El Relator del Pueblo en 1978

Acá les dejo una nota que apareció en LaRedó. Si tienen tiempo, no duden en leerla. Es muy interesante.

En 1978 los periodistas Marcelo Araujo y Mauro Viale escribieron un artículo para una revista militar de la época. Ponemos a disposición este artículo, de escasa circulación en ámbitos futbolísticos.
La revista “Argentina ante el mundo para la defensa de la soberanía” fue, en palabras de su director, el coronel Hugo Guillermo Jörgensen, una publicación bilingüe puesta al servicio de los delicados intereses argentinos en cuestiones de jurisdicción y espacios nacionales, como al de todos los aspectos que hacen a la unidad e integridad del Estado. Siempre en palabras de su director, procura abordar el tratamiento de tales áreas, siempre conflictivas, mediante un honesto aporte descriptivo y de análisis técnico.
En el número de septiembre-octubre de 1978 esta revista publicó un artículo intitulado “Un campeonato jugado por todo un país”. Sus autores son Marcelo Araujo y Mauro Viale. El mismo intenta dar cuenta ante argentinos y extranjeros (la publicación era bilingüe) del éxito organizativo que habría sido la Copa del Mundo Argentina ‘78. También trata de explicar cómo la sociedad argentina de 1978, gobernada por un régimen criminal e ilegítimo, habría logrado superar “divisiones internas”. A continuación transcribimos el texto completo de dicho artículo (las imágenes y las negritas no pertenecen al original).

Un campeonato jugado por todos

por Marcelo Araujo y Mauro Viale
Septiempre 1978

Fue el milagro argentino. Nadie discute que el país ganó el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 antes de que se diera el puntapié inicial. Su organización lograda contra todos los presagios, sorprendió al mundo. Kelso F. Sutton, publisher de Sports Illustrated, la revista deportiva más leída de los Estados Unidos (tirada semanal: 2.250.000 ejemplares) narró en el número del 3 de julio pasado las primeras impresiones de su editor asociado Clive Gammon, quien cubrió en Buenos Aires los avatares del Mundial:
“Cuatro años antes, en Munich, Alemania (durante el Campeonato Mundial de Fútbol), le dijeron (en el centro de prensa) con malintencionado desprecio que Estados Unidos no era un país futbolístico y que no habría lugar para Sports Illustrated en la oficina de prensa. Diez días duró la lucha para que la decisión fuera revertida. Por eso se quedó asombrado en el Centro de Prensa de Buenos Aires cuando obtuvo su credencial para el partido final dentro de los cinco minutos de solicitada, siéndole entregada por una sonriente señorita que hablaba perfectamente el inglés”.
Este es solo un ejemplo. Los periodistas argentinos que tuvimos que convivir con nuestros colegas extranjeros durante esos días pudimos comprobar como, en los más honestos de ellos -afortunadamente la mayoría-, se disolvían los prejuicios que traían de sus países merced a la insidiosa propaganda motorizada por las organizaciones subversivas y los ingenuos de siempre.
Hay que reconocerlo: la Argentina tenía muy mala imagen en Europa y Estados Unidos. Quienes vinieron del hemisferio norte estaban preparados para ver luchas callejeras, oír de terribles campos de concentración. Una anécdota caracterizó esa posición: en vísperas de la iniciación del Campeonato, un grupo de periodistas fue invitado a visitar las modernas instalaciones del estadio de River Plate. Entre ellos un francés; en su nota cantó loas a las comodidades, los tableros electrónicos y a la organización. Pero terminó el artículo apuntando que “desde lejos se oían los disparos que intercambiaban fuerzas policiales con un grupo subversivo”. Si el periodista francés lo hubiera preguntado en lugar de dejarse llevar por su imaginación se hubiera enterado que tales disparos provenían de los polígonos de tiro del Tiro Federal. Esos días previos marcaron el nadir. En Europa se veían afiches con símbolos del Campeonato rodeados de alambradas de púas. Incluso cuando algunos medios europeos, especialmente en Francia y Alemania comentaron el maravilloso espectáculo gimnástico protagonizado el 1 de junio, en el estadio Monumental, por miles de jóvenes argentinos lo calificaron como una mera expresión de “un régimen militarizado”. Eso fue el colmo de la mala fe, o por lo menos el mejor ejemplo que puede brindar una mentalidad cargada de prejuicios.
A todo ésto, la publicidad negativa había llevado a varios gobiernos -especialmente al alemán, que todavía recuerda la masacre practicada por un comando palestino durante los juegos Olímpicos celebrados en Munich, y el francés, en cuyo territorio se encuentra una usina de propaganda antiargentina- a disponerse a enviar a sus equipos de fútbol guardados por agentes especiales. Una intención prontamente rechazada por el gobierno argentino, suficientemente capacitado para asegurar el normal desarrollo del campeonato.
DESPUÉS DEL 1 DE JUNIO
Pero, decíamos, el primer día del Mundial fue también el comienzo del cambio. Los periodistas comenzaron a ver en las calles a un pueblo entusiasmado, sin divisiones ni odios, que solo hacían bromas a los equipos adversarios, sin que tales bromas impidieran manifestaciones de respeto y afecto.
Es cierto en la mayor parte de los casos, los equipos extranjeros fueron recibidos por los mejores embajadores: los representantes de las colectividades de argentinos de origen español, italiano, francés, escocés, árabe, austríaco, alemán, etc. Argentinos que vieron la oportunidad de acercarse a los connacionales de sus padres o abuelos para mostrarle la realidad de su país y hacerles más grata su estadía.
Es cierto también que los argentinos todos vivieron por primera vez en décadas la oportunidad de salir a la calle bajo una sola bandera. Después de cuatro o cinco años de sufrir una guerra sucia, la guerra desatada por la subversión, surgió la ocasión de expresar entusiasmo. El mundo entero pudo ver en millones de televisores como todo el pueblo mostraba su mentalidad ganadora, viviendo entre continuas explosiones de júbilo que crecían noche tras noche en todas las ciudades de la República.
UN SELECCIONADO, UN PAÍS
“No sé si ustedes se dieron cuenta, pero yo tenía mucha bronca cuando terminó el partido contra Brasil, me fui muy decepcionado de la cancha. Y ayer todavía me duraba la mufa; por eso no quise reunirlos hasta que estuviera tranquilo. A mí me defraudan los equipos cuando no intentan hacer lo que saben y los jugadores no demuestran las razones por las que el técnico los convocó. No les puedo perdonar ni soporto que traicionen las convicciones en las que todos estuvimos de acuerdo el primer día. Y ustedes saben que esto no es un argumento nuevo; cualquier jugador de Huracán les puede decir si es cierto o no que una vez, en el entretiempo, dije que me iba de la cancha si seguían jugando así, y en ese momento ganábamos 2 a 0… A mí no me importa el resultado. Todo hubiera sido igual si el partido contra Brasil terminaba a favor nuestro. Lo que me preocupa es que no jueguen con alegría, que no respeten su vocación. Por eso quiero repasar a cada caso y volver a empezar”.
Estas palabras las pronunció César Luis Menotti a la Selección Nacional después del partido jugado con Brasil, “el peor partido de la Argentina”. En su libro Cómo ganamos la Copa del Mundo, el técnico apunta: “El equipo estaba mal parado en la cancha, sin movilidad, sin sorpresa ni siquiera toque de primera… Había exceso de individualismo, cada uno quería resolver por cuenta propia”.
Todas estas palabras de Menotti referidas a un momento y a un partido del Mundial podrían aplicarse a un momento de la Argentina. Individualismo, falta de responsabilidad personal, escepticismo, “jugar sin alegría” -es decir, trabajar, estudiar, investigar, enseñar, vivir en fin, sin el mínimo goce necesario para que la vida merezca el nombre de tal- eran defectos que se notaban hasta hace pocos meses en el comportamiento de los argentinos.
¿Las causas? El mal del siglo: esa mezcla de constante ansiedad, ese correr constante detrás del peso (o el dólar, el franco, el marco, el yen) para pagar la cuota de la casa o la heladera. Esa preocupación constante por ganar el día en un ambiente constatemente bombardeado por los estímulos de la televisión y la publicidad. Por cierto que éste no es un defecto argentino, es un fenómeno mundial. Se da en todas las ciudades del mundo. En Buenos Aires, ese individualismo se sintetiza en el clásico “no te metás”, en Nueva York, en el “Don’t be involved”.
En la Argentina, ese mal del siglo fue potencializado hasta extremos exasperantes por un clima de violencia, de inseguridad física, suscitado por el terrorismo. Este también es un fenómeno mundial, pero en nuestro país llegó a un límite extremo: “Este descanso de los disturbios que angustiaron a la Argentina por más de cuatro años permite explicar la explosión de júbilo, creciendo en intensidad noche tras noche, que hizo de cada ciudad argentina una loca abstracción de color, luz y ruido durante las pasadas tres semanas”, apuntó Kelso F. Sutton.
Es parcialmente cierto. En rigor, la tranquilidad estuvo volviendo lentamente antes del Mundial. Actualmente, los argentinos vivimos una calma maculada por las resonancias de escasos pero siempre dolorosos atentados, generalmente efectuados con bombas instaladas por manos anónimas. El últio y uno de los que repercutieron más penosamente en el ánimo de la opinión pública: el que costó la vida a tres personas en la calle Virrey Melo, en Barrio Norte, entre ellas la de Paula Lambruschini, de 15 años, hija del jefe del Estado Mayor de la Armada.
De todos modos, esta calma expectante que vive la Argentina es anterior al Mundial. Muy probablemente sin ella no podría haber habido Campeonato. Pero fue durante su transcurso cuando casi mágicamente despertó en la conciencia colectiva esa necesidad de expresarse, de mostrar su unidad bajo la bandera nacional. De mostrarse patriota, en fin. También fue una manifestación de victoria. No sólo de victoria deportiva frente a los holandeses, peruanos o húngaros -ésto era lo menos importante- sino de victoria contra la muerte, la inseguridad, el odio. Los argentinos tenemos fama de orgullosos. Quizás sea cierto, pero en los festejos del Mundial mostramos por primera vez en mucho tiempo que estamos orgullosos de ser argentinos.
Y fue una muestra de orgullo absolutamente positiva. “Casi milagrosamente no hubo violencia”, observó un periodista italiano. No fue un milagro; simplemente no hubo violencia porque no se gritó contra nadie. Ya lo dijimos; a lo sumo se gastaron bromas a los rivales ocasionales: “El que no salta es un holandés”, por ejemplo. Incidentalmente, cuando el lunes siguiente a la finalización del campeonato, nutridos grupos de estudiantes pasaron frente al Banco Holandés Unido, en la calle Florida, no faltaron quienes quiesieron hacer saltar a un elegante y grave señor que salía de esa institución: “Lo siento -respondió el hombre- no puedo saltar porque efectivamente soy holandés”. Nadie sabe que podría haber ocurrido en otras latitudes ante tal respuesta. Aquí lo aplaudieron.
Un par de semanas antes, después del partido en que Italia venció a la selección argentina, un grupo de “hinchas” del vencedor que habían venido de la Península y se dirigían hacia el omnibus que los transportaría al hotel fueron aplaudidos por un importante sector de los espectadores argentinos.
Sin duda, como pasó en Alemania, como pasa en todos los países que cuentan con equipos de primer nivel, el público argentino ayudó con su apoyo a su equipo. Ese apoyo moral -y consecuentemente, la falta de apoyo que inversamente sufrieron sus rivales- seguramente influyó en los triunfos de la Selección Nacional. Y también en ese sentido el Campeonato Mundial fue un triunfo de todos los argentinos.
¿Qué más vieron los extranjeros, los periodistas, que aprovecharon el Campeonato para conocer a este país, el más austral del mundo? Sin duda, un país pujante, que busca su destino bajo el sol. Algunos aspectos se pueden apreciar en las notas de esta revista. Pero lo más importante puede sintetizarse en esta frase: un pueblo con vocación de ganador.

Fuente: El Relator del Pueblo en 1978|La Redó! — Manchando la Pelota

Acá les dejo una nota que apareció en LaRedó. Si tienen tiempo, no duden en leerla. Es muy interesante.

En 1978 los periodistas Marcelo Araujo y Mauro Viale escribieron un artículo para una revista militar de la época. Ponemos a disposición este artículo, de escasa circulación en ámbitos futbolísticos.
La revista “Argentina ante el mundo para la defensa de la soberanía” fue, en palabras de su director, el coronel Hugo Guillermo Jörgensen, una publicación bilingüe puesta al servicio de los delicados intereses argentinos en cuestiones de jurisdicción y espacios nacionales, como al de todos los aspectos que hacen a la unidad e integridad del Estado. Siempre en palabras de su director, procura abordar el tratamiento de tales áreas, siempre conflictivas, mediante un honesto aporte descriptivo y de análisis técnico.
En el número de septiembre-octubre de 1978 esta revista publicó un artículo intitulado “Un campeonato jugado por todo un país”. Sus autores son Marcelo Araujo y Mauro Viale. El mismo intenta dar cuenta ante argentinos y extranjeros (la publicación era bilingüe) del éxito organizativo que habría sido la Copa del Mundo Argentina ‘78. También trata de explicar cómo la sociedad argentina de 1978, gobernada por un régimen criminal e ilegítimo, habría logrado superar “divisiones internas”. A continuación transcribimos el texto completo de dicho artículo (las imágenes y las negritas no pertenecen al original).

Un campeonato jugado por todos

por Marcelo Araujo y Mauro Viale
Septiempre 1978

Fue el milagro argentino. Nadie discute que el país ganó el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 antes de que se diera el puntapié inicial. Su organización lograda contra todos los presagios, sorprendió al mundo. Kelso F. Sutton, publisher de Sports Illustrated, la revista deportiva más leída de los Estados Unidos (tirada semanal: 2.250.000 ejemplares) narró en el número del 3 de julio pasado las primeras impresiones de su editor asociado Clive Gammon, quien cubrió en Buenos Aires los avatares del Mundial:
“Cuatro años antes, en Munich, Alemania (durante el Campeonato Mundial de Fútbol), le dijeron (en el centro de prensa) con malintencionado desprecio que Estados Unidos no era un país futbolístico y que no habría lugar para Sports Illustrated en la oficina de prensa. Diez días duró la lucha para que la decisión fuera revertida. Por eso se quedó asombrado en el Centro de Prensa de Buenos Aires cuando obtuvo su credencial para el partido final dentro de los cinco minutos de solicitada, siéndole entregada por una sonriente señorita que hablaba perfectamente el inglés”.
Este es solo un ejemplo. Los periodistas argentinos que tuvimos que convivir con nuestros colegas extranjeros durante esos días pudimos comprobar como, en los más honestos de ellos -afortunadamente la mayoría-, se disolvían los prejuicios que traían de sus países merced a la insidiosa propaganda motorizada por las organizaciones subversivas y los ingenuos de siempre.
Hay que reconocerlo: la Argentina tenía muy mala imagen en Europa y Estados Unidos. Quienes vinieron del hemisferio norte estaban preparados para ver luchas callejeras, oír de terribles campos de concentración. Una anécdota caracterizó esa posición: en vísperas de la iniciación del Campeonato, un grupo de periodistas fue invitado a visitar las modernas instalaciones del estadio de River Plate. Entre ellos un francés; en su nota cantó loas a las comodidades, los tableros electrónicos y a la organización. Pero terminó el artículo apuntando que “desde lejos se oían los disparos que intercambiaban fuerzas policiales con un grupo subversivo”. Si el periodista francés lo hubiera preguntado en lugar de dejarse llevar por su imaginación se hubiera enterado que tales disparos provenían de los polígonos de tiro del Tiro Federal. Esos días previos marcaron el nadir. En Europa se veían afiches con símbolos del Campeonato rodeados de alambradas de púas. Incluso cuando algunos medios europeos, especialmente en Francia y Alemania comentaron el maravilloso espectáculo gimnástico protagonizado el 1 de junio, en el estadio Monumental, por miles de jóvenes argentinos lo calificaron como una mera expresión de “un régimen militarizado”. Eso fue el colmo de la mala fe, o por lo menos el mejor ejemplo que puede brindar una mentalidad cargada de prejuicios.
A todo ésto, la publicidad negativa había llevado a varios gobiernos -especialmente al alemán, que todavía recuerda la masacre practicada por un comando palestino durante los juegos Olímpicos celebrados en Munich, y el francés, en cuyo territorio se encuentra una usina de propaganda antiargentina- a disponerse a enviar a sus equipos de fútbol guardados por agentes especiales. Una intención prontamente rechazada por el gobierno argentino, suficientemente capacitado para asegurar el normal desarrollo del campeonato.
DESPUÉS DEL 1 DE JUNIO
Pero, decíamos, el primer día del Mundial fue también el comienzo del cambio. Los periodistas comenzaron a ver en las calles a un pueblo entusiasmado, sin divisiones ni odios, que solo hacían bromas a los equipos adversarios, sin que tales bromas impidieran manifestaciones de respeto y afecto.
Es cierto en la mayor parte de los casos, los equipos extranjeros fueron recibidos por los mejores embajadores: los representantes de las colectividades de argentinos de origen español, italiano, francés, escocés, árabe, austríaco, alemán, etc. Argentinos que vieron la oportunidad de acercarse a los connacionales de sus padres o abuelos para mostrarle la realidad de su país y hacerles más grata su estadía.
Es cierto también que los argentinos todos vivieron por primera vez en décadas la oportunidad de salir a la calle bajo una sola bandera. Después de cuatro o cinco años de sufrir una guerra sucia, la guerra desatada por la subversión, surgió la ocasión de expresar entusiasmo. El mundo entero pudo ver en millones de televisores como todo el pueblo mostraba su mentalidad ganadora, viviendo entre continuas explosiones de júbilo que crecían noche tras noche en todas las ciudades de la República.
UN SELECCIONADO, UN PAÍS
“No sé si ustedes se dieron cuenta, pero yo tenía mucha bronca cuando terminó el partido contra Brasil, me fui muy decepcionado de la cancha. Y ayer todavía me duraba la mufa; por eso no quise reunirlos hasta que estuviera tranquilo. A mí me defraudan los equipos cuando no intentan hacer lo que saben y los jugadores no demuestran las razones por las que el técnico los convocó. No les puedo perdonar ni soporto que traicionen las convicciones en las que todos estuvimos de acuerdo el primer día. Y ustedes saben que esto no es un argumento nuevo; cualquier jugador de Huracán les puede decir si es cierto o no que una vez, en el entretiempo, dije que me iba de la cancha si seguían jugando así, y en ese momento ganábamos 2 a 0… A mí no me importa el resultado. Todo hubiera sido igual si el partido contra Brasil terminaba a favor nuestro. Lo que me preocupa es que no jueguen con alegría, que no respeten su vocación. Por eso quiero repasar a cada caso y volver a empezar”.
Estas palabras las pronunció César Luis Menotti a la Selección Nacional después del partido jugado con Brasil, “el peor partido de la Argentina”. En su libro Cómo ganamos la Copa del Mundo, el técnico apunta: “El equipo estaba mal parado en la cancha, sin movilidad, sin sorpresa ni siquiera toque de primera… Había exceso de individualismo, cada uno quería resolver por cuenta propia”.
Todas estas palabras de Menotti referidas a un momento y a un partido del Mundial podrían aplicarse a un momento de la Argentina. Individualismo, falta de responsabilidad personal, escepticismo, “jugar sin alegría” -es decir, trabajar, estudiar, investigar, enseñar, vivir en fin, sin el mínimo goce necesario para que la vida merezca el nombre de tal- eran defectos que se notaban hasta hace pocos meses en el comportamiento de los argentinos.
¿Las causas? El mal del siglo: esa mezcla de constante ansiedad, ese correr constante detrás del peso (o el dólar, el franco, el marco, el yen) para pagar la cuota de la casa o la heladera. Esa preocupación constante por ganar el día en un ambiente constatemente bombardeado por los estímulos de la televisión y la publicidad. Por cierto que éste no es un defecto argentino, es un fenómeno mundial. Se da en todas las ciudades del mundo. En Buenos Aires, ese individualismo se sintetiza en el clásico “no te metás”, en Nueva York, en el “Don’t be involved”.
En la Argentina, ese mal del siglo fue potencializado hasta extremos exasperantes por un clima de violencia, de inseguridad física, suscitado por el terrorismo. Este también es un fenómeno mundial, pero en nuestro país llegó a un límite extremo: “Este descanso de los disturbios que angustiaron a la Argentina por más de cuatro años permite explicar la explosión de júbilo, creciendo en intensidad noche tras noche, que hizo de cada ciudad argentina una loca abstracción de color, luz y ruido durante las pasadas tres semanas”, apuntó Kelso F. Sutton.
Es parcialmente cierto. En rigor, la tranquilidad estuvo volviendo lentamente antes del Mundial. Actualmente, los argentinos vivimos una calma maculada por las resonancias de escasos pero siempre dolorosos atentados, generalmente efectuados con bombas instaladas por manos anónimas. El últio y uno de los que repercutieron más penosamente en el ánimo de la opinión pública: el que costó la vida a tres personas en la calle Virrey Melo, en Barrio Norte, entre ellas la de Paula Lambruschini, de 15 años, hija del jefe del Estado Mayor de la Armada.
De todos modos, esta calma expectante que vive la Argentina es anterior al Mundial. Muy probablemente sin ella no podría haber habido Campeonato. Pero fue durante su transcurso cuando casi mágicamente despertó en la conciencia colectiva esa necesidad de expresarse, de mostrar su unidad bajo la bandera nacional. De mostrarse patriota, en fin. También fue una manifestación de victoria. No sólo de victoria deportiva frente a los holandeses, peruanos o húngaros -ésto era lo menos importante- sino de victoria contra la muerte, la inseguridad, el odio. Los argentinos tenemos fama de orgullosos. Quizás sea cierto, pero en los festejos del Mundial mostramos por primera vez en mucho tiempo que estamos orgullosos de ser argentinos.
Y fue una muestra de orgullo absolutamente positiva. “Casi milagrosamente no hubo violencia”, observó un periodista italiano. No fue un milagro; simplemente no hubo violencia porque no se gritó contra nadie. Ya lo dijimos; a lo sumo se gastaron bromas a los rivales ocasionales: “El que no salta es un holandés”, por ejemplo. Incidentalmente, cuando el lunes siguiente a la finalización del campeonato, nutridos grupos de estudiantes pasaron frente al Banco Holandés Unido, en la calle Florida, no faltaron quienes quiesieron hacer saltar a un elegante y grave señor que salía de esa institución: “Lo siento -respondió el hombre- no puedo saltar porque efectivamente soy holandés”. Nadie sabe que podría haber ocurrido en otras latitudes ante tal respuesta. Aquí lo aplaudieron.
Un par de semanas antes, después del partido en que Italia venció a la selección argentina, un grupo de “hinchas” del vencedor que habían venido de la Península y se dirigían hacia el omnibus que los transportaría al hotel fueron aplaudidos por un importante sector de los espectadores argentinos.
Sin duda, como pasó en Alemania, como pasa en todos los países que cuentan con equipos de primer nivel, el público argentino ayudó con su apoyo a su equipo. Ese apoyo moral -y consecuentemente, la falta de apoyo que inversamente sufrieron sus rivales- seguramente influyó en los triunfos de la Selección Nacional. Y también en ese sentido el Campeonato Mundial fue un triunfo de todos los argentinos.
¿Qué más vieron los extranjeros, los periodistas, que aprovecharon el Campeonato para conocer a este país, el más austral del mundo? Sin duda, un país pujante, que busca su destino bajo el sol. Algunos aspectos se pueden apreciar en las notas de esta revista. Pero lo más importante puede sintetizarse en esta frase: un pueblo con vocación de ganador.

Fuente: El Relator del Pueblo en 1978|La Redó! — Manchando la Pelota

Lacras.

Nunca me voy a olvidar una imagen que vi una vez que era el mundial y todo su colorido y abajo se veían como las sombras de los milicos matando a la gente o tirándola al mar y la imagen daba a entender que el mundial fue una forma de tapar todo lo que se vivía. Esa imagen me impacto mucho, voy a ver si la consigo.

Al que pueda conseguirlo, le aconsejo leer el libro “¿Quién mató al General Actis?”. Allí se van a enterar no solamente de los entramados de los milicos en la previa al Mundial '78, sino de algunas cosillas interesantes sobre José María Muñoz, el relator de América.

PD: Nunca tuve un ejemplar en mis manos, pero en la escuela en la cual estudié periodismo, siempre se dijo que Araujo y otros periodistas trabajaron en una revista dirigida por Massera.

Buen posteo, Gabinho. Abrazo.-

Estos de la Comisión del FPT no se andan con vueltas. Tranzan con Grondona, lo traen a Araujo.

Qué asco.

+1.

:frowning:

Repugnante.

Hechos pelota. El periodismo deportivo en dictadura

El periodista Fernando Ferreira investigó silencios, omisiones y resistencias para reflexionar sobre el rol de los medios durante los años de plomo y generar un espacio de catarsis para quienes sufrieron el horror de esa época.
Por Emanuel Respighi

Aunque su gran pasión sea el cine –desde hace cuarenta años se desempeña como crítico–, Fernando Ferreira es un fiel lector de Ediciones al Arco, la única editorial de literatura deportiva del país. Compañero en la agencia Télam de Marcos González Cezer, uno de los directores de la editorial, el periodista no dudó en ofrecerle formar parte de un catálogo con el que se identificaba. Así fue que, primero, pensó en escribir un libro que contase la historia del fútbol argentino a través del cine nacional. Pero como notó más dudas que aceptación de su colega, Ferreira fue por la segunda opción: analizar la actuación de los periodistas deportivos durante la última dictadura militar. Y el resultado de esa idea es Hechos pelota, un trabajo que completa el largo debate abierto sobre la labor del periodismo y de las empresas periodísticas. Un libro que es un intento de reflexión sobre la labor del periodismo deportivo en los años de plomo y, a la vez, un espacio de catarsis para quienes escribieron durante el horror.
Bajo la realidad de que litros de tinta se han escrito sobre el rol que jugaron los medios durante la dictadura militar 1976-1983 y casi ninguna gota sobre la tarea de los periodistas deportivos en aquellos años, Ferreira escribió Hechos pelota no con la vara de quien se siente juez del deber ser periodístico, sino con la intención de iluminar una rama de la profesión que no ocupó un lugar menor para los intereses de Videla y sus secuaces. Combinando su visión sobre aquellos años, las consecuencias de la dictadura en el deporte y los testimonios de periodistas deportivos que ejercieron su profesión mientras miles de personas desaparecían, buena parte del libro se centra en el Mundial ’78, como evento máximo de manipulación política.
“Me puse a investigar con la idea de no establecer juicios en lo moral, sino de narrar, describir, lo que ocurrió en esa época”, subraya Ferreira en la entrevista con PáginaI12. “En el libro aclaro que hubo periodistas que negaron su testimonio, no respondieron o pospusieron la cita hasta después del cierre del libro, que es una delicada manera de decir que no, como es el caso de Marcelo Araujo, Mauro Viale, Fernando Niembro, Aldo Proietto, Julio Ricardo o Enrique Macaya Márquez… Pero con el mismo criterio también recibí respuestas entusiasmadas de periodistas que querían contar la forma en que ejercieron su profesión durante aquellos años”, detalla.
–¿Por qué cree que unos tenían tanta necesidad de hablar y otros periodistas prefirieron borrar aquellos años?
–Eso mismo me pregunto yo. Periodistas como Osvaldo Pepe, que tuvo dos cuñados desaparecidos, tenían una necesidad imperiosa de contar lo que habían sufrido y nunca lo habían hecho. Pepe es uno de los que acepta que sabía lo que estaba pasando, pero que no podía hacer demasiado desde su lugar para poder revertir el horror de la dictadura. Y cuenta todo: el miedo, la censura, el horror, la pérdida de los amigos… Hay muchos que necesitaban contar su testimonio para cerrar el círculo de aquellos años, aunque no la herida, que continuará abierta por siempre. Lo interesante del libro es que los testimonios sobre un mismo hecho hasta se contraponen: hay quienes dicen que no sabían nada, otros que aceptan que conocían lo que pasaba pero que no podían hacer nada.
–Usted no establece juicios de valor sobre lo que cada uno pudo o quiso hacer, sin embargo, al final del libro uno tiene la sensación de que no cree en aquellos que dicen que no sabían lo que pasaba.
–Cada uno sabe en su conciencia la tarea que realizó en aquellos años. Yo trabajaba en esa época y escribía en la agencia Ancla, de Rodolfo Walsh. Estaba al tanto de todo lo que pasaba, no sólo por la información que me llegaba, sino porque mataban a amigos míos y a los 26 años, en 1976, me echaron de Crónica a través del telegrama de “subversión industrial”. Entiendo que muchos no hicieron algo más que escribir crónicas deportivas por el miedo, pero no puedo aceptar que me digan que no sabían de las desapariciones. No juzgo, pero hubo gente más responsable que otra. Aldo Proietto aceptó ser jefe de prensa del Ente Autárquico del Mundial ’78 (EAM ’78)… Si uno acepta un puesto público, de alguna manera está aceptando el statu quo de la dictadura.
–En términos generales, ¿cuál fue la actuación del periodismo deportivo durante la dictadura?
–En muchos aspectos, digna. La mayoría se negó a escribir una sola línea a favor de la dictadura. Lo discutible puede ser que muchos reemplazamos lo que no se podía decir apuntalando algo que nos parecía digno, como la manera en que Menotti planteaba el fútbol. El fútbol como una manifestación del arte contra el fútbol del golpe nos parecía una lucha digna… Pero me parece que el Menotti el 25 de junio de 1978, tras salir campeón del mundo, era el hombre más poderoso de este país, al menos mediáticamente, y sin embargo no usó ese poder para decir ni una sola palabra de los horrores de la dictadura. A muchos menottistas como yo nos defraudó. Además, él era militante activo del Partido Comunista.
–¿Cree que más que complicidad, entonces, hubo escasa resistencia?
–No se podía decir mucho. El “Conejo” Gasparini cuenta que en Clarín lo mandaban a cubrir los operativos de las patotas donde “chupaban” personas, pero no publicaron sus informes. Carlos Ares se tuvo que ir porque sistemáticamente le pegaba a Lacoste… Eran resistencias individuales. Las empresas periodísticas fueron cómplices y no hicieron autocrítica, como sí la hacen en el libro los periodistas. Los medios hicieron funcionales a los periodistas. Hubo heroicidades individuales. Yo me acuerdo de que me hacía el enfermo para no ir a cubrir algo… Habría que hacer un libro sobre periodistas económicos y políticos. ¿Qué pasa con Joaquín Morales Solá o Mariano Grondona? ¿Cómo pueden seguir siendo referentes?
–Lo que pasa es que la dictadura le dio al fútbol un lugar que posicionó al periodismo deportivo un rol de implicancia enorme.
–La dictadura pensaba que el Mundial iba a durar en la mente de la sociedad mucho más tiempo. El Mundial tuvo una consecuencia efímera. Por eso la dictadura también utilizó el Mundial juvenil de 1979 para distraer y hasta España ’82. Paralelamente, fue una generación de periodistas narrativamente extraordinaria, que si se hubiera dado en democracia no se hubiese terminado en la pobre camada de periodista actuales. Roberto Fernández, Juan José Pa-nno, Osvaldo Pepe, Guillermo Gasparini, Carlos Ares… Las consecuencias de la dictadura la sufrimos en el periodismo de hoy, donde el periodista deportivo es un autista que no investiga. Es un entretenedor más. El chupaculismo televisivo del periodismo deportivo es un asco. La derrota cultural que provocó la dictadura se demuestra en el periodismo deportivo actual. No es casualidad que quienes se negaron a hablar en Hechos pelota son hoy las caras del periodismo deportivo en TV.

Página/12 :: espectaculos

Muy buena nota Gabi… Repugnancia absoluta…

Miralo vos al chanta este…

:wink:

Que idolos Lazaro Zilberman y Mauricio Goldfarb !!! :smiley: