el drama del 16 de julio de 1950................

60 años del Maracanazo, en un Uruguay que se ilusiona con 2014…

Fue una gesta del fútbol uruguayo, siempre inolvidable, y hasta ahora inimitable. El 16 de julio de 1950, Uruguay le ganó 2-1 a Brasil y logró el Mundial en el estadio Maracaná, ante unos 200.000 aficionados brasileños que llegaron al escenario para ver una consagración de su combinado, que en aquel entonces vestía de blanco. El Maracanazo, para muchos la mayor hazaña en la historia del fútbol mundial, cumple su 60° aniversario, en tiempos en que ‘la celeste’ vive un gran momento tras lograr el 4to. puesto en el Mundial de Sudáfrica.

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Uruguay el 16 de julio de 1950. Arriba: Obdulio Varela, Juan López (DT), Tejera, Gambetta, Matías González, Máspoli y Rodríguez Andrade; abajo: Ghiggia, Julio Pérez, Miguez, Schiaffino y Morán.

//youtu.be/mlOqGghmbiw&feature=related

//youtu.be/6pMmRFKKZfk

//youtu.be/Y2zNWLWD-6M&feature=related

//youtu.be/D9HM7fgdKio

“Ahora vamos a jugar como hombres. Nunca miren a la tribuna. El partido se juega abajo. Ellos son 11 y nosotros también. Este partido se gana con los huevos en la punta de los botines”,
Obdulio Varela,
capitán uruguayo en el Maracaná.

“Fue la primera vez en mi vida que escuché algo que no fuera ruido. Sentí el silencio”,
Juan Alberto Schiaffino,
autor del gol del empate de Uruguay.

“Todo estaba previsto, menos la victoria de Uruguay”,
Jules Rimet,
Maracaná, Río de Janeiro, 1950.

"No me gustó ver a aquellas 200.000 personas tristes, no me gustó ver a Rio a oscuras y sin Carnaval. Es la vida. Era campeón y no sentía una alegría absoluta por ello",
Obdulio Varela,
capitán uruguayo en el Maracaná.

J. Carlos Jurado escribió en el diario deportivo español Marca:
Obdulio Varela, apodado ‘El negro jefe’, no marcó ningún gol en la final ante Brasil pero demostró que con un brazalete de capitán también se pueden ganar partidos.
De hecho, mientras él vistió la camiseta charrúa en un Mundial, Uruguay nunca cayó derrotada.
En el Mundial de 1950, el ‘5 de Uruguay’ levantó el ánimo a sus compañeros cuando vio que éstos se acongojaban en el túnel de vestuarios ante el ruido ensordecedor de los 203.850 espectadores que animaban sin parar a Brasil en Maracaná.
“No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasó nada. Los de afuera son de palo y en el campo seremos once para once. El partido se gana con los huevos en la punta de los botines", les dijo a sus compañeros.
Mientras los dirigentes del fútbol uruguayo se conformaban con perder por menos de 4 goles de diferencia ante Brasil, Obdulio Varela sí creía en el milagro.
Por eso, cuando Albino Friaça Cardoso adelantó a la ‘canarinha’ en el minuto 48, ‘El negro jefe’ recorrió 30 metros para recoger el balón del fondo de las mallas, reclamar un fuera de juego inexistente al juez de línea y dejar el cuero en el centro del campo para hablar esta vez con el árbitro del partido. Todo para acallar a las 200.000 personas que celebraban sin parar el gol de Brasil.
“Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el partido, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del partido, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido. Entonces, a paso lento, crucé la cancha para hablar con el juez de línea, luego se me acercó el árbitro y me amenazó con expulsarme, pero hice que no lo entendía, aprovechando que él no hablaba castellano y que yo no sabía inglés. Mientras hablaba, varios jugadores contrarios me insultaban, muy nerviosos, mientras las tribunas bramaban. Esa actitud de los adversarios me hizo abrir los ojos, tenían miedo de nosotros. Entonces, siempre con la pelota entre mi brazo y mi cuerpo, me fui hacia el centro del campo. Luego vi a los rivales que estaban pálidos e inseguros y les dije a mis compañeros que éstos no nos podían ganar nunca, nuestros nervios se los habíamos pasado a ellos. El resto fue lo más fácil”, explicó Obdulio Varela.
Al grito de “ahora sí, vamos a ganar el partido”, Uruguay inició la remontada que le llevó a proclamarse campeona del mundo.
Obdulio Varela recibió el trofeo en una esquina de Maracaná de manos de Jules Rimet aunque años más tarde se arrepentiría de haber ganado aquel partido. “Si volviese a jugar esa final prefería perderla. Parecía que los dirigentes eran quienes habían ganado el trofeo", reconoció. (…)”.

Osvaldo Soriano, en la introducción al cuento ‘Obdulio Varela, El reposo del centrojás’, publicado en su libro ‘Artistas, locos y criminales’, escribió:
“(…) El 16 de julio de 1950, en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro, nació una de las últimas leyendas del fútbol rioplatense; ese día, el imponente centromedio uruguayo Obdulio Varela silenció a 150 mil fanáticos que festejaban el gol brasileño en la final de la Copa del Mundo, convertido por el puntero Friaca.
A los seis minutos del segundo tiempo, Brasil abrió el marcador alentado por las repletas tribunas del Maracaná, inaugurado especialmente para ese torneo. Entonces, todo Río de Janeiro fue una explosión de júbilo; los petardos y las luces de colores se encendieron de una sola vez.
Obdulio, un morocho tallado sobre piedra, fue hacia su arco vencido, levantó la pelota en silencio y la guardó entre el brazo derecho y el cuerpo. Los brasileños ardían de júbilo y pedían más goles. Ese modesto equipo uruguayo, aunque temible, era una buena presa para festejar un título mundial. Tal vez el único que supo comprender el dramatismo de ese instante, de computarlo fríamente, fue el gran Obdulio, capitán—y mucho más—de ese equipo joven que empezaba a desesperarse.
Y clavó sus ojos pardos, negros, blancos, brillantes, contra tanta luz, e irguió su torso cuadrado, y caminó apenas moviendo los pies, desafiante, sin una palabra para nadie y el mundo tuvo que esperarlo tres minutos para que llegara al medio de la cancha y espetara al juez diez palabras en incomprensible castellano. No tuvo oído para los brasileños que lo insultaban porque comprendían su maniobra genial: Obdulio enfriaba los ánimos, ponía distancia entre el gol y la reanudación para que, desde entonces, el partido—y el rival—, fueran otros.
Hubo un intérprete, una estirada charla—algo tediosa— entre el juez y el morocho. El estadio estaba en silencio. Brasil ganaba 1 a 0, pero por primera vez los jóvenes uruguayos comprendieron que el adversario era vulnerable. Cuando movieron la pelota, los orientales sabían que el gigante tenía miedo.
Fue un aluvión. Los uruguayos atropellaban sin respetar a un rival superior pero desconcertado. Obdulio empujaba desde el medio de la cancha a los gritos, ordenando a sus compañeros. Parecía que la pelota era de él, y cuando no la tenía, era porque la había prestado por un rato a sus compañeros para que se entretuvieran. Llegó el empate. Los brasileños sintieron que estaban perdidos. El griterío de la tribuna no bastaba para dar agilidad a sus músculos, claridad a sus ideas. Las casacas celestes estaban en todas partes y les importaba un bledo del gigante. Faltaban 9 minutos para terminar cuando Uruguay marcó el tanto de la victoria. El mundo no podía creer que el coloso muriera en su propia casa, despojado de gloria.”
El recuerdo
El 16 de julio de 1950, Uruguay le ganó 2-1 a Brasil y logró su segundo Mundial en el Estadio Maracaná, ante unos 200.000 aficionados brasileños que llegaron al escenario para ver una consagración de su combinado, que por aquel entonces vestía de blanco.
La historia es conocida. La forma de competición, con una liguilla para definir el título, le daba a Brasil la posibilidad de llevarse el título con un empate, ya que llegaba con mejor puntaje que Uruguay.
Para peor, los locales se pusieron 1-0 arriba con un tanto de Friaça en el inicio del segundo tiempo. El tanto fue muy protestado por el capitán celeste, Obdulio Varela, quien reclamó un claro fuera de juego y aprovechó para “enfriar” el encuentro ante un posible aluvión de los locales.
Pero Uruguay se recuperó y a los 21 minutos logró empatar por intermedio de Juan Alberto Schiaffino. La igualdad no le alcanzaba al equipo de Juan López que debía ganar para llevarse la Copa Jules Rimet.
A falta de 11 minutos llegó el segundo gol para Uruguay que enmudeció al Maracaná y dio inicio a la leyenda del Maracanzao. Alcides Edgardo Ghiggia entró al área por la derecha y, cuando todos imaginaban que iba a tocar al medio, pateó al arco para meter el balón contra el primer palo del arco que defendía el golero Barbosa, quien fue condenado como responsable de la tragedia y pasó al olvido tras su fallo. “La pena máxima en Brasil son 20 años, yo ya llevo cumpliendo 44 de condena”, dijo el arquero años después del partido.
“Yo en esa época tenía 22 años, no le daba la importancia que tenía que tener. Todo muy lindo, había hecho el gol, habíamos ganado el Campeonato del Mundo y nada más… Después, a medida que fue pasando el tiempo, te das cuenta la dimensión que tuvo”, expresó a Observa Ghiggia antes de viajar a Sudáfrica junto a la delegación de Uruguay.
Fue el último título mundial que logró la celeste. El “efecto Maracaná” ha sido cuestionado por muchos que critican al fútbol uruguayo de vivir de los recuerdos. Hoy, tras lo realizado por la selección en Sudáfrica, los hinchas tienen un motivo para ilusionarse con el futuro y, por qué no, soñar con otra hazaña en Brasil 2014.

60 años del Maracanazo, en un Uruguay que se ilusiona con 2014…

Fue una gesta del fútbol uruguayo, siempre inolvidable, y hasta ahora inimitable. El 16 de julio de 1950, Uruguay le ganó 2-1 a Brasil y logró el Mundial en el estadio Maracaná, ante unos 200.000 aficionados brasileños que llegaron al escenario para ver una consagración de su combinado, que en aquel entonces vestía de blanco. El Maracanazo, para muchos la mayor hazaña en la historia del fútbol mundial, cumple su 60° aniversario, en tiempos en que ‘la celeste’ vive un gran momento tras lograr el 4to. puesto en el Mundial de Sudáfrica.

[=144833&cHash=2156159424#"]](Urgente24 - primer diario online con las últimas noticias de Argentina y el mundo en tiempo real[tt_news)

Uruguay el 16 de julio de 1950. Arriba: Obdulio Varela, Juan López (DT), Tejera, Gambetta, Matías González, Máspoli y Rodríguez Andrade; abajo: Ghiggia, Julio Pérez, Miguez, Schiaffino y Morán.

//youtu.be/mlOqGghmbiw&feature=related

//youtu.be/6pMmRFKKZfk

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“Ahora vamos a jugar como hombres. Nunca miren a la tribuna. El partido se juega abajo. Ellos son 11 y nosotros también. Este partido se gana con los huevos en la punta de los botines”,
Obdulio Varela,
capitán uruguayo en el Maracaná.

“Fue la primera vez en mi vida que escuché algo que no fuera ruido. Sentí el silencio”,
Juan Alberto Schiaffino,
autor del gol del empate de Uruguay.

“Todo estaba previsto, menos la victoria de Uruguay”,
Jules Rimet,
Maracaná, Río de Janeiro, 1950.

"No me gustó ver a aquellas 200.000 personas tristes, no me gustó ver a Rio a oscuras y sin Carnaval. Es la vida. Era campeón y no sentía una alegría absoluta por ello",
Obdulio Varela,
capitán uruguayo en el Maracaná.

J. Carlos Jurado escribió en el diario deportivo español Marca:
Obdulio Varela, apodado ‘El negro jefe’, no marcó ningún gol en la final ante Brasil pero demostró que con un brazalete de capitán también se pueden ganar partidos.
De hecho, mientras él vistió la camiseta charrúa en un Mundial, Uruguay nunca cayó derrotada.
En el Mundial de 1950, el ‘5 de Uruguay’ levantó el ánimo a sus compañeros cuando vio que éstos se acongojaban en el túnel de vestuarios ante el ruido ensordecedor de los 203.850 espectadores que animaban sin parar a Brasil en Maracaná.
“No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasó nada. Los de afuera son de palo y en el campo seremos once para once. El partido se gana con los huevos en la punta de los botines", les dijo a sus compañeros.
Mientras los dirigentes del fútbol uruguayo se conformaban con perder por menos de 4 goles de diferencia ante Brasil, Obdulio Varela sí creía en el milagro.
Por eso, cuando Albino Friaça Cardoso adelantó a la ‘canarinha’ en el minuto 48, ‘El negro jefe’ recorrió 30 metros para recoger el balón del fondo de las mallas, reclamar un fuera de juego inexistente al juez de línea y dejar el cuero en el centro del campo para hablar esta vez con el árbitro del partido. Todo para acallar a las 200.000 personas que celebraban sin parar el gol de Brasil.
“Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el partido, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del partido, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido. Entonces, a paso lento, crucé la cancha para hablar con el juez de línea, luego se me acercó el árbitro y me amenazó con expulsarme, pero hice que no lo entendía, aprovechando que él no hablaba castellano y que yo no sabía inglés. Mientras hablaba, varios jugadores contrarios me insultaban, muy nerviosos, mientras las tribunas bramaban. Esa actitud de los adversarios me hizo abrir los ojos, tenían miedo de nosotros. Entonces, siempre con la pelota entre mi brazo y mi cuerpo, me fui hacia el centro del campo. Luego vi a los rivales que estaban pálidos e inseguros y les dije a mis compañeros que éstos no nos podían ganar nunca, nuestros nervios se los habíamos pasado a ellos. El resto fue lo más fácil”, explicó Obdulio Varela.
Al grito de “ahora sí, vamos a ganar el partido”, Uruguay inició la remontada que le llevó a proclamarse campeona del mundo.
Obdulio Varela recibió el trofeo en una esquina de Maracaná de manos de Jules Rimet aunque años más tarde se arrepentiría de haber ganado aquel partido. “Si volviese a jugar esa final prefería perderla. Parecía que los dirigentes eran quienes habían ganado el trofeo", reconoció. (…)”.

Osvaldo Soriano, en la introducción al cuento ‘Obdulio Varela, El reposo del centrojás’, publicado en su libro ‘Artistas, locos y criminales’, escribió:
“(…) El 16 de julio de 1950, en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro, nació una de las últimas leyendas del fútbol rioplatense; ese día, el imponente centromedio uruguayo Obdulio Varela silenció a 150 mil fanáticos que festejaban el gol brasileño en la final de la Copa del Mundo, convertido por el puntero Friaca.
A los seis minutos del segundo tiempo, Brasil abrió el marcador alentado por las repletas tribunas del Maracaná, inaugurado especialmente para ese torneo. Entonces, todo Río de Janeiro fue una explosión de júbilo; los petardos y las luces de colores se encendieron de una sola vez.
Obdulio, un morocho tallado sobre piedra, fue hacia su arco vencido, levantó la pelota en silencio y la guardó entre el brazo derecho y el cuerpo. Los brasileños ardían de júbilo y pedían más goles. Ese modesto equipo uruguayo, aunque temible, era una buena presa para festejar un título mundial. Tal vez el único que supo comprender el dramatismo de ese instante, de computarlo fríamente, fue el gran Obdulio, capitán—y mucho más—de ese equipo joven que empezaba a desesperarse.
Y clavó sus ojos pardos, negros, blancos, brillantes, contra tanta luz, e irguió su torso cuadrado, y caminó apenas moviendo los pies, desafiante, sin una palabra para nadie y el mundo tuvo que esperarlo tres minutos para que llegara al medio de la cancha y espetara al juez diez palabras en incomprensible castellano. No tuvo oído para los brasileños que lo insultaban porque comprendían su maniobra genial: Obdulio enfriaba los ánimos, ponía distancia entre el gol y la reanudación para que, desde entonces, el partido—y el rival—, fueran otros.
Hubo un intérprete, una estirada charla—algo tediosa— entre el juez y el morocho. El estadio estaba en silencio. Brasil ganaba 1 a 0, pero por primera vez los jóvenes uruguayos comprendieron que el adversario era vulnerable. Cuando movieron la pelota, los orientales sabían que el gigante tenía miedo.
Fue un aluvión. Los uruguayos atropellaban sin respetar a un rival superior pero desconcertado. Obdulio empujaba desde el medio de la cancha a los gritos, ordenando a sus compañeros. Parecía que la pelota era de él, y cuando no la tenía, era porque la había prestado por un rato a sus compañeros para que se entretuvieran. Llegó el empate. Los brasileños sintieron que estaban perdidos. El griterío de la tribuna no bastaba para dar agilidad a sus músculos, claridad a sus ideas. Las casacas celestes estaban en todas partes y les importaba un bledo del gigante. Faltaban 9 minutos para terminar cuando Uruguay marcó el tanto de la victoria. El mundo no podía creer que el coloso muriera en su propia casa, despojado de gloria.”
El recuerdo
El 16 de julio de 1950, Uruguay le ganó 2-1 a Brasil y logró su segundo Mundial en el Estadio Maracaná, ante unos 200.000 aficionados brasileños que llegaron al escenario para ver una consagración de su combinado, que por aquel entonces vestía de blanco.
La historia es conocida. La forma de competición, con una liguilla para definir el título, le daba a Brasil la posibilidad de llevarse el título con un empate, ya que llegaba con mejor puntaje que Uruguay.
Para peor, los locales se pusieron 1-0 arriba con un tanto de Friaça en el inicio del segundo tiempo. El tanto fue muy protestado por el capitán celeste, Obdulio Varela, quien reclamó un claro fuera de juego y aprovechó para “enfriar” el encuentro ante un posible aluvión de los locales.
Pero Uruguay se recuperó y a los 21 minutos logró empatar por intermedio de Juan Alberto Schiaffino. La igualdad no le alcanzaba al equipo de Juan López que debía ganar para llevarse la Copa Jules Rimet.
A falta de 11 minutos llegó el segundo gol para Uruguay que enmudeció al Maracaná y dio inicio a la leyenda del Maracanzao. Alcides Edgardo Ghiggia entró al área por la derecha y, cuando todos imaginaban que iba a tocar al medio, pateó al arco para meter el balón contra el primer palo del arco que defendía el golero Barbosa, quien fue condenado como responsable de la tragedia y pasó al olvido tras su fallo. “La pena máxima en Brasil son 20 años, yo ya llevo cumpliendo 44 de condena”, dijo el arquero años después del partido.
“Yo en esa época tenía 22 años, no le daba la importancia que tenía que tener. Todo muy lindo, había hecho el gol, habíamos ganado el Campeonato del Mundo y nada más… Después, a medida que fue pasando el tiempo, te das cuenta la dimensión que tuvo”, expresó a Observa Ghiggia antes de viajar a Sudáfrica junto a la delegación de Uruguay.
Fue el último título mundial que logró la celeste. El “efecto Maracaná” ha sido cuestionado por muchos que critican al fútbol uruguayo de vivir de los recuerdos. Hoy, tras lo realizado por la selección en Sudáfrica, los hinchas tienen un motivo para ilusionarse con el futuro y, por qué no, soñar con otra hazaña en Brasil 2014.

Muy buenos videos, sin dudas, una hazaña inigualable, esperemos que el próximo mundial lo gane un sudamericano, salvo el anfitrión :mrgreen:

Justo hoy leí el relato de Soriano sobre Obdulio Varela. Lo recomiendo a quien tenga unos minutos:

MANO INQUIETA Blog: Obdulio Varela – El reposo del Centrojás (Osvaldo Soriano)

---------- Mensaje unificado a las 21:04 ---------- El mensaje anterior habia sido a las 21:02 ----------

No me banneen por favor, :mrgreen:

Alguna vez lei un texto de Valdano que se llamaba la derrota mas grande del mundo o algo así, era un muy buen relato sobre el maracanazo alguno de casualidad que lo tenga por ahi?