicaba o dudaba, este era todo lo contrario”, se suma José Daniel van Tuyne, defensor que fue compañero de Vivalda en Racing y Millonarios y que hoy vive en Rosario, alejado del fútbol. “Era un tipo muy alegre, buen compañero”, agrega Alejandro Barberón, otro compinche de vestuario en Millonarios, que trabaja actualmente con escuelas de fútbol en Necochea, y con una frase nos invita a pasar al infierno: “Siempre andaba con la familia, jamás podía imaginar que pasaría lo que pasó”.

Lo que pasó. El eufemismo que utilizaron casi todos los entrevistados, como si aún les horrorizara nombrar la palabra “suicidio”.

LA CAÍDA

Vivalda volvió a su país a finales de 1985, cuando falleció su padre por un cáncer. Su carrera se extendió por cinco años más en Unión de Santa Fe, Platense, River (en la temporada 1987-88, la reivindicación tras su salida forzada del club), Ferro y Racing otra vez, pero quienes lo conocieron de cerca coinciden en que la muerte de su padre le sacudió los cimientos emocionales. Lo identifican como el punto de partida del desbarranco. Lo siguió la separación de su esposa y de sus cuatro hijos. Graciela Sola, su exmujer, era de General Dorrego, una ciudad ubicada a 600 kilómetros de la Capital Federal. Y tras la separación, se instaló allí con los niños.

Muchos de los excompañeros de Vivalda se lo encontraron casualmente después de su retiro. Y algunos de ellos, que encajaban en el rótulo de amigos, lo hicieron, pero ya no de forma casual. Existen correspondencias en el recuerdo. Encontraron a un hombre deprimido, incoherente, casi desquiciado. “Ya retirado, me lo crucé caminando por el centro. Andaba con una carpeta bajo el brazo, me decía que iba a ganar mucha plata. Fueron unos minutos nomás, pero lo noté mal, con la vista perdida. Unos meses después me enteré de lo que pasó, me dolió mucho”, se entristece el Pato Fillol.

“En unas vacaciones me encontré al Beto por Caballito, cerca de su casa —recuerda Luis Bonini, preparador físico de Timoteo Griguol y de Marcelo Bielsa durante muchos años—. Yo lo había tenido unos años antes en River y de allí lo llevamos a Ferro porque era un excelente arquero, muy valiente, de esos que les pedían a los defensores que salieran, que no metieran el culo en el área, un tipo muy ganador. Además, superpintón, podría haber sido modelo tranquilamente. Y bueno, lo vi en la calle, nos pusimos a charlar y me contó que se había separado. Se notaba que lo vivía muy traumáticamente, no podía superar esa separación y extrañaba mucho a los chicos”.

‘El Pato’ José Omar Pastoriza fue un padre no solo para Vivalda sino también para Miguel Giachello. “Me enteré de que el Beto andaba mal porque un día, comiendo con Pastoriza, me contó que cuando dirigía al Atlético de Madrid se le apareció Vivalda en una práctica. Le dijo que le habían robado la plata en la frontera con Suiza y necesitaba dinero para volver a Argentina. Se lo dio, pero el Pato me dijo que lo vio muy mal, barbudo, diciendo cosas sin sentido”.

A la Foca Landaburu se le humedecen los ojos: “Al volver de Colombia, un día me veo con Pastoriza y ahí me cuenta que se le apareció el Beto, que le había contado que lo buscaba el Manchester, desvariaba. Me pidió que lo fuera a ver. Entonces me acerqué a su casa, el timbre no andaba, me puse a aplaudir en la puerta y apareció. Vivía solo, la casa no tenía luz, adentro estaba todo desordenado. Me puso muy mal la situación y lo saqué a caminar por el parque. Me contó que se iba a ir a jugar a Europa, pobre, estaba muy mal”. Y el Mono Gómez termina de pintar ese escenario lúgubre. “Fui a su casa, las persianas estaban bajas, era muy triste todo. Ahí me contó que había estado internado en el manicomio dos veces, que lo habían ido a buscar con chaleco de fuerza y pudo salir con un abogado y una orden judicial. Me dijo que en el loquero la pasó muy mal, que a la noche le metían jeringas y que él se defendía a las patadas. Me contaba todo eso y se le caían las lágrimas. El Beto era muy familiero y se sentía solo. Pobre Beto, si hoy estuviera, andaríamos comiendo unos asados por ahí, la puta madre, se nos fue”. Es tan presente el recuerdo, tan hondo el dolor, que parece que hubiera ocurrido ayer.

“Lo vi en la calle una tarde, por Caballito, fue una charla cortita, fría, no lo noté bien, estaba prácticamente pelado, como cuando uno sale de estar internado en una clínica”, corrobora Gabriel Perrone, compañero del Beto en Ferro y River en los últimos años de su carrera. “Me dio mucha pena, uno no sabe lo que le pasó por la cabeza. Lo que sí sé es que a muchos jugadores les agarra la depre cuando dejan de jugar. Uno está preparado para el éxito, no para el fracaso o el retiro. Yo pude agarrar enseguida trabajo, pero muchos están todo el día en su casa, les sobra el tiempo, sienten que molestan, y eso es muy duro”, intenta buscar una explicación a lo ocurrido Juan Barbas, quien compartió equipo con Vivalda en Racing y fue campeón mundial juvenil con Maradona y Ramón Díaz en 1979.

Hablar con la familia Vivalda no resultó para nada sencillo. Su hermana Liliana no quiso atender el teléfono. Se negó una y otra vez con diferentes excusas hasta que su esposo, el excuñado del Beto, se sinceró: “Mirá, no insistas porque no va a hablar”. Confirmó que no existía tumba porque su cuerpo había sido cremado, que antes había padecido dos internaciones en el neuropsiquiátrico Borda y que en sus últimos meses vivió en diferentes pensiones. Y señaló que ni Liliana ni él mantenían hoy contacto alguno con la exmujer o con los hijos del Beto, sus sobrinos. “Tuvo muchos conflictos después de su separación, la pasó muy mal”, murmuró apenas, antes de pedirme por favor que no llamara más.

Graciela Sola vive en Coronel Dorrego y tres de sus cuatro hijos (María Agustina, Matías y Victoria), en zonas aledañas, lejos del ruido de la gran ciudad. Solo Nicolás, de 31 años, el único nacido en Colombia, se instaló el año pasado en la Capital Federal. También fue el único en dar alguna señal ante el requerimiento periodístico. Aceptó charlar de su padre, pero con una condición: “No hablar de lo que pasó al final, porque los tiempos cambiaron y ni siquiera en esa época se podía saber si fue esquizofrenia o depresión”.

Nicolás se acercó hasta la redacción de El Gráfico, observó con entusiasmo las fotos de su padre, pidió permiso para registrarlas con su teléfono móvil. Resulta asombroso el parecido con Alberto Pedro. Nicolás estudió Administración de Empresas y trabaja en las oficinas de la aerolínea Lan, está nacionalizado argentino, pero afirma que ir a Colombia, su país natal al fin, es una de sus cuentas pendientes. Evoca a su progenitor con cariño y nostalgia: “Cuando murió yo tenía 11 años, y me acuerdo de cuando jugábamos a la pelota en la cochera de casa y de ir a la cancha de River juntos”. Y al instante se muestra bastante fanático del equipo que hoy dirige Marcelo Gallardo.

Pero claro, cuando uno intenta desenredar la madeja con preguntas como ¿qué le pasó?, ¿por qué se separaron?, ¿cuándo empezó la debacle?, ¿cuál fue el verdadero problema?, ¿por qué la noticia se supo dos semanas después?, Nicolás cierra la boca, pide perdón con los ojos y con sus gestos solicita respetar el pacto. Pone una valla. Hasta aquí llegamos.

“Mirá, para sintetizar, te puedo decir que hubo muchas cosas, no fue una sola, se trató de un proceso. A mi viejo lo queríamos mucho, somos una familia unida y no nos olvidamos de él ni lo abandonamos. Lo tuvimos presente siempre. De hecho, lo vinimos a ver aquí, cuando estuvo internado. Me acuerdo de haber ido con la familia, es una imagen que no me olvido”, esgrime, como declaración de principios, aunque flota en el aire la sensación de que hay motivos que guarda, circunstancias que omite, silencios que prefiere callar, como canta Fito Páez.

Lo respetamos, por supuesto. Es su hijo. Es su padre.

Este año se cumplen 40 desde aquel partido, en 1975, que River ganó con un gol de Bruno. A la distancia, muchas gracias por dar la cara y asegurar el campeonato. Que en paz descanses loco.

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Rubén Da Silva

Rubén Fernando da Silva Echeverrito nació en Montevideo, el 11 de abril de 1968. Jugó en gran cantidad de clubes de Uruguay, Argentina, España, Italia y México. Es decir, Polillita nació en una tierra uruguaya que respiraba fútbol, como siempre, pero en tiempos muy buenos de Nacional y Peñarol.

El club de arranque de Polillita fue Danubio, allá por el 86. Y será su club por siempre. El comienzo y el final de su carrera tuvieron la misma escenografía: el Estadio Jardines del Hipódromo en Montevideo, la casa de la Franja. Empezó y se retiró en Danubio.

El 15 de octubre del 89, en el River de Mostaza Merlo, que luego sería de Passarella y ganaría el campeonato, debutó Da Silva chico. Fue empate en cero ante Rosario Central y la formación fue con Comizzo; Basualdo, Higuaín, De León y Gordillo; Corti, Batista, Tallarico y Hernán Díaz; Centurión y Batistuta. Ingresaron Medina Bello por Centurión y el Polillita por Basualdo en su presentación en Núñez.

Un jugador flexible, de arranque desde la mitad de la cancha, con características de delantero de punta; frío, hábil, inteligente, de buen remate y preciso en las definiciones.

En aquel River que terminó matando rivales con Daniel Passarella de técnico y una dupla ofensiva con el Mencho Medina Bello que preocupaba y mucho a los rivales.

El Polillita jugó en River entre 1989 y 1991 y entre 1992 y 1993, año en que fue goleador del campeonato local.

En sus dos etapas como jugador millonario marcó 39 tantos y levantó el Campeonato de 1990.

Para decepción de muchos hinchas, más tarde vistió la camiseta de Boca. El Polillita, con 25 años, había convertido 13 tantos en 18 partidos del Clausura 93 y sumaba los nada despreciables 39 goles y 111 partidos entre locales e internacionales en dos etapas (89/91 y 92/93) en Núñez. Sin embargo su condición de futbolista a préstamo con el pase en su poder hizo que Paco Casal, su representante, arreglara la transferencia a lo de los primos.

Hasta los tiempos de Rosario Central, con el que ganó la Conmebol en una definición increíble ante el Atlético Mineiro en el 95, remontando una desventaja de cuatro goles y mandando el partido a los penales.

En el 99, Polillita se fue a jugar a México, a Guadalajara, y ya en el 2000 regresó a Uruguay, pasados los treinta años, a seguir dando cátedra en su tierra. Jugó para Nacional hasta el 2001 y luego finalizó, lo dicho, en Danubio en el 2004.

Ruben Fernando Da Silva, así Rúben acentuando la “u”, como lo nombran los uruguayos. El Polillita. Campeón con River, Danubio, Nacional, Rosario Central y la Selección Uruguaya en la Copa América del 95.

Se lo ha disfrutado viéndolo bajar con elegancia el balón, con suavidad y hasta con timidez; levantar la cabeza y meter una asistencia perfecta o, si el área y el arco rival andaban cerca, clavarla en un ángulo.

Da Silva hizo 68 goles en Argentina. Muchos de ellos de excelente factura.

Emilio Nicolás Commisso

Dirigido por Ángel Labruna, River había sido bicampeón en la temporada anterior, quebrando la adversa racha de 18 años sin títulos. En 1976 había perdido la final de la Copa Libertadores ante Cruzeiro y había sufrido la baja del Beto Alonso quien había partido hacia el fútbol francés.

A partir de esto el club de Núñez comenzó una pequeña renovación, contratando a varios futbolistas. Los de mayor nombre fueron Alberto Beltrán y Victorio Coco, procedentes de Gimnasia de La Plata y Deportivo La Coruña, respectivamente. Pero ellos no llegarían solos. Núñez compraría otro jugador para reforzar al equipo y así llenarse de gloria. Desde Córdoba arribaba al Millo un joven que en poco tiempo se ganó la titularidad: Emilio Nicolás Commisso.

Emilio Nicolás Commisso, El ‘Nene’ como lo apodaban, había nacido el 5 de noviembre de 1956, en Córdoba. Sus primeros pasos como futbolistas los hizo en Racing de Córdoba, allí permaneció hasta 1976 cuando con 20 años se mudaría a la gran ciudad para llegar a River. Ese año, nada más ni nada menos que el mismísimo Ángel Labruna le puso el ojo en él y Saporiti para que vistieran La Banda. Había llegado al club para reemplazar al Negro Oscar Ortíz.

Durante los siete años en que vistió La Banda jugó 218 partidos y anotó 27 goles. Como si esto no fuera suficiente, además, tuvo la oportunidad de dar cinco vueltas olímpicas de la mano del Más Grande. El Metropolitano 77 fue el primer título del “Nene” en Núñez. Con Commisso, River ganó aire en la batalla del mediocampo y ayudaba mucho a Merlo, además del gran aporte ofensivo que brindaba.

Después del 77, ganó el Metropolitano del 1979, el Nacional ese mismo año y el Metropolitano 1980. Su última conquista sería durante el campeonato Nacional de 1981. Tres años después de ese trofeo, en 1984, se incorporó a Argentinos Juniors, jugó para el club durante su época dorada, ganando la Copa Libertadores 1985 y la Copa Interamericana 1986, que también jugó en la Copa Intercontinental contra la Juventus FC de Italia.

Commisso dejó Argentinos en 1988 para unirse a Talleres de Córdoba, pero sólo permaneció una temporada antes de unirse al Xerez en España. Finalmente, regresó a Argentina para jugar en Estudiantes de La Plata y su último club fue Quilmes Atlético Club de entre 1991 y 1992.

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Cándido García

Nació el 2 de diciembre de 1895, en Buenos Aires, fue el primer mediocampista central ofensivo del fútbol argentino y como no podía ser de otro modo, vistió la camiseta millonaria entre 1913 y 1927 y fue una de las principales figuras de aquella época.

Es que “Cabeza de oro”, como lo llamaban, fue el primer jugador riverplatense en anotarle un gol a Boca por torneos oficiales. Fue un 24 de agosto de 1913 en la cancha de Racing, cuando iban 27 minutos del primer tiempo, un centro conectado de cabeza por el “Tuerto” García decretó la apertura en el marcador y dejó su nombre grabado en la historia de River y de los superclásicos al ser el primer jugador en convertir un gol en este trascendental partido.

Además de ese gol, que cabe destacar todavía era amateurismo, jugó muchísimos años con La Banda en el pecho. Entre 1913 y 1927, disputó un total de 364 partidos y anotó 42 goles.

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Cándido García uno de los primeros cracks de River, presente en los 3 títulos del amateurismo y el autor del primer gol en la historia de los superclásicos. Además fue uno de los primeros jugadores de River cedidos a la selección para un torneo oficial, jugó en la primera copa América de 1916. Merece un lugar destacadísimo en la historia de nuestro club.

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Alto PAQUETON!!!.

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Isidoro Kitzler fue el autor del primer gol oficial de River del cual se tenga registro.

Fue en la fecha 2 del Campeonato de Tercera Liga 1905, en el triunfo 4-3 vs General Belgrano (hizo 2, los otros dos goles de River los hicieron Enrique Rolón y Pedro Martínez).

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Fallecimiento de Vieitez

El Club Atlético River Plate lamenta el fallecimiento de quien supiera defender la camiseta de la Institución, entre 1966 y 1970. Abel Omar Vieitez debutó con la camiseta de River fue el 10 de febrero de 1966, en un Superclásico contra Boca por la Copa Libertadores, y fue victoria para River. Entre torneos locales e internacionales, jugó 126 partidos con la camiseta de River y marcó 3 goles. Se desempeñó como lateral y como zaguero izquierdo, con buen manejo de pelota.